Ez
28, 1-10
Hemos
recorrido, claro, sólo en sobrevuelo, dos partes del Libro del Profeta
Ezequiel: 1) la parte de la vocación del profeta caps. 1 al 3 y la parte 2) que
fue describiendo la caída de Jerusalén, cómo se llegó a ella caps. 4 al 24.
Ahora vamos a hacer el sobrevuelo de la tercera parte: Los Oráculos contra las
naciones, que se pueden subdividir en tres tramos:
i.
Contra Ammón. Moab, Edón y Filistea 25, 1 al 17
ii.
Contra Tiro 26, 1-28, 26
iii.
Contra Egipto, 32, 1-32
Hoy
vamos a mirar una perícopa tomada de la sección profética contra el Rey de
Tiro. Itobaal III (en hebreo Etbaal), gobernó el sur de la región de Fenicia, (actual
Líbano). Flavio Josefo lo registró en una lista de reyes de Tiro, y dice que
reinó entre el 591/590 y el 573/572 a. C. Según otros autores reinó entre el
586 y 576 a. C. Bajo su reinado, una parte de Palestina (incluyendo Judá) se
rebeló contra el dominio asirio. Durante su reinado sucedió la primera caída de
Jerusalén, y por lo tanto, es posible que él sea el «querubín caído del Edén»
que menciona el profeta Ezequiel.
Algunas
interpretaciones cristianas sugieren que el texto cuenta de forma metafórica y
criptica, la historia del origen de Satanás, quien se corrompió y fue echado
del Edén. Mientras otros afirman que se trata en cambio de un lenguaje
alegórico y sarcástico, para execrar al rey de Tiro, comparándolo con Helel,
deidad cananea representada por el lucero de la mañana (Lucifer).
La
perícopa nos aporta información sobre el imperio de Tiro, edificado con base en
la navegación y en la habilidad comercial de los fenicios. Se desenmascara cómo
el enriquecimiento comercial de Tiro condujo al ensoberbecimiento de su
gobernante que se declaró más poderoso que Dios y se erigió como corazón de
dios. Ezequiel lo que hace es construir un paralelo con ciertos pasajes del
génesis (tres capítulos: 2-4); el pecado de Etbaal, guarda analogía con la
caída de nuestros primeros padres y ese fue el acierto de Ezequiel que supo descubrir
la similitud y mostrarla.
La
profecía amenaza a Etbaal que será atacado por reyes más potentes y revestidos
de mayor poder, que harán trisas de él. La sentencia es la de perecer bajo
muerte violenta. Aun cuando al momento de morir siga proclamándose dios. Eso es
lo que le augura el oráculo del Señor, que en este caso corresponde a Ezequiel
pronunciarlo.
Sal Dt 32,26-27ab.
27cd-28. 30. 35cd-36ab
Mañana
vamos a pasar a otra parte de la profecía de Ezequiel, no parece que este salmo
-construido con un fragmento tomado del Deuteronomio y que hemos venido
trabajando- nos prepara para lo que vendrá, ahora.
Tenemos
fragmentos de seis versículos del capítulo 32 con los cuales se han integrado
cuatro estrofas. Tengamos presente que
se trata de una continuación del que proclamamos ayer como salmo.
El
Señor planea la aniquilación de su pueblo, por sus atroces desvíos, sin
embargo, Dios no quiere ser fuente de engaño para otros pueblos que se
escandalizarían y renegaría del Nombre de YHWH, haciendo de Él pasto de sus
burlas y malinterpretaciones de las cuales el enemigo siempre goza.
Como
son gentes carentes de claridad intelectual, se van a atribuir la victoria al
poderío de sus armas y al esfuerzo de sus brazos, sin acertar a distinguir que
la victoria ha sido obra del Señor, que es Él y sólo Él quien desbarata las
defensas de Israel y lo hace frágil.
Hazañas
realizadas por un solo hombre que derrota a mil, o dos personas,
insignificantes, que vencen a diez mil y los ponen en desbandada, sólo ocurre
porque Dios los ha derrotado y les ha dado sentencia de castigo.
El
Señor, dará Justicia para su pueblo y lo protegerá por que honra Su Propio
Nombre.
En
conclusión, dice la antífona: “Dios es el dueño de la vida y de la muerte y el
la da y la quita cuando quiere y su Justicia lo dictamina”.
Mt
19, 23-30
Casi
parece que Dios está diciendo: No desgasten fuerzas con predicaciones para los
ricos, ellos están obcecados con sus riquezas, y toda predicación para ellos es
vana.
El
problema debe reinterpretarse desde otro ángulo: No creemos que Jesús esté
trancando la Puerta por dentro para negar la entrada a los ricos. Pero si está
poniendo delante de ellos un severo interrogante: ¿Cómo puedo decirme
“discípulo” cuando no me conduelo de los que llevan una vida indigna, por
debajo del límite de la pobreza, y cuando mi propio nivel de vida está muy por
encima, hasta llegar a sobrepasar cayendo allende el despilfarro, el
desperdicio? ¡Yo no paso ninguna penuria, pero mi hermano -el marginado- vive
con angustia porque no tiene con que llevar un pan a su mesa y resolver sus más
elementales necesidades!
Hay
una pieza escatológica hermosa, deliciosa: cuando el Señor se siente en su
trono, habrá también tronos para los doce; doce es el número de los elegidos
para recibir la heredad. Doce no es una cardinalidad, doce es una calidad, la
calidad de “discípulo”. En “doce” caben todos los que tienen un corazón
“samaritano”. Es otra manera de mirar los números, que “llama” doce a todos los
que “sienten como una madre: con las entrañas”.
Nosotros
muchas veces valoramos la erudición que nos permite decodificar ciertos
“símbolos bíblicos”. Hoy tenemos la simbología del “ojo de la aguja”, y
desdeñamos quedarnos atrapados en ella, porque el mismo Jesús la desmantela
cuando dice que para Dios no hay imposibles. Es el propio Jesús el que
garantiza que Él no está para multiplicar los “retenes”, ni para poner trabas
infranqueables, sino que Él derrocha (y ahí sí se vale el derroche) los pases,
los boletos gratuitos, los pasaportes incondicionados.
¿Quiénes
podrán entrar? Y Jesús contesta ¡Todos! Bastará un pequeño esfuerzo,
desprenderse de algo: de una casa, de un hermano o hermana, de su padre o su
madre, de un hijo o de una hija, o tierras. Hay que destrabarse, de algo,
soltar, aflojar, no aferrarse, no sujetar a dos manos… Hay gente, por ahí, que
ponen su propio corazón en el lugar de Dios, como Etbaal, como Luzbel que se
volvió Lucifer.
¡Libres
para abrir las alas y remontarse! La cuestión no está en qué significa camello
o que significa aguja. El quid del asunto es ser libre, para poderse dar, para
donarse, para incorporarse a la sinodia, palabra griega que se podría
traducir por “caravana” y que en el lenguaje eclesial ha llegado a significar
“reunirse y avanzar como una tribu, como una familia”, férreamente unida. He
aquí el arte de acceder a la vida eterna. ¡No sujetarse a nada, convirtiéndolo
en el propio ídolo! ¡Ser libres para seguir a Jesús!
No hay comentarios:
Publicar un comentario