Eclo 17,
1-15
Estableció con ellos
una Alianza perpetua y les enseñó sus decretos.
Sir 17, 12
Los
judíos, al principio, visualizaban la vida como un segmento encerrado entre dos
paréntesis de oscuridad y vacío, después de eso, otra vez la nada. Ya hemos
dicho que este Libro data del II Siglo a.C. la perícopa nos deja entrever que falta todavía
mucho para entrar en la Revelación de que el ser humano tiene un momento de
nacimiento, pero -pese a tener una muerte física- está destinado a levantarse
en una Realidad Trascendente, que genéricamente denominamos “la Otra Vida”.
Sólo al llegar la Revelación de Jesucristo, se rasga el Velo y nos es dado
tener una visión -todavía no perfecta- pero si, más clara. (Como nos lo
previene San Pablo, sólo veremos las cosas como son al llegar a la Santísima
Presencia, mientras tanto, vemos como en un espejo, veladamente, pero entonces veremos
cara a cara; ahora conocemos parcialmente, pero entonces conoceremos con
plenitud (Cfr. 1Cor 13,12))
En
aquel momento lo que alcanzaba a entender el hagiógrafo, era una visión del ser
humano, criatura puesta al mando y control con tres potencias que Dios le
entregaba en su delegación de ¡administrador”: autoridad, fuerza y hegemonía.
Todo esto desaparecía con el entierro, cuando el ser humano recuperaba la “nada”
de la tierra.
Esta
hegemonía tenía un rostro: el temor de todas las criaturas al hombre. Su
hegemonía sobre la Creación está dada como conocimiento, entendimiento y
discernimiento para segregar el bien del mal. Esto hay que pensarlo y usarlo
con cuidado, porque a veces, -precisamente a causa del endurecimiento del
corazón- nos cuesta tantísimo discernir, que nos mandamos de cabeza al abismo.
Tomemos
un ejemplo, Dios nos socorrió la capacidad de asombrarnos de sus Obras, y gozar
de sus Maravillas; pero inexplicablemente y de manera muy fácil, saltamos a una
neblina mental, donde la “Serpiente” de nuevo nos seduce con sus falsedades, y
el corazón pierde ese poder “estético” del asombro. En vez de la Alabanza y la
Glorificación del Señor, caemos en la extracción desmesurada y la explotación hasta
el daño de la “Casa Común”. Pensemos sólo por un momento en la calamidad
ecológica que ha acarreado nuestro proceder irreflexivo con la realidad de la
Creación.
Es
el caso, sin querer, ni pretender agotar el asunto, tan multifacéticamente
complejo que, Dios nos enseñó desde el principio la fraternidad, la
solidaridad, la compasión, la acogida para que viviéramos armónicamente y pudiéramos
expandir y ejercitar la sinodalidad, pero nosotros hemos llevado a limites
exponenciales la fabricación de los más sutiles e “inteligentes” quijadas de
burro; y, hemos perfeccionado la lógica que promueve la cultura de la muerte. No
sabemos andar juntos, con excepción del pequeño tramo cuando invitamos al “hermano
a dar un paseo, hasta que logramos llevarlo al campo -donde confiamos estar a
salvo de testigos-, para atacarlo y matarlo (Cfr. Gn 4, 8).
Muchas
veces se ha leído esta perícopa como un certificado, una cédula de autorización
para hacer lo que más “convenga” a nuestros bajos intereses, alegando que “Dios
nos dio el derecho”. La perícopa concluye hoy, -ese hoy que nos
actualiza lo que de otra manera pensaríamos que no guarda ninguna relación con nosotros
y que es, solamente una pieza histórica o un pasaje literario- haciéndonos caer en la cuenta que «La conducta
humana está siempre ante Dios, no puede ocultarse a sus Ojos».
Sal
103(102), 13-14. 15-16. 17-18a
El justo se lo heredará a
todo su linaje
El hombre existe para contemplar tu obra, recibir tus bendiciones y
darte gracias por ello. ¡Cuánto más cuidaras de él, heredero de tu tierra y rey
de tu Creación!
Carlos González Vallés s.j.
Nos encontramos aquí una expresión que
solemos traducir por “temor”, se trata de יָרֵא [yare], y que nosotros preferiríamos
traducir por “Reverencia”. Y, entonces, no leeríamos “el Señor siente Ternura
por los que le temen”, sino, por los que “lo reverencian”. La idea cambia, no es
lo mismo tenerle miedo que rendirle reverencia. La reverencia tiene dos
connotaciones: el respeto y la veneración. Entre otros, y en términos kinésicos
significa hacer una venia, inclinando la cabeza y doblando el arco dorsal, lo
que constituye un saludo muy común en oriente, además, también corriente entre los
miembros de la nobleza de muchas sociedades europeas.
En otra vertiente, diremos
que Amón-Ra (o Amón-Re), era una deidad egipcia, que unificaba dos deidades
distintas: Amón el aire y Ra, el sol; honrado como dios-creador, y dios y
patrono de los pobres y afligidos. Detentó la supremacía sobre todas las otras
deidades. Llegó a ser identificado con Zeus y con Júpiter en las mitologías
griega y latina respectivamente. A este dios se le compuso un himno -que se le
atribuye a Amenofis IV- que el hagiógrafo hebreo retomó y depuro, eliminando de
él, todo rastro de idolatría. Así pasó a ser uno de los Salmos de Acción de
Gracias.
Uno de los aspectos
interesantes en este salmo es que reconoce que Dios sabe que somos frágiles,
que procedemos del barro, y ¡no se hace ilusiones más allá de nuestra propia
naturaleza. Dios sabe que nuestros días en la tierra son de breve duración y
que somos quebradizos.
El Justo recibirá su premio y será una presea
hereditaria, pasará y se trasmitirá como los abolengos, de abuelos a padres, a
hijos, y a nietos. Serán fortunas imperecederas, que el Señor conservará bajo
el título del que ha sido Santo. Nos
conduce a la conclusión a la que llega el verso responsorial: “La Misericordia
del Señor dura por siempre, para aquellos que lo reverencian” (Sal 103(102),17).
Mc 10, 13-16
¿Quién
tiene derecho al reino?
Cada niño marginado,
abandonado, que vive en la calle mendigando y con todo tipo de expedientes, sin
escuela, sin atenciones médicas, es un grito que se eleva a Dios y que acusa al
sistema que nosotros adultos hemos construido.
Papa Francisco
Muchas
veces los “discípulos” se perciben a sí mismos como espantamoscas y consideran
que la lealtad a su cargo consiste en la aplicación de ahuyentarle a su “amo”, todos
aquellos que pudieran molestarlo o importunarlo. Por tanto, urgía tener a raya
a los niños y a sus mamás para que no fueran a atosigar al Maestro ocupado de
tan serios asuntos.
Vivimos
una cultura de sumisión -que no tenemos la culpa de haber recibido, como tampoco
nuestros formadores de habérnosla impartido- así, muy ingenuamente hemos llegado al
circuito de los escoltas, los guardianes, las comitivas, las antesalas, los
lobbies, los turnos y citas previas, y … ¡el placer de hacernos esperar!
Pero
hay un placer servil equivalente, ser el funcionario que administra los turnos,
que dirije las filas y regula el acceso a las reuniones. Así que, si su
necesidad es real, el próximo turno está ¡para de hoy en tres meses!
No
hay ninguna malicia, sencillamente, se piensa que hacer esperar y tener un
cerco preventivo de lejanía concede status. Y más con niños. No huelga
recordar que en aquella cultura un niño era aproximadamente lo mismo que un
molesto animalito que cobraba alguna utilidad cuando era capaz de empezar a
aportar laboralmente. ¿Qué podía llevarle un niño a Jesús desde la óptica de
sus “discípulos”?
Teorema
1: La importancia del personaje crece directamente proporcional con el tamaño
de la sala de espera. Un gran médico tendrá una sala “repleta”.
Para
completar el cuadro, diremos que hay carnets de diferentes colores para regular
el orden de proximidad y las facilidades de acceso al “personaje”. Distancia se
vuelve sinónimo de categoría. Es una cuestión de jerarquías.
«Tal
vez el niño significativo no es tanto el ser que está a espaldas de cada uno de
nosotros o de toda la sociedad, sino más bien, la persona más humana y más
creyente que puede estar delante de nosotros: ella habita en el futuro y no en
una época de oro remota, es fruto de un don y no de una rapiña.» (Beck,
Benedetti, Brambillesca, etal).
Es
obligatorio explicar que el “niño” personifica a todos los que son débiles,
desatendidos, no escuchados, no tenidos en cuenta, perjudicados, segregados,
discriminados, tenido por no importante. Los “pequeños” son aquellos a los que
se les niegan sus derechos.
Jesús,
por su parte, desmiente este trato discriminatorio, Él propone la acogida,
significada con tres gestos:
1. El abrazo,
2. La bendición
3. La imposición de
manos.
«Dejen
que los niños …: la frase suena como un reproche a los discípulos y como
revelación de una verdad fundamental que concierne el reino de Dios, que se
puede comprender solamente si uno está en esa disponibilidad interior sencilla
que hace capaces de acoger un don grande, como lo muestran naturalmente los
niños» (Beck, Benedetti, Brambillesca, etal).
«Cuando
se trata de los niños, en todo caso, no se deberían oír esas fórmulas de defensa
legal profesionales, como: “después de todo, nosotros no somos una entidad de
beneficencia”; o también: “en su privacidad, cada uno es libre de hacer lo que
quiere”; o incluso: “lo sentimos, no podemos hacer nada”. Estas palabras no
sirven cuando se trata de los niños.» (Papa Francisco)