Pro
31,10-13.19-20.30-31; Sal 127, 1b-5; 1Ts 5,1-6; Mt 25,14-30
Uno no
improvisa instrumentos de misericordia. Es necesario un entrenamiento
cotidiano, que proceda de la conciencia de lo mucho que necesitamos, nosotros
los primeros, de una mano tendida hacia nosotros.
Papa
Francisco
… no
amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras
1 Jn
3,18
«Tender la mano hace descubrir, en primer lugar, a quien lo
hace, que dentro de nosotros existe la capacidad de realizar gestos que dan
sentido a la vida. ¡Cuántas manos tendidas se ven cada día! Lamentablemente,
sucede cada vez más a menudo que la prisa nos arrastra a una vorágine de
indiferencia, hasta el punto de que ya no se sabe más reconocer todo el bien
que cotidianamente se realiza en el silencio y con gran generosidad. Así sucede
que, sólo cuando ocurren hechos que alteran el curso de nuestra vida, nuestros
ojos se vuelven capaces de vislumbrar la bondad de los santos “de la puerta de
al lado”, «de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la
presencia de Dios» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 7), pero de los que
nadie habla. Las malas noticias son tan abundantes en las páginas de los
periódicos, en los sitios de internet y en las pantallas de televisión, que nos
convencen que el mal reina soberano. No es así. Es verdad que está siempre
presente la maldad y la violencia, el abuso y la corrupción, pero la vida está
entretejida de actos de respeto y generosidad que no sólo compensan el mal,
sino que nos empujan a ir más allá y a estar llenos de esperanza.»[1]
Este
Domingo, como previmos en el anterior, forma -junto con el XXXII y el Domingo
próximo, solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo- una unidad
escatológica. Los tres Domingos toman su perícopa evangélica del Capitulo 25º
del Evangelio según San Mateo. Hablábamos –en ese sentido- de un retablo, mejor
aún sería decir de un tríptico; ahora, en el Domingo XXXIII (A), preferimos
hablar de una galaxia escatológica. Para
esta vez, tomaremos de toda la galaxia sólo tres estrellas: la primera de la
perícopa del Libro de los Proverbios, se
trata de la palabra חַ֭יִל (Prov 31, 10) “de carácter”,
“fuerte”, “hacendosa”, “virtuosa”, “diligente”; la segunda y tercera
estrellas están en la perícopa del Evangelio, se trata de la palabra Πονηρὲ que podríamos traducir como “malvado”, “flojo”, “inactivo por
enfermedad”, como “invalido”, y, por eso, “negligente”, el antónimo de
diligente; la tercera es ὀκνηρέ “perezoso”, “holgazán”, “atrasado”,
“vacilante”. Esta galaxia tiene un “horizonte de eventos” (no hacia un hoyo
oscuro, sino hacia un Foco de Luz Radiante) que es el versículo 20 del capítulo
31 del Libro de los Proverbios: “Abre sus manos al necesitado y extiende el
brazo al pobre”, que da el sentido a este Domingo, sentido que ha hecho expreso
Papa Francisco, consagrándolo como fecha de la Jornada Mundial de los pobres, y
es que la diligencia y la laboriosidad están enfocadas y han de volcarse hacia
esa Misericordia que atiende a los pobres y se empeña en su redención porque
verdaderamente la construcción del Reino está conectada y fundamentada en la
remoción de todo aquello que des-dignifica al hombre, todo lo que impide su
realización en plenitud, ya que “la Gloria
de Dios consiste en que el hombre viva”, esa es la interpretación que damos
a esta célebre frase de San Ireneo, que entendemos como moción y exhortación a
vencer toda la cultura de la muerte y florecer rotundamente hacia una cultura
de la vida. ¡Vida en Jesús! Dice Papa Francisco: «… quise ofrecer a la
Iglesia la Jornada Mundial de los Pobres, para que en todo el mundo las
comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del
amor de Cristo por los últimos y los más necesitados»[2]. Que se
oferta a todos, sean o no cristianos. A nosotros se nos demanda y se impone
responder, porque ¡fue a nosotros a quienes fueron entregados los talentos! que
significa –como lo hemos visto- tener siempre listas las lámparas y tanqueadas
las alcuzas; y, para los no creyentes, la propuesta es dejarse alcanzar por esa
Luz y reconocer que liberta al hombre, que desata sus manos y sus pies para que
pueda avanzar, y se pueda levantar -la
pobreza hace inválido a quien la padece, le niega realizarse, lo postra- y
caminar hacia esferas Divinas, que de otro modo resultan inalcanzables. La
oferta es erradicar toda alienación para que cada ser humano tenga la
posibilidad de vivir en plenitud, una vida pleromizada, que es el tipo de vida
que se propone y ha de vivirse bajo la Soberanía de Dios.
Volvamos sobre la
palabra חַ֭יִל si la entendemos como “diligencia”
significa el que ama, el que tiende con ardor hacia algo, el que profesa celo
por algo o alguien. Si vamos hasta la fuente etimológica encontramos las raíces
dis- separar y legere recoger, elegir, cosechar, leer; que, al
ensamblarlo dará “hacer las cosas con
premura y pasión”. En cambio, si la traducimos como “ser hacendoso” tendremos por significado tener hacienda o ayudar a
adquirirla; y ¿qué es “hacienda”? una propiedad inmueble. Por lo general usamos
la expresión “hacendoso” para referirnos al cuidado esmerado al ejecutar las
tareas domésticas, pero su verdadero significado –en el origen- se refiere a
cosechar “cribando” para garantizar que lo recogido tenga la más alta calidad,
y sea todo bueno. Cuando se dice “tener o adquirir hacienda”, no vayamos a
empobrecer también el concepto de “hacienda”, que no corresponde exclusivamente
a los bienes materiales, porque hay pobreza de cultura, de principios y
valores, de consuelo y amistad, de cercanía y comprensión, de disciplina y
método, de acogida y solidaridad. La Iglesia nos ayuda a descubrir otros focos
de pobreza y des-dignificación si estudiamos detenidamente y masticando una a
una las Obras de Misericordia, en particular si detallamos lo que implican las
obras de Misericordia espirituales que muchas veces quedan como cara oculta de
la moneda (dejando sólo visible las obras de Misericordia Corporales como el
lado espectacular de la moneda) y que, sin embargo, no son menos apremiantes y
menos dolorosas.
Los antónimos están mencionados en el Evangelio: negligente y haragán. El haragán es el que no quiere trabajar. El negligente es
el que no-legere. Arriba dijimos que legere significa recoger, elegir, cosechar,
entonces neg-ligente es el que “no recoge la cosecha, o si la recoge no
selecciona, sino que echa, revueltos, los frutos buenos con los de baja calidad”;
usamos esa voz para designar al que no actúa, al indiferente, al que carece de amor
por lo que hace y por quienes lo hace -o lo debiera hacer- ya que el amor es
también diligente, y, si verdaderamente amo a mi prójimo, ¿podré ser
negligente? «Invito a toda la Iglesia y a los hombres y mujeres de buena voluntad a
mantener, en esta jornada, la mirada fija en quienes tienden sus manos clamando
ayuda y pidiendo nuestra solidaridad. Son nuestros hermanos y hermanas, creados
y amados por el Padre celestial. Esta Jornada tiene como
objetivo, en primer lugar, estimular a los creyentes para que reaccionen ante
la cultura del descarte y del derroche, haciendo suya la cultura del
encuentro.»[3]
Siempre está presente el riesgo de construir una fe
“aislante”, fe de sólo oratorio, encerrada en una tipo de piedad solipsista que
ignora al prójimo, que se reduce a una burbuja de indiferencia, fe que deshumaniza
endureciendo el corazón, dirigiéndonos –constante- hacia un despeñadero de
crueldad, llevándonos al vicio de inhumanidad, de ser indolentes ante el padecimiento y hacia la
ferocidad de ver bañarse en sangre o sufrimiento nuestro entorno, viendo sin
pestañear las necesidades y penurias que otros atraviesan, pensando que se
trata de una realidad distante o de una historia extraterrestre, tan remota,
que seguramente sea pura ficción. « Estamos llamados, por lo tanto, a tender la mano a los
pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, para hacerles
sentir el calor del amor que rompe el círculo de soledad. Su mano extendida
hacia nosotros es también una llamada a salir de nuestras certezas y
comodidades,… »[4] No podemos incurrir en el
pretexto de la lejanía ni en el de la incompetencia, achacando que eso no nos
corresponde, que no nos compete. Cabe aquí retomar enfáticos la sentencia de
Terencio “Soy un hombre, nada de lo humano me es ajeno” Y, no exclusivamente
por filantropía, sino porque el interés preocupado por el otro es Mandamiento
Divino y núcleo de nuestra fe. ¿A dónde se ha relegado –en esa “fe” a nuestros
semejantes, ocultando al otro tras la imagen del Otro-y-yo que no es más que un
ídolo egocéntrico? Semejante ocultamiento es el ocultamiento (enterramiento)
del “Talento” entregado y recibido. La fe del negligente, del haragán está
dibujada con las palabras de denuncia que consigna San Mateo: "Señor,
sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no
esparces, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo
tuyo". Este haragán le puso a Dios una máscara de exigencia inhumana sólo
para ocultar su apatía y la resignación y negar el compromiso que había
adquirido ante el don benévolo de haber recibido “un talento” o sea –aunque
aparentemente poco- algo así como 34 kilos de oro, ¿era poco? Tengamos presente
que Dios nos da ἑκάστῳ κατὰ τὴν ἰδίαν δύναμιν a cada uno según
nuestras capacidades (Cfr. Mt 25, 15). «Hoy en día, desafortunadamente,
mientras emerge cada vez más la riqueza descarada que se acumula en las manos
de unos pocos privilegiados, con frecuencia acompañada de la ilegalidad y la
explotación ofensiva de la dignidad humana, escandaliza la propagación de la
pobreza en grandes sectores de la sociedad entera. Ante este escenario, no se
puede permanecer inactivo, ni tampoco resignado… Benditas las manos que se
abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza.
Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la
nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad.
Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin «peros» ni
«condiciones»: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de
Dios.»[5]
«Vivimos un momento histórico que no favorece la atención
hacia los más pobres. La llamada al bienestar sube cada vez más el volumen,
mientras las voces del que vive en la pobreza se silencian»[6].«Hemos madurado la
exigencia de una nueva fraternidad, capaz de ayuda recíproca y estima mutua.
Este es un tiempo favorable para “volver a sentir que nos necesitamos unos a
otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo [...]. Ya
hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la
bondad, de la fe, de la honestidad [...]. Esa destrucción de todo fundamento de
la vida social termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios
intereses, provoca el surgimiento de nuevas formas de violencia y crueldad e
impide el desarrollo de una verdadera cultura del cuidado del ambiente” (Carta
enc. Laudato si’, 229). En definitiva,
las graves crisis económicas, financieras y políticas no cesarán mientras
permitamos que la responsabilidad que cada uno debe sentir hacia al prójimo y
hacia cada persona permanezca aletargada.»[7] «En esta casa que es el
mundo, todos tenemos derecho a ser iluminados por la caridad, nadie puede ser
privado de ella»[8].
[1] Mensaje
del Papa Francisco para la IV Jornada Mundial de los Pobres 2020, 5.
[2]
Ibid
[3]
Ibid
[4]
Ibid
[5]
Ibid.
[6]
Mensaje de Papa Francisco para la VII Jornada Mundial de los Pobres. Roma, 13
de junio de 2023. #4.
[7]Mensaje
del Papa Francisco para la IV Jornada Mundial de los Pobres 2020, 5.
[8]
Mensaje de Papa Francisco para la VII Jornada Mundial de los Pobres. Roma, 13
de junio de 2023. #10
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