Rm
15, 14-21
Llamados a remar mar adentro
Nunca
podemos perder de vista que leemos la Palabra no para conocer la historia. No
para poder relatar lo que otrora sucedió. La leemos para actualizarla, siempre
el acercamiento a la Palabra es y lleva consigo una función hermenéutica. No es
cambiarle la matera como caiga, y trasvasarla mecánicamente. Hay un
procedimiento interpretativo para traerla a nuestro tiempo. Quien haya
trasplantado alguna vez -por ejemplo- un árbol, se habrá podido dar cuenta del
enorme daño que se le puede causar si no se sigue un procedimiento “correcto”,
cuidadoso, inclusive digamos, meticuloso.
Cambian
los lugares, los usos, las costumbres, la manera de ver e interpretar la
realidad, las palabras y sus significados. Pero siempre hay una esencia válida,
una enseñanza vigente, un núcleo vital. La semilla de Jesucristo está allí para
fructificar, para sorprendernos con su eternidad siempre actual.
Esa
tarea que iniciaron aquellos evangelizadores de la era paulina, no se ha
concluido; quizás podemos decir que atraviesa otra faceta, requiere nuevos
métodos, nuevas expresiones, nuevo ardor. Pero Jesús y su amor sigue reinante y
actual. Esa actualidad es la que estamos llamados a mostrar, a exponer, a
comunicar.
San
Pablo nos descubre una perspectiva que a veces no vemos: y es que nosotros
tenemos a nuestro haber, ciertos factores indispensables que ni sospechamos, a
saber: la voluntad y el saber para νουθετεῖν
[noudetein] “exhortarnos”, “persuadirnos”, “alentarnos” unos a otros. San Pablo
sabe que las condiciones están dadas en ellos para continuar el proceso de
crecimiento y maduración, y que la semilla que en ellos se ha depositado, tiene
una vitalidad y una fuerza incontenible.
Lo
que, por otro lado, no significa que no necesiten ninguna iluminación, o que
puedan coger inopinadamente por donde a ellos les parezca. Pese a reconocer el empuje de la Iglesia en
Roma, no deja de escribirles y añadir algunas orientaciones, nada secundarias,
y que tienen como objetivo revitalizar y rememorar lo aprendido.
Esta
iniciativa que llevo a San Pablo a componer este documento -nada breve- se
afincaba en su autoridad-responsabilidad que él había recibido de Cristo, que
le encomendó esta Gracia. Su tarea es, pues, como una especie de ejercicio
filtrónico para garantizar que la fe de los gentiles no estuviera marginada o
desviada de la que originalmente les fue entregado. Por eso, sólo por eso, y en
fidelidad a lo que le fue dado y concedido obra sin adulteración alguna. Su
encargo es hacer ver a Jesucristo allí donde aún no hay noticia de Él, y llevar
su Palabra a quienes lo desconocen por no haber oído acerca de Su Predicación.
Él
mismo se ha impuesto un criterio para saber dónde debe ir, elige no irle a
“pisar la manguera a nadie”, así su opción -que para él es una cuestión de
honor- es, llegar solamente dónde aun nadie ha llegado a pronunciar el Santo
Nombre y a proclamar el Evangelio.
Sal
98(97), 1bcde. 2-3ab. 3cd-4
Hoy
tenemos un salmo del Reino. De alguna manera este salmo preavisa le celebración
de Jesucristo Rey del Universo, ya próxima, con la que culminamos el Año
Litúrgico (lo que este año- acaecerá el 26 de noviembre), el siguiente Domingo
ya será del Año Nuevo Litúrgico (el 3 de diciembre, Primer Domingo de Adviento
del ciclo B). Lo que no significa que por fin Jesús se sentará en su Trono, lo
que nos parece muy importante recordar, ¡Él ya está sentado en Su Trono Real desde
el momento de la Ascensión! Y, sin embargo, nosotros en nuestra cronología
humana queremos estallar en un Griterío de Alabanza, porque se nos va de la
memoria y del entendimiento que Su Real Majestad ya está Entronizado, y al caer
en la cuenta, pues, retornamos a la Algarabía Triunfal: La Teruah. “Voz de
Trompetas” que reclaman la Autoridad y la Soberanía de Jesús Hijo de Dios. Él
reina con su Infinita Misericordia.
El
Santo Brazo de Dios reparte premios y preseas, Él entrega la corona de laurel
al Vencedor. Se muestra como Salvador, exhibe su Justicia, sostiene sus
promesas favorables -como lo había anunciado de antaño- a su Pueblo Elegido.
Esta
victoria se ha hecho visible hasta los rincones más apartados del planeta.
Todos los habitantes de la tierra suman sus voces para hacer la Algarabía, para
vitorear, para hacer resonar y retumbar todos los instrumentos que existen: “El
Señor da a conocer su Victoria, revela a las naciones su Justicia”.
Lc
16, 1-8
Nosotros
somos “avispadísimos” para urdir triquiñuelas en esta vida y en esta tierra;
tal vez, mucha gente dedica ingentes esfuerzos para diseñar y/o aprender dichas
triquiñuelas; pero -como en la “otra vida”, las cosas son a otro precio y
siempre tenemos que actuar abierta y descubiertamente-, estos “vivarachos” de
aquí, pierden todas las opciones de implementar sus estafas allá. ¡Avivatos!
Es
cierto que uno a veces se admira y queda con la boca abierta por la creatividad
perversa de estos personajes. Tomemos por caso los candidatos que logran timar
la democracia y apoderarse de una representación- por vía de deshonestidad. En
un sistema donde se ha vuelto tradición el fraude, los mecanismos de control
están muy convenientemente entrabados para impedir que los fulanos sean
detectados.
Pero,
allá, ante el Altísimo Tribunal, donde la visión es “radioscópica” toda
truculencia es inútil, y los tramposos no tienen chance. Antes de antes, ¡ya
están detectados!
La
propia corrupción de un sistema encubre a los pícaros. Y, los taimados, ya
saben dónde queda el talón de Aquiles, “aquí les” vengo a perpetrar una estafa
y ellos saben dónde están las cámaras y se ponen todo el tiempo de espaldas
para que no los detecten.
Pero
allá, a la Luz donde todo se revela, esos bribones están desarmados, inermes,
indefensos. ¿De verdad creen que podrán
estafar al propio Dios? Muchos canallas -que se han habituado a salirse con la
suya- creen que sí aquí no los han cogido nunca, allá continuarán su racha de
intocabilidad.
¿Saben
ustedes qué es lo que Dios nos ha revelado cuando nos ha mostrado cómo es Su
Justicia Eterna? Aun cuando sólo sea una figura metafórica para insinuar que
pasará con los maliciosos consuetudinarios, les podemos augurar que: “Allá está
dispuesto un horno a gas, y el gas será inagotable, además para el Cielo, la
tarifa del gas será ¡Gratuita! ¡No se apagará jamás! Y, de verdad, no es por
asustarlos, que uno no llega al Cielo por temor sino por Amor.
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