martes, 14 de noviembre de 2023

Martes de la Trigésimo Segunda Semana del Tiempo Ordinario

 


Sab 2,23 - 3,9

«Toda lágrima será enjugada, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado. Entonces dijo el que está sentado en el trono: “Mira que hago un mundo nuevo.” Y añadió: “Escribe: Estas son palabras ciertas y verdaderas”.»

Ap 21, 4-5

 

Ayer dijimos que este Libro fue escrito en griego, y eso nos obliga a dar un vistazo al canon, y decir que no está en el canon hebraico, o sea que no tiene lugar en la Tanaj, es un deutero canónico que aparece en la Biblia de los setenta. Está presentado como si fuera una obra escrita por Salomón, el hijo de David: Se trata de una seudoepigrafía.

 

La perícopa de hoy -en clave de esperanza- nos confronta con la muerte y la inmortalidad; pero, ciertamente que no se trata de un recurso al “contentillo”, sino que vamos a mirar el Rostro del Amor-y-la-Justicia Divina, trasparentado en la Sabiduría. Establece un teorema base: Dios ha Creado al ser humano, no para que se pudra, sino, según su Imagen y Semejanza: Eterno. Se sienta así, uno de los fundamentos de nuestra fe: toda antropología tiene que remitirse a esta base.

 

Entonces, solemos preguntarnos con desconcierto: ¿cómo es que la muerte entró en nuestra historia? Es -un artículo de tipo “importación”- el Malo lo trajo a nuestra realidad para socavarnos; bien es cierto que no habría podido ingresarla si hubiésemos mantenido los “reglamentos aduaneros” tal y como nos fueron originariamente dados. El “pecado” fue la franquicia que abrió el boquete por dónde meter el “contrabando”. El contrabandista resulto ser un “mentiroso” y “asesino”. La muerte -en su forma más letal, consiste en el alejamiento de Dios, cuando la esencia de nuestra existencia es alienada de la Presencia de su Padre: alienación eterna que hemos identificado con el concepto de “perdición”.

 


La perspectiva de la desesperanza la llamamos “ruina”. Lo que viene a revelarnos la fe es que ese, no es para nada el destino de los “justos”, porque ellos están en paz. Los que han vivido y han sido coherentes en la fidelidad, los que se llaman aquí, también, “devotos”, permanecen en la gracia, la Misericordia y la protección que Dios tiene reservada a sus “elegidos”.

 

Estos “elegidos” han sido probados “como el oro” en el crisol, y su prueba ha sido recibida con el Divino Beneplácito como “sacrificio de holocausto”.

 

Se insinúa en esta perícopa, el concepto de purgatorio, cuando se habla de que pueden llegar a merecer “pequeños castigos”, sin que eso les retire la culminación resplandeciente de los “grandes bienes”.

 

Sal 34(33), 2-3. 16-17. 18-19

Salmo de Acción de Gracias. ¿Acción de Gracias, por qué? Porque el Señor no se queda impávido e indiferente ante las acciones del Maligno que se conjuntan en las acciones puntuales de cada impío; por el contrario, Él va sembrando los gérmenes de la Justicia y va cobrando cuotas anticipadas a los edificadores de las ciudadelas de la maldad. Es un salmo alefático porque todos -da principio a fin están invitados a dar Gracias. Pero como en la parábola, los invitados originales estaban muy comprometidos y atareados con la mar de afanes. Entonces, el Señor manda al criado ir a los cruces de los caminos e invitar a los “pobres”, a los “Anawin”.

 

Ya se puede detectar -sin incurrir en ingenuidades inmediatistas- que su destino no será otro que ser borrados de la memoria, hasta llegar al limite que ya no se acordará nadie de ellos. Por el contrario, el señor está pendiente de sus “justos” y registra atentamente el oprobio que se les causa, ni una tilde de esos atropellos quedara impune, porque el señor trenzará un latico de cuerdas anudadas y les volcará las mesas, y les echara por tierra las monedas de infamia.

 

Dios llora, Él no es un cínico, ni un indiferente, ni un justiciero rencoroso; Él es un Ser de corazón Tierno y Misericordioso que se compadece de los indefensos y escucha con los Oídos de Su Corazón, el grito de los desamparados.

 

¿De quiénes está cerca el Señor? ¡de los abatidos! ¿A quiénes salva? ¡A los atribulados!

 

La acción de Gracias lógica: Bendecir al Señor en todo momento.

 

Lc 17, 7-10



Confesamos el gigantesco impacto que ha tenido en nuestra existencia esta sentencia cristiana: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Ha marcado clarificadoramente nuestras acciones en la historia personal, a las cuales -a veces- otorgamos enorme importancia y llegamos a sobrevalorar, concediendo a nuestros muy modestos esfuerzos una resonancia que nunca llegarán a tener. Consideramos que la estadía del ser humano en la tierra está rodeada de un valor de “responsabilidad” y “coherencia”, y siempre pensamos que venimos a entrenar los valores sinodales para compartir la vida en la “sinodalidad eterna”. Pero, quizás se nos ha ido la mano, confiando en que lo poco que alcanzamos a cumplir, podría llevar a “resultados” más permanentes y de más profundo cambio. Hay que ajustar la perspectiva y reconocer nuestros alcances, inclusive asimilar de manera positiva el fracaso de las iniciativas bien intencionadas que, sin embargo, no tienen ni éxito, ni resonancia. Por el contrario, muchas de ellas sólo alcanzan el rechazo y la incomprensión.

 

Hay una palabra muy interesante e importante:  ἀχρεῖος [ajkrios] que traducimos como “inútiles” pero que más exactamente significan que “no producen ganancias”, que “no crean productos”, que “su labor no redunda en utilidades”, son siervos que están ahí, sin participar de la labor lucrativa, se podría pensar de ellos que son mano de obra excedente, digamos para hacer más claro el concepto, como contratar veinte operarios, allí donde con 5 se podría realizar lo necesario. Más que “inútiles” son como “sobrantes”, “redundantes”, “excesivos”. Uno se preguntaría: ¿entonces, para que los contrataron? Puede haber diversas respuestas: a) quizás el “patrón esperaba producir muchas más mercancías de los que su materia prima le permitió y la avidez del “mercado” demandaba; b) quizás, el “amo” temió que al acudir al mercado laboral no hubiera ya “mano de obra disponible” y los contrato antes de que llegara la racha de escasez; c) también es posible que fuera por motivos de “vanidad” por parte del “amo” quien presumiría por el número de siervos bajo su mando.

 


La misma perícopa nos da las señales de las ocupaciones que estos “criados” deben asumir:

      i.        Labrar

     ii.        Pastorear

    iii.        Servir al “amo” en la Mesa.

 

¿A quiénes y qué responsabilidades personifican en este cuadro parabólico los criados y sus ocupaciones? Labrar es la misión evangelizadora; pastorear se refiere al encargo pastoral de la grey y, el servicio de la Mesa, es la responsabilidad litúrgica y la diaconía. Son Misiones encargadas a los que han consagrado su vida al servicio del Señor, a los presbíteros y particularmente a los Obispos. Lo que se explica y se entiende porque en esta perícopa (Lc 17, 1-10), Jesús les está hablando a sus discípulos.

 

Es una misión amplísima que requerirá muchísimos “operarios” y que no dan abasto para cubrirla a cabalidad aun cuando sean muchos: Se valida la petición dirigida a los Cielos -y en particular al Padre Celestial- para que envíe numerosos obreros a su mies. Hoy día, tendríamos que centuplicar nuestros ruegos.

 

El cumplimiento de la Misión, trae consigo aparejadas condiciones de amor a sí mismos, amor al prójimo y amor a Dios, al sinfonizar en simultáneos arpegios se obtiene la Sinfonía Celestial que nombramos ¡Cielo!

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