Sab
2,23 - 3,9
«Toda lágrima será
enjugada, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el
mundo viejo ha pasado. Entonces dijo el que está sentado en el trono: “Mira que
hago un mundo nuevo.” Y añadió: “Escribe: Estas son palabras ciertas y
verdaderas”.»
Ap 21, 4-5
Ayer
dijimos que este Libro fue escrito en griego, y eso nos obliga a dar un vistazo
al canon, y decir que no está en el canon hebraico, o sea que no tiene lugar en
la Tanaj, es un deutero canónico que aparece en la Biblia de los setenta. Está
presentado como si fuera una obra escrita por Salomón, el hijo de David: Se
trata de una seudoepigrafía.
La
perícopa de hoy -en clave de esperanza- nos confronta con la muerte y la
inmortalidad; pero, ciertamente que no se trata de un recurso al “contentillo”,
sino que vamos a mirar el Rostro del Amor-y-la-Justicia Divina, trasparentado
en la Sabiduría. Establece un teorema base: Dios ha Creado al ser humano, no
para que se pudra, sino, según su Imagen y Semejanza: Eterno. Se sienta así,
uno de los fundamentos de nuestra fe: toda antropología tiene que remitirse a
esta base.
Entonces,
solemos preguntarnos con desconcierto: ¿cómo es que la muerte entró en nuestra
historia? Es -un artículo de tipo “importación”- el Malo lo trajo a nuestra
realidad para socavarnos; bien es cierto que no habría podido ingresarla si
hubiésemos mantenido los “reglamentos aduaneros” tal y como nos fueron
originariamente dados. El “pecado” fue la franquicia que abrió el boquete por
dónde meter el “contrabando”. El contrabandista resulto ser un “mentiroso” y
“asesino”. La muerte -en su forma más letal, consiste en el alejamiento de
Dios, cuando la esencia de nuestra existencia es alienada de la Presencia de su
Padre: alienación eterna que hemos identificado con el concepto de “perdición”.
La
perspectiva de la desesperanza la llamamos “ruina”. Lo que viene a revelarnos
la fe es que ese, no es para nada el destino de los “justos”, porque ellos
están en paz. Los que han vivido y han sido coherentes en la fidelidad, los que
se llaman aquí, también, “devotos”, permanecen en la gracia, la Misericordia y
la protección que Dios tiene reservada a sus “elegidos”.
Estos
“elegidos” han sido probados “como el oro” en el crisol, y su prueba ha sido
recibida con el Divino Beneplácito como “sacrificio de holocausto”.
Se
insinúa en esta perícopa, el concepto de purgatorio, cuando se habla de que
pueden llegar a merecer “pequeños castigos”, sin que eso les retire la
culminación resplandeciente de los “grandes bienes”.
Sal
34(33), 2-3. 16-17. 18-19
Salmo
de Acción de Gracias. ¿Acción de Gracias, por qué? Porque el Señor no se queda
impávido e indiferente ante las acciones del Maligno que se conjuntan en las
acciones puntuales de cada impío; por el contrario, Él va sembrando los
gérmenes de la Justicia y va cobrando cuotas anticipadas a los edificadores de
las ciudadelas de la maldad. Es un salmo alefático porque todos -da principio a
fin están invitados a dar Gracias. Pero como en la parábola, los invitados
originales estaban muy comprometidos y atareados con la mar de afanes.
Entonces, el Señor manda al criado ir a los cruces de los caminos e invitar a
los “pobres”, a los “Anawin”.
Ya
se puede detectar -sin incurrir en ingenuidades inmediatistas- que su destino
no será otro que ser borrados de la memoria, hasta llegar al limite que ya no
se acordará nadie de ellos. Por el contrario, el señor está pendiente de sus
“justos” y registra atentamente el oprobio que se les causa, ni una tilde de
esos atropellos quedara impune, porque el señor trenzará un latico de cuerdas
anudadas y les volcará las mesas, y les echara por tierra las monedas de
infamia.
Dios
llora, Él no es un cínico, ni un indiferente, ni un justiciero rencoroso; Él es
un Ser de corazón Tierno y Misericordioso que se compadece de los indefensos y
escucha con los Oídos de Su Corazón, el grito de los desamparados.
¿De
quiénes está cerca el Señor? ¡de los abatidos! ¿A quiénes salva? ¡A los
atribulados!
La
acción de Gracias lógica: Bendecir al Señor en todo momento.
Lc
17, 7-10
Confesamos
el gigantesco impacto que ha tenido en nuestra existencia esta sentencia
cristiana: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Ha
marcado clarificadoramente nuestras acciones en la historia personal, a las
cuales -a veces- otorgamos enorme importancia y llegamos a sobrevalorar,
concediendo a nuestros muy modestos esfuerzos una resonancia que nunca llegarán
a tener. Consideramos que la estadía del ser humano en la tierra está rodeada
de un valor de “responsabilidad” y “coherencia”, y siempre pensamos que venimos
a entrenar los valores sinodales para compartir la vida en la “sinodalidad
eterna”. Pero, quizás se nos ha ido la mano, confiando en que lo poco que
alcanzamos a cumplir, podría llevar a “resultados” más permanentes y de más
profundo cambio. Hay que ajustar la perspectiva y reconocer nuestros alcances,
inclusive asimilar de manera positiva el fracaso de las iniciativas bien
intencionadas que, sin embargo, no tienen ni éxito, ni resonancia. Por el
contrario, muchas de ellas sólo alcanzan el rechazo y la incomprensión.
Hay
una palabra muy interesante e importante:
ἀχρεῖος [ajkrios] que
traducimos como “inútiles” pero que más exactamente significan que “no producen
ganancias”, que “no crean productos”, que “su labor no redunda en utilidades”,
son siervos que están ahí, sin participar de la labor lucrativa, se podría pensar
de ellos que son mano de obra excedente, digamos para hacer más claro el
concepto, como contratar veinte operarios, allí donde con 5 se podría realizar
lo necesario. Más que “inútiles” son como “sobrantes”, “redundantes”,
“excesivos”. Uno se preguntaría: ¿entonces, para que los contrataron? Puede
haber diversas respuestas: a) quizás el “patrón esperaba producir muchas más
mercancías de los que su materia prima le permitió y la avidez del “mercado”
demandaba; b) quizás, el “amo” temió que al acudir al mercado laboral no
hubiera ya “mano de obra disponible” y los contrato antes de que llegara la racha
de escasez; c) también es posible que fuera por motivos de “vanidad” por parte
del “amo” quien presumiría por el número de siervos bajo su mando.
La
misma perícopa nos da las señales de las ocupaciones que estos “criados” deben
asumir:
i.
Labrar
ii.
Pastorear
iii.
Servir al “amo” en la Mesa.
¿A
quiénes y qué responsabilidades personifican en este cuadro parabólico los
criados y sus ocupaciones? Labrar es la misión evangelizadora; pastorear se
refiere al encargo pastoral de la grey y, el servicio de la Mesa, es la
responsabilidad litúrgica y la diaconía. Son Misiones encargadas a los que han
consagrado su vida al servicio del Señor, a los presbíteros y particularmente a
los Obispos. Lo que se explica y se entiende porque en esta perícopa (Lc 17,
1-10), Jesús les está hablando a sus discípulos.
Es
una misión amplísima que requerirá muchísimos “operarios” y que no dan abasto
para cubrirla a cabalidad aun cuando sean muchos: Se valida la petición
dirigida a los Cielos -y en particular al Padre Celestial- para que envíe
numerosos obreros a su mies. Hoy día, tendríamos que centuplicar nuestros
ruegos.
El
cumplimiento de la Misión, trae consigo aparejadas condiciones de amor a sí
mismos, amor al prójimo y amor a Dios, al sinfonizar en simultáneos arpegios se
obtiene la Sinfonía Celestial que nombramos ¡Cielo!
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