2Mac 6, 18-31
Es
muy importante recordar que la palabra “martirio” tiene su origen en la palabra
griega que significa “testimonio”. Hoy abordamos la historia de Eleazar (nombre
que significa “Dios es mi ayuda”).
Ya
hemos visto que Antíoco Epífanes les impuso el paganismo, como religión
obligatoria a los judíos. Profanó el Templo poniendo en el Altar una estatua de
Zeus, y los puso a quemar incienso en las puertas de sus casas rindiendo culto
a estos ídolos de su cultura. En el colmo del atropello, para reforzar la
apostasía de su fe, los obligaba a comer alimentos impuros, y la perícopa de
hoy, nos cuenta como le abrían la boca a la fuerza para que Eleazar -un
principal maestro de la Ley- comiera de aquellos alimentos, en particular, carne
de cerdo.
Escupió
aquellos alimentos y se mantuvo firme -a pesar de las amenazas de muerte que le
hacía por no dar su brazo a torcer en este asunto. Los amigos y judíos que
habían cohonestado con esta profanación, le decían que simulara -comiendo
comida Kosher- que estaba comiendo el bocado de cerdo que le exigían, pero Él
esgrimió varios puntos:
a) Ya era muy mayor,
así que de hacer aquellos solo aumentaría un breve tiempo su vida.
b) Él quería que su
conciencia ante Dios -a Quien no se puede engañar- se mantuviera firme en la
fidelidad para presentarse incólume ante el Señor.
c) Qué pésimo ejemplo
sería para su pueblo -y en especial para la juventud- que él pretendiera estar
cediendo por debilidad a la apostasía.
d) La edad que él
tenía no era momento para andarse con engaños.
Así
fue como él asumió su “testimonio”, coherente hasta el último minuto, muy a
pesar de la violencia con la que se cebaron sobre él: queriendo -ya que no
había cedido “por las buenas”- convencerlo con el atropello, el ultraje, la
flagelación.
La
herencia de Eleazar, concluye diciendo la perícopa de hoy, fue de heroísmo y
virtud y no sólo para la juventud sino para todo el pueblo de Dios.
Sal
3, 2-3. 4-5. 6-8a
Este
Salmo es un oráculo aplicable a todos los que han llegado como victimas al
Martirio. Ya hemos dicho que el nombre Eleazar significa “Dios es mi ayuda”,
pues los enemigos -en este caso personificados en el Imperio Griego de los Seleucidas-,
lo que querían era reducirlo por la fuerza y probar que no había nadie ayudándolo.
En
la primera estrofa dice, precisamente, que ellos lo que gritan es que “Ya no lo
protege Dios”, muchos se alzaron en su contra y como una jauría trataron de
hacerlo flaquear, pero el Señor lo sostuvo con firmeza y decisión.
Una
cosa tienen, muy clara, los Mártires: Dios no abandona, es comparable a la
Muralla más sólida, es un Alcázar firme, y un Escudo invulnerable. Está en la
Altura del Monte Santo, pero ha establecido una resonancia que le permite oír
muy nítidamente las voces de los que clamamos a Él.
Puede
que una multitud conspire en contra nuestra, no nos acobardan, sabemos que Dios
se encarga de salvarnos. ¡Él nos sostiene!
Lc
19, 1-10
Al
entrar por el noreste en Jericó rumbo a Jerusalén, Jesús sanó un ciego, como
vimos ayer. Ahora, encuentra en su camino a uno de los Jefes de los Publicanos,
como lo comentamos anteriormente, los cobradores de impuestos conformaban una
jerarquía, estaban los que habían negociado con Roma el ejercicio del recaudo y
un combo de mandos medios y de cobradores en las pequeñas localidades, que
ponían su banco en la calle y se exponían al sol, al viento y al frio y
atendían personal y directamente el recaudo. Este Zaqueo era un jefe de publicanos
y “rico”.
La
manera de relatar del Evangelio, no entra en sicologismos, no suele -muy rara
vez lo hace- contarnos los diálogos interiores que cada personaje sostiene
consigo mismo, y que es un mecanismo literario muy corriente en nuestros días,
para dejarnos saber -a los lectores- las razones, los móviles, las
motivaciones, a veces muy secretas del personaje. Aquí no sabemos qué movía a
Zaqueo para querer ver a Jesús, a tal punto que no temía hacer el ridículo y treparse
al sicomoro.
Es
interesante que, según el pensamiento egipcio, el sicomoro era el árbol que
daba alimento a los “muertos”. Zaqueo -por su condición de “publicano”- era un
zombi, estaba muerto en vida. Como si subirse al sicomoro revelara el hambre
que poseía aquel cuerpo: hambre de vida, y no de cualquier vida, hambre de vida
Eterna.
Que
Zaqueo estuviera allí, encaramado, era un signo que para Jesús no pasó
desapercibido. Lo llama y se hace el invitado a su casa, Al hambre, al apetito
de Zaqueo, Jesús la atiende y hace poner la mesa en la propia casa del
hambriento: esta es la acogida de Jesús, a Él no hay que ir, Él viene a
nosotros, con sólo hacer un gesto de anhelo, Él responde con plena acogida, con
total hospitalidad, y viene a “habitar con nosotros”, no le dice que va a
visitarlo, a pasar un rato con él, dice que se va a δεῖ με μεῖναι [dei
me meivai] “quedar en tu casa”. δεῖ [dei]
“conviene”, “es lo preciso”, “es lo indicado”, “es lo mandado”.
¿Qué
nos enseña Jesús? Nuevamente ratifica e insiste en no desdeñar a nadie, en no
apartar a algunos como leprosos, como indignos, en no considerar co-religionarios
sino a los judíos, a unos sí y a otros -no que pena- definitivamente no; para
Jesús nadie está definitivamente perdido, todos y en cualquier momento, pueden
solicitar el ingreso a la Comunidad de los Salvados, porque a eso -precisamente-
fue a lo que vino Jesús.
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