2Mac
7,1-20-31
Otra
vez el déspota se expande en crueldad con tal de imponer su dominio sobre las
conciencias, para ese tirano se trata de profanar el santuario más sagrado del
ser humano -no importa las razones políticas que esgrima, aquí los que se
descubre es la arrogancia del que se atreve a invadir el territorio más sagrado,
allí donde sólo Dios puede pisar se desvela que este autócrata lo que quiere es
elevarse a la dignidad Divina- hasta allá quiere alcanzar su usurpación. Las
armas que usa son de tortura: látigo y nervios, es decir, rejos hechos con los
nervios de las reses. No hay límite a su expolio, lo que importa es quebrantar,
invadir alma y pensamiento, profanar el Templo del Ser humano, el taladro se
clava en el consumo de “comidas impuras”.
La
comida kosher (que en yiddish significa “puro”), es una característica de la
alimentación judía en lo referente al consumo de alimentos de origen animal, es
un reglamento llamado kashrut, el que estipula y segrega lo que se puede
y lo que no se puede consumir porque conduce a la “impureza”. Sea el caso de
los rumiantes -para dar un ejemplo- que para ser comestibles deben tener la
pezuña partida.
Aquí
tenemos una madre y sus siete hijos que no dudan en entregarse al tormento, con
tal de preservar su fe y su coherencia de consciencia. La madre reconoce que
ella les prestó el vientre como primer alojamiento, pero fue la Maravilla del
Creador quien los formo, los configuró, tejió sus órganos y dispuso su ser-organismos
para llegar a ser humanos, así que -los anima a soportar, porque lo que Dios da
nadie lo puede quitar, si atentan contra su vida, el Señor los resucitará.
Ya,
llegado el más joven de ellos, Antíoco no sabía qué más ofrecerle; amistad,
honores, un puesto en el consejo, en el senado, una morcilla, un tamal y una
camiseta; dado que el joven no cedía, llamó a la mamá para que lo convenciera;
la madre, no obstante, le pone de presente la fidelidad debida a Dios y -en vez
de amilanarlo- le infundía la presencia de ánimo, a la manera de sus hermanos.
No
cejó para nada el joven, y proclamo su desobediencia al tal reyezuelo, verdugo
al servicio de su propia injusticia, propalando su sola obediencia a la Ley de
Dios que fue entregada a su pueblo por medio de Moisés.
No
murió sin advertir al tal Antíoco (nombre que significa, “caprichoso”, “terco”,
“cabezota”, etimológicamente significa “el que va en contra del defensor”); con
la que Dios le pagaría sus abusos e ignominias.
Sal
17(16), 5-6. 8y 15
Este
es un salmo de súplica que, a veces, es muy mal entendido si se le saca de contexto.
Una lectura descontextuada hace pensar en un corazón tirano, pero lo que se encuentra
en realidad es un llamado a la Justicia Divina, contra aquel que soporta las
imposiciones violentas de un opresor. La historia de la madre y los siete hijos
puede -perfectamente- servir de contexto a este salmo y hacer entendible sus
reclamos.
El
primer argumento defensivo del salmista en su invocación es poner de manifiesto
su honestidad ya que sus labios no profieren engaños.
Por
el sendero justo avanzó y no piso en zonas de perdición, infidelidad o desvío. Sabe
que Dios lo escucha, que Él nunca muestro oídos sordos y por eso, clama a Él.
Bajo
su manto de Protección él se refugia, se presenta ante Él y le ruega que sea su
Cuidador, su Defensa, la Muralla Infranqueable en torno suyo, dormirá sereno,
como un niño en los brazos de mamá, y al despertar, lo primero que va a contemplar,
será el Rostro de su Dios-Protector.
Todo
el salmo respira confianza, seguridad en el Señor: Que hermosos es despertarse
y darse cuenta que Quien veló nuestros sueños fue el propio YHWH. Abrir los
ojos y ver que el esplendor matutino no es otro que Papá-Dios.
Lc
19, 11-28
La
capa real suelo ser un Manto Purpura-encendida. Estamos ad portas de celebrar
la Realeza de Nuestro Señor Jesucristo, y quizás esperamos que suenen las trompetas
y que todas las bandas de guerra se hayan dado cita para acoger al Rey-de-reyes.
Vamos a descubrir, lejos, muy lejos de un manto de armiño y piel de ante de
lana escarlata, el rey lleva como capa una bayetilla, teñida con su Propia Sangre.
La
parábola nos habla de los que hace antes de partir, nos clarifica la memoria,
que no se va así no más, y dejarnos como desocupados hasta su vuelta; no es
así, tenemos un encargo Magnífico. Pero la parábola también pone en la mesa
nuestra visión ante su partida, algunos dicen (de dientes para afuera) que lo
aguardan impacientes, pero lo cierto es que, tras de Él, enviaron una embajada,
advirtiéndole que no volviera, que ellos no quieren que “llegue a reinar sobre
nosotros”. En realidad, de verdad, es lo que menos desean, y así lo han
manifestado durante toda su historia, hacen guerras -negocio muy especulativo
con pingües ganancias, siempre ha sido así, las guerras tiene la finalidad de enriquecerse-, matan gentes de hambre,
roban y asesinan para lucrarse, engañan y mienten disfrazados de ovejas y
mansos corderos, les quitan a otros la tierras que ellos con fatigas sin nombre
han hecho fértiles y que desde siempre les han pertenecido a ellos y a sus
ancestros, hacen propaganda de las riquezas de cierta zona geográfica, para
conseguir fuerzas coligadas y lanzarse a su conquista solapada que ellos saben
que no los podrán detener, y que si chillan mucho, ya probaran de su látigo y
sus rejos hechos de nervios. Cuando dicen que podemos enorgullecernos de
nuestra riqueza, sabemos que debemos más bien llorar ante la pronta llegada del
expoliador, por donde ha pasado su imperio sólo ha quedado aridez y ruina.
La
parábola nos enseña que el Señor llegará y nos pedirá cuentas: Ya sabemos que
al que más se le dio más se le exigirá: Muchos de estos que han recibido
abundantes dones, los han malbaratado, no tiene nada con qué responderle al
Señor; aunque ellos pretextan la falsa imagen que se había fraguado de Dios,
como disculpa de su ignominia, los dejará mirándose las manos absolutamente
vacías.
Es
muy lógico, a los que tengan obras de caridad llenándoles las manos, el Señor
les dará muchísimo más, y los pondrá al frente del Reino por ser grandes administradores;
a quienes lo reciban con las manos carentes de bondad, de fraternidad, de
projimidad, a esos se les quitará hasta
el último céntimo y probaran en carne propia las penurias que los heridos al borde
del camino sufrieron agonizando sin una mano que suavizará su desangramiento -con
vino y aceite- y sin el auxilio de alguien que se habría bajado de su
cabalgadura y lo habría llevado al “hospital de campaña” más próximo. Esos recibirán
como premio, lo que aquí se designa con una palabra metafórica: “el degüello”
de su vergüenza, ante los Ojos de Dios-Justicia: Nuestro Rey, cuyo reinado
Justamente ha recibido pues lo dio todo por nosotros y nos hizo Justicia con exceso.
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