Jds 17, 20b-25
Es inevitable que se presenten “falsos
maestros”, los falsos maestros surgen del afán de acomodar las "Enseñazas” de
manera tal que, se ablande su exigencia para convertir las enseñanzas en un menjurje
tan flexible que les permita “manipular la doctrina”. Pero no se vaya a pensar
que este ablandamiento se produce siempre por la vía de hacer más llevadera la “ley”
y darle cabida al pecado. En tantísimas situaciones, por el contario, la deformación
se produce con un mensaje “recrudecido y encarnizado” que tiene dos
consecuencias tan negativas como la de los que las suavizan:
a) Dividen a la comunidad entre los “puros”, los “ortodoxos”
y del otro lado, los “laxos”, los heterodoxos. Esta ruta herética se tiñe con los
ropajes de “rigurosidad”.
b) La ponen tan difícil que ahuyentan a la “gente”,
que no logran soportar “cargas tan pesadas” que prefieren quedarse por fuera
ante la dureza de las exigencias. Los fieles tienen que ser más que santos y mejores
que los “ángeles”.
Otra corriente, de tinte demagógico, procura
poner las cosas tan fáciles, que todo el mundo cabe y el pecado se diluye en
una exigencia rala y débil, que no obliga a nada y da pábulo al “según lo
quiera entender y como le acomode aplicar”.
Uno podría, ingenuamente, creer que se trata
de buscar el sano punto medio. Lo que conduce a un eclecticismo de “la línea media”.
Lo cual, tampoco es así.
Nunca estaremos por fuera de la Voz de la
Consciencia y no nos podremos aperezar en el lema “que lo piensen ellos por mí”.
Siempre estaremos obligados a repensar nuestras conductas y a juzgar -eso sí,
avalados por la Palabra de Dios- cuál es
el Camino Evangélico, el que nos legó Jesús, el que nos ha comunicado Dios.
Para nuestra fortuna, Jesús también nos legó la Iglesia, a la que le comunicó
la responsabilidad del pastoreo de la grey. Esta trasmisión del Encargo está
dictada en la triple pregunta a San Pedro sobre la profundidad de su Amor: y el
dictum: “Pastorea mis ovejas”. (Cfr. Jn 21, 15- 17)
Sin embargo, a los que se desvíen, no se
les puede abandonar, así como así, a su suerte: ¡Son nuestros hermanos y hay que
procurar rescatarlos!
Judas no da un método único: Traza una línea
de diferenciación, porque están los que:
a)
Mantienen cierta
apertura y capacidad de discernimientos, a esos hay que mostrarles compasión, arrancándolos
de sus garras.
b)
Por otra parte,
están los que se empecinan y no admiten “dialogo”, a ellos hay que mostrarles
la misma compasión, pero en este caso, reconociendo que de ellos no se puede
rescatar, ni el sombrero, porque hasta el sombrero queda corrompido por su
obstinación.
Con profundo gozo, hay que presentar ante
el Cielo, a los que se dejan auxiliar y están dispuestos a escuchar la
corrección. Aquí se inserta -a manera de doxología- un hermoso reconocimiento
de la Majestad de Jesucristo: “Dios Único, nuestro Salvador, a Él la Gloria y
Majestad, el Poder y la Soberanía desde siempre, ahora y por los siglos de los
siglos. Amén”.
Y con esta doxa, concluye la Carta.
Sal 63(62), 2. 3-4. 5-6
Este es un salmo del Huésped de Yahvé. Alojarse
en Casa del Señor es comparado a un gran Banquete; a una Canción llena de
alegría; a un Pajarillo en un “cerezo” que, en su dicha de hallar el árbol
frutecido, no cesa de piar. Con una Esposa en brazos de su Esposo. Felicidad porque
la conquista amorosa no fue fácil pero ahora la seducción es plenitud de
sincero amor. Y, como cima de las comparaciones, con el Triunfo de Dios en la
Historia: La economía Salvífica será un Presea consumada.
Hacia el final, en las dos últimas estrofas
(vv. 9-11), ya no está ese lenguaje de tuteo, de cercana amistad, palabras dichas
en la confianza del romance. Se pasa a dirigirse a los que envidian y se han
dado a la tarea de malograr el romance de Dios-con-el-Pueblo Elegido.
Como se evidencia, la perícopa que se
proclama, proviene de la parte en que el Huésped de Yahvé se deleita en su estancia
en las Moradas del Señor.
Se siente bienaventurado y madruga para
deleitarse. Él esta hambriento y sediento del Infinito Amor. Como la tierra
cuando ha atravesado una larga temporada de sequía.
Al Mirar sostenidamente al Señor se ve su
Gracia, su Fuerza, su Gloria. Todo ello -holgadamente- más valioso que la vida
misma.
Esa consciencia de romance con la
Divinidad lo conduce a una enorme gratitud que no desfallecerá nunca: Su vida
toda estará dedicada a exaltar los manjares exquisitos que allí degusta y su
boca -la misma que prueba los Manjares- se deshace en loas y alabanzas jubilosas.
La antífona afirma la Sed que tiene el
alma del orante respecto de Dios. Como un caminante, que camina por el Desierto, necesita del agua, el orante requiere beber del Cántaro de la Vida Eterna.
Mc 11, 27-33
Entramos en la última etapa de la vida de
Jesús, Jesús con sus discípulos han regresado a Jerusalén, podemos respirar la
atmosfera de rechazo, y la creciente y venenosa hostilidad que se respira. Jesús
se pasea por el Atrio del templo y los sumos sacerdotes, los escribas y los
ancianos, le preguntan de dónde proviene la “autoridad” con la que actúa.
Jesús ya está ampliamente familiarizado
con estas emboscadas verbales y establece las normas de un pacto: Él contestará
si, y sólo sí ellos primero responden a una sola pregunta: En resumidas
cuentas, confiesen por qué mataron a Juan el Bautista: La manera de
preguntarles se refiere a la teología de la práctica bautismal que desarrollaba
Juan: ¿El bautismo de Juan era de YHWH, o era sólo una cuestión de carácter meramente
“humano”?
De inmediato ellos caen en la cuenta que
es un dilema sin salida:
Si dicen que era del cielo, sacarán la
peor nota, ¡perderán fatalmente el año!
Pero no podían decir que era puramente humano,
pues todos veían en San Juan el Bautista, un Emisario Divino.
¿Qué podían hacer? Como buenos tramposos,
desistir, le contestaron: “No lo sabemos”.
El asunto está en que reconocer su
ignorancia desenmascaraba la falsa autoridad sobre la que ellos sustentaban su “magisterio”.
Si no sabían algo tan sencillo, como sería todo el resto de su discurso. Que
endebles bases tendría todo cuanto ellos afirmaban.
Siempre, a lo largo del Evangelio, está
en juego la ἐξουσίᾳ [exousia] “autoridad”, “poder que se ha otorgado,
que se ha recibido” de Jesús, porque sus “hechos” no dejaban lugar a duda que
se apoyaba en Dios.
Él tampoco les responde nada, porque ellos habían quedado acorralados en una trampa del mismo talante de la que procuraban tenderle a Jesús. Aquí hay además una consciencia de parte de la “gente”, que reconoce -plenamente convencida- que la Jurisdicción de Jesús ha sido directamente delegada por Dios. La Comunidad se pone de la parte de Jesús, y de Juan el Bautista, y ven en ellos los representantes plenipotenciarios de la Divinidad. Poniendo en cambio entre paréntesis la tan cascabeleada "autoridad de los gobernantes judíos, civiles y religiosos.
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