1R 19, 19-21
Nunca descuidemos que los Libros de reyes
son dos porque, un solo rollo era demasiado voluminoso, y como solución práctica
fue dividido en dos. La semana entrante, seguiremos lunes y martes viendo
todavía un tema del Primer Libro de los reyes, antes de pasar al segundo Libro
de Reyes y adentrarnos en el ciclo de Eliseo. Sin embargo, ya hoy, hacemos el
primer acercamiento a este profeta heredero, que recibirá el encargo de cumplir
la comisión que fuera entregada a Elías. Se nos presenta esta perícopa anclada
en este sitio, como abrebocas y preludio de אֱלִישַׁע [elisha] “Eliseo” “Dios es la salvación”. No pasemos de
largo sin recordar que אֵלִיָּהו [eliyyahu] significa “Mi
Dios es Yahvé”. Se tendría que decir que Elías concluye su labor con la orden
de la triple “unción” que YHWH la da, en la cueva del Hored: A Jazael como rey
de Siria, a Jehú como regente de Israel, y a Eliseo como reemplazo de él mismo.
Hoy encontramos una especie de trasmisión
de mando con el signo del אַדָּ֫רֶת [edereth] “Manto”. Se trata de un relato vocacional. Eliseo (hijo
de Shafat) era de origen agrícola, esto es lo primero que se nos informa, que
estaba arando cuando Elías los vio al pasar por allí. El detalle de los doce
arados que trabajaban el campo, se podría descifrar como representación de las
doce tribus, y su paulatina trasformación de pastores en cultivadores.
Estas vocaciones son muy representativas,
porque -en términos generales- el vocacionado abandona lo que hacía y pasa a
asumir la misión que se le delega.
Tan solo pide permiso para despedirse de
sus padres antes de dedicarse a seguirlo: autorización que le es concedida con
el argumento de no haberse firmado ningún contrato comprometedor, menos aún, esclavizante.
A este relevo de Elías por Eliseo, sucede
otro salto-ruptura histórica: los profetas dejan de ser agentes cortesanos de
asesoría real y Eliseo será un profeta “popular”, en el sentido de frecuentar
al pueblo y no a la corte. Dígase, sin embargo, que este giro empieza con
Elías, que nunca pisa la corte y, solamente dos veces comparese ante el rey, la
primera por orden de Dios y la segunda para anunciarle la muerte.
Eliseo tiene un gesto muy diciente para
nosotros y muy educativo para nuestras vidas, es el de romper totalmente con su
anclaje al pasado. Rompe los arados y las yuntas, mata los bueyes y las asa con
la madera obtenida previamente; quizás como un anuncio de su relación con los
sectores populares, reparte el asado con el עָם
[am] “pueblo”, “colaboradores”, “los de la tribu” para que ellos se
la comieran.
Rompió con todos sus “apegos”, sus “propiedades”,
como se dice, “quemó las naves”.
Sal 16(15), 1b-2a. y 5. 7-8. 9-10
Repetiremos lo dicho el miércoles pasado
cuando tuvimos por perícopa este mismo salmo, aun cuando con algunos versículos
diferentes:
Allí, dónde el paganismo ha aparecido, y
donde los “falsos profetas” campean, el “fiel” siempre verá con asombro al
paganismo floreciendo y todos se afanen vinculándose a las sectas de la perdición.
Es, precisamente allí, que el materialismo campea, y las supercherías abundan;
es allí, exactamente, donde los vendedores de talismanes y pócimas cuelgan sus
tenderetes, y magos y adivinos levantan sus altares de idolatría.
Sin embargo, la fuerza de la fidelidad
sostiene al creyente ante tanta depravación y desvío, su fe permanece incólume
y el Señor le presta amparo, sosteniendo su confianza en el Señor.
Sabemos que, de todas las tribus, la de
Leví quedó sin asignación de tierras, para que ellos se consagraran al culto,
asignando al resto de la Comunidad Israelí a ver por su sostenimiento, para que
aquellos quedaran reservados y entregados a las actividades cultuales. Para ellos
su heredad era su vida de oración y de intercesión por su pueblo, la atención
al culto y el cuidado del templo.
Este es, pues, un salmo del huésped de
YHWH. Los Jassidim “enamorados” de Dios, rechazaban y huían de las “libaciones
sangrientas”. Sus labios no se manchaban pronunciando el nombre de los ídolos,
conscientes, como eran, de que nombrarlos, era ya invocarlos.
Sus labios vivían ocupados pronunciando
bendiciones para el Señor. Y ponían toda su existencia en las Manos de Dios.
Lo que vamos a decir, remitiéndonos a la perícopa
evangélica que examinaremos a continuación, es que no tenemos nada,
absolutamente nada que nos pertenezca, pero podemos pasar a ser dueños de
nuestra verdad, la que siempre deberían proferir nuestros labios. Cuando nuestra
boca así proceda, nos haremos acreedores a nuestra herencia de justica y
santidad que es la parcela que Dios nos entregará en legítima sucesión.
Que detalles componen esa herencia, desglosémoslos:
a)
Corazón alegre
b)
Gozo entrañable
c)
Reposo descansado de
cuerpo y dulce solaz
d)
Abundante esperanza
bien fundada
e)
Garantía de no ser
abandonado en la muerte
f)
Defensa de llegar a
la putrefacción
g)
Valga decir, Vida
eterna.
Mt 5, 33-37
Primero se tocó el tema del mandamiento
de “No matar”, luego, aquel de “no cometerás adulterio”. Hoy vamos a fijarnos
atentamente en las observaciones que nos hace Jesús respecto del Segundo Mandamiento
del Decálogo: “No jurar en falso” y su derivado “Cumplirás tus juramentos al
Señor”.
En Números 30, 3 Moisés dice: «Esto es lo
que ha ordenado Yavé: Si un hombre hace un voto a Yavé o se compromete con
juramento, no faltará a su palabra, sino que cumplirá todo lo que ha prometido”.
Lo que Jesús nos está enseñando en su Sermón del Monte” es cómo llevar la ley a
su plenitud: Hoy lleva el segundo mandamiento a su expansión global: “¡No juren
en absoluto! Es tan evidente que no podemos garantizar absolutamente nada,
porque no somos dueños del tiempo, no podemos controlar la duración de la vida,
y a veces, más nos vale reconocer la fragilidad de nuestras percepciones que
pueden llegar inclusive a sesgarse -inocentemente- por los caprichos de nuestra
afectividad y de nuestra subjetividad. A veces, sólo vemos lo que queremos ver.
Detrás de todo juramente está la arrogante presunción de ser dueños de la
verdad, lo que equivale a divinizarse.
Ahora bien, ¿Qué podemos poner como aval
de nuestros juramentos? ¿el cielo?, ¿la tierra? ¿la Ciudad Santa? Qué son las
cosas que menos nos pertenecen, estamos poniendo como prenda de nuestro
juramento aquello que sólo le pertenece a Dios.
¿Por mi propia cabeza? Creerse duelo de
la vida, la propia o la de alguien más es la osadía más vejatoria. ¡El único
dueño de la vida es Dios, sólo a Él cabe quitarla puesto que el es su Fuente y
Génesis!
La recomendación que nos entrega Jesús es
hermosísima: ¡No es mejor conformarse con un hablar honesto que llama a lo
blanco, blanco, a lo negro, negro y a lo gris, gris? Por qué no decir simple,
llana y contundentemente “si” cuando sea “si”; y decir “no” siempre que sea “no”,
hasta que muy prontamente todos reconozcan en nuestra voz la fuerza de la
verdad; y, si no la reconocen, en todo caso, tu consciencia sabrá que has
hablado con verdad.
Quien se anda con juramentos, ya se
delata saber que una que otra vez frecuenta los territorios del engaño. Y el
que engaña se emparenta con el Maligno, que en la propia Escritura se nos
enseña que es el “padre de la mentira”. (Cfr. Jn 8, 44).
La honestidad es un valor y un principio
innegociable, la moral de nuestros principios hay que reusarse a modificarla, a
toda costa. Nuestra integridad ha de sostenerse preservando nuestra integridad:
“Que tu palabra sea “Sí, Sí” o “No, No”; todo lo demás proviene del Maligno” (Mt
5, 37).
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