2
R 22, 8-13; 23, 1-3
Los refugiados que lo
escribieron vieron con realismo la necesidad de darle a Jerusalén y su templo
un monopolio para que viniera a ser el centro en torno al cual se uniría la
nación.
Jorge Pixley
Lo
que leemos hoy se refiere a un siglo -aproximadamente- después de lo que leímos
ayer. Nos hallamos en tiempos de Josías (640 – 609 a.C.) el último gran rey de
Judá -inició la recopilación y edición del Deuteronomio bajo el liderazgo
religioso del profeta Jeremías. Se debe añadir que hubo varias ediciones (al menos
dos con añadidos posteriores), de esta ley, que se apoyaba en “borradores”
previos con más de dos siglos de antigüedad; y, que esta primera edición
probablemente se escribió en Mispá y Betel. Lo que se cumplió entonces no fue
solamente una labor de compilación, sino que fue una puesta en conjunto procurando
generar un sentido de unidad tanto teológica como estilística. Es claro que
este libro era sustancialmente el actual libro del Deuteronomio.
Nos
hallamos ante una perícopa de renovación de la Alianza. ¿Qué le da motivo a
esta? Un Escrito que Jilquías, el Sumo Sacerdote había encontrado en el Templo.
Se lo dio a Safán, el Secretario real que, después de leerlo consideró
importante presentarlo al Rey, y se lo leyó.
El
rey cayó en la cuenta que lo estipulado en la Escritura no se venía cumpliendo
-y rasgó sus vestiduras-, y llamo al cuerpo mayor de sus Ministros, los
cercanos que lo apoyaban en su función gubernativa. Estaban entre ellos
Jilquías, Ajicán -que más tarde sería protector de Jeremías-, Acbor, Safán y a
Azaías. Los instruyo en la siguiente misión: Ir a consultar a Dios cuales eran
sus disposiciones ante esta situación de ignorancia de lo Revelado. Todo parece
indicar que esta consulta se le hizo a la profetiza Julda, que era la esposa de
Salum, que fungía como guarda-ropero real. Ella pronunció fielmente la palabra
de Dios, incluso cuando las palabras que se le daban eran desafiantes. El rey
escuchó a esta mujer piadosa e hizo que su corazón y su pueblo siguieran al
Señor.
Se
convocó entonces a todos los ancianos tanto de Judá como de Jerusalén y junto
con ellos al pueblo de Jerusalén, y los sacerdotes y profetas, de todas las
edades, les leyó el Rollo encontrado. Se situó el Rey en el lugar protocolario
del Templo para la renovación de la Alianza (junto a la Columna).
El
compromiso de Renovación se fundamentaba en cumplir todos los Mandamientos, los
testimonios y los preceptos poniéndolo en vigor con todas sus fuerzas y con
todo su ser.
Y
el pueblo confirmó su voluntad de cumplimiento. (Sin embargo, sabemos que el
pueblo no tardo en regresar a sus practicas antiguas). En todo caso, la publicación
de este Rollo puso en boga un ansia de unidad y un espíritu nacionalista, que
era lo que allí se promovía´, y que le permitió a Israel soportar la dura
prueba del destierro, manteniendo a flote su fe y su identidad cultural.
Una
recomendación muy prudente que podemos extraer de esta perícopa es la urgencia
de volver frecuentemente a nuestra Alianza y revisar cómo andamos respecto a su
cumplimiento. Conviene que de tanto en tanto retornemos muy conscientemente a las
promesas bautismales y nos ratifiquemos en su cumplimiento.
En
realidad, de verdad, cada vez que declaramos nuestra fe con el Credo, estamos
viviendo, litúrgicamente, una renovación de la Alianza, pero debemos ser
conscientes de ello.
Sal
119(118), 33. 34. 35. 36. 37. 40
Salmo
de súplica. Tiene 22 estrofas (alefático), cada una de ellas formada por 8
versos. Para un total de 176 versículos, lo que hace de este Salmo el más largo
de todo el Salterio.
En
este salmo se entreteje una honda valoración de la Ley; en todos sus versos hay
alguna sinonimia que remite a ella como referencia.
La
perícopa de hoy, toma sus encabezados de la letra hebrea ה Hé.
La quinta del alefato.
Por
ejemplo, el primer verso, de nuestra perícopa empieza con יָרָה [yaráh] “Enséñame”, “muéstrame”. El camino por el que se da
cumplimiento a Su Ley. No es andando por cualquier vía, y, menos, yendo a la
topa tolondra que cumpliremos el espíritu de la Ley.
Luego, se suplica para no cumplir la ley por cumplirla, o
cumplirla a medias, o, lo que es aún peor, cumplirla sin vivir su esencia.
La senda de la Ley -valga decir, de los Mandatos del Señor,
es una senda de gozo.
No se cumple la ley por algún interés personal, para que nos
vaya bien, para que Dios nos premie, se cumple para loar el Santo Nombre de
Dios.
La vanidad es ese vacío de sentido con el cual muchas veces
obramos, por rutina, por mediocridad, por automatismo. Roguémosle a Dios que
nos aleje de la vanidad, de vivir todo con vacío y nada con intensidad, con
verdadero fervor.
En la estrofa de cierre se pide a Dios que llene el sentido
de la Ley con sed de Justicia. Porque procurar ser justos es procurar complacer
a Dios.
En la antífona le suplicamos que nos de claridad en la
vista para discernir el camino de sus Decretos.
Mt
7, 15-20
Hay
una continuidad con las enseñanzas de ayer: hoy se nos alerta contra los falsos
profetas. Es el caso de los que aman anunciar catástrofes, y diluvios, y
castigos, y por todos lados nos acorralan con la ira de Dios; un señor muy
bravo que jamás pela el diente, sino que todo el tiempo está con el entrecejo
fruncido. Son lobos con piel de oveja. No pueden ocultar tras tanta
parafernalia que son en realidad abogados enardecidos de sus propios intereses.
Es por esta razón que Jesús los clasifica entre los “lobos rapaces”.
Salta
luego a una metáfora de naturaleza agrícola: ¿pueden recogerse uvas de una
zarza? ¿Acaso darán higos los plantíos de cardos? En cambio, no hay duda alguna
que un árbol bueno cargará buenos frutos, así como del árbol malo solo se
pueden esperar frutos malos.
¿Qué
haremos con los árboles malos? Pues, talarlos y echarlos al fuego. Aquí los “justicieros”
se frotan con fruición las manos, eso era lo que estaban esperando, “carta blanca”
para colaborar en la tala y en la quema. ¡Alto ahí! ¡Quietitos en primera base!
¡¡Hay que esperar hasta la temporada de la siega!! (véase Mt 13, 24-32), Primero
se retirará la cizaña (árboles malos), sólo a última hora, ¡¡Él enviará sus Ángeles
para esta labor, y tiene su propio fuego, el fuego infernal, para la leña de
los árboles que dieron frutos malos!!
No
tratemos de adelantar la quema de los árboles de mal fruto, que el Señor le da
tiempo a la “higuera” a ver si para la próxima estación, al pasar, quizás haya
cargado ricos higos.
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