miércoles, 26 de junio de 2024

Miércoles de la Décima Segunda Semana del Tiempo Ordinario



2 R 22, 8-13; 23, 1-3

Los refugiados que lo escribieron vieron con realismo la necesidad de darle a Jerusalén y su templo un monopolio para que viniera a ser el centro en torno al cual se uniría la nación.

Jorge Pixley

 

Lo que leemos hoy se refiere a un siglo -aproximadamente- después de lo que leímos ayer. Nos hallamos en tiempos de Josías (640 – 609 a.C.) el último gran rey de Judá -inició la recopilación y edición del Deuteronomio bajo el liderazgo religioso del profeta Jeremías. Se debe añadir que hubo varias ediciones (al menos dos con añadidos posteriores), de esta ley, que se apoyaba en “borradores” previos con más de dos siglos de antigüedad; y, que esta primera edición probablemente se escribió en Mispá y Betel. Lo que se cumplió entonces no fue solamente una labor de compilación, sino que fue una puesta en conjunto procurando generar un sentido de unidad tanto teológica como estilística. Es claro que este libro era sustancialmente el actual libro del Deuteronomio.

 

Nos hallamos ante una perícopa de renovación de la Alianza. ¿Qué le da motivo a esta? Un Escrito que Jilquías, el Sumo Sacerdote había encontrado en el Templo. Se lo dio a Safán, el Secretario real que, después de leerlo consideró importante presentarlo al Rey, y se lo leyó.

 

El rey cayó en la cuenta que lo estipulado en la Escritura no se venía cumpliendo -y rasgó sus vestiduras-, y llamo al cuerpo mayor de sus Ministros, los cercanos que lo apoyaban en su función gubernativa. Estaban entre ellos Jilquías, Ajicán -que más tarde sería protector de Jeremías-, Acbor, Safán y a Azaías. Los instruyo en la siguiente misión: Ir a consultar a Dios cuales eran sus disposiciones ante esta situación de ignorancia de lo Revelado. Todo parece indicar que esta consulta se le hizo a la profetiza Julda, que era la esposa de Salum, que fungía como guarda-ropero real. Ella pronunció fielmente la palabra de Dios, incluso cuando las palabras que se le daban eran desafiantes. El rey escuchó a esta mujer piadosa e hizo que su corazón y su pueblo siguieran al Señor.

 

Se convocó entonces a todos los ancianos tanto de Judá como de Jerusalén y junto con ellos al pueblo de Jerusalén, y los sacerdotes y profetas, de todas las edades, les leyó el Rollo encontrado. Se situó el Rey en el lugar protocolario del Templo para la renovación de la Alianza (junto a la Columna).

 

El compromiso de Renovación se fundamentaba en cumplir todos los Mandamientos, los testimonios y los preceptos poniéndolo en vigor con todas sus fuerzas y con todo su ser.

 

Y el pueblo confirmó su voluntad de cumplimiento. (Sin embargo, sabemos que el pueblo no tardo en regresar a sus practicas antiguas). En todo caso, la publicación de este Rollo puso en boga un ansia de unidad y un espíritu nacionalista, que era lo que allí se promovía´, y que le permitió a Israel soportar la dura prueba del destierro, manteniendo a flote su fe y su identidad cultural.

 

Una recomendación muy prudente que podemos extraer de esta perícopa es la urgencia de volver frecuentemente a nuestra Alianza y revisar cómo andamos respecto a su cumplimiento. Conviene que de tanto en tanto retornemos muy conscientemente a las promesas bautismales y nos ratifiquemos en su cumplimiento.

 

En realidad, de verdad, cada vez que declaramos nuestra fe con el Credo, estamos viviendo, litúrgicamente, una renovación de la Alianza, pero debemos ser conscientes de ello.  

 

Sal 119(118), 33. 34. 35. 36. 37. 40

Salmo de súplica. Tiene 22 estrofas (alefático), cada una de ellas formada por 8 versos. Para un total de 176 versículos, lo que hace de este Salmo el más largo de todo el Salterio.

 

En este salmo se entreteje una honda valoración de la Ley; en todos sus versos hay alguna sinonimia que remite a ella como referencia.

 

La perícopa de hoy, toma sus encabezados de la letra hebrea ה Hé.  La quinta del alefato.

 

Por ejemplo, el primer verso, de nuestra perícopa empieza con יָרָה [yaráh] “Enséñame”, “muéstrame”. El camino por el que se da cumplimiento a Su Ley. No es andando por cualquier vía, y, menos, yendo a la topa tolondra que cumpliremos el espíritu de la Ley.

 

Luego, se suplica para no cumplir la ley por cumplirla, o cumplirla a medias, o, lo que es aún peor, cumplirla sin vivir su esencia.

 

La senda de la Ley -valga decir, de los Mandatos del Señor, es una senda de gozo.

 

No se cumple la ley por algún interés personal, para que nos vaya bien, para que Dios nos premie, se cumple para loar el Santo Nombre de Dios.

 

La vanidad es ese vacío de sentido con el cual muchas veces obramos, por rutina, por mediocridad, por automatismo. Roguémosle a Dios que nos aleje de la vanidad, de vivir todo con vacío y nada con intensidad, con verdadero fervor.

 

En la estrofa de cierre se pide a Dios que llene el sentido de la Ley con sed de Justicia. Porque procurar ser justos es procurar complacer a Dios.

 

En la antífona le suplicamos que nos de claridad en la vista para discernir el camino de sus Decretos.

 

Mt 7, 15-20



Hay una continuidad con las enseñanzas de ayer: hoy se nos alerta contra los falsos profetas. Es el caso de los que aman anunciar catástrofes, y diluvios, y castigos, y por todos lados nos acorralan con la ira de Dios; un señor muy bravo que jamás pela el diente, sino que todo el tiempo está con el entrecejo fruncido. Son lobos con piel de oveja. No pueden ocultar tras tanta parafernalia que son en realidad abogados enardecidos de sus propios intereses. Es por esta razón que Jesús los clasifica entre los “lobos rapaces”.

 

Salta luego a una metáfora de naturaleza agrícola: ¿pueden recogerse uvas de una zarza? ¿Acaso darán higos los plantíos de cardos? En cambio, no hay duda alguna que un árbol bueno cargará buenos frutos, así como del árbol malo solo se pueden esperar frutos malos.


 

¿Qué haremos con los árboles malos? Pues, talarlos y echarlos al fuego. Aquí los “justicieros” se frotan con fruición las manos, eso era lo que estaban esperando, “carta blanca” para colaborar en la tala y en la quema. ¡Alto ahí! ¡Quietitos en primera base! ¡¡Hay que esperar hasta la temporada de la siega!! (véase Mt 13, 24-32), Primero se retirará la cizaña (árboles malos), sólo a última hora, ¡¡Él enviará sus Ángeles para esta labor, y tiene su propio fuego, el fuego infernal, para la leña de los árboles que dieron frutos malos!!


 

No tratemos de adelantar la quema de los árboles de mal fruto, que el Señor le da tiempo a la “higuera” a ver si para la próxima estación, al pasar, quizás haya cargado ricos higos.

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