Dt 7, 6-11
Una
de las cosas que nos maravillan en la Escritura, es que Dios nos interpela
mucho más como pueblo que como individualidad. Somos -en tanto que pueblo- su
Propiedad, y en ese sentido podemos decir, Bendito sea nuestro Dueño y Señor.
Sopesando
los posibles motivos para que nos hubiera elegido como pueblo de Su
Preferencia, nos encontramos con ningún atributo especial que nos dignificara,
quizás, en Virtud de Su Infinita Misericordia, miro a los de más abajo, a los más
hundidos, a los más despreciables y escogió a los “menores” para engalanarnos
con su Amor. ¡Alabado sea nuestro Dios, que no juzga y no procede con talante
cicatero, a la manera humana!
Dejó
registro en las páginas de la historia para que comprendiéramos que su
Omnipotencia no encuentra diques que la contengan, ni trabas que la impidan. Si
una generación-sólo una- lograra afinar sinfónicamente, eso bastaría para
granjearle Tu Misericordia a varias (miles, dice en la perícopa) de las
subsecuentes. Tristemente, quien siembre desprecio o descuido frente a tan
Magnánima Divinidad, inevitablemente cosechará nada diferente a la semilla que
esparció, no porque Él sea vengativo -que ya sabemos que no lo es- sino porque,
en su muy Noble Clemencia nos estableció en la Libertad, y en ella también
podemos cultivar los cardos de nuestra propia perdición.
Sal
103(102), 1bc-2. 3-4. 6-7.8 y 10
Este
es un Salmo de Acción de Gracias, que se recrea en la generosidad Incomparable
del Señor, aunando gratitud con arrepentimiento. No hay manera de enclaustrar
la Misericordia, ni siquiera los que se empecinan en blandir la Justicia como
corral que lo confina, pueden dejar de sorprenderse de la gloria de su Perdón.
Es
interesante -frente a lo que comentábamos en la Primera Lectura, respecto al
hablar de Dios no a personas sueltas sino a nuestro ser de “comunidad”- que
este Salmo empieza siendo habla de uno, para saltar luego a los pronombres de
plural, en especial al nosotros: Pasa del alma mía, a la generalización
hablando de “sus fieles”, sus “ángeles”, sus “ejércitos”; curiosamente, -con
movimiento sistólico- concluye regresando al “alma mía”, como en consciencia de
que toda comunidad está integrada y parte de individualidades que se
mancomunan: dialéctica de la sinodalidad.
El
papel protagónico en este salmo le corresponde al Amor. Si no lo descubrimos
fácilmente, bastará contar cuántas veces se le menciona. ¿Qué es el Amor? ¿Cómo
obra el Amor? ¿Qué hace el amor? El Amor perdona, rescata, colma, sacia, no
guarda rencor, siente ternura por sus hijos. Cuando se fija uno en los
atributos del amor que muestra el Salmo, se piensa que San Pablo se inspiró en
este, para componer su himno del Amor en 1Cor 13, 1-13.
1Jn
4, 7-16
En
Deuteronomio, hemos leído:
וידעת כי־יהוה אלהיך הוא האלהים האל הנאמן שמר הברית והחסד לאהביו ולשמרי [מצותו כ
(מצותיו ק) לאלף דור]
El
Señor tu Dios es Dios; Él es el Dios fiel que mantiene su Alianza y su favor
con los que lo aman y observan sus preceptos, por mil generaciones.
En
el salmo tenemos que:
רַח֣וּם וְחַנּ֣וּן יְהוָ֑ה אֶ֖רֶךְ אַפַּ֣יִם וְרַב־חָֽסֶד
El Señor es compasivo y
misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
Ya en Dt 6, 4-5 nos había
enseñado que nuestro sentido de vida es amar a Dios sobre todas las cosas; y en
Lv 19, 18 Amaras a tu prójimo como a ti mismo. Viene ahora esta perícopa de la
Primera Carta de San Juan, donde se pone una verdadera correa de trasmisión entre
lo uno y lo otro: Ἀγαπητοί, εἰ οὕτως ὁ Θεὸς ἠγάπησεν ἡμᾶς, καὶ ἡμεῖς ὀφείλομεν ἀλλήλους ἀγαπᾶν. “Si Dios nos amó de esta
manera también nosotros debemos amarnos los unos a los otros” (1Jn 11). ¡Lo que
domina es ἀγαπάω [agapao] “Amaos”! y nos
da la razón, nos lo explica y queda patente: Ὁ Θεὸς ἀγάπη ἐστίν, καὶ ὁ μένων ἐν τῇ ἀγάπῃ ἐν τῷ Θεῷ μένει καὶ ὁ Θεὸς ἐν αὐτῷ μένει. “Dios es Amor, y quien
permanece en el Amor permanece en Dios y Dios en Él”. (1Jn 4, 16)
Mt
11, 25-30
La
naturaleza de Dios es la del Amor. Diríamos -dentro de los límites de nuestra
intelección- que la sustancia que lo constituye es Amor Integral. En cambio,
nuestra pobre naturaleza es “fragilidad”, estamos, por decirlo de alguna
manera, encadenados a esa limitación. La Inmensidad y la Omnipotencia Divinas
se manifiestan de nuevo, sobre nosotros, como un “trasplante”, esta “cirugía”
es Gracia. La Gracia que se derramó sobreabundantemente fue la de Jesucristo,
el Hijo que nos hace hijos en Él. Aquí se cumple algo que nos dijo el “Pastor
Hermoso”, uno de los “Yo-Soy”: Yo soy la Puerta (Jn 10, 9), Puerta que enlaza
las dos dimensiones la mortal y la Eterna, Él se hizo “Puente” entre ellas.
Nos
falta sumergirnos, bautizarnos en la profundidad del Amor del Padre que: Πάντα μοι παρεδόθη ὑπὸ τοῦ Πατρός μου “Todo
me ha sido entregado por mi Padre”. No logramos adentrarnos en esta
donación-trasferencia de la Autoridad-Divina que le concede al Hijo detentar
Trono-Cetro-Corona: la Realeza Divina Total.
¿Cómo
podríamos adentrarnos en tan abundante Poderío? En este mundo donde los padres
tienen miedo y están sobrecargados de aprensiones al ir a trasmitir el “mando”
a los hijos. El Padre -que ha constatado la fidelidad casi inverosímil del Hijo
hacia su Padre-, no titubea en absoluto para hacer del Hijo el Rey de Reyes y
Señor de Señores. Nadie conoce al Hijo, sino el Padre; y nadie conoce al Padre,
sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera mostrárselo. (Mt 11, 27).
Una
lección hay que aprender, seguramente será sobre ella el examen para saber si
podemos ir al Hijo; tenemos que haber aprendido πραΰς
[praus] “mansedumbre” (ser empáticos y simpáticos) y, ταπεινὸς
[tapeinos] “humildad”, la humildad de quien se sabe en Manos de Dios, y de Su
Santa Voluntad se fía. Dejarnos llevar, no por la inercia, mucho menos por la
apatía; sino por el torrente de Su Amor que nos arrastra. ¡Sacratísimo Corazón
de Jesús, en Vos confío!
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