2 R 19,
9b-11. 14-21. 31-35a. 36
חִזְקִיָּהוּ [Ezequías]
“Dios es Fuerte”, ha recibido una Carta, y esta carta es el eje en torno al cual
se desarrolla la perícopa, ¿quién es el remitente de esta carta? Es Senaquerib,
de quien diremos que era rey de Asiria desde el 705 a. C. hasta
su muerte, el 681 a. C., así como de Babilonia entre 705 y 703, y nuevamente
desde 689 a. C. hasta su muerte en el 681 a.C. víctima de una conspiración; lo
que Senaquerib perseguía en esa carta era demoler enteramente la confianza que
los de Judá tenían en su Dios, convencidos totalmente que Dios sería el
protector de sus fronteras. Hemos de añadir que los asirios ya habían puesto “patas
arriba” a Israel, el reino del Norte.
Subió
Ezequías al Templo y fue a presentarle a YHWH esta afrenta, poniendo a Dios
-como agredido- y solicitándole, con plena confianza, que fuera Él quien tomara
en sus Manos semejante insulto a su Divina Majestad.
Es
muy hermosa la respuesta que Dios le da, prometiéndole que Jerusalén no sería mancillada
y que el “famoso” Senaquerib no pondría su pie en aquella tierra que Él
declaraba adornada con la promesa que había formulado en favor de David y su
linaje. En cambio, los dioses asirios sólo eran piedra y madera. Los versos 21
a 31 contienen la profecía de Isaías, que no se incluye en la perícopa que hoy
leemos, pero que garantiza que un “pequeño resto” surgirá y sería la defensa
adecuada de la Ciudad Santa. Afirmando que Senaquerib tendría que devolverse sobre
sus propios pasos y regresar frustrado en sus intentos contra Jerusalén y el
reino del sur.
Dicho
y hecho que aquella misma noche se abatió sobre el ejército Asirio una derrota
en Laquis, que perdió ciento ochenta mil efectivos -barridos, muy probablemente
por una peste-, lo que llevó a Senaquerib a levantar sus campamentos y regresar
a Nínive.
Más
adelante se verá que Jerusalén no quedó intacta de otras agresiones y que de Jerusalén
solo sobreviviría el “pequeño remanente” anunciado en la profecía Isaiana. De
ese “resto” brotaría el descendiente Mesiánico.
Sal 48(47),
2-3a. 3b-4. 10-11
Muy
proporcionadamente, el Salmo es un Salmo de Sion, que se concentra en la
gratitud por las Acciones Celestiales en favor de Su Pueblo y defendiéndolos de
sus poderosos agresores.
Qué se canta en el Monte Santo -Sion- sino la Grandeza de Dios, que es Digno de todas nuestras
alabanzas.
Sion, en la
geografía Divina, es ya la puerta del Cielo, porque es la Ciudad que Él se ha
elegido como Morada.
Así como
Ezequiel, subimos al Templo para meditar los portentos que obra el Señor y
reconocer que Su Acción y su Amorosa relación con nosotros nunca cesará. Allí hemos descubierto nuestro Tesoro, que la
Mano Derecha de Dios está pletórica de Justicia, y Su Justicia es nuestra
defensa.
¿De dónde
brota tal conocimiento? Nos respondemos nosotros mismos con las Palabras
proféticas que se nos han dispensado: “Dios ha fundado su ciudad para siempre”.
Así lo ratificamos en el estribillo. (Al
descender de nuestra cabalgadura, siempre nos apollamos en el “estribo”, así
también, cada vez que elevamos una Alabanza Salmica, hacemos pie en la antífona
del salmo).
Mt 7, 6.
12-14
Aquí
tenemos que recordar que el Sermón del Monte no es la transcripción de algún
discurso pronunciado por Jesús, sino un agrupamiento, realizado por el Evangelista,
donde reúne los fundamentos de la vida cristiana. Hoy, puestos así por Mateo,
uno al lado de otros, tenemos tres puntos -emparentados temáticamente- que
Jesús nos presenta como guías, verdaderos rieles de la existencia:
El
primero de ellos nos enseña que las cosas santas no se nos han entregado para
que las abandonemos, por ahí, en alguna cochera (cercado donde se agrupa a los
cerdos). ¿Y esto a qué viene? Recordemos que cerdos y perros eran simbólicos del
paganismo. O sea, que las verdades que anuncia la “Buena Noticia” deben depositarse
en las manos y los oídos atentos, de quienes tienen “hambre y sed de Justicia”. De
otra manera, será un sembrado en tierra estéril, o -lo que con frecuencia
sucede- cae en manos de los que, como los escribas y los fariseos, buscaban
para acorralar e ir a denunciar al Señor, para venderlo y entregarlo.
Y
esto no niega de ninguna manera que el Evangelio es para todos, lo que pasa es
que -ejemplo esencial, no se puede dar la Comunión Sacramental, sin antes haber
vivido una verdadera iniciación cristiana. Se nos llama a invitar para ser de
la grey, y a los que oigan la llamada, a catequizarlos adecuadamente, para que
puedan llegar a ser verdaderos “cristóforos”. Dulce y responsable tarea
recibida por los catequistas. Así que no hay que andar desparramando las
perlas, sino adecuar los corazones para que dónde la semilla llegue, dé frutos
verdaderos de caridad y amor sinceros.
Y,
la tercera enseñanza nos habla de la apertura para recibir el mensaje. Se puede
tener una puerta estrecha (aquí se debe recordar que llamamos al bautismo el
Sacramento Puerta), cuando pretendemos reducir nuestra fe a “consignas” y
nuestra vida sacramental se queda limitada a los ritos sacramentales con
ninguna resonancia vital. La Buena Nueva tiene que llevarnos a una vida vivida
en fe, a una experiencia de discipulado, donde las enseñanzas de Jesús se hagan
sangre y carne de nuestro propio ser y así seamos cristianos de existencia
comprometida y responsable, comprometidos con la Iglesia y verdaderamente
centrados en Jesucristo.
No
podemos desmontar la fe en Jesucristo en la idea de llevar el cabello largo
como se nos muestra en sus imágenes y vestir con manto y capa, o en portar
medallas o estampas de santos y novenarios, escudos, o alguna otra bisutería;
sino, en vivir acordes a las verdades, los principios y los valores que Jesús practicaba
y nos dio como paradigma de seguimiento.
Precisamente,
en el corazón mismo de la perícopa mateana que hoy se proclama está una de las
verdades fundamentales de nuestro ser de cristianos: “Todo lo que quieran que
los demás hagan con ustedes, háganlo ustedes con ellos” Y Jesús añade, según la
cita del evangelio, “esta es la Ley y los Profetas”.
Y
es que la verdad de nuestra fe no es algún docto y complicadísimo estudio
teológico inalcanzable y desalentador en su complejidad. En verdad, no hay que
desentrañar desmenuzando por mínimas partículas el Evangelio, sino que basta
con atenerse a esta sólida roca que condesa todo el estudio bíblico. Dicho sea
de paso, así resolvió el Señor Jesús llevar la Ley a su Plenitud, no con un desglose
exhaustivo y haciendo de la Sonrisa Amorosa de Dios, un mar innumerable de
detalles que impidan vivir la religión a cabalidad.
Así
que, Él -hoy- nos compendia todo en este principio contra-talionico, ya no se
trata de volver mal por mal, ya no tenemos que publicar extensos códigos de
cómo cobrarle al prójimo las afrentas que nos hallan infringido, ni buscando
pretextos para vivir inmersos en una cultura de la muerte; sino de vivir
sembrando semillas de bondad. Por eso Jesús sintetiza su Enseñanza en el Mandamiento
del Amor y desbarata todas las venganzas, en la tarea y el propósito firme de serle
fiel a Dios por medio de todas las acciones de nuestra vida, y así, la verdadero protagonista de la Ley es la “Justicia del Reino” que consiste,
sencillamente, en buscar para todos los demás, el mismo bien que nosotros
anhelamos que nos llegue. Y nunca en trazar un plan para destruir o menoscabar al
otro.
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