viernes, 28 de junio de 2024

Viernes de la Duodécima Semana del Tiempo Ordinario.


 

2R 25, 1-12

Dijimos que Sedecías fue puesto como rey de Judá, y que era hijo de Josías y tío del rey. Jeremías en el capítulo 27, versos 2 y 3, nos narra que a Sedecías se la abrió la ilusión de “independizar” a Palestina y armó una coalición convocando a Edom, Moab, Amón, Tiro y Sidón.

 

Cómo reaccionó Babilonia ante esta rebelión, pues Nabucodonosor tomó a Jerusalén en el año 586 y la sitió. Ese es el tema de la perícopa que se proclama hoy.

 

Lo primero que hemos de advertir es que el foco no es el de la sucesión real, ni el de la intervención de Babilonia sino el asunto de Jerusalén y el Templo. Los babilonios entendieron que esta clase de alzamientos podrían repetirse y resolvieron ahogar en destrucción cualquier intento posterior, así que destruyeron la plaza fuerte de Judá. Así suprimieron aquel “dolor de cabeza”.

 

La perícopa de hoy puede subdividirse en una serie de episodios entrelazados por la unidad de este objetivo babilónico -a saber- derruir la muralla de Jerusalén, quemar la ciudad y asolar el Templo. Desglosémoslos:

 

-Cómo sobrevino el desenlace del sitio a Jerusalén, por medio del hambre, cuando ya las reservas no alcanzaban a más, y el hambre los doblegó.

 

-De cómo las fuerzas armadas se escurrieron y se “fueron por el camino de Arabá”: Estamos presenciando una deserción en masa.

 

-El escape de Sedecías que primero, fue abandonado por su escolta militar y luego tomado cautivo y llevado ante Nabucodonosor, en Riblá que lo sentenció.

 

Degollamiento de sus hijos y de cómo le sacaron los ojos. Después fue llevado a Babilonia.

 

Y de cómo el Jefe de la Guardia -Nabuzardán- Incendió el Templo, el palacio real y la totalidad de las casas de Jerusalén. Acto seguido demolieron las murallas de Jerusalén.

 

¿Quiénes quedaron en aquellas tierras? Sólo unos cuantos viñadores y labradores, los דַּלָּה

[dal-lah] “pobres”, “flacuchentos”, “enfermizos”.

 

Para administrar y conducir la región delegaron a Godolías, que no tenía ningún parentesco con el linaje davídico y que se instaló para ejercer sus funciones administrativas en Mispá.

 

Con esta “Lección” concluimos nuestra exploración del Segundo Libro de los reyes.  

 

Sal 137(136), 1-2. 3. 4-5. 6

Este es un Salmo de súplica.

 

Es el pueblo de Judá bajo los sauces de las orillas de los canales, donde fueron extraditados.

 

«Haz, Señor, que siente mío el dolor de los demás. No permitas que olvide el sufrimiento de los hombres y mujeres cerca y lejos de mí, la aflicción de la humanidad en nuestro tiempo, la agonía de millones frente al hambre, el abandono y la muerte. Que no me vuelva sordo e insensible. La humanidad sufre, y la vida es destierro. Los que sufren son mis hermanos y hermanas, y yo sufro con ellos.»

Carlos G. Valles. s.j.

 

Papa Francisco nos ha pedido que el mes de junio estuviera dedicado a los migrantes que huyen de las guerras o del hambre, obligados a viajes llenos de peligros y violencia. Y oramos para que ellos encuentran aceptación y nuevas oportunidades de vida en sus países de acogida.

 

El salmo retrata a aquellos desplazados que se sentaban junto a los canales de Babilonia y cuyos canticos se ahogaban en sus gargantas, incapaces de entonarlos, embargados de nostalgia por su patria, deponían sus citaras que ya no trinaban cánticos sino sólo depresión.

 

Los babilonios les exigían que entonaran los canticos de su tierra y de su fe, como os turistas que acuden a los espectáculos típicos de un país para curiosear su idiosincrasia. Lo exigían porque querían descubrir sus modos tradicionales. ¡Ellos, sin embrago, no estaban para eso!

 

Entonar canticos, bajo presión, en tierra extrajera, era como traicionar su cultura nacional, como sacrificar su identidad para servir de “monitos en jaula”.

 

Era mil veces preferible, que sus voces permanecieran ahogadas en sus pechos, como respeto y anhelo de La amadísima Jerusalén.

 

Hasta que alguien vive la experiencia de la expatriación no entiende el dolor del desarraigo. Uno no está de paseo, sufre la deportación forzosa: “Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti.”

 

Mt 8, 1-4



Jesús baja de la montaña con un pequeño saco de espigas recogidas en la siega del Sermón del Monte y se encuentra un leproso.

 

En seguida, asume uno de esos actos que retratan y ejemplifican su praxis. Ante el pedido de sanación del enfermo, la respuesta de Jesús es ¡tocarlo!

 

Tocarlo significaba ¡quedar impuro! En Lucas se nos narra una situación análoga frente a los que sacerdotes y Levitas, toman el desvío, con tal de no entrar en contacto con impuros. Lo más maravilloso no es que lo haya curado, aunque, claro está es un portentoso prodigio. Lo fundamental es que su sermón continúa con acciones que una vez más nos muestran cómo llevar la ley a su perfección. No detenerse en perendengues rituales sino actuar con compasión.

 

Lo que sigue al Sermón de la Montaña es el conjunto de Diez milagros que mostraran patentemente que Jesús tiene “autoridad”, porque alguien que puede todo esto es sin lugar a dudas el Mesías esperado. Moisés bajo del Monter con las Tablas de la Ley, Diez pautas de condenación; Jesús ha bajado con un Decálogo de Milagros, diez acciones que “redimen”.


 

¡No se lo digas a nadie! Pero, respeta y acata todo lo que estipuló Moisés, para que los demás, los de la ortodoxia judaica, acreditaran su sanación (algo así como ir a solicitar el carnet de salud para poder ser admitido en sociedad y no ser visto como fuente de contagio) Era vencer su discriminación, superar su status marginal. Basta y sobra con que sus “polluelos de discípulos” lo han visto. Han tenido la oportunidad maravillosa de ver que ¡el Reino ya ha llegado!

 

¡El Reino está aquí siempre que se practica la inclusión!

 

¡Jesús está evitando que lo miren como un “milagrero” lo que sería quedarse en la superficialidad de su Divinidad. Jesús no es un “monito de feria”, ni un “dibujo animado”. Jesús es la Salvación.

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