2R
25, 1-12
Dijimos
que Sedecías fue puesto como rey de Judá, y que era hijo de Josías y tío del rey. Jeremías en el capítulo 27, versos 2 y 3, nos narra que a Sedecías se
la abrió la ilusión de “independizar” a Palestina y armó una coalición
convocando a Edom, Moab, Amón, Tiro y Sidón.
Cómo
reaccionó Babilonia ante esta rebelión, pues Nabucodonosor tomó a Jerusalén en
el año 586 y la sitió. Ese es el tema de la perícopa que se proclama hoy.
Lo
primero que hemos de advertir es que el foco no es el de la sucesión real, ni
el de la intervención de Babilonia sino el asunto de Jerusalén y el Templo. Los
babilonios entendieron que esta clase de alzamientos podrían repetirse y
resolvieron ahogar en destrucción cualquier intento posterior, así que
destruyeron la plaza fuerte de Judá. Así suprimieron aquel “dolor de cabeza”.
La
perícopa de hoy puede subdividirse en una serie de episodios entrelazados por
la unidad de este objetivo babilónico -a saber- derruir la muralla de Jerusalén,
quemar la ciudad y asolar el Templo. Desglosémoslos:
-Cómo
sobrevino el desenlace del sitio a Jerusalén, por medio del hambre, cuando ya
las reservas no alcanzaban a más, y el hambre los doblegó.
-De
cómo las fuerzas armadas se escurrieron y se “fueron por el camino de Arabá”: Estamos
presenciando una deserción en masa.
-El
escape de Sedecías que primero, fue abandonado por su escolta militar y luego
tomado cautivo y llevado ante Nabucodonosor, en Riblá que lo sentenció.
Degollamiento
de sus hijos y de cómo le sacaron los ojos. Después fue llevado a Babilonia.
Y
de cómo el Jefe de la Guardia -Nabuzardán- Incendió el Templo, el palacio real
y la totalidad de las casas de Jerusalén. Acto seguido demolieron las murallas
de Jerusalén.
¿Quiénes
quedaron en aquellas tierras? Sólo unos cuantos viñadores y labradores, los דַּלָּה
[dal-lah]
“pobres”, “flacuchentos”, “enfermizos”.
Para
administrar y conducir la región delegaron a Godolías, que no tenía ningún parentesco
con el linaje davídico y que se instaló para ejercer sus funciones
administrativas en Mispá.
Con
esta “Lección” concluimos nuestra exploración del Segundo Libro de los reyes.
Sal
137(136), 1-2. 3. 4-5. 6
Este
es un Salmo de súplica.
Es
el pueblo de Judá bajo los sauces de las orillas de los canales, donde fueron extraditados.
«Haz, Señor, que siente mío el dolor de
los demás. No permitas que olvide el sufrimiento de los hombres y mujeres cerca
y lejos de mí, la aflicción de la humanidad en nuestro tiempo, la agonía de
millones frente al hambre, el abandono y la muerte. Que no me vuelva sordo e
insensible. La humanidad sufre, y la vida es destierro. Los que sufren son mis
hermanos y hermanas, y yo sufro con ellos.»
Carlos G. Valles. s.j.
Papa
Francisco nos ha pedido que el mes de junio estuviera dedicado a los migrantes
que huyen de las guerras o del hambre, obligados a viajes llenos de peligros y
violencia. Y oramos para que ellos encuentran aceptación y nuevas oportunidades
de vida en sus países de acogida.
El
salmo retrata a aquellos desplazados que se sentaban junto a los canales de
Babilonia y cuyos canticos se ahogaban en sus gargantas, incapaces de
entonarlos, embargados de nostalgia por su patria, deponían sus citaras que ya
no trinaban cánticos sino sólo depresión.
Los
babilonios les exigían que entonaran los canticos de su tierra y de su fe, como
os turistas que acuden a los espectáculos típicos de un país para curiosear su idiosincrasia.
Lo exigían porque querían descubrir sus modos tradicionales. ¡Ellos, sin
embrago, no estaban para eso!
Entonar
canticos, bajo presión, en tierra extrajera, era como traicionar su cultura
nacional, como sacrificar su identidad para servir de “monitos en jaula”.
Era
mil veces preferible, que sus voces permanecieran ahogadas en sus pechos, como
respeto y anhelo de La amadísima Jerusalén.
Hasta
que alguien vive la experiencia de la expatriación no entiende el dolor del
desarraigo. Uno no está de paseo, sufre la deportación forzosa: “Que se me
pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti.”
Mt
8, 1-4
Jesús
baja de la montaña con un pequeño saco de espigas recogidas en la siega del Sermón
del Monte y se encuentra un leproso.
En
seguida, asume uno de esos actos que retratan y ejemplifican su praxis. Ante el
pedido de sanación del enfermo, la respuesta de Jesús es ¡tocarlo!
Tocarlo
significaba ¡quedar impuro! En Lucas se nos narra una situación análoga frente
a los que sacerdotes y Levitas, toman el desvío, con tal de no entrar en
contacto con impuros. Lo más maravilloso no es que lo haya curado, aunque,
claro está es un portentoso prodigio. Lo fundamental es que su sermón continúa
con acciones que una vez más nos muestran cómo llevar la ley a su perfección. No
detenerse en perendengues rituales sino actuar con compasión.
Lo
que sigue al Sermón de la Montaña es el conjunto de Diez milagros que mostraran
patentemente que Jesús tiene “autoridad”, porque alguien que puede todo esto es
sin lugar a dudas el Mesías esperado. Moisés bajo del Monter con las Tablas de
la Ley, Diez pautas de condenación; Jesús ha bajado con un Decálogo de Milagros,
diez acciones que “redimen”.
¡No
se lo digas a nadie! Pero, respeta y acata todo lo que estipuló Moisés, para
que los demás, los de la ortodoxia judaica, acreditaran su sanación (algo así
como ir a solicitar el carnet de salud para poder ser admitido en sociedad y no
ser visto como fuente de contagio) Era vencer su discriminación, superar su status
marginal. Basta y sobra con que sus “polluelos de discípulos” lo han visto. Han
tenido la oportunidad maravillosa de ver que ¡el Reino ya ha llegado!
¡El Reino está aquí siempre que se practica la inclusión!
¡Jesús
está evitando que lo miren como un “milagrero” lo que sería quedarse en la
superficialidad de su Divinidad. Jesús no es un “monito de feria”, ni un “dibujo
animado”. Jesús es la Salvación.
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