1R 18, 20-39
Siempre hubo y siempre habrá profetas y profetisas
ligados a los dioses falsos del poder opresor. Ellos usan la religión en
beneficio propio y reducen a Dios al tamaño de sus propias ideas.
Carlos Mesters
Evidentemente, los libros de los reyes,
no tienen como epicentro a los reyes sino a los profetas. Estamos, por ahora
recorriendo el ciclo de Elías, quien se constituirá como el paradigma del
profetismo, (del mismo modo que Moisés es la figura paradigmática del
Legislacionismo). Ellos dos son los representantes de la Ley y los Profetas.
Al principio, los profetas eran figuras
que acompañaban a los gobernantes y eran verdaderamente sus asesores de
cabecera, consagrados en su tarea de guiar al monarca en su fidelidad. Pero, a
partir de un cierto momento, el profeta es desoído y retirado como un
personaje molesto que interfería las ansias de poder del monarca.
Elías, a causa de Jezabel, se convierte
en una espina para el talón de Ajab. Elías denuncia la idolatría promovida por
Jezabel que trajo a Ba´al y lo puso en el centro del culto para las tribus del
Norte. La sequía de la que venimos hablando no es otra cosa que la consecuencia
de la traición idolátrica del pueblo que se hizo baalista.
Hoy presenciamos un verdadero “duelo”
ente los “falsos profetas” que se han puesto de la parte del culto a Ba´al y
Elías, el único defensor del culto verdadero a YHWH. Podríamos denominarlo el
“duelo en el Carmelo”, puesto que este es el escenario. Se trata de ofrecer un
sacrificio pasado a fuego, donde las víctimas son presentadas por el pueblo,
pero el fuego será la firma de aceptación de parte de Dios. La víctima aceptada
será recibida en las manos de Fuego de YHWH, que son sus llamaradas, recibirá
como homenaje las ofrenda. En cambio, los profetas de Ba´al no logran que su
dios envíe el fuego correspondiente: Elías, por su parte, se burla,
preguntándoles si su dios estará muy ocupado atendiendo sus negocios, o si
sería que se quedó dormido. En cambio, YHWH, pese a que la ofrenda ha sido
humedecida como para que no pudiera entrarle el fuego, sucumbe ente la
llamarada hambrienta de Dios. Y, no sólo la víctima, sino que “lame” toda el
agua que le habían derramado encima como si los bomberos -preventivamente-
hubieran operado sus mangueras.
Sal 16(15), 1b-2a. 4.5 y 8. 11
Allí, dónde el paganismo ha hecho su
eclosión, y donde los “falsos profetas” instalan sus caldos de cultivo, el
“fiel” siempre verá con asombro que el paganismo florezca y todos se apresuren
a vincularse a tantas y tantas señas de impiedad y descreimiento. Es,
precisamente allí, que el materialismo campea, y las supercherías abundan; es
allí, exactamente, donde los vendedores de talismanes y pócimas cuelgan sus
tenderetes, y magos y adivinos levantan sus altares de idolatría.
Sin embargo, la fuerza de la fidelidad
sostiene al creyente ante tanta depravación y desvío, su fe permanece incólume
y el Señor le presta amparo, sosteniendo su confianza en el Señor.
Sabemos que, de todas las tribus, la de
Leví quedó sin asignación de tierras, para que ellos se consagraran al culto,
asignando al resto de la Comunidad Israelí a ver por su sostenimiento, para que
aquellos quedaran reservados y entregados a las actividades cultuales. Para ellos
su heredad era su vida de oración y de intercesión por su pueblo, la atención
al culto y el cuidado del templo.
Este es, pues, un salmo del huésped de YHWH.
Los Jassidim “enamorados” de Dios, rechazaban y huían de las “libaciones
sangrientas”. Sus labios no se manchaban pronunciando el nombre de los ídolos,
conscientes, como eran, de que nombrarlos, era ya invocarlos.
Sus labios vivían ocupados de pronunciar
bendiciones para el Señor. Y ponían toda su existencia en las Manos de Dios.
Mt 5, 17-19
En un mundo superior
puede ser de otra manera, pero aquí abajo, vivir es cambiar y ser perfecto es
haber cambiado muchas veces.
San John Henry Newman
Hay un enfoque muy particular tanto en
San Mateo como en San Pablo. Para ellos estaba muy claro que el cristianismo no
consistía en un abandono del judaísmo, sino en un perfeccionamiento, en un
“llegar al fondo”, en una exploración, “a profundidad”, de la esencia de la fe
que se les había “revelado”.
Aquí, San Mateo, en esta perícopa lo dice
rotundamente: “En verdad les digo que antes pasarán el cielo y la tierra que
deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley”.
La claridad es precisa:
a)
Nadie debe esconder
o disminuir la valía de alguno de los preceptos por considerarlos de menor
cuantía.
b)
Quien así obrare, y
se pusiera a enseñar con espíritu minimalista la verdad de la Torah, se hará
reo del desprecio en el Reino de Dios.
c)
En cambio, quien
mantenga en todo su valor y esplendor la Verdad Revelada para Ese, los honores
del Reino serán los mayores.
Muchos son los casos de quienes pretenden
dejar aparte las Primeras Revelaciones pensando que al recortar y disminuir se
podía llegar a una fe “más cómoda” y que esa “comodidad” repercutiría en el
acrecentamiento del número de fieles, a ellos ha de recordárseles que el número
no hace la calidad de Jassidim (piadoso), sino lo que vale es la manera fiel en
que ese “Amor” se edifica y cumple.
Cuanto más se adentra uno en el cristianismo,
más cuenta se da que, es cierto que, si se cumple el Mandamiento del Amor, se
cumple la Ley Entera. Y que contra el Amor, no hay cortapisas ni subterfugios. Prácticamente,
la conclusión está también expresamente manifestada en la perícopa: Jesús no
vino a abolir sino a llevar a su plenificación la Ley.
También, evidentemente, no se trata de
volverse “cositero” con las tildes de la Ley, y lo que debe observarse es el
“Espíritu” de la Ley. No puede caerse en el detallismo obcecado, sino saber ir
a la esencia del Mandato. Y en esto consiste que el cristianismo represente un
“corrimiento del paradigma”, como suele decirse en epistemología.
Aquí hay un punto crucial que lleva a
muchos a empantanarse y retroceder hacia el fundamentalismo del “al pie de la
letra”. No se tratará nunca de la repetición de fórmulas y listados, tampoco de
la memorización de extensos códigos y de sus numerales; por el contrario, se
tratará de una viva e intensiva decisión de hacer “justo la Voluntad de Dios”,
lo que no se logra con el leguleyismo.
En cambio, sí con un anclaje profundo en
la ética del cristiano. Es allí, exactamente donde el magisterio de la Iglesia
acude solicito a orientar e interpretar, enmarcando y relacionando con los
signos de los tiempos, la Voz de Dios que nos ha Revelado la Directriz: “Tengo
siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré”.
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