Job
38, 1. 8-11; Sal 107(106), 23-24. 25-26. 28-29. 30-31; 2Cor. 5, 14-17; Mc. 4,
35-41
Solo en Dios halla
descanso mi alma;
de él viene mi salvación.
Pero en la angustia invocaron al Señor,
y Él los libró de sus tribulaciones:
cambió el huracán en una brisa suave
y se aplacaron las olas del mar;
entonces se alegraron de aquella calma,
y el Señor los condujo al puerto deseado.
Sal 107(106), 28-30
En este Domingo XII del Tiempo Ordinario vamos a ver la
perícopa final del capítulo 4 del Evangelio según San Marcos. Este capítulo
está formado por una serie de parábolas: a) la parábola del sembrador b) la
lámpara que se enciende para ponerla en lo alto c) la semilla que germina sin
saber cómo avanza el proceso, d) la semilla de mostaza e) este día concluye con
la parábola de la tempestad calmada. Así, el capítulo entero está dedicado a
mostrar que sin parábolas no exponía nada (Mc 4, 34a).
Qué es lo que se “compara” -con qué se relaciona la barca,
el fuerte viento y el oleaje, y Jesús dormido en la popa- en esta parábola de
la tempestad. Podríamos decir que esta parábola es casi una alegoría. La
tempestad son los problemas que se enfrentan en la vida, la barca es nuestro
contexto de fe, en el caso de los discípulos era su comunidad de “seguidores”
de Jesús. (Cabe anotar que no era una
sola barca, había otras barcas como se nos informa al finalizar el verso
36; pero es en particular en esta en la que va Jesús). Pero lo que se
paraboliza, lo que se compara, nos parece, es el sueño con la fe inactiva, con
la fe pasiva. ¡La fe dormida puede, perfectamente parangonarse con la muerte!
Estar sin fe, es como estar “muerto” en vida.
¿Cómo es esto? Muchas veces vemos en la muerte una forma de
sueño. Jesús dice –refiriéndose a la hija de Jairo, que “no está muerta sino
que está dormida” cfr. Mc 5, 39c, lo leeremos el Domingo próximo; hay pues una
relación profunda, atávica entre sueño y muerte. Cuando no tenemos fe, andamos
como muertos, sin ánimo, sin “vitalidad”. Y, aún muchas veces, pese a que
afirmamos tener fe, en la vida práctica vivimos como si no la tuviéramos: a esa
es a la que llamamos “fe pasiva”, “fe inactiva”.
De hecho, los discípulos vivían así. Admiraban a Jesús,
llegaban a ver en Él hasta un gran profeta, pero no alcanzaban a comprender que
era el Hijo de Dios. También nosotros, cumplimos con ciertos rituales
cultuales, recibimos los sacramentos y –sin embargo- vivimos de espaldas a
Dios. Para nuestra vida cotidiana, tener y no tener fe es prácticamente lo
mismo, y luego, le reprochamos a Dios por qué pasa esto o aquello. En realidad
nuestra fe es la que está dormida, es el –así llamado por los psicólogos- mecanismo
de proyección ¡no es Jesús quien duerme!
Líbrame,
Señor,…
de
la angustia…
de
la amargura de pensar
que
Tú te has olvidado de mí.
Averardo
Dini
Den
gracias al Señor por los prodigios -que su amor por el hombre- ha realizado.
Sal
106, 31
En la Primera Lectura vemos que es Dios quien gobierna las
fuerzas de la naturaleza: es él quien le fija los límites al mar, es él quien
le hace pañales con las nubes y con la niebla cobijitas (observemos la belleza
poética de las expresiones que reflejan cuidados parentales de Dios para con
sus criaturas). También en el Salmo vemos a Dios poner freno al mar
embravecido, en respuesta al clamor de unos navegantes-comerciantes que ante el
peligro alzan su voz al Señor y la alzan, sin duda alguna, envuelta con ropajes
de fe; por eso Dios los atiende.
Así que es sólo Dios quien tiene bajo su autoridad los
elementos por muy encabritados que estén. Cuándo al final de la parábola se
preguntan “¿Quién es este que le obedecen hasta el viento y el lago?”, se lo
preguntan sobrecogidos por el temor, están aterrados ἐφοβήθησαν que traduciríamos por “aterrorizados” y es precisamente
porque han tenido la experiencia de reconocer en Jesús los poderes de Dios y en
Éxodo 33, 20 el Señor le aclara a Moisés. “no podrás ver mi rostro, porque ningún hombre podrá verme y seguir viviendo”.
O sea, que esta experiencia les ha permitido “ver” lo que antes no
“comprendían”: Jesús es Dios, su Palabra tiene autoridad sobre “el viento y el
lago” que le
obedecen. Su miedo se desprende de estar viendo a Dios cara a cara y temen
morir de inmediato.
Hombres con fe activa, conscientes de Quien es Jesús son
llamados por San Pablo en la Segunda Lectura καινὴ κτίσις “Nuevas Criaturas”, es decir, Jesús que es Dios tiene además
la facultad, el poder de crearnos de
nuevo, algo así como regenerarnos después de nuestra “caída”. Corintios va
más allá, nos indica la “condición” para ser “Criaturas Nuevas”: no vivir ya
para nuestro egoísmo, no vivir centrados en nosotros, sino girar, como planetas
en su órbita, en torno a Jesucristo, Centro de nuestro Sistema. Digámoslo otra
vez, con otros términos: vivir Cristo-céntricamente. ¡Eso es lo que no hacemos
pero deberíamos!
Vivimos sumidos en la parálisis del “miedo”. Cultivamos
espejismos inmovilizantes el terror al terremoto, a la inundación, a la
invasión de los alienígenas, de los zombis, de las momias, de los vampiros y
toda clase de ideologías cataclismicas. Preferimos referir nuestra realidad a
los morlocks que centrar nuestra existencia en Jesús-nuestro-Dios-y- Salvador
(precisamente Él es Salvador porque nos hace “criaturas nuevas”). Todo el
sistema –y este sistema al que nos referimos ahora es el “departamento de imagen
y publicidad” del Mal- que alimenta el temor permanente y creciente de
ladronzuelos, hampones de alta monta, mafias, criminales de cuello blanco,
gobernantes y funcionarios corruptos, y…la lista es interminable. Diríamos que
la cultura de la muerte ha alimentado este mito de la “amenaza omni-forme” que
alcanza el sorprendente límite de temer a nuestros propios hijos puesto que
ahora no sólo se les mata sino que, se les teme -inclusive antes de ser
engendrados- por eso es común temerle a la reproducción; la gente quiere tener
compañía, pero no procrear. Todo esto está en el sistema de muerte que fabricó
el mega-miedo frente a todo. (Tenemos que preguntarnos, al llegar a este
punto, si el temor a un dios-castigador no proviene de este mismo origen, el
departamento de publicidad del Maligno…)
En este mundo que el Señor ama más que nosotros, «hemos
avanzado a toda velocidad, sintiéndonos fuertes y capaces en todo".
Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar
por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado
ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres
y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables,
pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras
estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”. «¿Por qué tenéis
miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la
fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti… “Convertíos”,
“volved a mí de todo corazón” (Jl 2,12).
¿Por qué, a pesar de la tormenta, Jesús seguía recostado en
la parte trasera de la embarcación, en su Προσκεφάλαιον “almohada”, durmiendo?
Es que Él está seguro, confía, duerme en la Mano de su Padre, no en la
incertidumbre de nuestra cultura del pánico-por-todo. Vivir como Jesús nos
enseña, de acuerdo a su ejemplo, consiste en confiar siempre, radica en tener
en los labios –no los de la boca sino los del corazón y del alma- la
jaculatoria. ¡Jesús, en Ti confío!”
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