1R, 21, 1-16
Los más dedicados estudiosos de la Biblia
descubren una serie de contradicciones e inconsistencias inexplicables, que se
han tratado de resolver con la hipótesis de las “dos corrientes”, son como dos
perspectivas diferentes desde las cuales se mira a Elías y Ajab. Los documentos
se encontraron y se ordenaron tratando de dar un sentido que sólo se reconoce
leyendo con profunda atención. Ya la Biblia de los Setenta altera el orden y
propone primero, los capítulos 20 y 21; luego los capítulos 17-19 (los
episodios de la Sequía y de Elías en el Horeb) y después sí, el cap. 22, donde
se nos plantean las Guerras con los arameos y la muerte de Ajab.
En el capítulo 21, encontramos el tema de la Viña de Nabot. Aquí se descubren, no solo dos tradiciones, sino más de dos, con
formulaciones muy típicas de las corrientes deuteronomistas. Ajab y Jezabel
tenían una residencia secundaria en Yezrael (donde todo parece indicar que Ajab
tenía negocios), y, casualmente, cerca de su palacete, quedaba la viña de
Nabot, que este había heredado de su familia y allí él tenía sepultada su
parentela. Seguramente Nabot era un personaje prestante (Nâboth en hebreo
significa “preminente”, también “frutos” o “frutas”), lo que le permitía a
Nabot rechazar las pretensiones de Ajab sobre su viña donde el rey pretendía
hacerse una huerta ofreciéndole, a cambio, la viña que él eligiera o, de
quererlo así, se la pagaría en contante y sonante; cosa que Nabot -apoyado en
el derecho consuetudinario de propiedad- rehusó.
Como un mocoso caprichoso llegó a su casa
y se arrunchó a dolerse de su capricho insatisfecho; y, así se lo confió a Jezabel,
quien, para animar a su marido, lo pellizcó dónde su vanidad más enquistada
estaba: le preguntó, si él -que era el rey- manejaba así su poder y su
autoridad, ¡valiente rey era! En otras palabras, le dijo actué como rey de la
peor laya, y hágase a la viña por caminos oscuros de injusticia. Detentando la
posición gubernativa que él tenía, nadie la podría cobrar los oprobios que
cometiera, para salirse con la suya. Sólo le dice que se anime, pero es ella
quien solicita por medio de cartas, que se busquen en la comunidad dos
embusteros -la escritura los llama “hijos de Belial”, disponibles para levantar
un perjurio, afirmando que Nabot había maldecido de Dios y del rey. Calumnia a
causa de la cual, lo ¡sacaron de la ciudad! y lo lapidaron. Subrayamos que lo
sacaron, porque siempre sucede, -como para que la ciudad no pueda ser tenida
por culpable-, que el crimen se comete en las afueras, también en las afueras
de Jerusalén quedaba el Calvario, y siempre el cordero que se ofrecía
como “sacrificio vicario” le imponían las manos para descargar el pecado sobre
él, y lo enviaban a morir victimado por los lobos, en zona agreste. Los
ciudadanos que le habían “impuesto las manos” quedaban -como diríamos hoy día- “sanos”.
Yezrael, entonces, le da pedal a su
marido, y le impulsa a que vaya a “tomar posesión” de la Viña en cuestión. La
manera como se cuenta, hace ver a Ajab como inocente, caprichoso pero inocente,
de la muerte de aquel “Justo”, la impudicia, está enteramente achacada a
Jezabel (la pagana idolatra: “La mujer que me disté por compañera me convidó el
fruto -en hebreo dice del עֵץ [ets] “árbol”, “del palo”, “del árbol que sirve para ahorcar”- y
comí” (Gn 3,12bdc). En Génesis 12, no habla de “fruto” que sería “Nâboth”.
Se nota el paralelo exacto de este pecado
con aquel que el profeta Natán le descubrió a David (2Sm 11,1 -12,9). El objeto
del capricho ha cambiado, allá era la mujer de Urías, aquí es la Viña de Nabot,
el crimen es el mismo, allá muere Urías, aquí paga el pato Nabot: dos hombres
pierden la vida por los caprichos de poseer lo ajeno. En ambos casos es el rey,
el que abusa de su autoridad para adueñarse de lo que, respetablemente, le
pertenece en justicia a otro.
Aquí, ya no será Natán el encargado de
desenmascarar al rey, ese rol se le ha asignado, ahora, a Elías: “¿Has
asesinado y encima robas? Por eso, así dice el Señor: en el mismo sitio donde
los perros han lamido la sangre de Nabot, a ti también los perros te lamerán la
sangre” (“El que a hierro mata a hierro muere”, y también aquel, “con la vara
que mides seréis medido”)
También aquí para conservar el paralelo,
Ajab se arrepiente -como lo hiciera David-, en cuanto oyó aquellas palabras,
rasgó sus vestiduras, vistió sayal y guardo ayuno, andaba por ahí, taciturno.
(Cfr. 1R 21, 27-29) Y el castigo es levantado, aun cuando recae sobre su
descendencia.
Sal 5, 2-3ab. 5-6a. 6b-7
El salmo es del huésped de YHWH. En este
salmo se quiere depositar la vida en Manos de Dios. Ese es el sentido de esta
plegaria. Se muestra docilidad y entrega para que sea Dios quien corrige, Dios
quien guía, Dios quien atiende. Y la ofrenda presentada, como claramente lo
dice la antífona responsorial, son los “gemidos”.
Este hombre que ora, implora ser
escuchado en sus gritos y gemidos, quiere ser atendido y se presenta ante su
Señor y Rey, depositando en Él su Oración.
Mira hacia Dios y descubre en Él dos
pautas de identidad: Él no es un Dios Malvado; eso, por una parte, y por la
otra, sus huéspedes tampoco pueden ser malvados, ni gente arrogante.
Profundiza identificando a los que pueden
ser sus huéspedes: definitivamente no pueden serlo los malhechores, tampoco los
asesinos sanguinarios y, mucho menos, los traidores; a todos esos los aborrece
el Señor.
El salmo lo dirá, aun cuando hoy no se
cite este aspecto, el Señor acoge al fiel.
Mt 5, 38-42
Remontarse por sobre
la Justicia como venganza
El Señor Jesús nos sigue guiando hacia la
plenitud de la Ley. Hoy tomará la que en el Primer testamento es la “Ley del
talión” (Cfr. Ex 21,23-25) que fue un enorme progreso en Acadia y Babilonia
como cortapisa de la vengatividad, poniendo freno a la sed de retaliación por
medio del bloqueo de no llevar la sentencia más allá del daño, sino tratando de
equilibrar el daño con su contra-paga, el castigo. Y que, sin embargo, fuera de
ser un intento de contención, lo que hacía era coger un mal y sacarle una fotocopia,
para no tener un solo mal sino su doble (su principio se basaba en la tabla de
la multiplicación: la Justicia sería la fabricación de otra “injusticia”), de sentido
contrario, con la ingenuidad de que la una contrarrestaría la otra, idealizando
que tal era la solución, muchos siguen idolatrando esa fantasía, suponiendo que
así se logrará restañar la herida, y sin visualizar que eso solamente continua
la “sería en cadena”. Sacan el pecho y hablan de desalentar a otros que quieran
repetir la afrenta, y quieren, tapándose un ojo, pensar que -contra toda evidencia-
la cadena de males se interrumpirá.
Hay un punto de soldadura que nos ofrece Gandhi,
entre la Primera Lectura y el Evangelio de hoy: “Lo que se obtiene con
violencia, solamente se puede mantener con violencia”.
La Ley perfecta de Jesús no consiste en
enfrentar los agravios, miremos las pautas que Él nos da:
a)
Si alguien nos
abofetea la mejilla derecha, la propuesta consiste en ofrecerle la otra mejilla
para que pueda asestarnos su revés.
b)
A quien quiera
adueñarse de nuestro manto, démosle también la capa.
c)
Si alguien nos
impone acompañamiento por la distancia de una milla, vayamos junto con él, dos
millas.
d)
Si alguien nos pide démosle.
e)
No le saquemos el
cuerpo a quien nos pida un préstamo.
Se trata pues de un total desprendimiento, de manera tal que aquel
que pretenda nuestra viña, la pueda tomar, sin necesidad de calumniarnos ni de
conducirnos a la lapidación.
Quien tiene, siempre será objeto del envidioso. Las posesiones siempre
estarán sujetas a la codicia ajena. La injusticia estará pronta a gatillarse en
toda cultura que se cimienta sobre la posesión. Sólo el desapego es
invulnerable.
El Reino se tiene que basar sobre el desprendimiento y la generosidad.
Solemos decir que Dios no se deja ganar en munificencia, como para decir que es
demasiado arduo, para el ser humano promedio, vivir en el marco de la prodigalidad
generosa. Y, al volver los ojos al Crucificado, descubrimos una religión y una
cultura de la “entrega”: Hasta la perfección de la donación.
Aun cuando lo hemos cubierto por pudor con un trapo para ocultar la crueldad de su desnudez, para hacer sus imágenes recatadas; lo cierto es que lo entregó todo,
hasta su desnudez. Para usar de la fórmula manoseada “hasta Su Última Gota de Sangre”
y era ¡Sangre Divina!
Por mucho que nos incomode, esa es la perfección que Jesús nos
entrega, esa es la asombrosa valentía que aquel muchacho acomodado asumió como
paradigma de su vida y que tanta admiración nos provoca, estamos pensando en
San Francisco de Asís.
El cinismo, que es una de las crueldades del ser humano que primero se saca del baúl de la concupiscencia y que se ha promovida bajo el subtítulo de “justicia”,
nos espeta: ¡Pues venga y le quitamos a usted todo, y después nos cuenta!
Nietzsche nos reprochaba estar en una religión de esclavos. Porque su propuesta apuntaba hacia la fuerza, la arrogancia, el poder (el del superhombre con derechos para adueñarse de las Viñas y de la sangre de todos los demás, porque era el "fuerte"). No puede descifrar nada en el fondo, de la fuerza verdadera que implica una cultura de la debilidad, ¿qué podría decirle a él, la donación voluntaria, el abandono, la mansedumbre?
A todos, estas líneas del Evangelio Mateano nos cuestionan muy
hondamente, sabemos que se nos está hablando de algo novísimo, que -en
realidad- todavía no se ha ensayado. ¡Qué reto!
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