Eclo 48, 1-14
Con una enumeración muy sencilla, con
matices poéticos, el Sirácida nos presenta un recuento de la vida de Elías, y
el gran Poder que Dios puso en sus manos para comunicarnos Su Misericordia y
obrar grandezas según Su Santísima Voluntad.
Intentemos señalar los eventos que -mencionados
en esta perícopa- bien pautan la existencia y la Misión de Elías:
1.
Cuando se decretó la
sequía, Dios les mostró con la hambruna que sobrevino de 40 meses, que el Poder
-en realidad- le pertenece enteramente a Él.
2.
Así como interrumpió
la lluvia, hizo caer fuego por tres veces.
3.
Hizo levantarse al
que ya era un cadáver.
4.
Marco el triste sino
de los reyes.
5.
Sanó a renombrados
personajes de sus dolencias.
6.
En el Sinaí oyó los
reproches que le hizo Dios
7.
En el Horeb escucho
el murmullo inaudible de la dulzura de Dios que es apenas Leve Brisa.
8.
Ungió a los reyes
que cumplirían los designios Divinos
9.
También ungió y entregó
su Manto al que vendría a continuar su profetismo
10. En carroza de fuego fue conducido al Cielo
11. Su Voz sigue resonando con el correr del tiempo
para apartarnos de las idolatrías.
12. Reavivó y atizó la fogata del linaje davídico
para que su lumbre no se apagara y el vaticinio mesiánico tuviera cumplimiento
Pueden sentirse bienaventurados los que hayan
sabido de él porque legó para la posteridad una herencia de portentos que
fortifican nuestra fe.
Sal 97(96), 1-2. 3-4. 5-6. 7
Este es un Salmo del Reinado de Dios. Es
una verdadera convocatoria a veneir s testimoniar la Grandeza de Dios,
festejarla. Se anuncia el Señorío de YHWH en este salmo, se le reconoce su
Realeza, se hace notar que su Trono está en loa más Alto, Él detenta el rango
Supremo.
Este salmo tiene 12 versículos. Los siete
primeros configuran la perícopa proclamada hoy. Asistimos a los ya tantas veces
mencionados signos que acompañan una Teofanía común y corriente, a saber:
fuego, rayos, nubes, temblores de tierra y de montañas que se derriten como si
fueran de cera, hay nubes, tinieblas, fuego y rayos. Son como los datos
envolventes que despiertan los sentidos de los allí presentes para que sepan
que es nada más y nada menos que, el Propio Dios quien se hace Presente.
La islas -valga decir- los territorios
más lejanos -pese a su distancia- saben que Dios se ha Aparecido. La tierra se
alegra porque tiene oportunidad de comprobar la Potencia incontenible del
Señor, pero no son sólo las señales tectónicas las que ratifican que el Señor
está allí, también están la Justicia y el Derecho que son los atributos
superiores y consustanciales de la Divinidad.
El fuego lo precede para ir abriéndole
paso. Toda la tierra -sin excepción, saben lo que está sucediendo, todo el
Universo nota que Dios se está manifestando.
Entonces, los cielos abran sus bocas y
tocan sus Trompetas para pregonar que YHWH es El Justiciero, y todos los
pueblos son deslumbrados por la Luz de su Gloria.
Todos los idolatras se rinden
avergonzados, se sonrojan al tener que admitir que Dios-es-Uno.
En el versículo responsorial retornamos
-un y mil veces- sobre la idea de alegrarnos -los justos, porque los impíos y
los descarriados tiemblan- por estar ante tan Gran Misericordia y reconocerlo
como Rey nuestro.
Mt 6, 7-15
Cuando pronuncio el Padre Nuestro, me
siento como un sabio hortelano que siembra árboles para edificar futuros,
porque mi sangre me dictamina que la “construcción del Reino” se equipara con
la de los hortelanos que riegan meticulosamente las semillas, para que haya
hermosos bosques en algún mañana.
Sonrío pensando que tal vez, esta haya sido la
más antigua liturgia de la esperanza: cuando alguien plantó un árbol,
consciente de que jamás habría de sentarse a su sombra. Sin saberlo, ese
desconocido pronunció el Nombre del más Sagrado de los Sueños: El Mesías: el momento
en que el poder será entregado a los mansos…
Rubem Alves
El Divino Maestro, nos presenta el Padre
Nuestro, como una comunicación con El Padre, que economiza palabras y dice
aquello que tendríamos, sin abusar del palabrerío y dirigiéndole una plegaria
sin verborrea. Más bien, es un rezo lacónico.
Nosotros quisiéramos presentar aquí, cómo
esta oración se inserta en le liturgia, y para eso recurriremos al numeral 2777
del Catecismo de la Iglesia Católica:
En la liturgia romana, se
invita a la asamblea eucarística a rezar el Padre Nuestro con una audacia
filial; las liturgias orientales usan y desarrollan expresiones análogas:
“Atrevernos con toda confianza”, “Haznos dignos de”. Ante la zarza ardiendo, se
le dijo a Moisés: “No te acerques aquí. Quita las sandalias de tus pies” (Ex
3, 5). Este umbral de la santidad divina, sólo lo podía franquear Jesús, el que
“después de llevar a cabo la purificación de los pecados” (Hb 1, 3), nos
introduce en presencia del Padre: “Henos aquí, a mí y a los hijos que Dios me
dio” (Hb 2, 13):
«La conciencia que tenemos de
nuestra condición de esclavos nos haría meternos bajo tierra, nuestra condición
terrena se desharía en polvo, si la autoridad de nuestro mismo Padre y el
Espíritu de su Hijo, no nos empujasen a proferir este grito: “Abbá, Padre” (Rm
8, 15) ... ¿Cuándo la debilidad de un mortal se atrevería a llamar a Dios Padre
suyo, sino solamente cuando lo íntimo del hombre está animado por el Poder de
lo alto?» (San
Pedro Crisólogo, Sermón 71, 3).
Todo
indica que se trata de una inserción que Mateo encontró oportuna, por su
relación con el tema de la oración; por eso se ha dispuesto en este lugar de su
Evangelio, co-textualizado dentro del Sermón de la Montaña. Jesús les advierte
que no se trata de improvisar una de esas plegarias de nunca acabar,
convencidos que la extensión y la duración del discurso terminará por convencer
a Dios, sabiendo -como todos sabemos- que Dios conoce perfectamente nuestras
necesidades y nuestras urgencias. Y nos enseñó la “Oración del Señor”.
Se
trata de una plegaría que la mayoría de nosotros hemos aprendido durante la
infancia, pero que -a pesar de su importancia, por habérnosla enseñado el
propio Jesús- la recitamos mecánicamente, sin llegar a sopesar su significado.
Su
significado más profundo es -como los votos matrimoniales- el señalamiento de
la especificidad de nuestra relación con nuestro Padre Celestial. Y, al
ponernos en relación con Dios, nos pone también en correlación con toda la
humanidad y con la realidad global que habitamos.
Su
estructura corresponde a siete peticiones que disponen la ordenación del
ser-orante. Y, en esa estructura lo que prima es la relación paterno-filial que
nos enlaza y define. Sin embargo, no es simplemente el Padre, sino que -y ahí
figuramos nosotros- en el otro extremo del vínculo, es “Padre Nuestro”. A nadie
podemos negarle este “privilegio” verdadero que dios ha querido tener con
nosotros, el de ser sus hijos. Inmediatamente empezamos a condicionar esa
filialidad, estamos tergiversando la inclusividad de que contiene la oración
del Señor. Muchos santos al empezar a pronunciar esta Plegaria, no pueden pasar
de su enunciación y avanzar, porque es tan descomunal la profundidad omni-abarcadora,
que se dice que ahí, en el que podríamos denominar “el título”, ahí se quedan.
Podríamos
intentar, reflexionar, en las sucesivas veces que lo pronunciemos una de las
siete peticiones, tratando de ir -progresivamente- desentrañando su maravillosa
pedagogía.
Quepa
decir que no es un problema de velocidad, a veces tendemos a prolongarlo en
lento avance, creyendo que quizás así lleguemos más al fondo; se trata más bien
-y particularmente cuando lo recitamos dentro de la liturgia- de recitarlo al unísono
con la Comunidad, y siguiendo la “batuta” del Presidente.
En
cualquier otro caso, debería fluir con la naturalidad que impone nuestra manera
normal de hablar, y caer en la cuenta que todo dialogo -conlleva junto con su
dinamismo internos- una velocidad que le es propia. Bastará con que nuestra
pronunciación sea clara, pero no es recomendable introducir otros matices con
el pretexto de la “solemnidad”.
Estas
cosas son fundamentales, especialmente si atendemos a la recomendación de orar
como si estuvieras hablando con un Amigo.
Permítasenos
añadir una palabra sobre la petición de venga a nosotros tu Reino. Aunque
Nuestro Padre es Rey, lo aceptemos o no, también sabemos que Él no nos impone
su Reinado, y que su Misericordia se quedará respetuosamente en el umbral de
nuestra vida, si nosotros no Lo aceptamos y Lo recibimos en Su calidad de Rey. Decirle
que “se haga su voluntad aquí abajo, como se hace allá arriba”, es una bufonada,
como si le dijéramos a un hijo, “vaya juegue”, pero previamente le hubiéramos impuesto
pesados grilletes que se lo impidieran.
Miremos
tan solo un fragmento de un texto intitulado “El Árbol del Futuro”, que pudiera
ser inspirador para ti, querid@ lector(a):
Voy a sembrar un árbol…
Cuál vaya a ser, no
tengo idea.
La copa deberá ser
grande, para que los niños puedan juntarse a su alrededor. Ojalá que sus ramas
sean fuertes: recuerdo el viejo mango de mi infancia, de donde colgué un
columpio. Y pienso en los pajaritos que vendrán, cuando sus frutos están
madurando…
Pero lo más importante
de todo:
Deberá crecer lenta,
muy lentamente.
Tendrá que demorar
tanto para crecer que ya no viviré para poder sentarme a su sombra. Y lo amaré
por los sueños que se abrigan en él.
Rubem Alves
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