2S
11, 1-4a. 4c-10a. 13-17
Habíamos
quedado de entrar hoy en el episodio que marcó el desmoronamiento moral de
David, su gran pecado doble. Hay un interrogante muy poderoso que queda en
suspenso: ¿Por qué no fue Urías a visitar a su esposa? Ese es un punto muy
interrogante que queda en suspenso… El hagiógrafo no dice nada, pero verdaderamente
es muy sintomático, porque en cualquier caso lo primero que habría hecho
cualquier combatiente sería haber aprovechado el viaje a Jerusalén para ir a
visitar a su mujer.
El
adulterio de David le costó la vida a Urías.
De esta “aventura” amorosa, le quedó a David otra concubina, Betsabé, la
exesposa de Urías. ¿Se podrá hablar en este caso de “la viuda de Urías”? A
malhadada tarde en la que David se levantó y se puso a pasear por la terraza
del palacio, paseando la vista por la techumbre del vecindario. La tentadora
hermosura de aquella mujer marcó la hora de la infidelidad de este rey.
Es
interesante que el ejercitó de David acababa de asolar a los amonitas, y David,
en cambio de dedicarse al festejo de su victoria, prefirió refocilarse con la
mujer ajena. El corazón humano no suele contentarse con sus logros
legítimamente alcanzados, siempre tenemos que incurrir en los excesos y
saltarnos los límites que la Ley de Dios demarca como baranda para no caer al
abismo.
Sal
51(50), 3-4. 5-6b. 6c-7. 10-11
A
veces, y esto es muy frecuente, -no es un “rara vez”- nos cae como anillo al
dedo aquello de la “responsabilidad personal del pecado” especialmente porque
nos lleva a ese ángulo (cómodo rincón para agazaparnos) donde podemos decir: “Bueno,
fui yo el que pequé, ya veré cómo me las apaño con mi pecado, pero ustedes no
se entremetan que no tienen nada que ver, les repito, ¡fui yo!”.
Pero
recuerdan aquella frase altisonante, “ningún hombre es una isla”, pues hemos de
saber que el pecado afecta y sus repercusiones van más allá de la persona
individual del que lo ha cometido. Pues es una frase altisonante de John Donne,
altisonante porque contiene una verdad similar a una gigantesca campana de
bronce. El pecado mete una trasfusión de sangre dañada en el organismo social,
porque no somos islas sino unidad corporativa. El mal de un pecado se extiende
como ondas concéntricas y difunde una corriente que intoxica el conjunto
social. Somos cuerpo no órganos individualmente aislados.
Con
sólo reflexionarlo un poco nos daremos cuenta de cómo tiene el pecado un factor
pandémico que lo propaga, que propende a su extensión.
Podemos
ponerle adornos al arrepentimiento de David y procurar disminuir el daño, pero
lo cierto es que detrás de aquella tarde aciaga en que David se prendó de la
hermosa mujer que se bañaba, se adivina la destrucción que le llegará a
Jerusalén, la trágica muerte de sus hijos, la división del Reino, la
deportación a Babilonia. Inclusive, uno se tendría que preguntar si ese fue el
pecado original que causó la ininterrumpida cadena bélica que ha azotado desde
siempre a la Ciudad de David. Tal vez los sentidos de David se engañaban y lo
que a él le parecía seductor no era la hermosura de una mujer sino las luces
destructoras de los misiles que estallaban en los techos de los edificios.
Hemos
encontrado en los panegíricos el elogio del purísimo arrepentimiento de David:
y la apelación a la maravillosa Misericordia del Señor, y todo eso, es cierto,
pero no se puede tapar con un dedo la responsabilidad que le cabe al hombre
cuando retira una ficha de dominó de una torre construida con ellas. David
alcanzó a dimensionar que no sólo había pecado contra Betsabé, que no
únicamente había llevado al cadalso a Urías y le había comprado un miserable
entierro, sino que “Había pecado contra el Cielo y contra el Señor”, contra el
mismo Dios que lo había ungido y elegido para establecer el Linaje cuya Cúspide
llegaría a ser Jesús.
Pero
¡nunca desesperemos! El Señor es lento a la cólera y rico en clemencia, Él está
siempre disponible para desviar Su Mirada de nuestro pecado y derramar el
Bálsamo de Su Perdón sobre nuestras culpas.
Pero
la consciencia del mal que fraguamos al pecar nos debería llevar a
fortalecernos en la voluntad firme de no cometerlos y a rogarle al Señor la
fortaleza para no sucumbir a las tentaciones.
Mc
4, 26-34
Hoy
Jesús nos guiará con dos parábolas -de raíz agraria nuevamente- para mostrarnos
el Reino. Es muy interesante y focal, descubrir que el Evangelio -o sea la
Buena Noticia- es el anuncio del Reino. Jesús no está en campaña para que
votemos por Él, Jesús nos está haciendo una propuesta, nos está proponiendo los
“Valores del Reino” para que los aceptemos en nuestra vida. No son Diez
Mandamientos -aun cuando ellos son el eje de su Mensaje-, pero sobre todo es la
fraternidad, es la sinodalidad, es el amor de los unos por los otros y muy
especialmente por el Otro, porque el Otro le da la estructura a la fraternidad,
recordemos que el Otro es el Padre, somos hermanos precisamente porque tenemos
un padre Común, ¡el Padre Nuestro!
Ante
todo, lo que debe preocuparnos no es la germinación, no somos biólogos del
Reino que tienen por misión “descubrir” como se desarrolla el proceso; el reino
sólito, como un bebé en el seno materno, conlleva todo el programa y todos los
detalles para llegar a ser un bebé completo; así el Reino, llegado el momento,
nos sorprenderá con su nacimiento y con su desarrollo. Habrán oído ustedes que
no hay que precipitar los procesos, recuerdan lo que pasó cuando alguien quiso
sacar la mariposa antes de tiempo y le “ayudó”, pues ¡era prematura!
La
segunda comparación nos ha asombrado desde siempre: la semilla de mostaza, la
parábola subraya que "es la más pequeña de todas las semillas, y puede alcanzar
en su momento, una altura mayor que la de las demás hortalizas". Puede llegar a
ser nido de los pajarillos que pueden encontrar bajo su sombra refugio de la
resolana.
Quizás
los discípulos que eran prioritariamente pescadores, no lograban entender del
todo lo que quería decir Jesús, pero como su enseñanza no era hermética, no
estaba reservada a algunos, Él se las aclaraba, ya cuando tenían sus “asambleas
internas”.
Sólo darnos cuenta que, de Nazaret, de Galilea, ha llegado hasta nosotros a través de los siglos y su semilla evoluciona en nuestros corazones, debería bastar para darnos cuenta que el Poder expansivo del Reino es genuino, es real, es incontenible. Jesús, por favor, pon tus dedos en nuestros oídos y pronuncia sobre nosotros el Ἐφφαθά [Effatá] “ábrete” (palabra de origen arameo que San Marcos incluyó en 7, 34), para que seamos capaces de adentrarnos y confiar en el poder del Reino, que ahí está patente y evidente, pero, que algún “taco” en nuestros oídos nos impide oír.
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