1S
3, 1-10. 19-20
Samuel
es una figura transicional en la Biblia. Con él se pasa de la etapa que
llamamos de los Jueces, donde se tienen autoridades locales, análogas a los “gobernadores”
y que ejercieron un liderazgo muy importante, especialmente en los momentos críticos
de la historia de Israel. Pero ahora, las tribus se confederan y -por imitación
con las naciones circunvecinas- quieren, también ellos, tener “reyes”. Y, a
Samuel le cabe la función de ungir a los dos primeros: Y entre estas tres
figuras se llevan el rol protagónico de este Primer Libro de Samuel.
Ha
de decirse que, no son realmente dos Libros, sino que resultaban un rollo muy
grande en uno solo, y por eso se dividió en dos rollos, dando lugar a esta
subdivisión por razones de comodidad en el manejo de los Escritos.
Nos
fascinan las divinidades que introduce el cine y la televisión que actúan con
truenos y ruidos ensordecedores, que hacen vibrar las vigas del edificio y
trepidar las paredes de la sala de cine. Tiene que ser tal su estrepito que la
silla donde nos encontramos parezca arrancarse de su lugar y salir despedida para
estrellarnos contra los muros.
En
cambio, que tierna sutileza la que usa Dios. Parece llamarnos con pena de
molestarnos, lo hace como dándonos la oportunidad de decirle: ¡Más tardecito!
¡Estoy molido del sueño! Nos llama apenas con un murmullo leve, no sabemos si
es en nuestro oído o es en el del vecino en el que resuena llamando. Con tanta
suavidad, que muchos aprovechan para hacerse los locos y desatender el Llamado.
Este
episodio se refiere a la vocación de Samuel, es la misma perícopa que vamos el
leer el próximo Domingo. Ana había llevado a Samuel al Templo de Siló, y -dando
cumplimiento del voto de “nazireato” que había hecho a Dios por su maternidad-
lo “entrega” al cuidado de Eli, y allí lo deja para que sirviera y se formara: “Ahora
yo se lo cedo a Yahvé por todos los días de su vida; está cedido a Yahvé”(1S 1,
28) Pero, por ese entonces, no se deba esa comunicación clara en la que Dios
hablaba y se manifestaba. No era tan tarde puesto que la lámpara de Dios no se había
apagado, lo que habla indirectamente del “Apoyo Divino” dado a este pueblo, la
Presencia de Dios en medio de Israel por referencia a la Nir Tamid, hablando de
la que se llamó Ner Hamaaraví “Luz Occidental”, que representa la devoción a
Dios. Con su consagración, David se crio como una persona supremamente piadosa,
tan es así, que dormía en el sitio del Arca.
Él
oía que lo llamaban, y pensaba que era Elí, así que se levantaba e iba ante él,
pero él le decía que no lo había llamado, que se fuera a acostar. Se repite por
tres veces esta llamada, y Elí, como consejero espiritual no caía en la cuenta
de qué se trataba, hasta la tercera vez. Cada vez que Samuel oía el “llamado” respondía
con la misma frase de disponibilidad: “Aquí estoy, porque me haz llamado”. Lo
que le enseñó Elí, fue la manera de continuar el dialogo con El Señor, la fórmula
era: “Habla señor que tu siervo escucha”.
Samuel
había aprendido a reconocer la Voz de Dios y su “Llamado”. Se dio, de esta manera inicio, a su misión
profética, que tuvo aceptación y reconocimiento por parte de “todo Israel,
desde מִדָּ֖ן Dan hasta שָׁ֑בַע BeerSeva”.
De
esta manera, Samuel pasa de la era de los Jueces a la del profetismo, antes de
convertirse en Ungidor de reyes.
Señor,
permítenos sembrar en nuestro corazón esta respuesta, más que como palabras,
como verdadera disponibilidad: “Habla señor que tu siervo escucha”.
Sal
40(39), 2 y 5. 7-8a. 8b-9. 10
Es
un salmo de Acción de Gracias. Está en la misma línea de la “disponibilidad,
plantemos esta semilla en nuestro propio pecho, es el versículo responsorial: לַֽעֲשֹֽׂות־רְצֹונְךָ֣
אֱלֹהַ֣י
[La asah resuonka Elojey] “Aquí estoy Señor, para hacer tu Voluntad”.
Se
plantea el asunto de los sacrificios enfrentado al acatamiento, al anhelo de
cumplir el “Querer Divino”. Más que las oraciones Dominicales, el Señor anhela
la coherencia cotidiana de nuestra vida.
El
Señor “Llama” muchas veces con un prodigio de Salvación, hace obrar el Poder de
Su brazo, y con ese socorro deja constancia de su Amor y su Paternal Cuidado.
Que no acudamos a la idolatría, a ninguna de ellas, que la idolatría tiene tan
diversos rostros, pero el Señor atiende a quienes a Él se acogen y no flaquean
ante los engaños y las seducciones.
Tenemos
que aprender a poner nuestra vida en el Altar. No tanto ofrendar “cosas”, sino
aprender a decir, ¡aquí estoy señor!: ofrendarnos nosotros mismos (Segunda Epíclesis).
¿Cómo
hacernos ofrenda sacrificial?, viviendo gustosamente lo que Dios ha expresado
en toda su Palabra como su gusto: Cumplir su Ley, la del Amor, como
fraternidad, como sinodalidad, como Amor-agape. Llevando su Ley como lo dice
aquí el Salmo, "en nuestras entrañas".
Y
no sólo como un tesoro oculto por egoísmo, por esa idolatría del “sólo mío”,
sino compartirlo, proclamarlo, en la Gran Asamblea, que no es la “populosa”,, “la
multitudinaria”; la Gran Asamblea puede ser de uno, pero ante ese “uno” que
Dios te pone, están representados todos, él es para nosotros nuestra “comunidad
de escucha”.
Mc
1, 29-39
Muchas
veces Jesús se ocupa de “sanar”, de “sanar enfermos”, y para algunas personas
esto es una “pérdida de tiempo”, ¿para qué gastarle tiempo de su importante
misión a la sanación del cuerpo físico que es sólo una morada provisional? De
todas maneras, dicen ellos, más tarde se volverá a enfermar de eso o de otra
cosa, y morirá. Así les queda oculto el sentido del “Poder curativo de Jesús”.
Quien no haya estado enfermo, seriamente enfermo, no podrá comprender la
apabullante desolación que trae le enfermedad a la persona y a todos los de su
entorno. En cambio, quien haya vivido esta situación, entiende con profunda
gratitud lo que significa sanar a alguien, que en un momento dado perece; y
cómo esa sanación renueva el entusiasmo de todos los circunstantes.
Pero
hay otra razón para estas sanaciones, algo más personal, en el corazón de
Jesús. Dice Él: ¡Quiero que entiendan cuánto valen para mí! ¡Cuánto los amo!
¡la Voluntad que me asiste de traeros mi alegría! En el contexto del Pastor, se
trata de mostrarnos lo que significa cada oveja para su Tierno y Dulce Corazón.
Marcos
tiene una manera muy interesante de narrar, es sencillo y escueto, nos da los
puntos esenciales, no se detiene en detalles, en aspectos anecdóticos.
Examinemos la perícopa de hoy, tenemos le estructura somera de la cuestión,
nada más se incluye:
a) De la Sinagoga sale
directo a casa de Andrés y Simón
b) La suegra de Pedro
estaba con fiebre, y tan pronto se lo hacen saber,
c) Se acerca a la
suegra y le tiende la mano y la ἤγειρεν “levanta”, “la despierta”, “la
Resucita”: este verbo es muy importante, mucho más si lo contraponemos al otro
verbo, el que usamos para referirnos al pecado. “La caída”: ¡Lo que
necesita el caído, es ser levantado!
Se
sanó y se dedicó a servirles. Esta fase final es como la conclusión lógica: su
vida no tenía un sentido, ahora que está restablecida, que ha sido recuperada
de su “postración”, tiene algo a qué dedicarse: Darle gracias a Dios que la
descargó de ese sufrimiento. La gratitud se demuestra en el don del servicio.
Si
usted ha padecido una enfermedad, o en su casa se ha dado esta circunstancia
con alguno de sus parientes, usted comprenderá bien lo que significa que Dios
obre y sane: ¡Una verdadera liberación! No sólo el enfermo descansa, también
todos los parientes.
Le
llevan, entonces, toda clase de enfermos y poseídos, y Él se encarga de todos.
Esta es su enseñanza. No un discurso perfectamente hilvanado. No una catedra
fácil de teología. No un cursillo en cuatro o cinco lecciones muy claras ¡No!
¡La Enseñanza de Jesús es un obrar liberando que a todos deja alegres y a todos
llena de muy positivo estupor!
Al
día siguiente, se va a otro lugar, porque este obrar sanador y liberador tiene
que ser llevado a muchos, para que muchos comprendan que Él no venía a iniciar
una ola de conquistas, que Él no venía con un fabuloso cuerpo armado, con
modernas tecnologías de muerte, que Él venía a predicar sin palabras, y a
expulsar los demonios portadores del sometimiento y el yugo. No un mesías
exterminador -como los que todos los días nos recrean en la televisión-, sino un
Mesías que da Vida, y Vida en abundancia.
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