miércoles, 31 de enero de 2024

Miércoles de la Cuarta Semana del Tiempo Ordinario

 


2S 24, 2.9-17

Cuando David encontró en Jerusalén una cohorte organizada con sus respectivas burocracias, además de un sistema de recaudo de impuestos con sus postas de recaudo estratégicamente dispuestas y con todo el equipo de funcionarios necesarios, encontró también cronistas que tenían por tarea elaborar las noticas y adecuarlas según el gobernante de turno y encontró quienes contaran su historia como se debía. Los episodios de Saúl y David se contaron entonces de una manera optimizada, y se pusieron como apéndices de esta segundo Libro de Samuel, ocupando el lugar de los capítulos 21-24 como hoy en día los leemos. Este añadido es considerablemente diferente tanto en estilo -lo formal-, como en su contenido. Por ejemplo, la hazaña de matar a Goliat, es atribuida aquí a Eljanán (2S 21, 19).

 

La estructuración es como sigue: Un paralelo del gobierno de Saúl contrapuesto al de David. Son seis textos independientes muy inteligentemente dispuestos: El primero (cap. 21, primera parte: 21, 1-14) muestra las “fallas de Saúl” y el último (cap. 24, 1-25) “las fallas de David”, y todo el daño causado por ambos y comparable en su perversidad. El capítulo 21, en su segunda parte 21, 15-22 y 23 en su segunda parte (23, 8-39), muestra al ejercito de los “bravos” de David, enfrentando muy valerosamente a los filisteos, pero a un David de fragilidades, de debilidad, de dependencia de otros; los capítulos 22, 1-51 y, 23, 1-7 en su primera parte, nos dejan ver la reflexión que hace David sobre su propia historia, es una mirada reflexiva a su autobiografía, y descubre que fue Dios quien veló por él y lo rescató siempre. Como un retoño de esta reflexión descubre el significado de la Fidelidad de Yahwé: Y, resplandece cómo un Sol de Esperanza el Mesías, la Promesa del Gobernante Perfecto.

 

Es importante que la Plegaria de Ana que abre el libro de Samuel, reverbera como el embrión que palpita en aquel Cántico, y que brota ahora como imagen teleológica en el esjatón Mesiánico de estos poemas Davídicos. 

 

Hoy concluimos nuestro cursillo sobre los Libros de Samuel. Pasaremos -a partir de mañana 1º de febrero- a hacer un nuevo cursillo -en 7 lecciones- sobre el Primer Libro de los Reyes. Sólo estudiaremos 1R 1-11, que es la parte que se ocupa de Salomón.

 

Miremos la perícopa de hoy, que quiere darnos el resumen final de la vida de David. Uno tras otro se acumularon los “pecados” de David. Cada vez más su conducta “erra el blanco” y hace precisamente aquello que ofende, que desagrada a Dios. Pero sólo, a posteriori- advierte el daño que causa su desacierto. La conversión de David es completamente superficial, le dice a Dios que reconoce su “necedad”, y luego, casi de inmediato, incurre en otra o en la misma falta. Parece que su error con Betsabé y Urías dejó -de manera permanente- averiado su sistema de navegación. De allá para acá sólo acumula desaciertos.

 

Quiere esto decir que ¿antes de aquel episodio, él siempre acertaba? Como entonces explicaríamos su alineación con los filisteos -enemigos tan principales de Israel- a quienes sirvió como mercenario, y sus hurtos con la guerrilla que implementó y lideró, acompañada de masacres, y para que los filisteos no se dieran cuenta de que aprovechándose de la amistad que la brindaron se enriqueció zaqueando a los poblados de sus compatriotas, diezmando a todo el mundo para que no sobrevivieran testigos oculares. Hasta que, por no terminar como enemigos, lo desterraron de su territorio.

 

Lo que se puede concluir es que hubo un propósito apologista por parte de la forma de historiar la vida de David, que ha venido ocultando ciertas facetas y mostrando otras, a la vez que minimizando la gravedad y las consecuencias de su realidad para mostrarnos un “ídolo”, mientras que Dios, en su Escritura, le dio al hagiógrafo todos los datos para que no quedara oculta la “verdad”.

 

El profeta Gad le plantea las tres posibilidades que Dios le da a escoger, y el escoge una peste. Estaban en el periodo de la siega del trigo y vino la peste y murieron 77.000 hombres…

 

En medio de semejante “catástrofe” tiene David una palabra, quizás la única valiosa y honorable, le dijo el ángel encargado de ir descargando el contagio: “Soy yo el que ha pecado y el que ha obrado mal. Pero ellos, las ovejas, ¿qué han hecho? Por favor, carga tu mano contra mí y contra la casa de mi padre”.

 

Sal 32(31), 1b-2. 5.6.7

Este es un salmo de Acción de Gracias y la Iglesia le ha dado una aplicación Penitencial; esto se debe a que el salmo entrecruza y los entreteje, los dos ejes:

a)    Marca pautas para hacer una buena conversión

b)    Agradece que los pecados sean perdonados.

 

Su forma es la de una bienaventuranza: אַשְׁרֵ֥י [asher] “Dichoso”. «Dichoso el que es absuelto de sus culpas y le ha sido sepultado su pecado». Y todavía refuerza la bienaventuranza repitiendo: «Bienaventurado aquel a quien el Señor no tiene ya de qué acusarlo».

 

El versículo responsorial implora esa absolución: «Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado». Algo bien notorio a través de todo el Salmo es la escucha que el orante presta a la voz de su consciencia; para nosotros que hemos logrado ensordecer la consciencia hasta silenciarla y dotarla de un corazón pétreo: No hay peor desvarío que hacer pasar los pecados por acciones innocuas, es mentirse a sí mismo para condenarse a la perdición.

 

En cambio, en cierta parte del Salmo -que no se proclama hoy- dice hermosamente, como estableciendo un compromiso de Dios con el hombre que en Él confía, aquí el hagiógrafo es consciente de su error, de sus desvíos de la Ley, de haber cesado en la escucha de Dios y sus Leyes incurriendo en el pecado: «… al que confía en el Señor la Misericordia lo rodea» y esa escucha a lo que le habla dios por su consciencia, lo lleva a sentirse responsable, arrepentido y a suplicarle a Dios que lo perdone.

 

¿Qué es lo que debemos hacer? Cuando sentimos que el agua nos da al cuello el “fiel” ha de suplicar, la crecida no lo ahogará.

 

Tres regalos le hace Dios, a quien en Él confía:

1) Le da refugio,

2) le permite esquivar los peligros y

3) le hace audibles los Canticos de Liberación.

 

El pecado es la fractura de la Alianza, el penitente alcanza su restauración. Sin embargo, la historia de David nos muestra algo de suma importancia para nuestra formación moral: Dios no castiga, pero el ser humano es un excelente cultivador de “rencores”. No hay que confundir castigo con rencor. Hay al menos dos diferencias vitales, esenciales:

·         El castigo se merece

·         El rencor puede ser gratuito.

 

Hay un principio teológico esencial, “Dios no castiga”, pero el hombre puede desatar sus justas o muy injustas “torturas” porque nuestra fragilidad está herida a consecuencia del Pecado.

 

Leyendo atentamente la Escritura descubrimos que Dios está -como el bien lo ha dicho, lento a la cólera y pronto al perdón. El ser humano, en cambio, fragua sus odios por su envidia, egoísmo, celos, codicia, anhelos de dominación, de sometimiento, por su arrogancia.

 

Mc 6, 1-6

No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.

 



Sus parientes lo trataban de estar “fuera de sí”, su familia más cercana, fueron a rescatarlo para ¿…someterlo a tratamiento?, ¿para recluirlo? para que, no los hiciera pasar vergüenzas; ayer no más, se burlaban de Él porque creían que confundía un muerto con alguien “durmiendo”. Hoy serán aquellos que lo conocían, desde muy pequeño, que habían compartido con Él desde su tierna infancia, los que son presa de la incredulidad. ¿Cómo puede ese “tipo” que es un simple hijo de τέκτων [tektón] “artesano” al que su papá le ha enseñado el oficio, y por tanto, Él mismo es un simple “artesano, “carpintero”, de dónde acá toda esa “sabiduría”?

 

Observemos cómo es la mente de refractaria: Ellos mismos, por sus propios ojos y demás sentidos han presenciado y les ha llegado la noticia de su “autoridad”, de su “poder”, y, sin embargo, “no lo pueden creer”. ¿Cómo puede ser que un vecino, simple y sencillo, que lo hemos visto jugar con los otros chicos, y crecer al lado de nuestros propios hijos y antes nuestros propios ojos, ¡ser el Mesías!

 

Llegamos pues al final de esta parte del Evangelio Marqueano, cerramos esta sección que se refiere -no sólo a los milagros, como la llamamos muchas veces, “sección de los milagros”, sino, sobre todo, a la reflexión en torno a le fe, donde la hay abundante, habrá descomunales milagros, donde escasea -como aquí en su propia patria- sólo un par de curaciones, y no más.

 

Jesús se admiraba hasta qué punto llegaba la incredulidad de sus paisanos. Allí donde se podría esperar la mayor fe.

 

Nos pasa también a nosotros, se está leyendo la Escritura, y pensamos que esa historieta ya le hemos oído varias veces, y preferimos hacer algo “más importante”, y, no ponemos a mirar el teléfono móvil, convencidos que allí encontraremos algo más interesante, o más gracioso.

 

O con el Sacratísimo Cuerpo, Sangre Alma y Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, ah, un pedacito de galleta allá metido entre vidrios, en cambio, aquí a mi lado- está el vecino de al lado en mi conjunto residencial, y podemos acordar que vamos a decir en la próxima Asamblea Comunal que ya pronto tendrá lugar.

 

O, en la Eucaristía, creo en Dios, con todas mis fuerzas, pero me entró una llamada de un amigo y nos vamos a poner de acuerdo para ir al partido de fútbol.

 

Nuestra fe se cotidianiza de tal manera que Dios siempre podrá esperar, al fin de cuentas, Él es Eterno. No es que nos falte fe, es que la hemos dejado en casa, y como es tan valiosa, entre la caja fuerte.

 

Se imaginan cómo estará sorprendido Jesús con nuestra indiferencia hacia Él. Todo porque somos sus “más cercanos” y con tanta proximidad se nos ha vuelto imposible verlo, reconocerlo, aceptarlo. Se puede sin exagerar mucho, que hay más respeto par el carpintero del barrio.

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