1S 4, 1b-11
Samuel
abarca desde el 1100 a de C. y hasta el 1020 a.C. Por toda la zona costera del Mediterráneo,
los Filisteos extendían su dominación, los israelitas estaban reducidos a la
región montañosa. Hacía el 1050 los filisteos ampliaron su territorialidad y
amenazaron muy seriamente la existencia de Israel.
Samuel
no se nombra en ninguna parte. A uno lo sorprende la temática y el enfoque de
la Lectura de hoy. Los israelitas hicieron traer el Arca de Shiló para que
fuera el propio Dios quien luchara contra los filisteos. Una interpretación
supersticiosa del Arca de la Alianza que la reducía a una clase de “talismán”,
eso no es religión, eso es magia. La página de hoy nos lleva a la tristísima
situación en la que los filisteos derrotaron a los israelitas y se apoderaron
del Arca.
La
perícopa inicia con un primer enfrentamiento cuando los israelitas acampaban en
Ebenézer (piedra de ayuda) y los filisteos en Afec, al norte, a unos 20 kilómetros
(al noreste de Jafa). Fue una matazón: unos cuatro mil hombres fueron abatidos.
Fue
entonces que hicieron traer el Arca de la alianza, a su lado se sentaron los
hijos de Eli, Jofní y Finekas. Todo el pueblo se llenó de entusiasmo y alzaron
una gritería incomparable porque se sentían resguardados a la Sombra del Señor;
realmente pensaron que Dios se encargaría de derrotar a los filisteos. Y, al
principio, los filisteos también se amilanaron recordando la Fama que
acompañaba al Arca que les había dado la Victoria, en los tiempos en que
permanecían en cautiverio y YHWH los había liberado.
Pero,
haciendo de tripas corazón, los filisteos se armaron de valor, especialmente
pensando en no sucumbir esclavos como les había tocado, en otro tiempo a los
israelitas, ser esclavos de los filisteos. De su miedo sacaron valentía y
alcanzaron una aplastante victoria: en esta oportunidad sucumbieron treinta mil
de los soldados de Israel.
Una
pregunta flota todo el tiempo en esta Lectura: ¿Por qué Dios permitió estas
derrotas? “¿Por qué nos ha derrotado hoy el Señor frente a los filisteos?”, “¿Por
qué nos hirió de tal manera?”, “¿Por qué nos infligió a tal grado?”. Esta pregunta
contiene uno de esos לָ֣מָּה [lammá] “por
qué” que se presentan misteriosos, y que nos recuerda el interrogante de Jesús
a su Padre, desde la cruz.
Pensemos
por un momento en la palabra “manipulación” y caigamos en la cuenta que muchas
veces tratamos de “manipular” a Dios: nos viene a la memoria el caso del
criminal que ata un escapulario a su tobillo para poder escapar raudo después
de cometer su fechoría, pero no ha habido ninguna conversión.
¿Quiénes
escoltaban el Arca? Aquellos hijos de Elí -Jofní y Finekas- que despilfarraban
las generosas ofrendas que el pueblo tributaba al Señor y se lucraban con ellas.
Estamos en presencia de un acto de manipulación religiosa, donde flagrantemente
se da una divergencia entre la vida y el corazón. Una verdadera profanación. El
Señor es Misericordioso, pero no se deja “manipular”.
Tenemos
una preciosa enseñanza para enderezar nuestra manera de reclamar la intercesión
de los santos, poniendo siempre por delante la infinita Misericordia de Dios a
la vez que su Libérrima Voluntad.
Sal 44(43),
10-11. 14-15. 24-25
Es
un salmo de súplica. Los primeros 9 salmos miran al pasado, hacen un recuento
de los portentos obrados por Dios y cómo estuvo Grande en todas sus acciones.
En el verso 10 se registra un viraje al presente con la expresión “Ahora”, se
registra para el tiempo actual un rotundo cambio de “política” de la parte de
Dios hacia su pueblo. Muy quejumbroso el Salmista registra cómo han sido
entregados al adversario para que ellos se los coman como su fueran ovejas
puestas a asar para disponerlas al paladar del filisteo. Aún hay más, el peor
desastre para un pueblo que ha luchado por asentarse en una tierra; la “dispersión”
los ha desperdigado, y como si cada uno fuera José, a cada uno del pueblo, Dios
lo vende como esclavo y cobra nada.
El
dístico final (vv. 24-25), que conforma la tercera estrofa, última de la
perícopa que proclamamos, acusa a Dios de haberse quedado dormido y lo llama a
que se despierte, se levante, que no los deje abandonados al atropello, a la
desgracia, a la opresión.
El
verso responsorial engloba la súplica: “Redímenos Señor, por tu Misericordia”,
tomado de la parte b del versículo 27. La súplica es por וּ֝פְדֵ֗נוּ [upedenu]
“Redención”, “Rescate”, “Liberación”.
Mc 1, 40-45
Iniciamos
dando una mirada al “Día estándar de Jesús”, y hoy, vamos a ver un aspecto fundamental,
su atención a los marginales. Son como las dos mitades del accionar de Jesús, el
día estándar contiene dos facetas -como se dijo- sanación y liberación, bien
entendido que la sanación es un tipo específico de liberación. La marginación
es otra situación que requiere ser liberada, porque el marginado está
desconectado del resto de su organismo, de su unidad con el “Cuerpo Místico”.
Una
mirada muy rápida a la marginación nos deja detectar sus concomitantes: “rechazo”,
“postergación”, “segregación”. En realidad, la marginalidad es el efecto de
llevar a alguien hasta la frontera de lo humano, poniendo en la mente el
pretexto de tener los rasgos humanos tan diluidos que ya casi, y por muy poco,
no es un ser humano. Esa era la mirada que se daba a los leprosos, llevados y
dejados en la orilla exterior de la comunidad, al margen de las relaciones
humanas, y, esto, canonizado desde la fe.
No
teniendo a mano otro recurso para tratar la enfermedad, marginalizar era un
recurso para impedir el contagio. La única manera de ser reincorporado a la
comunidad, era que Dios interviniera “sanando”. Sanar era liberar de la
condición marginal.
Sin
embargo, Jesús no procede desautorizando el mosaísmo, según la Ley Mosaica lo establecía,
para lograr la des-marginalidad, era necesario que los sacerdotes, alguno de
ellos, le expidiera el “certificado de salud”. Jesús ordena al “sanado-liberado”
que se presente al Templo y ofrezca, lo que el Levítico -véase el capítulo 14- había
señalado.
¿Cuál
era el problema? El problema radicaba en que Jesús lo había tocado y, de esta
manera, Él se había hecho impuro. Él mismo se hizo marginal para favorecer a
aquel “marginado” que le había rogado que lo “limpiara”.
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