2S
6, 12b-15. 17-19
Podríamos
desestructurar el Segundo Libro de Samuel en tres partes, (sin olvidar que el
“personaje” David, es introducido en el Primer Libro de Samuel, en el episodio
de su unción -por parte de Samuel- en casa paterna), y que el Primer Libro
continúa hasta la muerte de Saúl:
Las
tres partes de este segundo Libro serían:
1)
Ascenso apoteósico
de David (caps. 1-10)
2) Declive y
desmoronamiento de David (caps. 11-20). (Pasaremos a esta etapa el viernes).
3) Comparación entre
Saúl y David puestos en paralelo, dónde el eje nuclear es la Fidelidad de Dios,
y el trasfondo, Su Promesa irrevocable. (Caps 21-24) A esta parte sólo daremos
un asomo, tomado del Cap. 24 el miércoles 31 de enero). Ahí terminara nuestro
cursillo sobre este Libro 2 de Samuel.
Vimos
cómo David hizo de Jerusalén la capital política del Israel y quiere también
hacer de esta ciudad la capital sacerdotal y cultual para ejercer un gobierno
teocrático.
David,
después de derrotar -con la clara ayuda de Dios- a los filisteos que tan pronto
supieron que había sido consagrado rey de Israel se lanzaron contra él. El
Señor le indicó todo y cómo debería proceder para derrotarlos. Fue entonces que
David procuró traerse el Arca de la Alianza, de Baalá de Judá a Jerusalén, lo
que no pudo hacer, porque cuando los bueyes que halaban la carreta tropezaron
el Arca pareció venirse a tierra y Uzá -uno de los hijos de Abinadab- trató de
sostenerla y al tocarla, sus sacrílegas manos le acarrearon la muerte: El Señor
se había enojado contra Uzá por haber tocado el Arca. Esto sucedió en un lugar
llamado Era de Nacón.
Entonces
David llevó el Arca, no a Jerusalén como lo había planeado, sino a casa de
Obed-edóm. Este tipo de reacciones son las que convierten fácilmente la
religiosidad en superstición.
El
Señor -por boca del profeta Natán- le comunicó a David que Él estaba muy bien
en su condición de transeúnte, habitando la Tienda del Encuentro, y no era Su
Querer que lo hicieran habitar en una Casa de Cedro (por muy honorifica que
sonara la propuesta). Esto no hay que pasarlo por alto al correr de la Lectura.
Dios se ha “dado” a su pueblo Elegido como Dios-Trashumante, Su Voluntad no es
la de ser sedentario. Encontramos en la Fidelidad Divina, un correlato con la
fidelidad de Rut, quien le dijo a Noemí: “…a donde tú vayas, iré yo; y donde tú
vivas, viviré yo; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios”. (Rut 1, 16
bc)
Es
entonces cuando el Señor le dice que será el revés, en vez de construirle él
una casa, será El Señor quien le dé una Casa, entendida como un linaje, y que
ese linaje sería Perpetuo. Y Natán le comunicó este Mensaje a David, al pie de
la letra.
El
Arca -que ellos veían como la Presencia Real de Dios, sentado sobre los
Querubines de la Tapa- siendo a este respecto imagen precursora de lo que son
nuestros Tabernáculos (esta palabra significa tienda de Campaña, morada móvil,
que se podía desmontar y trasladar de un lugar a otro según la travesía por el
desierto se desarrollaba, en el Éxodo, es un hecho que todos vivían en Tabernáculos,
y es esto lo que rememora la celebración de la Fiesta Judía de סוכות
[Sucot] “Las cabañas”, “los Tabernaculos” (en octubre, por una semana, no se
duerme ni se estudia en la casa sino en cabañas improvisadas que les haga real
la experiencia de la trashumancia por el desierto durante 40 años);
litúrgicamente hablando el Tabernáculo está representado por el Palio; en el
Sagrario de nuestras iglesias continua Presente El Señor, y ese es el motivo de
la Adoración tributada a Su Real Presencia.
Un
regalo, también denominado “presente”, es algo que se queda allí, haciendo
compañía permanente al festejado; es en ese sentido que podemos hablar de que
“cada persona es un regalo de Dios para nosotros”, porque en cada “hermano”
-inclusive los que nos sacan canas- Dios hace Presencia, toda persona es una
presencia sacramental de Dios en medio
de nosotros, a través de ellos Dios se expresa, y ese es el motivo fraternal de
nuestra fe y la causa del Mandamiento del Amor: eso es lo que hace viva la
Eucaristía, y la manera como Dios ha instituido el lavatorio de pies como símbolo
de la sinodalidad, como ruta de comunión fraternal
Recuerdan
lo mal que le cayó al Señor que los hijos de Saúl se adueñaran del botín y no
dieran parte al pueblo; aquí David se ocupa de darle a todos una pieza de pan,
un buen corte de la carne y tortas de uvas pasas. Después retornaron a sus casas.
Sal
24(23), 7. 8.9.10
Salmo
del Reino. Es supremamente importante entender que el reinado de David es una
figura, pero figura restringida, figura débil, bastante deleznable al lado del
reino de Dios. Es un boceto que parece el dibujo de un niño que por primera vez
coge el lápiz y traza sus garabatos. Hay muchísimo que está en estado
incipiente y que apenas nos deja intuir lo que representa. Este reinado de
David no sabe dónde poner "Su Presencia”.
¿Sabemos
nosotros dónde poner a Dios? ¿En una lámina? ¿En una estatuilla? ¿En una gruta?
¿En un nicho? Pues Dios reina desde nuestro propio corazón, desde nuestro
empeño y firme voluntad de escucharlo, de hacer nuestros sus caritativos y
misericordiosos sentimientos: “…esta será la Alianza que yo pacte con la casa
de Israel, después de aquellos días - oráculo de Yahveh -: pondré mi Ley en su
interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi
pueblo” (Jr 31, 33).
La
Ley de Dios ya no estará en un Rollo dentro de un Tabernáculo, ni en
filacterias, sino en nuestra vida, en el día a día, en cada latido de nuestro
corazón, y no repetida textualmente sino vivida, puesta en práctica.
Esta
es la “conversión” que Dios aguarda, que por fin desechemos el corazón de
piedra y vivifiquemos el corazón dulce tierno, que se conmueve, misericordioso
(Cfr. Ez 11, 19).
Observemos
la pregunta que propone el verso responsorial: ¿Quién es ese Rey de la Gloria?
Hagámosle la hermenéutica: ¿Cuáles son los dinteles y cuáles las puertas
eternales que se han de abrir? Las barreras que le ponemos en nuestro propio
pecho. ¿Cómo es el Dios que va a penetrar en nuestro corazón con גִּבּוֹר [gibbor]
“valiente”, “fuerte”, “poderoso”, hermosura de Su Ley para hacer realidad su
reino?
¡No
es cualquier rey! Es el Rey de la כָּבוֹד [kaboud] “Majestad”, “Grandeza”, “Gloria”. A Quien le abrimos
nuestro corazón para que desde allí irradie la plenitud gloriosa de su Bondad, ¡Es
al Rey de la Gloria!
Mc
3, 31-35
Esta
es una suerte de inclusión: Inicia con una delegación de “parientes cercanos”
que viene a buscarlo, traen una clara imagen de lo que lo había llegado a sus
oídos, Jesús está obrando un conjunto de acciones que sólo una persona que no
está en sus cabales haría y diría.
Hoy
vienen en su búsqueda personalmente los más cercanos (es casi una repetición de la perícopa que leímos el sábado pasado Mc 3, 20-21), ahora vienen la mamá y los hermanos.
Así
como nos criamos en una familia consanguínea y llegado el tiempo nos desgajamos
de ella para formar nuestra propia familia, así también, en el terreno de la
fe, llegamos al momento de la madurez y de asumir esa madurez (se espera que
esto sea el Sacramento de la confirmación), y hayamos llegado, junto con ella,
a mirar a los ojos la opción vocacional.
Jesús
muestra este quiebre, (quiebre que entraña “conversión”) y da el paso de ser de
su parentela a ser de y para los que “hacen la Voluntad del Padre Dios”. Así
concluye esta secuencia de cuestionamientos que se le hacen a Jesús:
1) De estar fuera de
sí
2) De estar endemoniado
3) De obrar con el
poder de Beel Zebub
4) Que le pertenecía a
su familia terrenal
La
última frase pone delante de nosotros la misma opción, la misma responsabilidad
de ver a quien le vamos a pertenecer. Esta opción se correlaciona intrínsecamente
con el Shema. Tiene que ver con lo que vamos a poner de primeras, lo que no
significa excluir a los otros, a los parientes, al prójimo, que están puestos también
en su debida proporción y lugar en el Shema donde dice: “Y al prójimo como a ti
mismo”.
Se
pone de nuevo al orden del día la dualidad entre los “de adentro” y los “de
afuera”. De alguna manera se dice que gran parte de la disyuntiva se resuelve “estando
con Él”, dándole continuidad al discipulado. Compartiendo todo nuestro tiempo
con Él (dado que el tiempo es lo que Dios nos regala y nos pertenece, es lo que
podemos dar), y en esa entrega, poner en el Altar, no objetos, no mercancías,
sino nuestra propia existencia.
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