1 Sam 3, 3-10; Sal 40(39) 2-10; 1Cor 6, 13 – 15. 17 – 20; Jn 1, 35 – 42
Dios me ha creado para que le preste cierto servicio definido. Me ha
encargado algún trabajo que no le ha encargado a nadie más… De alguna manera,
soy indispensable a sus Propósitos He sido creado para hacer o para ser algo
para lo que nunca nadie ha sido creado.
Card. John Henry Newman
Frente
a la vocación, a veces pasamos años desentendiéndonos de ella, dándole largas
al asunto, aplazándola, buscando divertimentos para creer -engañándonos- que
somos los dueños absolutos de nuestro “destino” y que el punto es optar por lo
que más lucro prometa a nuestra billetera, más confort a nuestro bienestar y
mayor placer a cada recoveco del tiempo que dejamos ir. Y les exigimos a los
promotores vocacionales que se muestren muy eficientes y nos convenzan que Dios
tiene algo que ver con mi vida y la administración que le doy.
Sorprende
mucho este proceso vocacional como lo plantea Jesús. Cuando ve que van en pos
suya, simplemente les pregunta: “¿Qué buscan? Resulta lo menos propagandístico del
mundo. No hay ni el más leve asomo de querer convencerlos. No aparece por
ninguna parte una intención argumentativa para inclinarlos, para augurarles que
será conveniente ir tras Él, no les presenta ninguna ventaja, ni siquiera al
más mínimo indicio de lucro provisorio. En realidad, de verdad, cuando a uno le
dicen: “¿Qué busca? Lo que sucede es que uno se queda, cara a cara con sus
propios intereses: ¿qué es lo que me mueve? ¿Qué hay en mí que me mueve en esta
dirección? ¿cuál es el propósito profundo de mi existencia? ¡Quedo cara a cara
conmigo mismo! ¡Eso es “promoción vocacional”!
Ahora,
no vemos en Jesús tampoco, ningún argumento en el sentido de mejorar o
edulcorar la realidad. No les da su propia visión de la situación, no defiende
las aristas más arduas del quehacer que enfrentaran. La propuesta es
contundente: ¡Vengan y vean! Jesús no le pasa ninguna capa de pintura al muro
de la realidad. No decora la misión con magníficos y espectaculares grafitis Deja
que sus sentidos constaten de qué se trata el “seguimiento”, el “discipulado”.
Después
de que sus propios sentidos les han dado la información indispensable, ellos
toman su decisión en frio: “Fueron, vieron y se quedaron con Él”. La única
participación de Jesús fue la pregunta.
Hay
una información colateral, que a veces se nos pasa desapercibida: “era como la
hora décima”: la hora décima, las cuatro de la tarde, es la hora en que se
junta el cansancio de la jornada, ya se ha hecho todo el trabajo del día, y es
la hora de sentarse y tomar el descanso, buscar el “reparo”. Significa detención del esfuerzo y alivio del
cuerpo. Jesús -en la cruz- llegó al colmo de su lucha a la hora nona, a la hora
décima, ya descansaba: su cabeza reposaba sobre su propio pecho, exánime, como
durmiendo su fatiga. Había acogido su Misión y la había llevado hasta el
Culmen.
Cuando
por fin encontramos un sentido para nuestra vida, ¡descansamos!
Podremos
entrever la importancia
que tuvo Elí
en la vida espiritual de Samuel
que, de no
ser por aquél, incapaz habría quedado
de
distinguir de Quien la Llamada provenía.
Cuando no se
conoce al Señor
no
distinguimos su Voz, ni tampoco podemos
levantar la
mirada de la tierra
pues no
sabemos volver los ojos a lo Alto
incapaces de
entender que hay Alguien arriba que nos ama.
Pues el
llamado proviene del Amor.
Pero al Amor,
en muchas ocasiones, no lo distinguimos.
Elí era
Sacerdote y Juez.
Como
sacerdote unifica lo de abajo con lo Alto.
Como Juez,
imparte la justicia,
da a cada
uno lo que le corresponde:
lo que
estaba destinado a Samuel –heredar la tarea de Elí-
por eso le
da el “discernimiento”
para volver
el corazón al Cielo
y hacerse
disponible al Llamamiento.
Así lo mismo
el Bautista,
Como era
Precursor, era Sacerdote y Juez.
Juan y
Andrés ni se habrían percatado
si el dedo
de San Juan el Bautista no hubiera apuntado en esa dirección
señalando al
Cordero.
Se nos
proponen este par de ejemplos
para que
comprendamos
este “importante”
servicio que a todo bautizado se ha encargado:
Ayudar a
muchos que están disponibles a servir, van a lo terreno
pues no
distinguen –como se ha dicho-
que hay
interpelación que viene de Otro plano,
que hay Otros
planos y Otros niveles donde llevar los ojos
y aguzar los
sentidos.
Además, que
hay voces, que vienen de la tierra
pero nos
hablan de desprendernos d’ella
de desplegar
nuestras angelicales alas
-que
tenemos, a pesar de no darnos cuenta-
y como
Águilas de Patmos,
saber dónde
vive, e ir y ver,
y luego
pregonar.
Regálanos,
Oh Dios, la feliz ocasión
de ser
también nosotros precursores
y enseñarles
a muchos a decir:
“Habla
Señor, que tu siervo escucha”.
Tornen -de
esta manera- jubilosos
exclamando
“Eurekamen”, es decir,
“lo hemos encontrado”.
Elí
juega un papel co-protagónico en la vocación de Samuel, también San Juan el Bautista
en el llamamiento de los dos a los que les señaló Quien era el Cordero de Dios.
No menor es la importancia del propio Andrés en la convocatoria de Kefas. Y
todos nosotros, eslabones del mismo llamado. Lo encontramos para lograr que
otros lo encuentren, porque Él le da sentido a la vida, y todos tenemos hambre
y sed de ese “sentido”.
Es
por eso que el planteamiento del Evangelio joánico es el de Jesús-Λόγος [logos] que hemos traducido como “Palabra”, pero más
exactamente significa “razón”, la “razón de ser”, “la encarnación de una idea”,
la “respuesta a todas nuestras preguntas”.
Él
nos cambia de nombre, (no para que tengamos un alias), sino para que tengamos
una perspectiva desde la cual posicionarnos. ¡Atentos! Nuestro nombre siempre
tiene un lado de “esplendor”, pero un revés de sombras, a veces de oscuridad.
Nosotros
como Kefas, tenemos que lidiar con esa ambigüedad, -es lo que llamamos “la
maduración de la vocación”-, para sacar a relucir sus brillos y deshacernos de
su opacidad.
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