1Jn
2, 29 – 3,6
A
uno le dicen que es “hijo de Dios” y le cuesta adentrarse en semejante
Misericordia. La opción que se suele tomar es dejar el tema por allá en un
rincón del pensamiento sin prestarle mayor atención. Dar el paso a entender
que, además, cada persona es un “hijo de Dios”, es difícil a la mente digerir
estas ideas. Esperamos que la filiación conduzca a la facultad de obrar milagros
en el sentido de trasgredir las leyes de la naturaleza para obrar a capricho.
En
realidad, hay que empezar por el derecho y asimilar lo que esto implica. Y
¿cuál es el derecho? Lo primero es entender y dar inicio a una práctica de
fraternidad y sinodalidad que haga del concepto algo mucho más que abstracto,
algo bien concreto. Por aquí empieza la “construcción del Reino. Así que los
invitamos a leerlo despacio, como que verdaderamente tienda un Puente hacia
Dios y constituya el fundamento de la verdadera religión: “Miren que amor nos
ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues καὶ ἐσμέν ¡lo somos! (1Jn 3,1)
Es
el verbo ser: εἰμί
[eimi]
que significa “existencia”, no existimos como objetos entre objetos, nuestra
naturaleza está definida como naturaleza Celestial, ¡nada menos! Como lo dijera
San Atanasio de Alejandría: “Dios se hizo hombre para que el hombre llegara a
ser Dios”.
Esta aseveración joánica es como un hemisferio, pero el
“planeta” queda incompleto si no yuxtaponemos la otra mitad: “Si Dios se ha
hecho hombre, ser hombre es la cosa más importante que se puede ser”.
Para captar este “´planeta” no hay que filosofar mucho,
sólo hay que poner los ojos en el Divino Niño Jesús y repetir “Encarnación”. ¡Y
Dios se hizo hombre y acampó entre nosotros!(Cfr. Jn 1,14)
Dios se humanó en María Santísima, no como producto de un
aburrimiento de estar en el Cielo, y salió al patio y se puso a jugar a ser
hombre. Miremos de donde parte San Juan para afirmar la filiación Divina:
“Miren qué amor nos ha tenido el Padre” (1Jn 3, 1a).
Con poco que permitamos que este enunciado anide en nuestro
corazón-ser, en el espacio de su germinación lograremos condensar que el pecado
no es la sumatoria de las “caídas” que tenemos sino el endurecimiento del
corazón que nos impide ver en cada ser-humano un hermano, otro hijo de Dios.
Si creemos y aguardamos de verdad la Parusía, tenemos que
permitir que nuestro corazón se vaya configurando con los sentimientos
compasivos del Corazón de Jesús -esa es su Segunda Venida, la definitiva-
cuando lo dejamos acceder a nuestro pecho y le permitimos que Él se ensanche en
nuestro ser, hasta dejar que Él sea todo en nosotros, y nosotros decrezcamos (Cfr.
Jn 3, 30)
Entonces, ¿qué es el pecado? No poder practicar la
fraternidad. Es la aridez del corazón
que no deja espacio y no da cabida para que Él entre y nos trasforme con su
Ternura. Si no se da espacio para que florezca la Ternura-Fraternal entre
nosotros, caemos en la vida “sin ley”, la que aquí en la Carta joánica se llama
“ignominia”. Si uno dice que el pecado es la ignominia, no se dice tanto y se
aclara muy poco, se reemplaza una palabra difícil, por otra más difícil.
Le expresión que aparece en la carta Primera de San Juan es
ἀνομίαν [anomian] “sin ley”
Y
tenemos recontra-sabido que la ley en Jesús es muy sencilla: “Amarás al Señor
tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es
el primero y más grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo. (Mt 22, 37-39), o, enunciado como aparece aquí en esta
Carta, vamos a trascribirlo: “Y este es su Mandamiento: que creamos en el
Nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros según el
Mandamiento que nos dio”. (1Jn 3, 23)
Pues
no poder implementar esta “Ley” con su enfoque cristiano es “quebrantar la
Ley”, es la “ignominia”. En cambio, el que recorre el camino y trabaja para
servir a la construcción del Reino con Fraternidad verdadera, “es justo” y
reconoce en Jesucristo para brotar de Él, como yemas, como renuevos, como
vástagos porque nosotros somos simplemente vástagos de esa Vid” (Cfr. Jn 15,
5a). Nosotros somos sus amigos si hacemos lo que Él nos ha indicado (Cfr. Jn
15, 14)
Sal
98(97), 1bcde. 3cde-4. 5-6
Hasta
el jueves -empezando ayer- seguiremos concentrados en este Salmo del Reino. Hay
una sentencia relacionada con este Salmo que es muy importante no perder de
vista en esta temporada en que estamos ocupados atendiendo la “manifestación”
del Señor que viene “hecho Hombre”: “Proclamo la victoria con los labios y
lucho con las manos para que venga”.
Luchar
con las manos no tiene nada que ver con dar a alguien de puñetazos. Tiene, más
bien que ver, con las manos del τέκτονος [tektonos] “artesano” San José, manos
que crean, que trabajan, manos constructoras, manos que traen paz y que detrás
de su aspereza laboriosa, puede anidar tiernas caricias. De por sí, la obra artesanal es una caricia
que trasforma la materialidad inútil en recurso de humanización. La lucha a la
que se hace referencia es la de Miguel Ángel que desentrañaba de un bloque de
piedra, la hermosa escultura que allí anida.
Este
Salmo, además, cobija una súplica que capacita los ojos para ver lo que está
aún inmanifiesto. Por ejemplo, ver dentro del bloque de piedra, la “forma” de
tal manera que desprendiendo a golpe de cincel y maceta los trozos sobrantes,
se desnude la hermosura oculta. Nos pasa que no somos capaces de ver la victoria
de Dios, o los gérmenes de esa Victoria, y -tristemente- creemos poder leer sólo
síntomas de la derrota definitiva.
Esto
no pasa porque en nuestro corazón aniden semillas de maldad, sino porque el
tsunami de la alienación nos ha inculturado con esa visión pesimista y
desesperanzadora que tanto conviene al Maligno y que tanto empeño le pone en
diseminar a través de todos sus media.
Roguemos
al Espíritu Santo que nos dé esa mirada potente de “precursores” para que
sepamos ver la Paloma que desciende sobre Jesús, pero también para que
reconozcamos en la “Paloma” la señal de su Llegada. Y las señales de su
Victoria.
Jn
1, 29-34
Ayer
Juan Bautista expresó que él no era la Palabra sino sólo la Voz que daba la
señal preventiva. Pero, y entonces, ¿quién era el “Esperado”?
Juan
el Bautista la tiene muy clara: él ha salido a bautizar ¡con agua! Para que el
pueblo de Israel reciba la manifestación. Hemos insistido que sin φανερωθῇ [fanerote]
“manifestación” nos resulta imposible saber Quién es Él, la manifestación es un
elemento de la Revelación que significa la Misericordia de Dios, Dios sabe que
estamos a ciegas y nos envía los “indicadores” necesarios, pese a nuestras
duras entendederas. Así que Juan el Bautista nos lo señala: “Este es el Cordero
de Dios, que quita el pecado del mundo”.
La palabra φανερωθῇ [fanerote] deriva de la palabra φως [fos] “luz”, en griego, es “poner a la
la luz” “enfocar el reflector sobre Él”, “mostrar”, “hacer evidente”, “poner de manifiesto”;
si, ¡así y todo no lo reconocimos! … Pero con estos elementos de revelación podemos contestar
¿por qué no lo aceptamos?
Al
mismo Juan Bautista se le dio una clave de reconocimiento, sobre quien se
posara el Espíritu Santo en forma de Paloma, Él era. ¿Por qué la “paloma”?
porque ella es signo de la “Esperanza de Salvación”, como lo fue para Noé y su
familia en el Arca, cuando fue enviada a ver si las aguas habían bajado de
nivel. La paloma se puede traducir como mansuetud. De otro lado, su fortaleza
en el vuelo le permite “largos viajes”, cualidad aprovechada en las
“mensajeras”.
Al
ver venir la Paloma sobre Jesús, a Juan, no le cupo duda alguna que se trataba
del Mesías. Con esta expresión de Revelación Juan el bautista lleva a la
cúspide su misión precursora. Cesará el tiempo de los bautismos con agua,
adviene ahora la hora del Bautismo con el Espíritu Santo.
¿Por
qué el bautista llama a Jesús “Cordero”? Porque era apto para el Sacrificio
expiatorio. Él podía ampliamente poner en paz la tierra con el Cielo. ¡Saldar
la deuda!
No hay comentarios:
Publicar un comentario