2S
7, 4-17
Alguna
vez comentamos que para los judíos estos Libros, después de la Torah (La Ley),
son Libros Proféticos: En el Primer Libro de Samuel los profetas son el propio
Samuel y un profeta sin nombre, que es nombrado así, sencillamente “profeta”, y
también el profeta Gad que aparece en 1S 22, 5 y que volveremos a encontrar en
2S 24, 11-25, este es el profeta que asesora a David mientras permanece
errante. En este Segundo Libro aparece Natán - es hoy el encargado de encaminar
a David y mostrarle lo que Dios le ordena- y tiene tres apariciones de profunda
resonancia en la vida de David, que podríamos señalar como tres puntos de
inflexión en su biografía, a saber:
1. La de hoy, David
será el eje fundamental del linaje mesiánico
2. La denuncia del
asesinato de Urías 2S 12, 1-25
3. La sucesión de
David, dando respaldo a Salomón y rechazando a su contendiente Adonías. Esto se
relatará en el Primer Libro de Reyes.
En
el Segundo Libro de las Crónicas veremos a este profeta estipulando pautas
litúrgicas.
En
el primer momento, cuando David expresa su intención de construirle un Templo
al Señor, Natán no le ve ningún inconveniente a la propuesta, sin embargo,
luego YHWH le dice a Natán que eso no es lo que le interesa, ni lo que le
ilusiona, ni tampoco, lo que Él tiene pensado para David.
Dios
acepta su “estado peregrinante” y se encuentra bien morando en una “tienda de
campaña”, junto con su Pueblo, como Él lo había dispuesto y se lo había
ordenado a Moisés; era Él el que les daba la señal para acampar, y también
marcaba la hora de recoger y continuar la marcha. Él era el Adalid que lideraba
la marcha.
El Señor -continuado la línea histórica de su pueblo elegido, pasa a rememorar la fase
después de la conquista y pregunta si Él le pidió a alguno de sus Jueces que le
construyera un Templo, casi como si le dijera a David: ¿De dónde has sacado
esta idea?
Luego
-como para complementar su gusto por la itinerancia- le señala que lo eligió a
él como Rey porque él también andaba errante por los pastizales tras su rebaño;
también aquí podemos intentar una paráfrasis y decir que Dios lo eligió porque
había adelantado sus estudios para la “realeza” en la universidad del
“pastoreo”, de pastizal en pastizal.
También
le indica que la condición sedentaria no garantiza mayor seguridad, y le
recuerda que en su trashumancia Él lo ha protegido, lo ha defendido y lo ha
librado de sus enemigos aprestigiándolo por doquier.
La
perícopa tiene un núcleo, mirémoslo atentamente: “Dispondré un lugar para mi
pueblo Israel y lo plantaré para que resida en él sin que lo inquieten, ni le
hagan más daño los malvados” (2S 7, 10). Aquí descubrimos un Dios con corazón
mesiánico, donde ya anida el propósito de disponer del Caudillo que vela, que
cuida, que no tiene flojera de desacomodarse, que no busca un sillón con muy
muelles cojines, que ejerce su “pastoreo”, que se incomoda permanentemente para
brindar su protección. Ve a su pueblo fatigado de tanto trasegar y les busca un
sitio de reposo. Lo que quiere es que estemos cómodos, Él no se cansa ni se
fatiga, como lo dice en el Salmo 121(120): «No permitirá que resbale tu pie, tu
guardián no duerme; no duerme ni reposa el guardián de Israel». Dios se
visualiza y se epifaniza como שָׁמַר [Shamar] “Guardián”;
y no es un guardián que anda buscando días de asueto y acampar por largas
temporadas, en un palacete. ¡Es un Dios que pastorea perseverante y siempre nos
defiende!
Pero
YHWH no es un desagradecido. Aunque el propósito de David no viene de una
petición que Él le haya formulado, le agradece la intención y le ofrece
recompensársela con demasía, porque Dios, como solemos decir “no se deja ganar
en generosidad”: “Yo suscitaré descendencia tuya después de ti, Al que salga de
tus entrañas le afirmaré su reino. …yo consolidaré el trono de su realeza para
siempre”.
Dios
nunca soslaya que en nuestra debilidad fallamos, y le promete que los errores
que pudieran cometer los de su linaje, serán sancionados, pero que el Señor
aminorará la rudeza del castigo y lo abreviará, sin retirarle la Benevolencia a
la que su Promesa lo ataba.
Sal
89(88), 4-5. 27-28. 29-30
Este
es un Salmo Real. Tiene 52 versículos. Para la perícopa de hoy, de esos 52
tomaremos 6 versos con los que organizar tres estrofas.
En
la primera estrofa se declara que lo que ha suscrito con Su Elegido es una
Alianza, la Alianza de fundar con él un linaje a perpetuidad.
Las
invocaciones que hará serán llamándolo Padre, Roca de Salvación, él será su
primogénito.
En
la tercera estrofa menciona cuatro puntales de la Promesa-Alianza:
i.
Mantenerle eternamente su favorabilidad
ii.
La estabilidad de esa Alianza
iii.
La continuidad de su linaje
iv.
Su trono dura eternamente porque es un Reinado Celestial.
El
versículo responsorial (verso 28) señala enfatizando esta última idea de la
Primera Lectura: “Le mantendré eternamente mi favor”.
Mc
4, 1-20
Jesús
se puso a enseñar. ¿Qué hace cuando se pone a enseñar? ¿Prepara su escritorio,
conecta su video-bean verifica que el equipo amplifique su voz y el micrófono
funcione de manera adecuada? ¡No!
Ya
hemos visto en la Primera lectura que Dios no es el dios de lo fácil, el que
evita fatigas, el perezoso, el que ama la vida regalona y confortable, el dios
del club y los cocktails;
por el contrario, es un Dios que se desvive en su Ternura y su Providencia, un
Dios que se esmera y que escucha atento las quejas que le dirigimos. Entonces,
volvamos a la pregunta (que para nosotros es del mayor interés): ¿Qué hace
Jesús cuando se pone a enseñar?
¡Sale!
Y ¿cuál es la actitud que tiene en esa salida? La respuesta nos viene vestida
de “parábola” “Salió el Sembrador a sembrar”. Se trata de un operario agrario
en una dura tarea, dura y fundamental, ¡la siembra!
En
la parábola (sub-género de la narrativa que tiene, nos parece, tres
características: son relatos esquemáticos y breves; se refiere a la cotidianidad,
a situaciones de la vida común, hechos ordinarios; la fórmula de inicio es
alguna muy característica del subgénero, hoy la que usa, en nominativo,
reza así: “Jesús se puso a enseñar…”; y. ultima característica que hemos
observado es que con mucha frecuencia concluyen con una fórmula “implicativa”,
como si preguntara ¿hasta qué punto, nosotros hoy en día, lo estamos haciendo,
lo cumplimos? Nos llama a tomar cartas en el asunto, a posicionarnos).
Hay
un detalle tan peculiar que vale la pena detenerse en él: Jesús ¿tiene una
estrategia de sembrado? ¿Discrimina los terrenos para le siembra y prioriza los
que prometen una mayor fertilidad? Todo lo contrario, parece que dispone de
exceso de semilla, porque siembra aventando, hasta en los recovecos donde la
promesa de fructificar es escaza, mínima, improbable.
Hasta
aquí, (verso 9) va la parábola. Para algunos, al ser expresada como parábola,
se hace más fácil de entender, mientras para otros, se vuelve materialmente
imposible, una muralla inaccesible. Las parábolas -a unos les hace más fácil
captar-, y a otros les cierra la puerta en le nariz. Para un campesino que se
le diga que ha llegado la hora de sembrar, sabe perfectamente los pasos a dar,
y el procedimiento específico de cada paso. Si se le dice a un joven
universitario -por ejemplo- de raigambre citadina (excepto si estudia algo afín
al agro), la idea que tendrá será la del cine y la televisión y no sabrá
distinguir a qué profundidad se siembra, cuantos granos en cada hoyo, si se
siembran granos o pepas, o si se siembran plántulas, o un vaso de jugo de esa
planta…
Los
primeros versos se refieren al Maestro-Sembrador y su tarea en la fase de
sembrado. Pero, a partir del verso 10, ya no estaremos sumidos en una parábola
sino en una alegoría, donde cada aspecto tiene un significado propio y cada
clase de terreno explica cómo respondemos nosotros en tanto que
discípulos/clase-de-suelo, dependiendo de nuestra fertilidad que se refiere a
la apertura de nuestro corazón para aceptar el Mensaje-Semilla. Se pasó del
foco del Sembrador, al foco de la clase de suelo, cada clase de suelo retrata
una clase distinta de escucha, de acogida del Anuncio.
Lo
cual nos lleva a una compresión nodal pero que pocas veces se detalla: cristiano
no es el discípulo que recibe la semilla, sino el que frutece generosamente “el
treinta por uno, el sesenta o el ciento”.
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