sábado, 13 de enero de 2024

Sábado de la Primera Semana del Tiempo Ordinario

 


1S 9, 1-4. 17-19; 10, 1a

Una de las consecuencias de la “Caída” es que muchas “verdades” nos cuesta mucho aprenderlas. Hay regulaciones de la vida que se nos revelan, pero a nosotros nos parece que “no-son”, que por ahí no va el agua al molino, que el agua debe ir por otra parte, que esa “verdad” no tiene por qué ser así. Y, otra dificultad consiste en que en muchas oportunidades nos parece que hay que priorizar otro enfoque, que hay otros aspectos y otros frentes del problema que, al tomarlos en cuenta, obligan a seguir por otra vía distinta de la “revelada”. Es decir, queremos y pretendemos saber más que Dios.

 

Según la sabiduría popular, y sus permanentes estudios de epistemología, ¡nadie aprende en pellejo ajeno”.  Así que el Profeta les mostró las diferentes consecuencias y los perjuicios que se les venían encima con el asunto de tener un rey; pero ellos estaban empeñados en tener rey, y Dios les permitió tenerlo para que ellos pudieran aprender “en pellejo propio”. ¿Qué le vamos a hacer? Esto es lo que se denomina con una palabra de raíz gótica- escarmentar.

 

La tribu de Benjamín -el hijo menor de Israel-Jacob- llego a ser una tribu de “caso a aparte”, algo así como los intocables, en el sentido de tener pésimas consecuencias quien osara contraponérseles. Uno se imagina una tribu poderosa, numerosa, fuerte, pero los anales nos la muestran como la más pequeña, radicada en el sur. En el capítulo 49 (penúltimo del Génesis), Jacob profetiza y da una caracterización de cada uno de sus hijos, los fundadores y patriarcas de cada una de las doce tribus, en el verso 27, caracteriza a Benjamín como “lobo rapaz, por la mañana devora la presa, por la tarde reparte despojos”. Pues Saúl, benjaminita, hijo de Quis, personaje acomodado, fue el primer Ungido. La perícopa nos informa que era alto, fornido y apuesto.

 

Quis envió a Saúl a buscar sus burritas que se le habían extraviado, Saúl las buscó por todas partes, recorrió “la seca y la Meca” buscándolas, y no las halló. Y, estando en esta tarea, se topó con Samuel, quien tan pronto lo vio supo que era el designado, el que Dios le había prevenido, tomó Samuel su frasco de aceite y lo ungió para que “rigiera”; y lo נָשַׁק [nashaq] “besó”, (es interesante que en hebreo esta palabra también significa “entregarle las armas”, “dotarlo para ir al combate”).  

 

Regir, es decir, “dirigiera en línea recta”, la palabra en hebreo es נָגִיד [nagid] "jefe militar", "caudillo”.

 

Andaba buscando burritas y las encontró en la forma de un pueblo “extraviado”, que anhelaba tener un “regente”.

 

Sal 21(20), 2-3. 4-5. 6-7

Tener presente que el Señor, en el bautismo, nos ha concedido la dignidad de Sacerdotes, Profetas y Reyes. Nuestro reinado es también sobre nosotros mismos. Sobre el dominio de nuestras apetencias. Y como a reyes, nos lo advierte el Salmo, se nos ha concedido lo que el corazón ansiaba, lo que nuestros labios clamaban.

 

Entones tenemos que dar un paso atrás y mirar cómo andan nuestros deseos, que es lo que anhela nuestro corazón y procurar sobreponernos a la mezquindad. ¿Cómo nos presentaremos al Señor, con nuestro cargamento de pretensiones, si ellas no traslucen la benevolencia y la generosidad que Él con tana paciencia ha tratado de modelarnos y donarnos?

Tal vez el Señor nos concede todo aquello que es acorde a los propósitos del Cielo, porque si atendiera las suplicas mundanas que levantamos ante Sus Divino Ojos, no cabría esperar nada más que su Negativa.

 

El misterio de su Aquiescencia es Grandioso. Como a su pueblo, cuando se empecinaron en tener un rey, muy a pesar de todos los males que eso les traería, se los concedió, así también, aun cuando no sabemos gobernar con prudencia, aunque en nuestra tozudez nos gusta extraviarnos y caminar las sendas del peligro; Él nos da una Corona, y nos prologa los días de nuestra vida para que la disfrutemos, desatando nuestras manos de las cadenas del error, quitando los grilletes de nuestros tobillos, eligiendo por fin los senderos de la Justicia, disfrutando haber podido salir de Egipto. ¡Bendito seas Señor!

 

Señor que nos has mostrado el Sendero del Amor, y nos has adornado con las vestiduras del sacerdocio Común, te alabamos y te glorificamos, porque no detienes nunca el raudal de tus Bendiciones y estás siempre acompañándonos, enfermos que requerimos con urgencia tu medicación. Tú estás siempre Presente para envolvernos en el Gozo Verdadero.

 

Himno de Honor y de Alabanza a Ti, cuyo poder es Luz Vencedora de todas las sombras.

 

Mc 2, 13-17



Habría que mirar hasta qué punto nuestra actitud religiosa se convierte en un juzgamiento de los demás, basados simplemente en “prejuicios” y “estereotipos”. Pregonamos que no hay que juzgar y ¡eso es cierto! ¡muy cierto! Porque nadie conoce el corazón de otro.

 

Aquí viene el punto álgido, al primero que juzgamos -así sea por boca de fariseos y escribas- es a Jesús, ¿por qué toca a los leprosos? ¿por qué se trata y se rodea de “publicanos”? Nos parece escandaloso que se lancen juicios, pero con otro nombre y señalándolo como conducta piadosa, es lo que estamos haciendo todo el tiempo.

 

Uno de los pretextos favoritos es que “lo hacemos para evitar que otros caigan en lo mismo”.

 

Al leer los evangelios, uno siente que Jesús va en contrahílo de todo esto, se siente la escasa o nula importancia que da Jesús en su “pedagogía” a toda esta prejuicialidad.  Parece que Jesús está obsesionado por los “marginales”. Evidentemente Él tiene una tarea por delante: son los enfermos, y la tarea consiste en atender el “hospital de campaña”, no en andar buscando y cuidando borregos, los borregos tienen en su fama la de ser “testarudos”, (ese oficio le fue asignado a Saúl).

 

No que Jesús diga que no son pecadores; sino que, por serlo, son los que verdaderamente necesitan de Él.

 

Su pecado era casi, diríamos, triple

a)    Recaudaban dinero para los “opresores”.

b)    Manipulaban las monedas “impuras”

c)    Recortaban una tajada gorda para su propio lucro.

Una vez más hacemos notar que este era un negocio que se compraba, un “publicano” acaudalado compraba el derecho de recaudación al Imperio Romano, y este a su vez, lo fraccionaba y lo re-vendía a publicanos menores, que eran los que sacaban su mesita y su banquito para montar el puesto directo de recaudación.

 

También observemos que lo que hace Jesús con ellos, no es ponerse a charlar o irse a jugar pirinola con un grupito de ellos; sino, sentarse a comer juntos, una especie de ágape, una “comunión”, no todavía sacramental -que no lo llegará a serlo hasta la “Última Cena”, pero si un pre-boceto de “fraternización”, de “comunión”. Comer juntos sienta las bases de la comunicación más fraterna, así se hace familia, en muchas sociedades se termina por aceptar como pariente, como un “tío”, al que siempre viene a comer en nuestra mesa, de otra parte, la tradición hacía que el “sirviente” tuviera que comer aparte, en una mesita en la cocina. Sucede también -a veces – con el adulto mayor que termina teniendo su mesa en un rincón aparte. Bueno, esto lo consignamos porque vale la pena tomarlo en cuenta para aprender lo que significa “sinodalidad”. Y aprenderlo conforme lo practicaba Jesús, el Maestro.

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