1S
9, 1-4. 17-19; 10, 1a
Una
de las consecuencias de la “Caída” es que muchas “verdades” nos cuesta mucho
aprenderlas. Hay regulaciones de la vida que se nos revelan, pero a nosotros
nos parece que “no-son”, que por ahí no va el agua al molino, que el agua debe
ir por otra parte, que esa “verdad” no tiene por qué ser así. Y, otra
dificultad consiste en que en muchas oportunidades nos parece que hay que
priorizar otro enfoque, que hay otros aspectos y otros frentes del problema que,
al tomarlos en cuenta, obligan a seguir por otra vía distinta de la “revelada”.
Es decir, queremos y pretendemos saber más que Dios.
Según
la sabiduría popular, y sus permanentes estudios de epistemología, ¡nadie
aprende en pellejo ajeno”. Así que el
Profeta les mostró las diferentes consecuencias y los perjuicios que se les
venían encima con el asunto de tener un rey; pero ellos estaban empeñados en
tener rey, y Dios les permitió tenerlo para que ellos pudieran aprender “en
pellejo propio”. ¿Qué le vamos a hacer? Esto es lo que se denomina con una
palabra de raíz gótica- escarmentar.
La
tribu de Benjamín -el hijo menor de Israel-Jacob- llego a ser una tribu de “caso
a aparte”, algo así como los intocables, en el sentido de tener pésimas
consecuencias quien osara contraponérseles. Uno se imagina una tribu poderosa,
numerosa, fuerte, pero los anales nos la muestran como la más pequeña, radicada
en el sur. En el capítulo 49 (penúltimo del Génesis), Jacob profetiza y da una
caracterización de cada uno de sus hijos, los fundadores y patriarcas de cada
una de las doce tribus, en el verso 27, caracteriza a Benjamín como “lobo
rapaz, por la mañana devora la presa, por la tarde reparte despojos”. Pues
Saúl, benjaminita, hijo de Quis, personaje acomodado, fue el primer Ungido. La perícopa
nos informa que era alto, fornido y apuesto.
Quis
envió a Saúl a buscar sus burritas que se le habían extraviado, Saúl las buscó
por todas partes, recorrió “la seca y la Meca” buscándolas, y no las halló. Y,
estando en esta tarea, se topó con Samuel, quien tan pronto lo vio supo que era
el designado, el que Dios le había prevenido, tomó Samuel su frasco de aceite y
lo ungió para que “rigiera”; y lo נָשַׁק [nashaq] “besó”,
(es interesante que en hebreo esta palabra también significa “entregarle las
armas”, “dotarlo para ir al combate”).
Regir,
es decir, “dirigiera en línea recta”, la palabra en hebreo es נָגִיד [nagid] "jefe
militar", "caudillo”.
Andaba buscando burritas y las encontró en la forma de un
pueblo “extraviado”, que anhelaba tener un “regente”.
Sal
21(20), 2-3. 4-5. 6-7
Tener
presente que el Señor, en el bautismo, nos ha concedido la dignidad de Sacerdotes,
Profetas y Reyes. Nuestro reinado es también sobre nosotros mismos. Sobre el
dominio de nuestras apetencias. Y como a reyes, nos lo advierte el Salmo, se
nos ha concedido lo que el corazón ansiaba, lo que nuestros labios clamaban.
Entones
tenemos que dar un paso atrás y mirar cómo andan nuestros deseos, que es lo que
anhela nuestro corazón y procurar sobreponernos a la mezquindad. ¿Cómo nos
presentaremos al Señor, con nuestro cargamento de pretensiones, si ellas no
traslucen la benevolencia y la generosidad que Él con tana paciencia ha tratado
de modelarnos y donarnos?
Tal
vez el Señor nos concede todo aquello que es acorde a los propósitos del Cielo,
porque si atendiera las suplicas mundanas que levantamos ante Sus Divino Ojos,
no cabría esperar nada más que su Negativa.
El
misterio de su Aquiescencia es Grandioso. Como a su pueblo, cuando se empecinaron
en tener un rey, muy a pesar de todos los males que eso les traería, se los
concedió, así también, aun cuando no sabemos gobernar con prudencia, aunque en
nuestra tozudez nos gusta extraviarnos y caminar las sendas del peligro; Él nos
da una Corona, y nos prologa los días de nuestra vida para que la disfrutemos,
desatando nuestras manos de las cadenas del error, quitando los grilletes de
nuestros tobillos, eligiendo por fin los senderos de la Justicia, disfrutando
haber podido salir de Egipto. ¡Bendito seas Señor!
Señor
que nos has mostrado el Sendero del Amor, y nos has adornado con las vestiduras
del sacerdocio Común, te alabamos y te glorificamos, porque no detienes nunca
el raudal de tus Bendiciones y estás siempre acompañándonos, enfermos que
requerimos con urgencia tu medicación. Tú estás siempre Presente para
envolvernos en el Gozo Verdadero.
Himno
de Honor y de Alabanza a Ti, cuyo poder es Luz Vencedora de todas las sombras.
Mc
2, 13-17
Habría
que mirar hasta qué punto nuestra actitud religiosa se convierte en un
juzgamiento de los demás, basados simplemente en “prejuicios” y “estereotipos”.
Pregonamos que no hay que juzgar y ¡eso es cierto! ¡muy cierto! Porque nadie
conoce el corazón de otro.
Aquí
viene el punto álgido, al primero que juzgamos -así sea por boca de fariseos y
escribas- es a Jesús, ¿por qué toca a los leprosos? ¿por qué se trata y se
rodea de “publicanos”? Nos parece escandaloso que se lancen juicios, pero con
otro nombre y señalándolo como conducta piadosa, es lo que estamos haciendo
todo el tiempo.
Uno
de los pretextos favoritos es que “lo hacemos para evitar que otros caigan en
lo mismo”.
Al
leer los evangelios, uno siente que Jesús va en contrahílo de todo esto, se
siente la escasa o nula importancia que da Jesús en su “pedagogía” a toda esta
prejuicialidad. Parece que Jesús está obsesionado
por los “marginales”. Evidentemente Él tiene una tarea por delante: son los
enfermos, y la tarea consiste en atender el “hospital de campaña”, no en andar
buscando y cuidando borregos, los borregos tienen en su fama la de ser “testarudos”,
(ese oficio le fue asignado a Saúl).
No
que Jesús diga que no son pecadores; sino que, por serlo, son los que
verdaderamente necesitan de Él.
Su
pecado era casi, diríamos, triple
a) Recaudaban dinero
para los “opresores”.
b) Manipulaban las
monedas “impuras”
c) Recortaban una
tajada gorda para su propio lucro.
Una
vez más hacemos notar que este era un negocio que se compraba, un “publicano”
acaudalado compraba el derecho de recaudación al Imperio Romano, y este a su
vez, lo fraccionaba y lo re-vendía a publicanos menores, que eran los que
sacaban su mesita y su banquito para montar el puesto directo de recaudación.
También
observemos que lo que hace Jesús con ellos, no es ponerse a charlar o irse a
jugar pirinola con un grupito de ellos; sino, sentarse a comer juntos, una
especie de ágape, una “comunión”, no todavía sacramental -que no lo llegará a
serlo hasta la “Última Cena”, pero si un pre-boceto de “fraternización”, de “comunión”.
Comer juntos sienta las bases de la comunicación más fraterna, así se hace
familia, en muchas sociedades se termina por aceptar como pariente, como un “tío”,
al que siempre viene a comer en nuestra mesa, de otra parte, la tradición hacía
que el “sirviente” tuviera que comer aparte, en una mesita en la cocina. Sucede
también -a veces – con el adulto mayor que termina teniendo su mesa en un rincón
aparte. Bueno, esto lo consignamos porque vale la pena tomarlo en cuenta para
aprender lo que significa “sinodalidad”. Y aprenderlo conforme lo practicaba
Jesús, el Maestro.
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