1S
15, 16-23
Dos
palabras encontramos en esta perícopa que merecen cierta atención detallada:
anatema y terafim. No son palabras comunes, al contrario, se trata de dos
palabras bastante particulares.
Terafím,
está en el versículo 23, תְּרָפִים [terafim] que no
sabemos exactamente qué es. Los babilonios tenían “terafim”. Todo nos guía en
la dirección de cultos familiares, domésticos, con cierto parentesco con lo que
era para los romanos un dios lar, y a los penates, guardianes que eran de las
alacenas familiares. Estas deidades demoniacas, infundían en sus adoradores la
obcecación, induciéndolos con mentiras. Es a eso que alude -según todo parece
indicar- esta palabra, transliterada del hebreo, en este co-texto en que se la
emplea hoy: otra manera de decir idolatría.
Esta la segunda palabra, con etimología griega, ana,
sobre y thema, asunto, materia y el sufijo ma, que indica
instrumento; se usaba para denominar los objetos que se consagraban, en los
cultos paganos, sus “ofrendas”. Esos objetos y/o personas, eran desde nuestra
óptica, cosas excomulgadas y malditas, portadoras de la ira Divina. Excluidas
del “verdadero culto”.
Dios siempre nos oye, es lo que hemos venido viendo, pero
¿nosotros lo “escuchamos” a Él? ¿Cuál es la idea central que nos quiere
trasmitir la perícopa de hoy? Que para Dios lo que verdaderamente es grato es
la obediencia a su Palabra muchísimo más que los sacrificios; y que la docilidad
frente a sus Mandatos lo complacen mucho más que la quema de grasa de carnero.
Lo malo no es el culto sino el hecho de pretender que el
mismo es absoluto sin importar todo el mal y todo el atropello y la explotación
que se practique. Por eso Saúl dejó de ser agradable a los Ojos de Dios y en
los sucesivo el Señor lo rechazará para el oficio de rey. Saúl se descalificó,
porque de toda su rapiña de los ganados, de los derrotados amalecitas, el
pueblo no vio ningún beneficio y todo fue a parar al arca de los combatientes.
Saúl se hizo -en su práctica- un idolatra de Mammon.
El
rey tenía que ser un subgerente de Dios, y encargarse de llevar el beneficio al
pueblo, esa es la Ley de Dios, y él se ocupó solamente de tener repletas sus
arcas. Ofrecer quema de animales a Dios, es como intentar darle “contentillo”,
pero desobedeciéndolo en la esencia de su Ley. Este tipo de sacrificio linda
directamente con la superchería y la magia, “falsa piedad”, piedad desviada.
Los
capítulos 16-31 son como un ciclo de oportunidades que Dios le da a Saúl a ver
si endereza, si rectifica, pero, por el contrario, lo que vendrá, ratifica su extravío.
Sal
50(49), 8-9. 16bc-17. 21 y 23
¿Por qué recitas mis
preceptos
y tienes siempre en la
boca mi Alianza,
tu que desprecias mi
enseñanza
y te echas a la espalda
mis mandatos?
Sal 59(49), 16bc-17
Dios
ha tenido siempre una claridad de quienes somos, nuestra debilidad, el profundo
daño que causó en nosotros la caída y la honda fisura que nos hace proclives a
la reincidencia. Él sabe que Su iglesia no está construida con santos, sino con
pecadores que están en proceso y van -arduamente- subiendo la escalera de ese
proceso. Personas que no estámos exentas de la concupiscencia; y, con esa materia
prima ha construido la Iglesia y con nuestra mediación, precisamente, Él
interviene en la historia, como en cierto momento -que Él consideró pertinente-
obró directamente con su Encarnación.
Este
salmo de la alianza lo que hace es -una y otra vez- renovarla, es como un
masaje y a la vez un ungüento que estimula la revitalización de esa
consciencia, de coparticipación en esa hermosísima misión.
No
se ofende por nuestras torpes liturgias, pero lo que no nos puede pasar por
alto es que pretendamos saciar su hambre y servirle a la Mesa cuando Él es el
dueño de todo y si tuviera hambre tomaría de lo que es Suyo, y comería todo
cuanto a Él pluguiera.
Es
la sincera Acción de Gracias lo que lo honra. Y sólo a quien camina por los
senderos que Él nos ha enseñado tendrá la Deleitosa oportunidad de llegar a
contemplar el rostro Misericordioso de Dios-Dueño-y-Señor nuestro.
No
liturgias raras y complicadas sino la coherencia entre la Enseñanza recibida y
la vida que compartimos, será la ruta certera.
Como
nos lo dice Noël Quesson[1]: “Los ritos son
formalistas y sin valor para Dios, sí no están acompañados de una vida recta,
honesta, justa, caritativa. Este tema es constante en la predicación profética
(Amos 5, 21-27; Isaías 1, 11-17; Jeremías 6, 20; Oseas 6,6)"
Mc
2, 18-22
¡No
se puede vivir en Cuaresma como sí ya fuera Pascua! Tampoco podemos pasar este
tiempo Ordinario como sí ya hubiera llegado la Cuaresma. Cada tiempo tiene su
modo y en cada estación hay que estar a la sazón.
No
resulta muy lógico que digamos que uno acepta la invitación a participar en una
Boda, si uno no está dispuesto a comer ponqué, a disfrutar los alimentos que se
ofrezcan en la Cena correspondiente y a participar de la dicha de los
contrayentes que pasan a gozar del nuevo estado. ¡Mucho menos si, quizás por
las propias condiciones de salud, va uno a estar cari-lánguido durante toda la
reunión que posterior al Rito Nupcial, se celebre! Hay que estar disponible
para bailar, porque la ocasión lo amerita.
Puede
darse la infeliz coincidencia que preciso el día en que unos amigos se casan,
uno haya ofrecido esa jornada como un día de ayuno.
Nosotros
celebramos el ayuno como una ratificación y fortalecimiento de nuestra relación
con Dios, donde, muy en particular, se destaca el ejercicio de la voluntad en
su combate contra el pecado. El principio que subyace es muy claro: tendrá
mucho más éxito en ganarle al Maligno, quien tenga una férrea voluntad de
autocontrol para conducirse por en medio de las tentaciones, y rechazarlas.
¡Ese sabe ayunar!
Sin
embargo, llegado al límite de la asaz contingencia propuesta antes: fecha del
ayuno e invitación a compartir la dicha de unos recién casados, habrá que
llegar a una solución de la disyuntiva, o bien se cumple con el ayuno y uno se
abstiene de asistir a la fiesta de los amigos, o bien, uno los acompaña en tan
única ocasión y deja el ejercicio de ayunar para otro día.
Lo
que no tendría ni pies ni cabeza sería seguir adelante con las dos actividades,
aunque uno se convirtiera en el horrible detalle de aquel banquete, y en vez de
agradecer por la presencia en el agasajo, los amigos -en lo sucesivo-
preferiran renunciar a la “amistad”, por mal entendedor de lo que cada situación
exige. No se puede ir a una boda con cara de estreñimiento crónico.
El
ayuno es otro tesoro de nuestra fe. Pero no puede caer en el vacío de una
liturgia personalista, individualista y desintegrada de la vida y de la
compasión que sintamos; y es que la compasión es el elemento esencial de la
sinodalidad y sin sinodalidad no hay Iglesia. Construir comunidad y avanzar
hacia el Reinado de Dios conlleva un generoso compromiso con la sincera pasión
por la fraternidad. Vencer la indiferencia y hacernos prójimos del que está “caído”
a la vera del camino, va “atornillado” firmemente con gestos que cobran una
profundidad y una elevación “Celestial” siempre que logran unificar las dos
facetas del Mandamiento del Amor.
El
ayuno es como una levadura que se añade para hacer que la masa “suba”, “crezca”,
pero si no hay masa, ¿dónde iríamos a añadir la porción de levadura? Siempre,
cualquier acción se tiene que articular con el resto; Jesús toma el caso de un
remiendo de tela nueva en una prenda ya usada, la tela nueva -al lavarla- se
encoje y tira de la tela vieja, haciendo la rasgadura peor que al principio. El
remiendo tiene que contextualizarse. Jesús da un salto y va a otro ejemplo, si
uno quiere fermentar vino nuevo, hay que hacerlo en odres nuevos, en caso
contrario, los gases que se desprenden en la fermentación harán estallar los cueros
viejos, los odres se reventarán, el vino se desperdiciará y todo en su conjunto
se echará a perder.
En
la Primera Lectura vimos que Saúl quiso poner un remiendo de tela nueva,
(ofreciendo sacrificios al Cielo), en una prenda de tela gastada (desatendiendo
la responsabilidad de ser la mano derecha de Dios que, antes que nada, reparte
con creces su Generosidad a todos), y Dios no pudo ser engañado: de verdad que
no vale llevarle un gran ramillete de flores a la enamorada, sí las flores ya
están marchitas, lejos de ser un halago, será una ofensa.
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