Dan
7, 2-14
Insistamos
en que una de las características de la apocalíptica son los simbolismos
imaginarios, ricos en detalles espectaculares, plenos de grandeza y muy
impactantes. Dijimos el primer día (el lunes) que estos pasajes de la segunda
parte del Libro de Daniel, -que comprende los capítulos 7-12- están tan
firmemente estructurados con esta clase de relatos que más que profetismo,
encontramos aquí el género apocalíptico en acción.
Hoy
y mañana vamos a tomar un ejemplo de las 4 visiones de este género, parecen
registros históricos que hablan del pasado, pero son miradas con pupilas
escatológicas y tienen un claro sentido consolador, como anuncio de la justicia
que recibirá el pueblo oprimido de Israel: es un sueño que tuvo el propio
Daniel, y que él mismo no entendía, lo soñó finalizando el primer año de
Belchazar, inicia con un mar tormentoso totalmente agitado por los cuatro
vientos del cielo (soplaban por todos lados, desde los cuatro puntos
cardinales; y va -a continuación- a mostrarnos las bestias y luego a
interpretarnos su significación.
Las
bestias – recordemos que la palabra bestia procede del latín y significa “fiera
de gran fuerza y ferocidad”- eran
a) Un león con alas de
águila
b) Semejante a un oso,
tiene tres costillas entre sus fauces, quizás ellas representan los golpes más
fuertes que asestaron los Medos sobre Lidia, Babilonia y Egipto.
c) Como un leopardo,
con cuatro alas en su lomo, este es figura el imperio persa, y el ciclo de su
dominio entre Ciro y Jerjes.
d) Viene ahora el
imperio Griego Filipo de macedonia y su sucesor Alejandro Magno. Con dientes de
hierro, con diez cuernos (los diez tiranos seleucidas), y un undécimo cuerno
pequeño que tenía ojos humanos y de su boca salían obscenidades. Se ha
conjeturado -nos parece que de manera acertada- que esta bestia final alude a
Antíoco Epífanes IV.
Hay
una continuidad simbólica entre bestia, cuerno dientes y garras -de una parte-
y potencia, armamento, destrucción, tiranía por el otro. No podemos visualizar
los cuernos en otro co-texto que en el destructivo; quizás el cuerno de la
bestia muerta pudiera llegar a trasportar un significado “ornamental”, de otro
modo está en la órbita semántica de demolición y muerte. Las potencias, los poderes
terrenales apuntan hacia la desgracia y la ruina; la Potencia Celestial está
llena de Vitalidad y de Salvación.
Luego
traen un Trono, donde se entroniza un Anciano de ropas Blanquísimas. Da
comienzo a la Asamblea Forense, se da apertura a los Libros.
Viene,
entonces, Uno, como Hijo-de-Hombre a Quien el Anciano entrega “todo Poder,
Honor y Reino, y le fueron sometidos todos los
pueblos, naciones y lenguas para que le sirvieran, con poder eterno
-aquí viene un punto del mayor interés, comparados con todos los otros reinos y
su provisionalidad- este Reino, no acabará.
Hay
una yuxtaposición de fieras/hombres parabolizada con otra: reino-bestial /
Reino-Celestial.
Sal
Dan 3, 75a. 76 a. 77 a. 78 a. 79 a. 80 a. 81 a.
El
Templo fue profanado el 7 de diciembre de 167 a.C. tres años después se compuso
este himno anti-helenístico, en el sentido de no identificar las grandezas de
la Creación con la Divinidad. Hay siempre una loa a las criaturas, pero en
ellas se descubre la Magnificencia del Creador. El helenismo se queda en la
materialidad y la intrascendencia de los seres naturales; el judaísmo se eleva
para ver que detrás de la criatura tiene que haber una Grandeza muchísimo
mayor: Siempre quien Crea será Superior a la criatura.
El
tirano helenista hizo de los leones y los osos su signo. Se revistió de lo que
él mismo temía. La fe abrahamica -fe en la humanidad y en la excelsitud
Divina-, porque para ellos en lo humano se resguarda la semejanza divina con la
que fueron creados.
Pero
esto no vuelve ciego ni sordo al hagiógrafo, que lee en lo asombroso inmediato
lo Poderoso Trascendente, y alaba al Artífice en sus obras.
Gran
parte del valor religioso de este himno estriba precisamente en que no se deja
robar su fe, sino que, sobre el despojo y la destrucción reconoce que el
Artífice construirá realidades superiores y hará resplandecer su Justicia.
Conclusivamente
señalamos que, en la Primer Lectura, los animales son bestias -protagonistas de
opresión y exterminio; aquí -por el contrario- todas las criaturas, los
accidentes geográficos, los mares, los lagos, los ríos, y todos los animales
que los habitan, peces, cuadrúpedos y aves, desde lo profundo de su ser,
ensalzan al Señor.
Lc
21, 29-33
Y entonces verán venir
al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria.
Lc 21, 27
La
realidad, la naturaleza toda tiene un lenguaje propio, una manera de preavisar
y de sintomatizar lo que va a venir. Algunos signos, nos han ayudado los
campesinos, los cultivadores, a descifrarlos. La ciencia y la medicina han
gestado toda una semiótica para reconocer una enfermedad, una irregularidad en
el funcionamiento, un debilitamiento y una malformación. Pero, no hemos
cultivado con la misma atención y dedicación la lectura de las señales que el
propio Jesús nos dio como preaviso de la maduración del Reino, también de todo
esto hay una semiología escatológica, cuyos rasgos definitorios ya Jesús los
prefiguró, y nos los dio a conocer.
Por
otro lado, nosotros somos los de esa generación dura de entendederas, que nos
da un trabajo mortal y un aburrimiento inconmensurable, porque así nos han
educado, tener la paciencia para determinar esos signos y para observarlos en
su ocurrencia.
Todo
lo que Jesús nos señaló, sucederá, sucedió o está sucediendo; nos advierte que
nada de lo que Él previo dejará de cumplirse, entonces, cuando esto se da, su
Palabra está llegando a la plenitud de su realización.
Sin
embargo, sabemos -y eso es lo que nos ha mostrado la historia, que lo
“esperado” no acaece a menos que los síntomas que los pre-avisan, al
interpretarlos se los condimente con el aliño de la fe.
La
señal que se lee sin fe, no produce nada. La señal pasa y se diluye, sin
ninguna consecuencia. Podríamos aseverar que, los ojos que miran, deben estar
entrenados para ver. Sólo cuando un bisturí cae en manos del cirujano idóneo,
se puede convertir en algo más que una herramienta cortante.
Recuerdan
cuando el Resucitado se le presenta a la Magdalena, ella no es capaz de verlo,
aun teniéndolo ante sus propios ojos. Solo cuando Jesús le da el “código de
desciframiento” al llamarla por su nombre, ella logra articular lo uno con lo
otro.
Daremos
otro ejemplo: uno puede mirar el árbol de la cruz y no ver más que dos palos
cruzados. Pero, para los ojos entrenados, es un árbol que frutece con dulces
frutas de vida, y entonces, ahí sí, puede ver -el que está mirando- que los
palos desnudos están germinando para donar el fruto sabroso de la Resurrección.
Mostremos
aun otro caso: Jesús le da la vista a un ciego, pero este no ve sino árboles,
en un segundo toque, por fin él es capaz de ver, y distingue más que árboles,
ve personas y las ve con nitidez. Y es que no bastan los ojos en la cara, es
preciso activar también la conexión de la vista con el cerebro y con el
corazón. Pero especialmente con este último, porque él es la glándula del amor.
Esto es lo que ilustra la parábola de la higuera.
Pero
tenemos que rescatar el significado de la higuera para poder decodificar el
mensaje. Esta tiene un doble significado
a) Significa la
fidelidad a la Alianza.
b) Y, también, el
pacifismo.
Ambas
cosas, no una de las dos, sino ambas:
No
esperes el Reino si tú mismo no te empeñas en ayudarlo a construir. Para eso
has de guardar la Alianza: Él será nuestro Dios y nosotros seremos su pueblo.
Pero
está allí la otra exigencia: la metodología es el pacifismo. Si caes en la idolatría bélica, ¡olvídate! El
Reino no podrá suceder.
¿De
veras ansias la llegada del Mesías? Llena los dos requisitos y déjale todo lo
demás a las Manos del Creador, Él crea todos los días y no cesa nunca de
re-crear.
No hay comentarios:
Publicar un comentario