Is
61:1-2,10-11; Lc 1, 46-48. 49-50. 53-54; 1 Tes 5:16-24; Jn 1:6-8,19-28
…no existe ya motivo
alguno de desconfianza, de desaliento, de tristeza, cualquiera que sea la
situación que se debe afrontar, porque estamos seguros de la presencia del
Señor, que por sí sola basta para tranquilizar y alegrar los corazones.
Benedicto XVI
Revisemos
el itinerario de Adviento: 1er Domingo “Vigilar”; 2do Domingo: “Preparar”; 3er
Domingo: “Alegrarse”, transparentar la Buena Noticia, permitir que se nos vea,
que la Noticia es un Noticiononon: ¡Domingo Gaudete! Una dinámica anti-quietista, anti-conformista,
un “echarse a andar para hacer camino”. Brota, sin embargo, una pregunta
rotunda: «¿Se puede exultar de alegría y cantar, en una historia que es drama?
Sí, es posible, pero sólo a condición de que uno esté en la historia del Éxodo,
en la tentativa real de transformar el mundo. Sólo si uno llega a ver que las
promesas que Dios hizo al hombre pueden cumplirse, sólo si en el desierto de la
historia se ve brotar la esperanza, sólo si se oye la “corriente subterránea”
que contrasta con la aparente lentitud del “no hay nada nuevo bajo el sol”, es
posible cantar y sentir alegría.»[1], sólo si nos percatamos
que el Reino de Dios ya está entre nosotros (Cfr. Lc 17, 21b).
La
palabra Evangelio significa Buena Noticia, frente a una buena noticia lo que
sobreviene es la alegría. Por lo tanto, nosotros, los que hemos recibido la
noticia que alegra, hemos sido llamados a la dicha, a la bienaventuranza.
¿Quién es el Evangelio? Jesús es la Buena Nueva, si lo hemos aceptado como
“Dios con nosotros”, se puede decir que tenemos la responsabilidad, aún más, la
obligación de la alegría. No se explica que un fiel creyente ande por ahí
desalentado, sumido en su tristeza, como si estuviera dejado de la mano de
Dios, ¡ese es un anti-testimonio!
Durante
mucho tiempo se creyó que –siendo el Evangelio un asunto tan serio- nuestro
porte de fieles devotos sería el de la “seriedad”, entendida como cara larga y
semblante adusto. La Nueva Evangelización tiene que ocuparse para corregir eso,
y debemos sentirnos llamados a confesar nuestra Alegría porque el Santo Nombre
de Jesús es de Victoria, de Resurrección, de Vida.
Este
Tercer Domingo de Adviento celebra la Alegría es Domingo de Gaudete, así se nos
recuerda desde el Introito de su Liturgia que se tomó de la Carta a los
Filipenses capítulo 4, versos 4.5: “Estén siempre alegres en el Señor; se lo
repito, estén alegres. El Señor está cerca. No se lee 5a –pero nos parece
importante añadirlo- dice: “Que todas las gentes los conozcan a ustedes como
personas bondadosas”; la palabra implica que les sea evidente, que les salte a
la vista, o sea que, debemos ser Luz del mundo y sal de la tierra por nuestra
bondad, mesura, razonabilidad, amabilidad, me voy a permitir añadir aún, por
nuestra sonrisa.
En
la Primera Lectura, más exactamente en Is 61,10 nos dice el profeta: “Me alegro
en el Señor con toda mi alma y me lleno de júbilo en mi Dios, porque me
revistió con vestiduras de salvación y me cubrió con un manto de justicia”; ahí
tenemos dos razones de mucho peso para estar alegres: la Salvación y la
Justicia que son nuestro distintivo, nuestras vestimentas, nuestro abrigo,
nuestra protección y defensa. A través de ellas se transparenta la bondad con
la que nos damos a conocer.
En
el Salmo Responsorial echamos mano al Magnificat y
escuchamos a la Santísima Virgen darnos modelo de alegría: “mi espíritu se
llena de júbilo en Dios mi Salvador”… más adelante insiste “me llamaran
Dichosa” porque Dios no se olvida que su Nombre es Misericordia y tiene
presente siempre a su pueblo escogido. «En pocos lugares de la tierra, María es
centro de atención y de esperanza tanto como en América Latina… María puede
purificar la lucha por la justicia en que se ha empeñado el continente, del
odio que cada hombre lleva en sí,…»[2] Refiriéndose al Magnificat,
nos dice Gerhard Lohfink: «Podemos afirmar sin temor y en verdad que nuestra
narración es cristológica. Su meollo y centro está en los dogmas de la fe pospascual. Jesús es el
Hijo de Dios; Jesús es el Mesías entronizado en su reinado eterno; Jesús es el
cumplimiento de las promesas veterotestamentarias».[3] ¡Regocijémonos!
En
la Segunda Lectura, tomada de la Primera Carta a los Tesalonicenses se
enfatiza: “Vivan siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en toda ocasión,
pues es lo que Dios quiere de ustedes en Cristo Jesús.
El
Evangelio, tomado de San Juan, vuelve sobre la figura del Precursor y encuentra
su primer motivo en el Evangelio según San Lucas, Juan el Bautista ya desde el
vientre de Santa Isabel se alegró en Jesús. Recordemos esos versículos: “… tan
pronto como oí tu saludo, mi hijo saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú
por haber creído que han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho!”. Lc
1, 44-45. Esa dicha de Isabel, que tiene su fuente en la seguridad de Dios-Quien-es-Fiel,
Cuya Palabra se cumple y Cuya Presencia no nos abandona, se continúa en la
dicha del Bautista. San Juan, el Bautista, es feliz porque sabe a ciencia
cierta quien no es: sabe que no es el
Mesías, ni es el Elías, ni es el Profeta. Lo primero que tenemos que saber para
lograr la dicha es “lo que no somos”, y, luego, requerimos saber “Quien-Sí-somos”,
es decir, cual es el verdadero eje de nuestra existencia: su Autor, su Dueño,
su Centro, su Paradigma, su Finalidad. Para Juan el Bautista es una condición
esencial para poder recibir a Jesús y aceptarlo como Mesías, que dejemos de
lado vivir centrados en nosotros mismos y aceptemos que el Centro-Existencial
es el que bautiza con Espíritu Santo. Cuando Juan el Bautista tiene que
enfrentar el interrogatorio de aquellos que los judíos habían comisionado con
ese propósito, descubre su Razón de Ser, y en ella, su propia identidad: que
consiste en ser la Voz. Notemos que él no pretende ser el Verbo, ni la Palabra,
no se arroga ser el Logos. Él es sencillamente el “testigo”. San Agustín dice “Juan es la Voz, pero el Señor es la Palabra.
Juan es una voz en el tiempo; Cristo es ya, en el Principio, la Palabra
Eterna”.
«…
la misión del Bautista, del Precursor, no es solamente un anuncio hecho con
Palabras, sino testimonio encarnado en la vida: es imitación de Jesús y es
preparación a su destino de sufrimiento. Y cada uno de nosotros, llamado según
su vocación a preparar el camino del Señor que viene, debe inspirarse, por
tanto, en este testimonio con las palabras, con los hechos y con la vida. La
vida empleada en la caridad, a partir de la Eucaristía que celebramos, nos hace
verdaderamente precursores de Cristo y capaces, en cierto modo, de preparar su
venida en el corazón de los hombres y en las diversas expresiones de la vida
social: aun en las expresiones de más sufrimiento y dificultad.»[4]
Nuestra
dicha estriba en ser auténticamente según para lo que fuimos creados, valga
decir, “cumplir la Santa Voluntad de Dios”, dar testimonio de Él, según el
decir de San Cirilo de Jerusalén: “«Nosotros anunciamos no sólo la primera venida de
Cristo, sino también una segunda mucho más bella que la primera. La primera de
hecho fue una manifestación de padecimiento, la segunda lleva la diadema de la
realeza divina;... en la primera fue sometido a la humillación de la cruz, en
la segunda es circundado y glorificado por una corte de ángeles»[5].
¡Sólo somos voz –que advierte que habrá Parusía-, simplemente testigos –de la
Encarnación- que anuncian!
«Este
es el gozo. El gozo de sentirse dichoso de ser obrero del Reino de Dios. Este
es el gozo. El gozo de construir la civilización del amor…El gozo es don del
Espíritu. Y el gozo es esa vivencia del Espíritu de Jesús. Es esa vivencia del
Don, del Regalo de Dios. Es esa vivencia de saberse fortalecido, vivificado,
animado, estimulado por el Espíritu de Jesús. Con el Espíritu de Jesús es
posible ser testigo… Con el Espíritu de Jesús es posible decir a los hombres
que Dios nos ama, que Jesús es nuestro hermano y camina a nuestro lado… La
debilidad del seguidor de Jesús se hace fuerte en el Espíritu. Y en el
Espíritu, Jesús es quien vive en el creyente, en el discípulo. ¡Albricias por
este maravilloso Don!»[6] Jesús, Él-que-Llega, también
y absolutamente, se mueve en la alegría, se enmarca en la dicha, ese es su
contexto, no la languidez.
Mirando
cómo conecta esta “Alegría” preconizada en las Lecturas de hoy, con la
fraternidad, encontramos la correlación en la manera de expresar esa alegría.
La alegría no se queda en un estado anímico egoísta, encerrada sobre sí misma,
no es un botín para la caja fuerte, sino que ella se comunica y se comparte a
través de un fruto del Espíritu Santo que en griego se llama χρηστότης [jrestótes] que consiste en la rectitud con
dulzura; Papa Francisco –invitándonos a recuperar la amabilidad- nos la explica
así: «un estado de ánimo que no es áspero, rudo, duro, sino afable, suave, que
sostiene y conforta. La persona que tiene esta cualidad ayuda a los demás a que
su existencia sea más soportable, sobre todo cuando cargan con el peso de sus problemas,
urgencias y angustias. Es una manera de tratar a otros que se manifiesta de
diversas formas: como amabilidad en el trato, como un cuidado para no herir con
las palabras o gestos, como un intento de aliviar el peso de los demás. Implica
“decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que
estimulan”,… La amabilidad es una liberación de la crueldad… Hoy no suele haber
ni tiempo ni energías disponibles para detenerse a tratar bien a los demás, a
decir “permiso”, “perdón”, “gracias”. Pero de vez en cuando aparece el milagro
de una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para
prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que
estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia…
El cultivo de la amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o
burguesa»[7]. ¡Misericordiam et gaudium!
[1]
Paoli, Arturo. LA PERSPECTIVA POLITICA DE SAN LUCAS. Siglo XXI editores. Bs
As.-Argentina 5ta ed. 1973 p. 183
[2]
Ibid
[3]
Lohfink, Gerhard. AHORA ENTIENDO LA BIBLIA. CRÍTICA DE LAS FORMAS. Ediciones
Paulinas. España 1977. p. 176
[4]
Martini, Carlo María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. Ed. San Pablo. Santafé de
Bogotá 1995 pp. 530-531.
[5] Catequesis XV, 1 Illuminandorum, De
secundo Christi adventu: PG 33, 869 a
[6]
Mazariegos, Emilio L. LAS HUELLAS DEL MAESTRO Ed. San Pablo Bogotá D.C. –Colombia 3ª ed. 2001 pp.
154-155
[7] Papa francisco. FRATELLI TUTTI. Ed.
Instituto San Pablo Apóstol. 2020 pp. 130-131 ## 223-224.
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