Gn
3, 9-15. 20
Hágase en mí, de
corazón,
La Voluntad de mi
Señor.
La
perícopa inicia con el “pecado”, en el sentido de que Dios dio una “norma”, la
única de que tengamos noticia: De cierto árbol, al que Dios nombro “árbol del
conocimiento del bien y del mal”, de ese árbol no podría comer porque -de
hacerlo- compraría su propia muerte” (Cfr. Gn 2, 17)
Esa
“norma” daba sentido a la existencia, definiendo algo que “nos está limitado”.
Quebrantar la norma-única, como quien destapa una ampolleta de virus mortal,
acarrea daño para toda la Creación, introduce un principio de “desbalance”, de
“desequilibrio, una ruptura de la armonía primigenia. El pecado no está
en otro aspecto que en el “daño” que estaba haciéndose -no sólo a él mismo-,
sino a todos los demás de su linaje. El pecado consiste precisamente en “importar”
perjuicio para el prójimo, dicho de otra manera, no tener reparo en dañar a los
demás. Dios no le impuso la pena de muerte, él mismo se la acarreo por haber
matado a los otros.
Tan
es así que de inmediato empieza a tener “desarmonía” con su único prójimo: su
propia esposa, de la que era consciente que era “su-prójima”, que era su
hermana, por ser “hueso de sus huesos y carne de su carne”.
Por
ser su “prójima” no tenía por qué ofrecerle a Adán, porque al ceder a la
seducción del fruto que se mostraba atractivo y apetitoso, igual estaba
faltando al principio de projimidad. Hay una especie de sexismo al entender que
la mujer era la culpable, pero el relato no dice que Eva cogió a Adán y a la
fuerza o cogiéndolo desprevenido le acuñó los bocados del fruto; ¡no es ese el
caso! Hubo un acuerdo tácito para ceder, porque en la caída no se ve ni rastro
de haber sido coaccionado ninguno de los dos. Siglos de machismo han hecho la
lectura sesgada y -así no lo digan- le han arrojado a Eva -en la cara- el baldado de la culpabilidad. (Así como en el
relato de la pecadora hallada en adulterio, se le achaca la falta soslayando
que ella no era “adultera” sólita, sino que había por ahí algún Adán -siempre
pagando escondederos-, para no dar la cara y asumir su responsabilidad). Esta
interpretación es muy farisaica porque es una hermenéutica cómplice, que oculta
la responsabilidad del secuaz. Leamos con atención, sin sesgar la
comprensión y descubriremos el revés de la moneda.
Por
eso tampoco descubrimos el Valor de María Santísima, porque su grandeza se vuelve
un añadido y no un mérito intrínseco: Lo que enamoró a Dios fue descubrir en
ella la decisión de ser “disponible para actuar su parte en el Plan Salvífico”.
María no tenía que decir que “Si”; ¡María quiso dar su asentimiento! Porque quería
ser parte de la historia a la que habría de entrar el Mesías, soñaba desde muy
Niña, ser paradigma del Pueblo de Dios, haciendo que su Voluntad se armonizara
con la historia que Dios-Salvador iba a escribir, saltando de la Eternidad a la
Historia. No pensamos que soñó ser su Madre, sino que estaba dispuesta a ser y
hacer lo que conviniera a la causa Salvadora. A tal punto que Dios decoró su
“disponibilidad” con la Maternidad.
La
fe de María en YHWH la llevaba a querer responder a aquella afirmación Divina:
Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo. ¡Sentir esa disponibilidad enamoró a
Dios!
En
María encontramos todo lo contrario de lo que encontramos en la pareja
Adán-Eva, a ellos no les importó causarles a otros mal; a María la desvivía el
sueño de hacer todo el bien para sus prójimos.
Uno
puede decir que María es tipo de la Iglesia porque ella soñaba -desde su
Concepción- llevar la salvación a todos los rincones de la tierra. Decimos bien
cuando cantamos, atribuyendo a María la frase ¡Que se cumplan en mi cada día
los sueños de Dios!
Sal
98(97), 1.2-3ab. 3cd-4
De
otra manera, podemos afirmar que, si alguien ha querido que Venga a nosotros su
Reino, ha sido en la Fe-Amor de María, en su religiosidad judía, Ella la que,
sin conocer el Padre nuestro como oración, ya llevaba en su ser -y como Germen
en Su Vientre-, aquello de “Hágase tu Voluntad, así en la tierra como en el
Cielo.
Mucho
antes del recibir al Arcángel Gabriel, ya había sitio en Su Ser para que fuera
el Sancta Sanctorum donde entronizar el Arca de la Nueva Alianza.
Puesto
este pentagrama, estamos listos para trazar en él las notas del Salmo. Vamos
ahora a desgranar las tres estrofas:
1ª
estrofa: La Victoria no viene de la estrategia, ni de la fuerza descomunal de
los guerreros, ni de la valentía de los soldados, ni de la velocidad de los
corceles. ¡Ha sido la fuerza del Brazo Derecho de Dios lo que les ha
conquistado y merecido un Cantico Nuevo, un Himno al Rey Liberador, y Salvador!
Que pase su Cortejo Real mientras nosotros entonamos nuestros vítores.
2ª
estrofa. Toda la vida de Jacob fue una larga y oscura noche sumido en sus
“torcidos”, en su “embaucar” al propio papá para robar la primogenitura, con la
complicidad de su madre. Pero lo que lo llevó a ser la “yema del linaje del
pueblo escogido” fue la persistencia con la que, a pesar de sus defectos e
inclinaciones, se agarró, se aferró a YHWH, pertinaz en arrancarle su teofanía.
Dios no se olvida que se le manifestó, ya en la Escala de Jacob estaba en ello
la Promesa de Dios reconociendo su perseverancia: “¡No te dejaré si no me
bendices!” Fue a su manera la fidelidad del que con su empeño se hizo
rebautizar Israel (Cfr. Gn 32, 26)
3ª
estrofa: Poner en claro en nuestra mente y en nuestro corazón qué es lo que le
cantamos, le vitoreamos y le alabamos a Dios. ¿Qué es lo que ha hecho el Señor
tan digno de Alabanza? Ha hecho maravillas, ¡todo lo ha hecho perfecto! La
perfección de su Creación es una Victoria incomparable, no ha hecho una guerra
que él ganó, la Victoria Suya consiste en que si el hombre, el ser humano ha
desviado en algo la armonía de la Creación, Dios la Re-Crea para restablecer el
equilibrio originario. Porque Su Amor es eterno, porque es eterna Su
Misericordia.
El
estribillo de hoy marca el realce sobre un detalle que Magnifica la Grandeza de
esa Victoria: llamándola פָּלָא [pala] “maravillas”, “cosas maravillosas”,
“cuando lo maravilloso es difícil de distinguir de las otras cosas, porque el
resplandor portentoso se derrama a lo que está próximo y produce una
generalización del portento, cosa por cosa, persona por persona, a tal grado
que uno podría traducir “todo lo ha hecho maravilloso”.
Ef
1, 3-4.11-12
Su misericordia con sus
fieles se extiende
de generación en generación.
Lc 1, 50
Vemos
en la Llamada que Dios hace a María, como si eso se refiriera a Ella, y ya nosotros
no tuviéramos nada que ver. Como si la Elección de la Virgen a su Papel de
virgen Madre nos permitiera decir que nuestro papel en la historia es ninguno.
Entonces viene a decirnos la carta a los Efesios que Dios nos eligió, también a
nosotros a la Santidad en la perfección del Amor.
Bien
cierto que Ella es tipo de la Iglesia, porque también todos nosotros, los
“Convocados” hemos sido hechos coparticipes de la llamada, hemos sido
“elegidos” en la Persona de Jesucristo, y para ello nos ha “pre-adornado” -por
así decirlo- con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
No
es un llamado a ser “carteros” (cada vez menos se entiende que es un cartero,
esta categoría designaba un oficio humano que, está pasando a la historia, que
era el cuasi-ángel encargado del trasporte de los mensajes, de los anuncios, en
forma epistolar), “pescadores”, “publicanos”; el llamado para nosotros ha sido
a la “Filiación”. El llamado que nos hace nuestra fe es un llamado a ser hijos,
y esto habrá que repetirlo una y mil veces, porque es “pieza maestra” del
kerigma. Para ser hijos requerimos estar vivos, porque Dios es Dios de vivos.
Claro,
entender que todos hemos sido llamados a la Filiación nos hace bendecir al
Señor que desde antes de la Creación nos había designado -ya- a ser sus hijos.
Bendito y Alabado y Glorificado porque nos llamó a la Vida, nos creó para ser
sus hijos en la Persona del Hijo.
Esta
parte de la Carta a los efesios se puede desestructurar como un himno
engranado con seis bendiciones de esas seis se entresacan dos para armar esta
Segunda Lectura.
1) De la Primer
Bendición -lo esencial- la elección.
2) Y de la quinta
bendición: ser herederos en Jesucristo.
Bíblicamente
las bendiciones significan una “dación” de vida: es la donación por excelencia,
sin haber recibido la vida, no se puede recibir nada más, entonces se trata de
la dación fundamental: ¡Vida para ser hijos!
Lc
1, 26-38
Intentamos
acercarnos a Santa María y a la Anunciación, y nos encontramos que es como
acercarse a la Zarza Ardiente, hay que guardar una distancia prudencial, hay
que descalzarse las sandalias, hay que hacer conciencia que la Tierra que
pisamos es territorio Sagrado.
Lo
único que se nos ocurre es presentar algunos apuntes, unos comentarios muy
sobrios con los que queremos desafiar al lector(a) para que a través de ellos
practiquemos un ejercicio de contemplación admirada, y así podamos abrevar en
el Manantial que es la perícopa de hoy. La misión, si usted, muy respetado lector(a)
deciden aceptarla, será acariciar la Ternura de esta Mujer (como alguna vez la
llamó Jesús).
Serán
7 notas, para que ensayemos una contemplación heptaedrica a partir de estos
siete enfoques:
1) A veces, cuando
encontramos una persona agradable, simpática, atrayente, encantadora, podemos
usar la expresión “agraciada” para referirnos a ella; sin embargo, en este
caso, estamos ante algo más alto y especial que sobrepasa los límites de lo
humano: en el verso 28 el Arcángel la identifica con el título κεχαριτωμένη
[qejaritomene] no tenemos un equivalente que la traduzca, vamos a intentar explicar
-aun sea sólo por encima- tiene una doble denotación a) Es agraciada pero no
con algunas gracias, sino con todas las Gracias, y no gracias para agradar al
ser humano, sino todas las que son agradables a Dios; y, b) no es un atributo
pasajero o momentáneo, es un atributo perenne, lo era, lo es y lo será sin
detrimento temporal, ese estado es el suyo propio por antonomasia.
2) Concebir esta
palabra tiene una denotación muy específica, significa “contener por completo”.
En María -que lleva en sus Entrañas Purísimas al Señor se da la doble Presencia:
en María está el hombre, y también está Dios totalmente.
3) Jesús es el Cristo, en tan completo grado que
solemos llamarlo Jesucristo. Está el Verdadero Rey, del linaje Davídico y como
Ungido, hace realidad su reinado no de imposición sino de Ternura. En Él Dios
se reviste de Misericordia para cumplir su anhelo de Salvarnos: Reinado Soteriológico.
4) Cuando interroga ¿cómo, sin haber conocido varón? podrá llegar a la Maternidad, no pregunta
tanto por Ella, pregunta por nosotros que no logramos superar el estupor ante
esta rareza. Si el Ángel así lo anuncia será porque así es, Ella no requiere
nada más.
5) La cubrirá una
sombra, y nos extraña porque “sombra”, por lo general denota “negatividad”,
pero no, no se trata de una oscuridad, lo que proyecta es la frescura de la
Nube. Traigamos a la memoria cómo la Presencia del Señor los acompañaba a
cruzar el desierto en el Éxodo, y la “sombra” era un verdadero quitasol. Sin
esa protección no habría sobrevivido la larga estadía en aquellas muy penosas
situaciones durante 40 años.
6) Es hermosísimo el
nivel de entrega y disponibilidad que muestra Santa María cuando dice “He aquí
la esclava del Señor. Salta a la vista que Dios no la esclaviza, le envía al
Arcángel, le pide su asentimiento, parece decirle “No procederé a nada que Tú
no admitas. Es por su puro propio impulso, porque es lo que Ella quiere, es una “Voluntaria”
disponible, tan coordinada con el “proceso histórico” que Dios está orquestando
que, no pone ninguna traba, ella tocará la nota que se le pida.
7) Si traemos al
recuerdo el “regreso del hijo prodigo”, lo más sorprendente es que el “Padre” sale
a recibirlo, le sale al encuentro, en esto se muestra la generosidad del Padre,
el criterio de la “verdadera paternidad” requiere serle Fiel a este título.
Paternidad, entonces, es, antes que todo, acogida y protección responsable de la
vida del “hijo”. A pesar de todas las contravenciones del hijo, y aunque se
porte malgastando toda la herencia.
La
perícopa concluye con la ausencia del Arcángel, que se va del lado de María,
para pasar ahora uno a uno, a todos, porque todos somos elegidos, como ya lo
proponía la Segunda Lectura. Cada quien con su propia Misión. Todos “convocados”
para el proyecto que siempre propone salvación: “… a los que me diste, los
guardé, y ninguno de ellos se perdió, …” (Jn 17, 12cd)
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