1Jn
2, 3-11
Para
los judíos las Tablas de la Ley son un hito material de la relación entre Dios
y el Hombre y, de alguna manera, Ellas simbolizaban la Presencia de Dios en
medio de su Pueblo. Es difícil percibir en la distancia temporal lo que
significaban Las Tablas en el Arca, pero quizá, el episodio de Jos 6, 2-5 nos
deje avistar su significado en el contexto de la fe:
«Pero
el Señor dijo a Josué: “¡He entregado en tus manos a Jericó y a su rey con sus
guerreros! Tú y tus soldados marcharán una vez alrededor de la ciudad; así lo
harán durante seis días. Siete sacerdotes llevarán siete trompetas y marcharán
frente al arca. El séptimo día ustedes marcharán siete veces alrededor de la
ciudad, mientras los sacerdotes tocarán las trompetas. Cuando todos escuchen el
toque de trompeta, todo el ejército lanzará el grito de guerra a voz en cuello.
Entonces las murallas de la ciudad se desplomarán y cada uno la asaltará sin
impedimento».
Meditando
y dándole vueltas a su perdida tenemos que incluirla entre los designios de
Dios, porque -y eso nosotros lo comprendemos ahora muy bien- no se trata de un
abandono de parte de Dios, de su pueblo elegido, porque Dios es Fiel, por los
siglos; en cambio, podemos suponer que la identificación de la Divinidad con
las tablas sobrepasó la sana relación de la fe, para volverse un fetichismo,
una cosificación. Era indispensable que la fe madurara en la dirección de
entenderla como una relación “Personal” y prevenir que se quedara en una “cosificación”.
El arca “se perdió” para evitar la reificación que se estaba dando.
Hoy,
la amenaza reaparece, cuando los Mandamientos son una retahíla a memorizar, o
cuando haber pasado la vista por Ex 34,10-28; Ex 20, 2-17 o Dt 5, 6-21 ya daba
cumplimiento a tenerle fidelidad a los Mandamientos. Pero cuando se nos pide “guardar”
los mandamientos, el punto va mucho más allá de hacerlos pasar por nuestra
cabeza, efectivamente el llamado va más allá de lo meramente intelectual y nos compromete:
No se trata de sabérselos, se trata de vivirlos, de ponerlos en acción, en
práctica: “Quien dice “yo lo conozco” y no guarda sus mandamientos, es un
mentiroso, y la verdad no está en él” (1Jn 2, 4).
El
otro núcleo-eje está en 1Jn 2, 9-10: Quien dice que está en la Luz y aborrece a
su hermano, está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en ls
Luz y no tropieza”.
Esto
ha empalmado las dos ruedas dentadas haciendo de ellas un verdadero engranaje.
Se ha puesto en estrecha dependencia el 2conocimiento” del amor-ágape. Podemo
entonces inferir dos corolarios
i.
Para entrar en Comunión con Dios necesitamos una sincera
ruptura con el oecado.
ii.
Amar a los hermanos es conocer a Dios.
Es
el verbo γινώσκω [ginosco] “conocer”, “reconocer”,
“percibir”, que en esta Carta joánica aparece 25 veces. El gnosticismo ha
procurado a toda costa desviar su significado, restringirlo a lo puramente “intelectual”.
Frente a estas interpretaciones podríamos identificar
por lo menos dos riesgos:
1)
Pensar que los presbíteros y los monjes que dedican su vida
a ser “huéspedes de YHWH” tienen prioritariamente un margen de conocimiento que
excede a todos los demás en intensidad, en cantidad de tiempo, en términos de
frecuencia. Po eso, detentan su monopolio.
2)
Reducir a Dios a una figura de “asistencia” que Lo lee como
el “genio de la lámpara” que, bastará frotarla y complacerá todos los deseos.
Y
es Dios quien se nos da, quien nos sale al encuentro, quizás en el callejón
menos esperado y en el lugar más contradictorio, puede siempre resultar que
allí dónde no esperábamos encontrarlo, sea precisamente el lugar donde Él nos
espera para primerearnos.
Podemos,
sin embargo, empecinarnos, tercamente insistir en nuestro extravío, y tomar la
opción b. Podemos amarlo porque está mandado o, podemos amarlo porque intuimos
la profunda felicidad que dimana de cifrarlo todo en Él.
Sal
96(95), 1-2a. 2b-3. 5b-6
Alégrese
el Cielo y goce la tierra: Este es un salmo del Reino. Puede ser cómodo decir y
reiterar que Jesús es el héroe de los súper-héroes, repetir que Él dividió la historia
en un antes y un después, que de nadie se sigue celebrando el cumpleaños
después de muerto como se hace con Jesús; y después, ¿qué?
¿De
verdad basta la proclamación? ¿La sola tarea que nos compete es la de gritar “Jesús,
Jesús, Jesús, como si se tratara de la guerra de los hinchas? Tal vez nos
gustaría ensayar como metodología religiosa la de las barras bravas, y abollar cráneos
para hacer que Él triunfe…
El
salmo nos repite que se trata de “Un cantico Nuevo”. No dice el salmo que
retemos al mundo coreando su santísimo Nombre, lo que se propone es “religar” la
tierra con el Cielo bendiciendo su Nombre. No se trata de convencerlos, se
trata de caminar en fraternidad, de respeto a la diferencia…
¿En
que consiste “bendecir su Nombre”? En vivir a la manera de Jesús, en poner en práctica
su enseñanza, en tratar de tener sus mismos sentimientos de Misericordia, en
llenarnos cada huella digital y cada circunvolución cerebral de Su amor. Guardar
sus Enseñanzas, eso es lo que significa “bendecir su Nombre”.
¿Cómo
se bendice el Santo Nombre de Dios? Guardando las Mandamientos, pero no porque
nos gusta la legalidad de los leguleyos, sino porque el Amor nos lleva a
restañar el abismo que se ha desatado entre Cielo y tierra. Con esa práctica de
fraternidad, de sinodalidad es que “religamos” lo que quebró el pecado.
Solo
trabajando arduamente en la fidelidad de la Ley de Dios y en nuestra coherencia
con ella, edificaremos el reino y estaremos proclamando sus maravillas a todas
las naciones de la tierra.
Solo
sí en nuestro pecho florece el Amor que Él nos ha enseñado, un amor de
verdadera sinodalidad, entonces se verá que su Templo es toda la tierra, porque
su Amor llenará toda la realidad, ya no habrá Templo, porque el Templo será
toda la tierra. ¡Honor y Majestad preceden al Señor! Lo que hace ese honor, la
verdadera Honra de Dios es que su pueblo todo tenga el corazón invadido de Amor
libremente aceptado.
Lc
2, 22-35
Simeón le dice a María
que “una espada te traspasará el alma”
Lc 2, 34
La
sagrada Familia era una familia judía devota y fiel, así que para ellos el cumplimiento
de las prescripciones de la Ley era sagrado. La perícopa de hoy está centrada
en un ritual de doble significado y dimensión:
1)
De una parte, está la presentación del Niño Jesús en el
Templo, y de la otra,
2)
La Purificación de María Santísima
La
impureza que conducía a los días de purificación, se explican porque el
derramamiento de sangre durante el parto, hacía necesario un proceso de “limpieza”,
de “descontaminación” que demoraba tanto como la vigencia de la impureza -40
días (Lv 12, 2-8)- por haber estado en contacto con la sangre. Sin embargo,
nosotros entendemos que si Jesús pasó -como solemos explicarlo- como un “Rayo de
Luz” a través de un Cristal, la necesidad de que la Virgen se atuviera a este
ritual se hace innecesaria. Pese a esto, San Lucas, nos quiere señalar cómo
toda la familia se atiene a las prescripciones legales, y así lo hizo Jesús
durante toda la vida, como señalando que su condición humana no era de apariencia
o simulada, sino completa, con todas sus implicaciones.
El
Niño, le pertenecía por antonomasia a Dios, y se podía rescatar, pagando a un
miembro de la tribu sacerdotal una “ofrenda” de 5 shekels (ciclos). No hay ninguna
mención del pago del rescate, lo que ha llevado a pensar que, el Niño, siguió
siendo propiedad de YHWH. Su consagración -por ser primogénito- se mantuvo.
Viene
ahora la mención de dos personajes -representantes de los anawin- se trata de שִׁמְעוֹן [Shimon] Simeón, “Dios
ha escuchado” y חנה [Janah] Ana, “favorecida”; figuras de la
ancianidad y la viudez, que ya se ha dicho, estaban entre los más vulnerables
de aquella sociedad. Por qué es importante que sean de los vulnerables, porque
siempre son los “pequeños” los que más anhelan la Llegada de Dios-Libertador;
otros, los poderosos, se afanan que no llegue y lo mandan matar, los paupérrimos
quieres su pronta llegada, ellos saben que cuando venga su reinado se
extinguirá su penuria.
Es
de suma importancia cómo San Lucas siempre pone de realce que es la obra del Espíritu
Santo la que los mueve, El que pone en sus labios los anuncios, El que va
dirigiendo el nacimiento del Nuevo Pueblo de Dios y El que articula los pasos
decisivos para que se dé la Iglesia como continuadora de la Misión de
construcción del Reino.
Pero
-como lo hemos resaltado- ¡Dios no nos envía al paraíso del arequipe! No nos
envuelve en empaque melifluo, nos hace ver que la ruta tiene reveces, y tiene
asperezas, que los rigores no se exceptúan, sino que están allí y nos obligan a
sacar a relucir nuestra talla. Nos obligan a sacar nuestras fuerzas a resplandecer,
pero también, cuando parecemos vencidos, nos inyecta un complemento adecuado al
tamaño del reto.
La
exegesis global de la Palabra que se proclama hoy, se podría condensar y concentrar
en una cita lucana del capítulo 11: “Benditos más bien los que oyen la Palabra
de Dios y la ponen por obra”. El tema de hoy ha sido, no quedarse en la capa
exterior, y conformarse con los muy luminosos anuncios que inundan la ciudad y
abarrotan la contaminación visual, hay que ir más allá y hacer de las “Enseñanzas”
que Dios nos da, un verdadero “estilo de vida”. Hay que vivir crísticamente.
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