Is
30, 19-21. 23-26
Isaías
nació en cuna noble, recibió una privilegiada educación, vivía en Jerusalén, y
fue llamado para la excelencia profética; vivenciando en la debilidad, en la
indefensión la Presencia del Todopoderoso, y no volteando la mirada en pos de
distracciones.
Es
muy importante tener en cuenta que estamos hoy ante una adición post-exilica.
Estamos muy acostumbrados a decir que los capítulos 1 a 39 forman el
proto-Isaías, y pasamos a construir sobre esa explanada. Sin embargo, en el
proceso hagiográfico de coagular los rollos de este profeta, hubo una labor
editorial intensiva. En ciertos puntos se encajaron inserciones que
corresponden a otro período, por tanto, es sano ir con sigilo en nuestra lectura.
Estamos
en la sección que corresponde a oráculos sobre Judá y Egipto. Lo que nos da
este fragmento se refiere al llanto por fin consolado, Presencia no oculta, ni
invisible, sino Presencia que se ve -es el maestro que les enseñará- les
indicará el Camino, tendrá en la naturaleza condiciones favorables para el
desarrollo de la agricultura, y también para la crianza y el levante de su
ganado. No sufrirán por la escasez hídrica, porque habrá canales y riego
adecuado y suficiente.
Entonces,
la fortaleza de los impíos se vendrá abajo
En
general, podríamos decir que el Proto-Isaías es pre-exilico, el Deutero-Isaías
es Exilico y por eso su lenguaje y estilo profético contiene una nota dominante
de consolación; el Trito-Isaías se dirige a los repatriados, es sustancialmente
post-exilico. La perícopa de hoy anuncia una mejor época, cuando Dios se
encargará de proveer y socorrer, y las cosechas serán generosas y la luna tan
brillante como el sol y -a su vez el sol- 7 veces más poderoso que lo normal.
Será
un día en el que todo se habrá resuelto porque la solución la acercará Dios con
su Bondad, y será un fruto jugoso de pan-coger.
Sal
147(146), 1bc-2. 3-4. 5-6
Es
un himno que señala y descubre la Presencia del Señor en todo, dirigiéndolo
todo, salvando siempre. La vida en el campo era la fuente de aprovisionamiento
en esta cultura, pero vivir en el campo significaba vivir a la intemperie y ser
siempre víctima de todos los vividores, bandas de atracadores, ejércitos
enemigos, tiranos buscando secuestrar el fruto del arduo trabajo; así que la
única alternativa era buscar refugio en la ciudad donde las murallas algún
amparo les concedía. Dios siempre salva, y lo hace interviniendo para
fecundizar la cosecha, y para dirigir el corazón de los hombres, dentro de una
moral-justicia. La carrilera de la justica había sido oportunamente dispuesta
por el Señor en la Torah.
La
Ley va abriendo caminos, va desbrozando una ruta provisoria a los que han
vivido en el hambre y la inopia, construye la Paz a los que han vivido asolados
por la guerra abriendo refugio seguro a los encurtidos por el acoso permanente
de las desdichas, todos los que fueron azotados por la diáspora vuelven a la
convocatoria.
Jerusalén
no será más la patria del desconsuelo y el llanto; el señor les ha traído por
fin un tiempo de dicha estable.
Como
el Samaritano compasivo, venda las heridas del que fue atracado y las lava con
vino y aceite.
No
intenten medir lo inconmensurable, será vano intento porque ninguna unidad de
medida alcanza para cubrir la extensión de la Sabiduría; a los hambrientos los
saciará y , en cambio, los ricos verán sus manos agotadas.
El
refrán anuncia la dicha para los que se atienen al que es Pura Justicia.
Mt
9, 10,1. 5a. 6-8
La
Bondad ilimitada de Dios tiene su Fuente en el corazón Compasivo de Dios. No
queda desapercibida el abandono y el cansancio y la fatiga de las ovejas
descuidadas porque sus pastores se han dedicada a abandonarlas y venden al lobo
su desamparo.
Entonces
Él, el pastor-hermoso, inicia la convocatoria congregando discípulos que le
aporten al Proyecto Justiciero, dotándolos de dones, entrenamiento y autoridad
suficientes. Hay cuatro tareas para los Enviados: curar a los enfermos,
resucitar a los que ya cayeron en el desaliento, en la depresión, en el sin
sentido, limpiar leprosos y arrojar demonios.
Estas
cuatro misiones confiadas son las pautas de proclamación del Reino de los
Cielos. Los leprosos son los despreciados, desdeñados, expulsados del seno de
la Comunidad, ignorados, rechazados, malmirados. Los demonios a expulsar, son
los profesionales que atan “pesadas cargas”, que ellos ponen sobre los hombros
de los demás, sólo para mantenerlos subyugados.
Observemos
a Jesús indetenible, esforzado, que va y viene sin descanso, enseñándonos con
su ejemplo que, ante la magnitud de la tarea, no se puede sacar tiempo para
dilaciones. Urge
consagrarse al Anuncio del Reino e ir llevando infatigables la Buena Nueva. Cada
minuto perdido retrasa la Buena Siembre y, en consecuencia, deja para más lejos
la Cosecha: No podemos desentendernos de los que andan como “Ovejas que no
tiene Pastor”. Tiene hambre, denles ustedes mismos de comer. ¿Saben lo que pasa
si no se siega a tiempo? ¡Se pierde la cosecha!
¿Estaba
Jesús hablándole a seminaristas? ¿Se dirigía talvez a un grupo de jovencitas en
el atrio de un Convento? ¡No! Sino que recorría todas las ciudades y todas las
aldeas, es decir, le hablaba al laicado. ¿Los llama acaso a hacerse sacerdotes
o levitas? No este mensaje que Jesús proclama va dirigido al “laicado”, como lo
llamamos hoy día, y la tarea no es la vida consagrada, sino la consagración de
toda la existencia, -desde cualquier oficio o profesión- para hacerse parte del
cuidado de los desvalidos que no hallan guías, ni dirección y que caminan sin
saberlo hacia el despeñadero.
¿Quiere
decir que podemos sobrevivir en la fe sin sacerdotes y religiosas y religiosos?
¡Claro que no! Ellos son agentes de pastoral imprescindibles, necesitamos
urgentemente vocaciones a la Vida Ministerial; pero aquí de lo que se trata es
de la “Proclamación del Reino”, y eso nos incluye a todos los bautizados, a
todos los que cabemos perfectamente en la definición de “discípulos”: somos los
Convocados a mostrar que el Reino está muy cerca. (Y aquí es necesaria otra
precisión: La cercanía del Reino no tiene nada que ver con el “fin del mundo”,
sino con el hecho de que Jesús esté viniendo a vivir en medio de nosotros).
Si
miramos las vitrinas regiamente decoradas podremos descubrir la dicha que nos
trae el Adviento; si miramos todas las categorías de los socialmente marginados
descubriremos a Jesús crucificado, escondido por el mar de árboles decorados y
alumbrados navideños, celebrando -no esta época- sino su Dolorosa Pasión; y,
entonces, tendremos que tomarnos a pecho el “profetismo” que nos regaló nuestro
bautismo.
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