1S
1, 24-28
שְׁמוּאֵ֔ל [Shmuel] “Samuel”, “Dios ha escuchado”, es el último de los Jueces y
llamado al profetismo, fundador de una escuela profética. Era hijo de Elcaná y
Ana. Elcaná -de la tribu de Efraín- vivía en Ramatayin de Zofim era polígamo,
tenía dos esposas: Peninná y Ana,
Peninná tenía hijos, pero Ana no. Al inicio del Libro se narra cómo Ana,
llegada al Templo oró rogándole a Dios para que fructificara su maternidad. Su
ruego incluyó consagrar “nazir” al bebé que le concediera (Cfr. 1S 1,11). Como
movía los labios en sus oraciones, el sacerdote Elí, la acusó de “borracha”,
cuando ella le explicó y lo corrigió, Elí bendijo sus ruegos, y ella se llenó
de confianza y alegría.
En cumplimiento de la promesa de nazireato que hizo Ana,
encontramos hoy, en la perícopa, que tan pronto Ana destetó a Samuel, lo llevó
al Templo de Siló -tomemos en cuenta que el Templo en la era de los Jueces
estaba en Siló- y lo cedió al Señor de
por vida.
Al entregarlo, presentó una ofrenda al templo consistente en
a) Un
novillo de tres años,
b) Cerca
de 45 kilos de harina
c) Un
odre de vino.
Al novillo lo inmolaron.
Todos estos detalles tendrán un paralelismo cuando veamos la
presentación de Jesús en el Templo.
1S
2, 1- 4-5. 6-7. 8abcd
El
salmo de hoy, se toma del Canto de Ana, que ensaya con su Gratitud la que
mostró María Santísima en el Magnificat.
Estos
canticos, sobretodo, resaltan cómo el Poder-Misericordia de Dios puede y es lo
que muchas veces hace, convertir una determinada situación en todo lo contrario.
Ejemplos:
a) Los valientes
portaban arcos, ahora, los que actuaban “cómo” cobardes, resultan ser los que
portan las armas con valentía.
b) Los hartos tienen
que trabajar y sólo obtiene por paga un mendrugo de pan; en cambio, los que
antes eran los hambrientos, ahora, son los que engordan.
c) La mujer que era
mal mirada por estéril, acuna bebés en sus brazos; por otra parte, la que se
pavoneaba con su múltiple descendencia, tiene vacíos y lánguidos sus brazos.
d) Lleva hasta el abismo
o levanta hasta la Gloria.
e) Mientras a unos los
hace pobres; a los que otrora eran pobres, ahora los levanta en la abundancia.
f) A los que ayer los
mecía en la humillación, ahora se complace en enaltecerlos.
g) Los que eran los
pobres, son ahora los que los príncipes buscan cosechar su amistad con afán y
son conducidos en andas de triunfo hasta la mismísima Gloria.
Lc
1, 46-56
Su
estructura corresponde a un Salmo de Acción de Gracias. Es, entonces, un gesto
Eucarístico. Desde siempre se ha resaltado su similitud con el Cántico de Ana.
Es
muy interesante estudiar en paralelo el Cantico de Ana (recordemos que Ana, de
origen hebreo y arameo, es un nombre que significa “favorecida”, “agraciada”)
junto con el Magnificat.
El cantico de Ana ocupa todo el capítulo 2 del 1S. Ambas madres están llenas de
dicha y bendicen a Dios, pero una cosa es ser madre de profeta y otra es ser la
Madre del Salvador. ¡La Teotokos!
En ambos casos, son canticos de contrastes
profundos, y cada situación que valoran nos deja ver un salto abismal, cómo la
Misericordia va de la Tierra al Cielo.
Nos
parece pertinente insertar un par de notas de Gerhard Lohfink: «… el autor no se contentó con tomar del Antiguo
Testamento unas fórmulas estereotipadas (ejemplo: “Nada hay imposible para
Dios”); ajustó además su narración a un esquema ya existente en el Antiguo
Testamento, o mejor dicho, se atuvo a dos esquemas veterotestamentarios
combinándolos…» ; y, la otra cita: «el análisis estructural del texto muestra,
pues, con meridiana claridad que el momento cumbre y el sentido central de
nuestra narración se cifran en la frase: ”Será grande y llamado Hijo del
Altísimo; el Señor le dará el Trono de David, su padre; reinará sobre la casa
de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin (Lc 1, 32-33)».
María
(cuyo nombre significa “Eminente”) en el Magnificat ha destrancado la puerta de la Eternidad
para que podemos mirar hacia adentro y descubrir -con mirada profética-, cómo
es el Reino. Muchas veces, intentando que los Pequeños del Señor no puedan ver,
hay quienes descuelgan un pesado y oscuro velo, decretando la imposibilidad de
vislumbrar lo que es “tan secreto”: olvidando lo que dijo Jesús a este
respecto: “Te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque ocultaste
estas cosas a sabios e inteligentes, y las revelaste a los sencillos” (Mt
11,25)
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