viernes, 15 de diciembre de 2023

Sábado de la Segunda Semana del Tiempo de Adviento

 


Eclo 48, 1-4. 9-11b

El Eclesiástico -se llama así porque la Iglesia lo usa, mientras la Sinagoga lo rechaza-, también conocido como el Sirácida, fue traducido al griego por el nieto de su autor Jesús Ben Sirá- y fue a través de esa traducción como nos llegó. Debe datar del 190-180 a.C. y su traducción debió ser hacia el 132 a.C. Para la tradición judía es un apócrifo.

 

Se han encontrado fragmentos de la versión hebrea en el Cairo, Qumram y Masada.

 

Es por lo menos ilustrativo tener en cuenta que hubo un tiempo en el que la iglesia usó este Libro como Manual Catequético para los recién conversos.

 

Esta datación explica muy bien su propósito, cuando el judaísmo se había extendido y la mayoría de los judíos ya no hablaban hebreo sino el griego -que como hemos insistido, por la extensión del Imperio Griego, esta lengua se volvió la lingua franca. Lo que procuraba el Sirácida era trasmitir la conciencia de un pueblo, manteniendo la identidad y conservando las tradiciones: lo que propone es la identificación de la Sabiduría con la Torah, en cuanto Ley Mosaica.

 

La perícopa que trabajamos hoy se toma de una sección panegírica, donde se hace el elogio de los patriarcas y antepasados de la fe: Henoc, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, Aarón, Finees, Josué, Caleb, Samuel, Natán, David, Salomón, Elías, Eliseo, Ezequías, Isaías, Josías, Jeremías, Ezequiel y otros profetas, concluyendo con la mención del Sumo Sacerdote Simeón.

 

La cita corresponde al encomio de Elías, a quien recuerda como “un fuego”, cuya palabra era como una tea, hizo venir el hambre como castigo, cerró el Cielo con sequía, e hizo llover fuego en tres oportunidades. A continuación, menciona cómo fue arrebatado en carroza de fuego al Cielo. Señala que su misión fue la de aplacar la ira del Señor para procurar la reconciliación y el “restablecimiento de las tribus.

 

La frase conclusiva señala buenaventura para quienes llegaron a conocerlo y murieron arrullados en el Amor.

 

Sal 80(79), 2ac y 3b. 15-16. 18-19

El Salmo es de súplica. Pero súplica no se debe entender como simplemente “pida”. Mirando la estructura de los salmos de súplica podemos advertir que, al suplicar, el orante busca entender su situación para presentársela a Dios y tiene que hallar las razones de Alianza para tener cara de pedir. Muchas veces lo que encuentra es que no tiene argumentos valederos para presentar su demanda al Cielo, entonces, presenta su porvenir como prenda de gratitud.

 

No sólo se pide, sino que el orante se pone en circunstancia de hallarle lógica a su fe, a la relación con su Dios. Es, pues, una súplica que religa. Ahí la súplica cumple su función “religiosa” evidenciando que hay un lazo de fe. La oración se hace “puente”.

 

En el Salmo de hoy, la religación se apoya en la lógica de “Dios que es Pastor y nosotros ovejas de su rebaño”. Partiendo de ese “vinculo” tiene un piso para poyarse en él y pedir. “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”. Ese será el estribillo-responsorial de las tres estrofas, allí está clarificado el nexo, para aventurarnos a venir ante Él a pedir.

 

1ª estrofa: Dios está sentado sobre querubines, palabra que viene del Siriaco y significa “los Segundos”, “los Próximos”, según algunos eruditos significa “los Toros” simbolizando su fuerza; como un ministerio celestial, Él tiene que ser Grandioso para sentarse “sobre” ellos. El orante clama para que manifieste esa Grandeza en favor de su súplica. Dios es expresamente invocado como Pastor.

 

2ª estrofa: Aquí el argumento que se esgrime es el de Dueño de la Viña, porque ha sido Él quien sembró y cultivó este plantío; y Le pide que venga, lo visite y en su visita sea su Defensor.

 

3ª estrofa: El ruego esta vez es para que le salve la vida, para que no vayan a ser aniquilados, Él que es el Protector, no permita que los eliminen, porque no quedará quien ensalce su Nombre Tres Veces Santo.

 

Mt 17, 10-13



El regreso de Elías tiene que articularse muy bien en su hermenéutica para no convertirlo en un signo de nada. Evidentemente, lo que el pueblo judío esperaba como regreso del Profeta -si este había sido arrebatado al Cielo sin tener que morir, en un remolino de fuego, ¿cuán majestuoso y espectacular sería ese retorno previo a la llegada del Mesías?

 

Pero aquí lo primero que hace Jesús, es desmentir el elemento de espectacularidad con el que la gente había envuelto esta “venida”, y subraya que lo característico de esa venida es que el “lo renovará todo”. (Y, muy a pesar de los encuentros polémicos que Jesús tuvo con los “escribas”, no parte de una desautorización o alguna crítica del enfoque que ellos “manejan”; por el contrario, ahí mismo reconoce la razón que los asiste y pasa a respaldarlos, evolucionando desde el punto de partida que ellos proponen).

 

¿Hemos reflexionado en el papel que jugó el “Precursor” llamando a la “Conversión”? ¿Hemos aquilatado la campaña bautismal del Bautista y el efecto que debió tener pavimentando el Camino del que “Venía”? ¿Hemos sopesado el impacto de ese modelo de frugalidad y austeridad que acompañaba al “Precursor”, como una “critica a otro modo de ser del “derroche” y la “malversación”?

 

Cambiarlo todo, es una manera de hablar de “una verdadera conversión”, (porque la conversión conlleva una labor de fondo sobre el ser, no es un esfuerzo aparencial, porque no trabaja en pro del engaño sino a favor de la persona que busca trascenderse). Pues bien, hay unos síntomas de la “verdadera conversión”, a saber:

a)    Compartir: (el que tenga dos túnicas que le dé una al que no tiene)

b)    No explotar (Como lo hacían ciertos publicanos aprovechando su cargo)

c)    No extorsionar (como lo hacían los soldados abusando de su autoridad)

Esta es la enseñanza que se puede extractar de Lc 3, 10-14.

 


Elías simboliza el profetismo, a tal punto que fue él, el que apareció en la Trasfiguración, charlando con Jesús y Moisés. Esta perícopa está tomada del episodio que marca el descenso del Tabor, después de la Transfiguración, ese es su co-texto previo.

 

El profetismo es una de las misiones que nuestro ser de bautizados nos reclama. También nosotros, si nos mueve una honesta fidelidad, tenemos que comprometernos a trabajar por el Reino asumiendo el llamado a la Conversión.

 

En cualquier otro caso, sólo incurriremos en “exterioridades” como llenar las ventanas y todas las vidrieras de guirnaldas y alumbrados, pero de Jesús, ¡nada! Él queda fuera, sometido a la nevada de nuestra indiferencia, que es la nieve más fría que puede existir para su Tierno y Dulce Corazón.

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