Hch 6, 8-10; 7, 54-60
Muchos ya hoy están afanados por el
deposito donde se van a guardar todas las decoraciones de temporada, y -allí,
quedarán muy disponiblemente almacenadas para la temporada decembrina
2024-2025. Este proceso requerirá abundante polímero de empaque y material de
embalaje. Antes de guardar el Belén y recoger las figuras del “Pesebre”,
hagamos una oración evaluativa sopesando cómo y cuánto vitalizó nuestra fe esta
experiencia del “Nacimiento de Jesús” y en qué medida hemos crecido en
fraternidad, en solidaridad, en sinodalidad, en caridad, en comunión. Luego,
tras celebrar la epifanía, presentemos como nuestro “tesoros” -a la manera de
los “reyes-Magos”- como ofrenda-y- tarea, la cristianización de nuestra vida.
En medio de toda esta escena zombi,
introducimos un “inoportuno” personaje, que la gente, después de frotarse los
ojos con disgusto preguntan: y este tipo ¿qué tiene que ver con el Niño Jesús?
¡Se debieron equivocar, este “tipo” es un personaje adecuado para la Semana
Santa! ¡No tiene cabida en el marco de las Fiestas Navideñas!
¡Si! Vamos a enfrentarnos a este
personaje tan incómodo, pero tan real, que sigue llenando la historia del
mundo, en medio de todos los “comerciales”: Στέφανος significa “victorioso”, “coronado”, hoy en particular nos vamos a referir a
San Esteban, era uno de los siete diáconos que fueron elegidos para la
atención de la viudas que quedaban relegadas en la mesa. Es muy interesante
porque aparece una primera “división” del trabajo al interior de la comunidad,
es una cuestión logística.
Sin
embargo, no vayamos a pensar que su misión era exclusiva, sabemos -precisamente
por la información que nos dan los Hechos de los Apóstoles, que Felipe se
desempeñaba arduamente como catequista, y que esa era una función principalísima.
También podemos leer en este Libro que el mismo Estaban era predicador y gozaba
de efectiva elocuencia. Los de la sinagoga de los libertos, trataban de
enfrentarlo con sus argumentos, pero no lograban eclipsar la “sabiduría y el
espíritu con que hablaba. La envidia y la rabia los invadía, y un signo
evidente de su furor era que hacían rechinar los dientes dejando traslucir sus
celos.
Una de las
informaciones primerísimas que nos brinda la perícopa es que Esteban obraba
“prodigios y signos”.
Jesús
gustaba referirse a sí mismo llamándose “hijo del hombre” concepto que
rastreamos hasta la Profecía de Daniel. Hoy, por vez primera, oímos la
expresión en unos labios distintos de los labios de Jesús.
El cuadro
que se nos da, equilibra y sanea la imagen romanticona del nacimiento. El
Nacimiento -siendo como es una de las orillas de la realidad trascendente del
Mesías- no puede quedarse entre un paquete de “malvaviscos” y los alumbrados
eléctricos de nuestras ventanas por esta época, para subsumirlo en un letargo
fácilmente olvidable. Realmente la Natividad tiene que evocar el Calvario (la
otra orilla), como quien comprende que el compromiso cristiano no tiene nada
que ver con la parafernalia comercial con la que pretende sepultarse.
(Seguramente por eso se prefiere dejar de lado al Mesías y sustituirlo por un
inflable de Papá Noel, que no habla de ningún compromiso, y más bien se puede
asociar con un “muy muelle cojín”, un San Nicolás de Mira totalmente deformado).
La Iglesia
-Madre y Maestra- pone hoy esta festividad del Protomártir, precisamente para
diluir el efecto anestésico y el shock “ternurista”; y nos “despierta”, y nos
obliga a “aterrizar” en la realidad de nuestra fe. ¡Qué bien! Una jugada
maestra para prevenir que, - preparándonos para la nueva temporada escolar, después
de la temporada vacacional- recojamos
todo, incluido el Niño Jesús, y lo llevemos al sótano, al cuarto de los
cachivaches, y vivamos el resto del año de espaldas a la Historia de la Salvación.
Esta
perícopa nos obliga a discernir entre fantasía y religión. Hacía el final de esta
perícopa aparece -casi desapercibido- un personaje que nos representa a la gran
mayoría de nosotros, que -un poco puestos al margen- somos testigos de este
asesinato por “lapidación”: “Un joven llamado Saulo”. Somos los que miramos y
les cuidamos las capas a los homicidas. No somos los que matamos, pero sí los
que los dejamos “hacer”.
Sal
31(30), 3cd-4. 6 y 8 ab. 16bc-17
Este
es un salmo del Huésped de YHWH. Este es el Salmo de un rey que se pone bajo la
protección y provisión del Señor. El Señor le permite ver que no hay otra
alternativa “salvífica” que morar en le fe, estar siempre ante la Shekina. Ser
huésped de YHWH significa estar refugiado en un santuario (acogiéndose a lo Sagrado,
según la legalidad medieval).
El
salmo se puede dividir en dos partes: En la primera, el suplicante muestra la
condición de “desprecio” en la que ha caído, este es tratado como un leproso,
despreciado, rechazado; una ciudad sometida al asedio. La segunda parte,
muestra que, a pesar de toda la situación de rechazo, Él se fía del Señor, se
abandona en sus Manos, y -cuanto mayor es la persecución y el abandono al que
lo someten, mayor es su perseverancia, su devoción.
Definitivamente,
el Señor es el redentor, el Único que lo puede liberar de los que lo acusan y
lo persiguen. Sabe bien que los que confían en YHWH no quedaran defraudados.
El
que va a ser martirizado, se abandona a la protección que le viene del Señor.
Lo valioso de la persona, lo inmortal, lo no-perecedero se abandona a su
Omnipotencia. Qué significa “Omnipotente”: Que lo invulnerable de su corazón es
pura חָ֫סֶד [chesed]
“Misericordia”. Su Misericordia es fiel, su fidelidad se traduce en Fortaleza.
Mt
10, 17-22
Diríamos
que para leer esta perícopa hay que empezar por el final: “el que persevere
hasta el final se salvará”, porque esta oración final nos da la pauta para
entenderlo todo.
Dios
es Fiel y nuestra “imagen y semejanza2 se realiza en alcanzar este atributo.
Sin embargo, nuestra debilidad no da para tanto, sólo por su Asistencia,
alcanzamos semejante nivel de fidelidad.
Ante
el asedio, nos debilitamos porque sólo miramos a nuestra “fragilidad”. No
sabemos la clave del “abandono”. Dejarnos en sus Manos hace nuestra fortaleza. Esta
perícopa está inserta en el co-texto del Envío. Él sabe que nos ha enviado al
asedio de una salvaje manada, y que nosotros somos sus ovejitas, por eso nos
recomienda una fórmula verdaderamente “matemática”: Tenemos que engalanarnos de φρόνιμος “prudencia”, o mejor todavía “sagaces”, “capaces de
distinguir el engaño”, inclusive “críticos” en el buen sentido; y ἀκέραιοι [akeraioi] “sencillez”, pero más exactamente “pureza”, “sin
dejarse contaminar por las confusiones y engaños”.
Maravillosamente
Él no nos envía “ingenuos” al matadero. Desde el primer momento nos previene:
a) Nos entregaran a
los tribunales para que seamos azotados
b) Nos llevaran ante
gobernadores y reyes para que ante los gentiles tengamos oportunidad de rendir
testimonio
c) Nuestra propia
parentela se pondrá en contra.
d) Todo ese odio
provendrá del odio al Nombre, a todo lo que Él significa, a todo lo que implica
decir Jesucristo y reconocerlo como Único-Mesías-Verdadero.
Bajo
tales circunstancias podemos bajar la guardia y tratar de construir fortalezas
argumentativas para contra-argumentar nuestra inocencia. ¡No es por ahí! Él nos
envía el Paráclito, que es el Espíritu del Padre, es Él quien nos pondrá al
alcance las “palabras” que expresan la verdad de Jesucristo, Nuestro-Señor.
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