sábado, 2 de diciembre de 2023

Sábado de la Trigésimo Cuarta Semana del Tiempo Ordinario

 



Dn 7, 15-27

Sin ir más lejos, imaginemos un ataque de amnesia: que se nos haya olvidado dónde vivimos, quienes son nuestros familiares, donde trabajamos, qué oficio o profesión es la nuestra, es una suposición ¡Dios nos ampare!  lo habríamos perdido todo, verdaderamente podríamos decir que, no sabemos ni quienes somos ni dónde estamos parados…

 

Aún más, supongamos que no podemos recordar ni siquiera, cuál es la religión que profesábamos. Se podría afirmar, en tal caso, que hemos perdido el basamento de nuestra personalidad, y no sabremos para dónde coger. ¡A eso es que apela el tirano opresor!, a borrarnos todos los referentes propios, a diluir nuestros usos y costumbres, a imponernos andar por calles diferentes, a traernos la música y las modas de otros países; hasta que, cuando hagas un alto, y te preguntes por el “ser” que eres, tengas que decir: Seguro que soy esto que he venido haciendo últimamente.

 

Si uno se pone a revisar las páginas de la historia, ve que innumerables invasores -con el pretexto etnocentrista de que ellos practican la “verdadera cultura”- llegan saqueando templos, hurtando cuantas joyas, oro, plata y bienes culturales encuentren, con el pillaje más descarado se llevan todo. Alguien asiduo a la práctica del “turismo” nos decía recientemente que, visitando los museos mundiales, se podía medir el tamaño del despojo y la rapacería de los “colonizadores”.

 

Eso hacían, exactamente, los imperios sucesivos del medio oriente, donde podemos rastrear los orígenes de esta modalidad de invasión. Profanaban Templos, hurtaban las reliquias más sagradas, demolían sus arquitecturas religiosas, descaradamente se burlaban de la fe de sus víctimas, usando los vasos sagrados para sus borracheras y orgías. ¿Podemos imaginar, tan siquiera, el dolor, la vergüenza y la desmoralización tan profunda de los que lloraban el sacrilegio de lo que para ellos es tan Santo?

 

Cómo olvidar que llegaron al límite de afirmar que nuestros aborígenes, ¡no tenían alma! 

 

La manera de sacralizar el tiempo para el pueblo judío, la santidad del sábado y la consigna de ser un día no-laboral, sino consagrado a la religiosidad era una gran barrera para la transculturación de este pueblo; lo que Antíoco trató de resolver ordenando un cambio del calendario donde se hacían desaparecer las Fiestas de Pesaj, Shavuot, Rosh Hashaná, Yom Kipur y Sucot, se prohibió la observancia del Shabat, revertían la circuncisión, y se suplanto en el Altar una estatua de Zeus.

 

La siguiente jugada fue la prohibición de la dieta Kosher, y la prohibición del estudio de la Torah. Se ve que fue sacando diente a diente y luego muela a muela, hasta que los dejó desdentados.

 

Es de vital importancia que esta transculturación se operaba no exclusivamente bajo el argumento de decretos, sino contando con la colaboración de judíos pro-helenistas: que consideraban el colmo de su “progresismo” la adopción de las modas y profanaciones de Antíoco. Estos tránsfugas también se encuentran página tras página en la historia de todos los pueblos.

 

Hoy -cuando cerramos este año litúrgico, nos parece un deber insistir, que la enseñanza que se no da es la de aprender a resistir y a no dejarse llevar de esas “modas” ilusorias, que aparentan ser lo “vigente”, y son solo trucos para conculcarnos la “Memoria”.

 

Sal. Dan 3, 82a. 83a.84a. 85a. 86a. 87a.

Hay que ver cómo nos dividimos para dar gusto al tirano opresor, para demostrar que estamos en el colmo de la “avanzada”, que somos la verdadera “vanguardia”, que cuando nos pusieron en formación de batalla, “fuimos nosotros los que nos ofrecimos a ponernos en la línea de fuego”.

 

Hay que ver, también, como recogemos banderas ajenas, y las hacemos ondear, con gran entusiasmo, ignorando que son los pabellones del invasor. Y si vamos a fijarnos, quienes están poniendo la estatua de Zeus sobre el Altar de los sacrificios, vemos que allí están los que ayer mismo nos decían que son de los nuestros, de los fieles a YHWH.

 

Otro día, uno de los correligionarios nos informó -ante nuestra gran sorpresa- que todos los dioses son lo mismo, no sé si fue que le entendí mal, pero para él, todos los dioses son el mismo dios, sólo cambia el nombre.

 

Pasamos por un taller, y allí estaban bordando para el Altar, el rotulo “Abominación de la Desolación”, y estaban trabajando con gran regocijo.

 

Lo que se pide en este capítulo tercero del Libro de Daniel es que: Todos los hombres bendigan al Señor, Que todo Israel lo bendiga, todos los que se reclamen ser sus siervos han de alabarlo, las almas y los espíritus de los que son “justos”, lo alaben; tanto los que son santos, así como los que son humildes, están convocados para la alabanza.

 

No deshonren el pueblo de Dios.  Que Dios eligió este pueblo por ser monoteísta. Porque sólo a Dios seguimos y a Él sólo adoramos. Porque sabemos Quién es Él y quienes nosotros: Él es nuestro Dios y nosotros su pueblo, ovejas de su rebaño.

 

Lc 21, 34-36



Hay otro tipo de lavado cerebral, parecido -pero en esencia diferente- parece que se enfoca en ponernos carga sobre carga hasta que estemos “sobrecargados”. En nuestras traducciones dice “embotados”, que es algo así como suprimirle a algo la punta para que no vaya a herir a alguien, anular su poder de penetración, como se hace con un florete que se le pone un botón en la punta para que no vaya a dañar el contrincante. Y es razonable, cuando queremos que alguien se despierte y esté alerta la decimos “agúzate”, embotar es adormilar, embobar, distraer.

 

En griego aparece el verbo βαρέω [bareo] “sobrecargar”, cuando alguien está sobrecargado, está embotado, como cuando tenemos tantas responsabilidades y tantas cosas que atender que terminamos “sobrecargados”.

 

El Evangelio, en la perícopa, enumera varias formas de sobrecargarse: las juergas, las borracheras y las inquietudes de la vida.

 

Jesús muchas veces les llamó la atención a los fariseos porque ellos sobrecargaban a la gente con tantas leyes que terminaban embotados. Perdían la percepción de, en qué consistía su fe. En vez de preocuparse por amar al prójimo como a sí mismos, se preocupaban por las filacterias, el pago del diezmo de la menta y la ruda, por lavarse -no sólo las manos- sino hasta los codos y más.

 

Entre nosotros también hay quienes borran en los Mandamientos, renglón de por medio, para hacer llevadero y manipulable el Decálogo.

 

No nos dejemos sobrecargar, antes, por el contrario, agucémonos, despabilémonos, desatolondrémonos.  Para que podemos escapar de todo esto que nos roba la fe. Abramos los párpados -de los ojos del corazón- de par en par, para poder ver y discernir su siempre-actuante-Misericordiosa-ternura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario