Dn 7, 15-27
Sin
ir más lejos, imaginemos un ataque de amnesia: que se nos haya olvidado dónde
vivimos, quienes son nuestros familiares, donde trabajamos, qué oficio o
profesión es la nuestra, es una suposición ¡Dios nos ampare! lo habríamos perdido todo, verdaderamente
podríamos decir que, no sabemos ni quienes somos ni dónde estamos parados…
Aún
más, supongamos que no podemos recordar ni siquiera, cuál es la religión que profesábamos.
Se podría afirmar, en tal caso, que hemos perdido el basamento de nuestra
personalidad, y no sabremos para dónde coger. ¡A eso es que apela el tirano
opresor!, a borrarnos todos los referentes propios, a diluir nuestros usos y
costumbres, a imponernos andar por calles diferentes, a traernos la música y
las modas de otros países; hasta que, cuando hagas un alto, y te preguntes por
el “ser” que eres, tengas que decir: Seguro que soy esto que he venido haciendo
últimamente.
Si
uno se pone a revisar las páginas de la historia, ve que innumerables invasores
-con el pretexto etnocentrista de que ellos practican la “verdadera cultura”-
llegan saqueando templos, hurtando cuantas joyas, oro, plata y bienes
culturales encuentren, con el pillaje más descarado se llevan todo. Alguien
asiduo a la práctica del “turismo” nos decía recientemente que, visitando los
museos mundiales, se podía medir el tamaño del despojo y la rapacería de los
“colonizadores”.
Eso
hacían, exactamente, los imperios sucesivos del medio oriente, donde podemos
rastrear los orígenes de esta modalidad de invasión. Profanaban Templos,
hurtaban las reliquias más sagradas, demolían sus arquitecturas religiosas,
descaradamente se burlaban de la fe de sus víctimas, usando los vasos sagrados
para sus borracheras y orgías. ¿Podemos imaginar, tan siquiera, el dolor, la
vergüenza y la desmoralización tan profunda de los que lloraban el sacrilegio
de lo que para ellos es tan Santo?
Cómo
olvidar que llegaron al límite de afirmar que nuestros aborígenes, ¡no tenían
alma!
La
manera de sacralizar el tiempo para el pueblo judío, la santidad del sábado y
la consigna de ser un día no-laboral, sino consagrado a la religiosidad era una
gran barrera para la transculturación de este pueblo; lo que Antíoco trató de
resolver ordenando un cambio del calendario donde se hacían desaparecer las
Fiestas de Pesaj, Shavuot, Rosh Hashaná, Yom Kipur y Sucot, se prohibió la
observancia del Shabat, revertían la circuncisión, y se suplanto en el Altar
una estatua de Zeus.
La
siguiente jugada fue la prohibición de la dieta Kosher, y la prohibición del
estudio de la Torah. Se ve que fue sacando diente a diente y luego muela a
muela, hasta que los dejó desdentados.
Es
de vital importancia que esta transculturación se operaba no exclusivamente
bajo el argumento de decretos, sino contando con la colaboración de judíos
pro-helenistas: que consideraban el colmo de su “progresismo” la adopción de
las modas y profanaciones de Antíoco. Estos tránsfugas también se encuentran
página tras página en la historia de todos los pueblos.
Hoy
-cuando cerramos este año litúrgico, nos parece un deber insistir, que la
enseñanza que se no da es la de aprender a resistir y a no dejarse llevar de
esas “modas” ilusorias, que aparentan ser lo “vigente”, y son solo trucos para
conculcarnos la “Memoria”.
Sal. Dan 3,
82a. 83a.84a. 85a. 86a. 87a.
Hay
que ver cómo nos dividimos para dar gusto al tirano opresor, para demostrar que
estamos en el colmo de la “avanzada”, que somos la verdadera “vanguardia”, que
cuando nos pusieron en formación de batalla, “fuimos nosotros los que nos
ofrecimos a ponernos en la línea de fuego”.
Hay
que ver, también, como recogemos banderas ajenas, y las hacemos ondear, con
gran entusiasmo, ignorando que son los pabellones del invasor. Y si vamos a fijarnos,
quienes están poniendo la estatua de Zeus sobre el Altar de los sacrificios,
vemos que allí están los que ayer mismo nos decían que son de los nuestros, de
los fieles a YHWH.
Otro
día, uno de los correligionarios nos informó -ante nuestra gran sorpresa- que
todos los dioses son lo mismo, no sé si fue que le entendí mal, pero para él,
todos los dioses son el mismo dios, sólo cambia el nombre.
Pasamos
por un taller, y allí estaban bordando para el Altar, el rotulo “Abominación de
la Desolación”, y estaban trabajando con gran regocijo.
Lo
que se pide en este capítulo tercero del Libro de Daniel es que: Todos los
hombres bendigan al Señor, Que todo Israel lo bendiga, todos los que se
reclamen ser sus siervos han de alabarlo, las almas y los espíritus de los que
son “justos”, lo alaben; tanto los que son santos, así como los que son
humildes, están convocados para la alabanza.
No
deshonren el pueblo de Dios. Que Dios
eligió este pueblo por ser monoteísta. Porque sólo a Dios seguimos y a Él sólo
adoramos. Porque sabemos Quién es Él y quienes nosotros: Él es nuestro Dios y
nosotros su pueblo, ovejas de su rebaño.
Lc 21, 34-36
Hay
otro tipo de lavado cerebral, parecido -pero en esencia diferente- parece que
se enfoca en ponernos carga sobre carga hasta que estemos “sobrecargados”. En
nuestras traducciones dice “embotados”, que es algo así como suprimirle a algo
la punta para que no vaya a herir a alguien, anular su poder de penetración,
como se hace con un florete que se le pone un botón en la punta para que no
vaya a dañar el contrincante. Y es razonable, cuando queremos que alguien se
despierte y esté alerta la decimos “agúzate”, embotar es adormilar, embobar,
distraer.
En
griego aparece el verbo βαρέω [bareo]
“sobrecargar”, cuando alguien está sobrecargado, está embotado, como cuando
tenemos tantas responsabilidades y tantas cosas que atender que terminamos
“sobrecargados”.
El Evangelio, en la perícopa, enumera varias formas de
sobrecargarse: las juergas, las borracheras y las inquietudes de la vida.
Jesús muchas veces les llamó la atención a los fariseos
porque ellos sobrecargaban a la gente con tantas leyes que terminaban
embotados. Perdían la percepción de, en qué consistía su fe. En vez de
preocuparse por amar al prójimo como a sí mismos, se preocupaban por las
filacterias, el pago del diezmo de la menta y la ruda, por lavarse -no sólo las
manos- sino hasta los codos y más.
Entre nosotros también hay quienes borran en los
Mandamientos, renglón de por medio, para hacer llevadero y manipulable el
Decálogo.
No nos dejemos sobrecargar, antes, por el contrario,
agucémonos, despabilémonos, desatolondrémonos. Para que podemos escapar de todo esto que nos
roba la fe. Abramos los párpados -de los ojos del corazón- de par en par, para
poder ver y discernir su siempre-actuante-Misericordiosa-ternura.
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