Bar
1, 15-22
El
Libro de Baruch no lo encontraremos en las Biblias Judías (Tanaj), y-en
consecuencia- no está en las Biblias Protestantes. Pertenece al Segundo canon
(Deuterocanónica) o, como dirán ellos, se trata de un Libro apócrifo: Se dice
que fue escrito en hebreo, pero no se tiene ningún ejemplar y lo que hemos
conservado es gracias a ejemplares en griego.
Se
atribuye al secretario de Jeremías, quien habría trascrito su profecía y sus
datos biográficos. El inicio de este
Libro -en la introducción (1, 1-14) se nos informa que fue escrito en
Babilonia, y, que su autor la remitió a Jerusalén para que la leyeran.
La
perícopa de hoy es una plegaria que llamamos de los “Exiliados”. En este aparte
se nos da una datación: en el día siete del mes, del año quinto cuando los
caldeos tomaron a Jerusalén y la incendiaron. Lo que traducido a nuestra
cronología significaría el quinto mes del año 585 a.C.
Una
actitud muy frecuente es buscar culpables y ubicar a quien podemos transferirle
la responsabilidad. Un chivo expiatorio suele ser el Mismísimo Dios: Dios mío ¿por
qué nos haces esto? ¿por qué, ahora, que tanto necesitamos de Ti, nos das la
espalda? ¡Nosotros que hemos sido tan buenos, no nos merecemos esto! ¿Señor,
estás dormido, que no te das cuenta lo que estamos sufriendo? Bueno, y así
sucesivamente.
Baruch,
en su plegaria, y en general, en su profecía, llama al pueblo a
responsabilizarse por su infidelidad, por haber incurrido en idolatría y las
muestra que las calamidades que los han afligido -lejos de podérselas achacar a
Dios, son consecuencia de su descuido y su quebrantamiento de la Alianza. Han
sido el pueblo infiel el que ha dado la espalda a la Santa Ley, y ha
quebrantado los Mandamientos. Hicieron oídos sordos a sus profetas, haciendo
todo cuánto reprueba el Señor.
Sal
79(78), 1b-2. 3-5. 8. 9
Nos
encontramos con una súplica: Este es un salmo de ese género. El Salmista ruega
por Jerusalén, invadida, atropellada, profanada, demolida. Le pide a Dios que
mire en dirección a los cadáveres de las víctimas que han caído en Jerusalén
-pero desplaza la responsabilidad hacia los padres, o sea que el salmista hace
ver que ¡Todo es culpa de los antepasados! -y apremia a Dios que a esta
generación la socorra, y aplaque su ira.
Una
vez más, nos hallamos ante este mecanismo evasivo, así sea para implorar socorro,
nada es por causa nuestra y ese es el efugio, como hay otros tantos: por
ejemplo, que nuestros pecados son minúsculos, que hemos cometido
insignificancias, o que las faltas son ajenas, y exhibimos la pecaminosidad
ajena maximizándola -hasta convertirla en una viga- y minusculizamos la propia,
porque no es más que una diminuta esquirla. Aún hay otra estrategia: exhibir nuestra
“gigantesca santidad”, en ninguna parte hallareis cosa parecida. ¡Los
arcángeles! Ridículos matachines a nuestro lado, ¡Vamos a creer un instituto
para darles clases de verdadera virtud! La única duda que nos asalta es si
serán capaces de aprovechar, recuerden ustedes que “loro viejo no aprende a
hablar".
Somos
Templos (del Espíritu), pero si no despertamos, nos dejaremos profanar. Sobreviven
demasiados incendiarios de Templos y profanadores de Iglesias; el Maligno ha
sido derrotado, pero se revuelca y convulsiona enfurecido, con sus coletazos
agónicos, todavía quiere causar todo el mal que le sea posible.
“Socórrenos,
Dios, salvador nuestro, por el honor de tu Nombre; líbranos y perdona nuestros
pecados….
Obra
para que se note que no hemos merecido nada, que todo es por razón de tu
Dulzura Misericordiosa, nosotros -los pecadores, perdonados por tu Infinita
Bondad, lo que haremos será ensalzarte: ¡Contaremos tus alabanzas por los
siglos! La mayor de ellas, ¡Tu Gratuidad!
Lc
10, 13-16
… el mismo Señor invita de nuevo a todos los laicos, por medio de este
Santo Concilio, a que se unan cada vez más estrechamente, y sintiendo sus cosas
como propias (Cf. Fil., 2,5), se asocien a su misión salvadora. De nuevo
los envía a toda ciudad y lugar adonde Él ha de ir (Cf. Lc., 10,1), para
que con las diversas formas y modos del único apostolado de la Iglesia ellos se
le ofrezcan como cooperadores aptos siempre para las nuevas necesidades de los
tiempos, abundando siempre en la obra de Dios, teniendo presente que su trabajo
no es vano delante del Señor (Cf. 1 Cor., 15,58).
Apostolicam actuositatem
Pablo
VI
Tal
vez -para leer este Evangelio lucano de hoy-, lo primero a tomar en cuenta es
que no se refiere a los Obispos, los Sacerdotes y/o l@s Consgrad@s. Con
frecuencia, al terminar la lectura, salimos convencidos de que “esto no era
conmigo”, que “esto se refiere a los curitas”, son ellos -decimos- los enviados
y mandados a llevar la Palabra, a anunciar el “Mensaje”. Y, resulta que no,
todo bautizado, todo iniciado en el cristianismo, tiene que verse como un
discípulo-misionero.
Qué
delegación tan hermosa es la Misión que el Señor nos ha entregado: Y, Él nos
infunde su “autoridad”, es una trasferencia, una comunicación de mando, porque
nos ha encargado la edificación del Reino, nos ha legado todos los
instrumentos, nos ha heredado todas las pautas, hoy, nos trasmite su identidad,
para que podamos transparentarlo. Escuchémoslo una vez más, y al oírlo
recordemos que es la voz de Jesús quien lo pronuncia: “Quien a ustedes escucha,
a mí me escucha; y, quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado”.
Tengamos
cuidado, hay que escuchar esta frase con éxtasis, pero, sin llegarnos a
embriagar. Los que rechacen la enseñanza del Señor -aquí está claramente dicho
que no es nuestra enseñanza, así que cuidémonos de tergiversarla- en vez de
“escalar al cielo, bajarán al abismo.
Pedimos
su autorización y su paciencia para decir una palabra más: frente al riesgo de
la tergiversación, hay que tener cuidado de
a) Haber “escuchado”
con suma atención.
b) Haber entendido
bien.
c) Dejarnos mover por
el Santo Espíritu.
d) Proceder con
sincero celo evangélico
Hay
-por ahí- quienes nos dicen, es que es tan difícil de entender y de estar
seguros; ¡no desmayéis! el Señor ha soplado sobre nosotros su Espíritu, si
obramos con sincero Espíritu Eclesial, con la Voluntad honesta de construir el
Reino, estaremos libres de riesgo y saldremos airosos de las tergiversaciones.
Prácticamente
el único peligro es la borrachera de “autoridad”. Nosotros debemos proponer con
claridad; pero con ¡claridad amorosa! Muy respetuosamente, y luego de ofertar
con toda la precisión que nos sea posible, quedémonos tranquilos, que el Señor
obrará con el Verdadero Poder: el Poder de su Gracia.
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