Jr 31, 1-7
Dios
nos habla por su Palabra, toda la Escritura es un dialogo con Él. Esa
comunicación no se puede diagnosticar como un les digo, ya les dije, ustedes
verán. ¡No! Esa conversación es un acompañamiento, es sinodalidad, es el
proceso de construcción y afianzamiento de una amistad que, para que se pueda
estabilizar ha requerido de la comprensión, de la Misericordia, del perdón
constantes del Señor. Esa Amistad se ha estructurado bajo la fórmula de una
Alianza. La Alianza es -como el estipe lo es en la cruz- la columna vertebral.
Pero la columna vertebral, para dar flexibilidad al cuerpo Místico, no es una
“varilla” rígida; es en cambio, una pieza articulada de “vertebras”.
Tratemos
de ver cómo son las diversas vertebras que dan movilidad a esta vertebración en
el Libro de Jeremías: Son como seis vertebras, a saber:
1. Los oráculos
proferidos a Israel, tanto a Judá, como a Jerusalén. “Seré el Dios de todas las
tribus”.
2. El conjunto de los
oráculos dirigidos a las naciones, a la gentilidad.
3. Luego las profecías
de la consolación.
4. Asomo
autobiográfico del profeta
5. Nuevamente,
oráculos adversativos a las gentes.
6. La vida de Jeremías
llega a su fin.
La
perícopa de hoy está tomada del aparte 3. Que podría descomponerse como sigue:
a) La autenticidad de
Jeremías.
b) Mensaje a los
desterrados
c) La consolación
-propiamente dicha- que abarca 30,1 – 31,40
d) Retoques de la profecía
consoladora.
e) Varios.
¿Cómo
se estructura la consolación? Reposa sobre 4 pilares.
1) Volver de la
deportación en Babilonia significa -cruzar de nuevo el desierto, un Nuevo
Éxodo. “Encontró mi favor en el desierto el pueblo que escapó de la espada”.
2) El Amor del Señor
es Eterno: “Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi Misericordia para
contigo”.
3) Confíen en la
reconstrucción tanto en Efraín, como en Samaria, volverán a gozar de sus
viñedos: “Volverás a plantar viñas allá por los montes de Samaría; los
plantarán y vendimiaran”.
4) La recordación de
la era Davídica y su reinado de esplendor y abundancia, vendrán a constituirse
en meta del sueño ideal, del anhelo de culminar en una era de ostentación
Mesiánica; es un sueño que habrá que trabajar y forjar con paciencia y
confianza: “En marcha, vayamos a Sion, donde está el Señor nuestro Dios”.
En
el verso 31, 4 encontramos una palabra curiosa תֹּף [tofe] “adufe”, es
como una especie de pandereta, no, digamos mejor, un tambor plancheto,
cuadrado, se sujeta con los pulgares de ambas manos y se tamborilea con los
otros 8 dedos, se puede tocar mientras se camina o se baila con él.
Estas vertebras dan forma y revelan una armoniosa espalda,
«gaudium reditus», van gozosos, cantan, bailan, hay regocijo, tocan sus
tamboriles-panderetas: Volveré a edificarte y serás reedificada, virgen de
Israel; aún volverás a tener el adorno de tus adufes, y saldrás a bailar entre
gentes festivas”.
Sal 149,
1bc-2. 3-4. 5-6a y 9b
Se
trata del penúltimo salmo del salterio. Es un himno. Dios-Padre es Protector, da Victorias
inesperadas a su pueblo, con esas agradables sorpresas alienta a Su Pueblo, y edifica
con solidez sus esperanzas. Esta gratitud es la que -aquí se expresa en salmo-,
y allí con palmoteos de adufe, danzas, y cánticos festivos y danzarines.
No
ha madurado lo suficiente para sacudirse los ánimos vengativos y clamar al
Cielo por desquite. Pasa revista a la historia y se ve a sí mismo como un
pueblo de humildes, que han sido golpeados una y otra vez. Se perciben los
acordes nacionalistas, mientras los labios se silencian impotentes para extender
la fraternidad y hacer de la victoria un fruto solidario de la humanidad
entera. Sólo así se alcanzará el Reinado del Rey que es Padre de todos, y que
nos convida a la sinodalidad trasnacional. Ese es Su Pueblo, un pueblo que ha
borrado todas las fronteras que hasta ayer nos separaban en los mapas, trazando
el dibujo de las ambiciones, las envidias, la arrogancia y la prepotencia; más
que demarcaciones útiles, se esconden tras ellas los intereses mezquinos y los
diseños y planos de las armas sofisticadas de la mortandad, la metralla y la bazuca.
Así se da pábulo al reinado de la Maldad
que el profeta prevé desmontado por la Victoria del Creador, siempre Creador de
vida, nunca derrotado por las armas asesinas.
Flp 4, 4-9
En
el Segundo Viaje Misionero de Pablo, fundó esta Iglesia, había llegado allí con
Silas y Timoteo, era la primera comunidad de Europa Oriental. Como recordamos,
esta comunidad auxilió económicamente a Pablo y le envió -con la mediación de
Epafrodito- el fruto de una colecta que Pablo les agradeció enormemente, y cuya
gratitud está resaltada aquí, en esta carta.
Uno
ve, en esta perícopa de Filipenses, un desmentir a la parte rencorosa del
salmo. Filipenses, habla de paz y -no cualquier paz, sino la Paz de Dios. Esa
Paz es una constelación de valores muy cristianos, a saber:
a) Verdad
b) Nobleza
c) Justicia,
d) Pureza
e) Amabilidad
f) Digna de loas
g) Virtuoso
¿De
dónde sale este elenco? Del estilo de evangelización que practica Pablo. Este
elenco de valores cristianos son los que evoca Pablo a Evodia y a Sintique para
que se pongan de acuerdo y superen sus diferencias. Es un llamado a corregir
los desencuentros y aprender la sinodalidad. Y ¿qué era lo que las oponía?: las
ganas de ser reconocidas, elogiadas, era un enfrentamiento por el poder sobre
la comunidad.
A
que no adivinan ¿qué había en Filipos que los hacía muy famosos en aquel
entonces -en la época paulina- a nivel internacional? Un cerrado patrioterismo
nacionalista. Y, precisamente Pablo les pide que abandonen esta actitud nada
cristiana y procuren enmarcar sus vidas en el estilo del pensamiento cristiano.
Los llama pues a una Metanoia.
El
corazón de esta carta palpita con los acordes del Abajamiento de Jesús, que
practicó su Kénosis; ese despojamiento lo ha aprendido Pablo de Jesús y dice
que por su Amor ha aceptado perderlo todo, y que todo lo tiene por σκύβαλον [esquibalón] “basura”, más precisamente
“lavazas”, “sobras de comida, ya descompuesta” que solían usarse para alimentar
cerdos, y que a veces se tiraba a los perros, puede significar también
“estiércol”. (Cfr. Flp 3, 8) Esa humillación, ese nivel de anonadamiento, son
expresión de una sencillez llevada al límite. Opuesto radicalmente a los
valores que pujaban en los intestinos de la comunidad, y que la envenenaban con
su influencia.
El
Reino de Dios, es -en realidad- y así se los muestra Pablo, la apoteosis del
que aceptó una muerte de cruz. Y Él es el verdadero Rey, Rey de reyes, el que
detenta el Señorío: Su Divina Majestad. No esperamos tanto ser raptados, cuanto
la Segunda Venida, estos argumentos de discipulado fiel que pone San Pablo
sobre la mesa, hablan de esa Venida y de nuestro modesto aporte, conforme vivamos con férrea lealtad a la herencia que el Señor nos entrega.
Mt 11, 25-30
Rebeldes
profesionales, por sospecha.
Abba
es una palabra infantil, ya ustedes lo habrán oído cientos de veces, que es la
forma tierna y de desmedida confianza con la que el niño llama a su papá, una
aproximación a su traducción es “papito”, “papi”. Nuestra gran sabiduría no
consiste en el conocimiento de una profunda teología alambicada; por el contrario,
lo único que necesitamos saber es practicar el mismo abajamiento que nos enseñó
Jesús, e invocarlo llamándolo precisamente Abba.
Puede
que aquí en la vida terrenal alguien pueda conocer muy bien al papá, mejor que
el hijo, puede que un gran amigo, un compañero de estudios, su esposa, o su
propia madre lo conozcan muy bien, y muy a fondo. En cambio, Jesús, que es el
Único que ha visto al Padre, ha estado en su Presencia por toda la Eternidad, y
es su Amado y lo Ama con una intercompenetración inimaginable, puede con toda
razón decir que nadie conoce al Padre como lo conoce Él y que nadie conoce a su
Hijo, como lo conoce Su Padre-Dios.
Pero,
ese Conocimiento no se cierra en hermetismo, no tiene ninguna relación ni
parecido con el conocimiento-envidioso, no quiere acaparar; todo lo contrario,
lo quiere compartir. Así que el Hijo, lo quiere dar y Él elige a quienes
dárselo, y elige a muchos. (Pensemos que manda llamar en los cruces de los
caminos a todos los que quieran venir) (Cfr, Mt 22, 9).
Nuestra
“ciencia” atraviesa el requisito de la verbalización, mientras que los “sabios
de verdad” llevan la experiencia en su corazón como si fuera una zarza que arde
sin consumirse. Manejan una teología des-palabrada, que se fundamenta en la
experiencia de su amor más alto que las nubes, y más brillante que el sol. Esto
quizás explique porque las apariciones suelen preferir a los pastores y a los
niños, con su sencillez, su simplicidad y su capacidad de depender, de confiar,
de entregarse, de poner todo en las Manos del Padre. Tomaremos aquí un breve
relato de una revelación que Dios hizo a Santa Laura de Jesús Montoya Upegui:
«Iba
con las hormigas hasta el árbol que deshojaban y volvía con ellas al
hormiguero. Les quitaba la carga y me complacía en ayudarlas llevándoles las
hojitas hasta la entrada de la mansión de tierra… ¡fui como herida por un rayo,
no sé decir más! Aquel rayo fue un conocimiento de Dios y de sus grandezas, tan
hondo, tan magnífico, tan amoroso, que hoy, después de tanto estudiar y
aprender no sé más de Dios, como lo supe entonces. ¿Cómo fue esto? Imposible
decirlo. Supe que había Dios, como lo sé ahora, y más intensamente. Lo sentí
por un largo rato, sin saber cómo sentía, ni lo que sentía, ni poder hablar […]
Lloré mucho rato de alegría, de opresión amorosa, y grité. Miraba de nuevo el
hormiguero, y sentía en él a Dios, con una ternura desconocida. Volvía los ojos
al cielo y gritaba como loca. Lloraba porque no lo veía y gritaba más. Siempre
el amor se convierte en dolor. Este casi me mata.»
Trato
de llevar a mi pobre corazón la experiencia de la Santa, y lo único que me sale
es una leve intelección de esta frase que hemos leído hoy en el verso 11, 25:
“Yo te bendigo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has ocultado
estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a los pequeños”.
Muchos
quieren predicar el Evangelio y cumplir su apostolado infundiendo miedo al
seguimiento, mostrándolo como algo sólo alcanzable por súper-hombres, quieren
desalentarnos porque -muy en el fondo- están enamorados del dios castigador, del
dios que sólo concederá felicidad a los que hayan sido torturados: “…cargan a
los hombres con cargas difíciles de llevar, que ellos ni siquiera tocan con uno
de sus dedos” (Cfr. Lc 11,46) Y bastaría ,mirar el hormiguero con esa mirada
dulce e ingenua de Santa Laura para gritar desesperados por la revelación, pero
querer más, porque el corazón está hambriento y tiene sed de Ti, Señor Dios
mío.
El
yugo -que en este caso sólo puede ser llamado así metafóricamente hablando, es
la acogida de la Ley-sin-rebelión. La Ley para el rebelde es peor que el peso
muerto, frena, carga, obstaculiza. Se imaginan el ave que rechazara su
condición alada, que considerara un castigo poderse remontar por el aire; un
ave que madrugara cada mañana aperezada de ir por el sustento o de piar, porque
no le ve caso. Podemos siquiera concebir un planeta o cualquier cuerpo
espacial, fastidiado por las leyes que rigen su movimiento, y que hoy, muy a
las tres de la tarde -hora de Bogotá- decidiera escaparse de esas ecuaciones y
-sólo por variar, hiciera otra cosa.
El
ser humano -ahí está el fruto de la expulsión del Paraíso- es la única criatura
que tiene empachos contra la ley, y se mortifica con ella. Le fastidia hasta el
tuétano, que una función pueda prever su estado posible a una hora determinada-por
ejemplo. Para él, eso se llama esclavitud. Sólo por ser impredecible se da de
cabeza contra la cornisa.
Si
permitiera que el fluido natural lo llevara como el bebé se deja llevar de su
madre, no le importaría nada dejarse llevar por la Voluntad Divina, y descubrir
que detrás de ella el impulso que lo arrastra es un raudal de Amor. ¡Qué feliz
viviría!
No hay comentarios:
Publicar un comentario