97ª JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES
Is 45, 1. 4-6; Sal 95, 1. 3. 4-5. 7-8. 9-10a.e.;
1Tes 1, 1-5b; Mt 22, 15-21
La eternidad comienza aquí y ahora. Es aquí y ahora donde se
construye.
Helder Câmara
La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los
hombres, es su promesa y nuestra esperanza.
Benedicto XVI
Los
invitamos a ponernos un poco geométricos y hablar de líneas horizontales,
verticales y poliedros.
El
Hijo del Dueño-de-todo no tiene ni siquiera un denario; para poder ilustrar su
respuesta tiene que pedir uno prestado, para poder mostrar qué tiene impreso. En
esta situación se evidencia cuál es la riqueza de Jesús que se manifiesta,
precisamente, en su “no poseer ni siquiera la moneda que representaba la paga
de un jornal de trabajo”, no posee ni siquiera “la moneda del tributo”. El Rey
de Reyes, no tiene ni una moneda, siendo el Dueño Absoluto, precisamente por
eso su Efigie no está grabada en el sucio metal de la moneda, para no ser “manoseado”,
sólo puede estar impresa en el corazón del hombre, en el Sagrado Fuero de su
Conciencia.
Este
Domingo volvemos sobre la Realeza de nuestro Dios, YHWH es el Único Señor y
fuera de Él no hay otro; Él obra por amor, ama a su Pueblo-escogido; Él obra
–por caminos insospechados- en favor de ese pueblo, valiéndose hasta de los que
no son conscientes de servir a su Altísima Majestad, Nuestro Dios y Señor.
Hasta los que no lo conocen pueden ser vía para servir a sus designios. Es Rey,
pero ¡Alerta! No es un rey humano, es un Rey-Divino, y, así podemos llegar a
dar el gran salto, para entender que no es humano pero se ha humanado para
humanizar su imagen, imprimiendo su Soberanía en el que fue creado a Imagen-y-Semejanza-Suya:
Todo es de Dios, ¡entreguémonos totalmente a Quien es Nuestro Dueño y Señor!
Es
que tener la “Moneda del Impuesto” es sinónimo de dependencia, de esclavitud,
estar en condiciones de pagar tributo a un rey extranjero que nos avasalla, que
nos enajena la libertad, tener esa “riqueza” es andar, entre el bolsillo, con las “fichas del juego ajeno”, del juego
del enemigo: el juego de las monedas, siempre nos encadenará a la ambición de
tener otras y ser esclavo de las efigies en ellas gravadas, sean escudos de
armas, águilas imperiales o serpientes venenosas.
En
cambio, Jesús vive en una libertad ejemplar que le permite vivir para ser
constructor del Reino de su Padre, una libertad que le permite consagrarse; y
sus propios contradictores lo reconocen, así sea para entramparlo: La riqueza
de Jesús no estriba en el manejo de monedas sino en su Libertad Soberana. Esta
libertad de Jesús lo expresan –en la perícopa del Evangelio que proclamamos
hoy- los labios del adversario, es una libertad que:
Ø Le permite ser
siempre sincero
Ø Enseñar de verdad
el camino de Dios
Ø No importarle el
qué dirán
Ø No vivir ni
depender de respetos humanos
Ø No estar esclavizado
por las apariencias.
«Siempre
se discute acerca de “horizontalismo” y “verticalismo”, “evangelización” y
“humanización”. Estoy convencido de que el Señor no establece separación, y
menos aún oposición, entre ambas cosas. La historia de Dios y la historia de
los hombres están entremezcladas y avanzan conjuntamente.»[1] Sólo moviéndonos en el
espacio ilimitado de la libertad que nos enseña Jesús podemos ser obreros del Reino.
Cuando seamos capaces de discernir a qué juego nos “consagramos”, en la
dicotomía: Reinado de Dios o idolatría del César. La soberanía en la libertad
del hombre lo vincula con el compromiso, ya lo dijimos arriba; pero, de los cinco
rasgos de la libertad de Jesús hay uno que está de primero, hay uno que lo
caracteriza, -que acarrea a los otros- es la libertad del hombre que se
compromete con Dios: “Enseñar de verdad el camino de Dios”. Tan es el primero
que define el sentido del hombre religioso: define su misión: lo primero para
el creyente es la evangelización. Evangelizar es promover los valores del
Reino.
Todos
los “fieles” estamos llamados a la fidelidad con el Reino; anunciar la Verdad
del Reino y el Camino de Dios que lleva a Él es nuestro compromiso, el sentido
de la vida, de la espiritualidad, de la fe. La fidelidad con ese compromiso es la
misión de construir –no en la soledad,” «Frente a una idea pelagiana de
santidad, individualista y elitista, más ascética que mística, que pone el énfasis principal en el esfuerzo
humano, Teresita subraya
siempre la primacía de la acción de Dios, de su gracia»[2]. no en el aislamiento de “superman” -la figura
mítica de las historietas-; nosotros estamos invitados a un “banquete” -como se
precisó el Domingo anterior- donde nos sentamos hombro a hombro y codo a codo a
construir el Reino en equipo –con todo lo dificultoso que puede ser trabajar en
equipo; valorar las diferencias, lidiar con las oposiciones, con los mal
entendidos, con la diversidad de “puntos de vista” y salir airosos y felices
porque, por sobre todo eso, está la unidad (como Jesús y el Padre son Uno),
porque sobre todas esas dificultades resplandece el Cuerpo Místico, Él saldrá
triunfante (y esta es una Verdad de tipo escatológico) estamos hablando del fin
de la historia, del kairós. ««La
vida es el arte del encuentro, aunque haya tanto desencuentro por la vida».
Reiteradas veces he invitado a desarrollar una cultura del encuentro, que vaya
más allá de las dialécticas que enfrentan. Es un estilo de vida tendiente a
conformar ese poliedro que tiene muchas facetas, muchísimos lados, pero todos
formando una unidad cargada de matices, ya que «el todo es superior a la
parte». El poliedro representa una sociedad donde las diferencias conviven
complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente, aunque esto
implique discusiones y prevenciones. Porque de todos se puede aprender algo,
nadie es inservible, nadie es prescindible. Esto implica incluir a las
periferias. Quien está en ellas tiene otro punto de vista, ve aspectos de la
realidad que no se reconocen desde los centros de poder donde se toman las
decisiones más definitorias.»[3]
«A
quienes pierden el tiempo en discutir acerca de “horizontalismo” y
“verticalismo”, yo siempre les digo lo siguiente: “Ni la sola línea horizontal
ni la sola línea vertical pueden formar una cruz”. Para tener una verdadera
cruz, debemos mantener simultáneamente tanto la línea horizontal como la línea
vertical. Y la línea horizontal son los brazos de Cristo, abiertos a todos los
grandes problemas humanos.»[4]
Es,
precisamente de eso de lo que nos habla la Segunda Lectura tomada de la Primera
Carta a los Tesalonicenses: fe, amor y esperanza. Estas virtudes teologales
están sustentadas en pilares que, si leemos con atención son las que San Pablo
evidencia: la fe en las obras que la manifiestan, el amor en los trabajos
fatigosos que se emprenden; y, la ὑπομονῆς
[hypomones] resistencia de
la esperanza que tiene como fundamento a Jesucristo Nuestro Señor.
«Hoy
día estoy serenamente convencido de que la Iglesia no debe comprometerse y
solidarizarse más que con el pueblo… los gobiernos, tanto de derecha como de
izquierda,… no ven con buenos ojos que la Iglesia se encuentre con ese pueblo.
Están dispuestos a cubrirla de honores y de privilegios a condición de que se
quede en el templo, exclusivamente dedicada a dar alabanza a Dios mediante
hermosas liturgias. A condición de que no se inmiscuya en los problemas de hoy:
los problemas económicos, sociales y políticos… ¡son asuntos de la tierra, no
del reino de los Cielos!... nosotros no podemos aceptar esa postura, ese papel
de Iglesia–museo… Se trata de cumplir nuestro deber de hermanos para con los
hermanos sometidos a la prueba, al sufrimiento y a la opresión.»[5]
Pero
la verdadera alabanza trasciende el templo, la alabanza nos conduce a una
Iglesia que está “en salida”, estamos
comprometidos con una misión (que cuaja sobre los tres
pilares teologales que nombró San Pablo): «Tenemos la responsabilidad de ser
hermanos de nuestros hermanos, sin necesidad de preguntarnos si son católicos,
cristianos o “creyentes”. Nos basta con saber que toda criatura humana es
hermana nuestra, hija del mismo Padre.»[6]
«Hace falta volver a sentir que nos
necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por
el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos. Ya hemos tenido mucho tiempo
de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la
honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha
servido de poco. Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina
enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses, provoca el
surgimiento de nuevas formas de violencia y crueldad e impide el desarrollo de
una verdadera cultura del cuidado del ambiente.
El
ejemplo de santa Teresa de Lisieux nos invita a la práctica del pequeño camino
del amor, a no perder la oportunidad de una palabra amable, de una sonrisa, de
cualquier pequeño gesto que siembre paz y amistad. Una ecología integral
también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la
violencia, del aprovechamiento, del egoísmo.»[7]
Completa y esclarece el poliedro misional, porque
nos referencia y nos sitúa al interior de la Madre Iglesia en su tarea
Evangelizadora, y nos da un lugar propio, una cita de Santa Teresita del Niño
Jesús que Papa Francisco inserta en su C´est la Confiance: «Al mirar
el cuerpo místico de la Iglesia, yo no me había reconocido en ninguno de los miembros descritos por san Pablo; o, mejor dicho,
quería reconocerme en todos ellos... La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que, si
la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario, el más noble de
todos ellos. Comprendí que la Iglesia
tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí que sólo
el amor podía hacer actuar a los
miembros de la Iglesia; que, si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y
los mártires se negarían a derramar su sangre…
Comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor
lo era todo, que el amor abarcaba
todos los tiempos
y lugares... En una palabra,
¡que el amor es eterno...! Entonces, al borde de mi alegría delirante, exclamé: ¡Jesús, amor mío..., al fin he encontrado mi vocación!
¡Mi vocación
es el amor...! Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia,
y ese puesto, Dios mío, eres
tú quien me lo ha dado… En el corazón
de la Iglesia, mi Madre,
yo seré el amor... Así lo seré todo... ¡¡¡Así mi sueño se verá hecho
realidad…!!!»[8].
[1] Câmara, Dom Helder. EL
EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal
Terrae Santander-España 1985 p. 163
[2] Santo Padre Francisco C’EST LA CONFIANCE Roma 15 de
octubre de 2023
[3]
Papa Francisco. FRATELLI TUTTI. 3 de octubre 2020. #215.
[4] Ibidem
[5] Ibid p. 164
[6] Ibidem
[7] Papa Francisco. LAUDATO SI’. Ed.
Paulinas Bogotá D.C. 2015 ## 229-230 pp. 189-190
[8] Manuscrito
B 3vº p.
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