martes, 31 de octubre de 2023

Martes de la Trigésima Semana del Tiempo Ordinario

 


Rm 8, 18-25

Dos puntos y dos aspectos se enfocan hoy en la perícopa:

Vivimos un proceso de liberación-redención, no solo de la humanidad sino de toda la Creación

Por otra parte, este “transito” no lo hacemos en un vacío de ignorancia, sino que se nos han dado ciertos hitos por donde vamos pasando y un conjunto de referencias de hacia dónde vamos y cómo será el “desenlace”. A este conjunto de promesas los agrupamos bajo el título de la “Esperanza”. De una vez digamos que la Esperanza no es algo que de pronto, sino que hace parte de la Fe, las promesas están garantizadas, otra cosa es que no sepamos el “cómo” ni el “cuándo”, pero son verdaderas certezas.

 

Para explicarnos este proceso que vivimos, este Éxodo, usa una comparación con la “madre que va a dar a luz”, y se remite a los dolores de parto”. Dice el apóstol de los Gentiles que toda la creación “está gimiendo”, pero, este “sufrimiento” no tiene punto de comparación con el “desenlace” que San Pablo llama “La Gloria que un día se manifestará”.

 

La “Caída” y la “Esperanza” pueden y de hecho se han malinterpretado reduciéndolo todo a una resignación de “esperemos a ver qué pasa”; ahí no hay Esperanza, porque falta la certeza, la convicción segura, la coherencia entre lo que se vive y lo que se sabe que llegará; el compromiso responsable con una realidad que hemos recibido para vivirla con Justicia: constructores de Paz y edificadores del Reino.

 

La Creación -y así nos lo dice con todas las letras Saulo de Tarso- “expectante aguarda la manifestación de los hijos de Dios: y, ¿Quiénes son los hijos de Dios? Quién más que nosotros mismos, los que nos decimos “fieles”, los que nos hacemos pasar por sus “discípulos”. Y, ¿hacia dónde caminamos? -también nos da ese dato San Pablo, no nos deja en suspenso, ni nos pone a adivinar- “la gloriosa libertad de los hijos de Dios”.

 

Perdonen la pregunta: ¿qué es eso de la Gloriosa Liberad de los hijos de Dios? Lo vimos ayer: Vivir inmersos en Jesucristo, viviendo desde ahora, ya, sin dilaciones, nuestra condición de co-herederos. ¿recuerdan? Esa es la “coherencia” requerida para alcanzar -también lo decía la perícopa ayer: si vivimos como co-herederos alcanzaremos la συνδοξασθῶμεν [sundoxastomen] “conglorificación”, “glorificación compartida con Él”. Esa manera de caminar -seguros de las Promesas recibidas, eso nos manifestará como “hijos de Dios”, ahí cumplimos una de las condiciones del discipulado, el martyrión, vida en testimonio, que junto con las otras tres se dan como pernos de ensamblaje para la comunidad de los fieles: anamnesis (memorial), koinonía (comunión) y oikodome (edificación para caminar el éxodo en sinodalidad).

 

Fe y esperanza no son abstracciones, o palabras “técnicas” para nombrar unas facetas de la religión. Van en unidad con la vida, bien cierto -y San Pablo no lo deja al margen- que son realidades invisibles, (si se pudieran ver, no sería “esperanza”), a las que hemos accedido por la Revelación Teologal. Hoy concluye la perícopa afirmando que es posible no sólo confiar en lo que no vemos, sino también, que podemos ser ἀπεκδέχομαι [apekdechomai] perseverantes ante este “saber”. Esta perseverancia ἀπεκδέχομαι tiene un significado en griego muy preciso: “sacando y dejando por fuera todo lo que no corresponde”, ¿qué es lo que no corresponde? Todo lo que es pecaminoso, toda la seducción de la “concupiscencia”.

 

Sal 126(125), 1b-2ab. 2cd-3. 4-5. 6

Como estamos hablando del proceso, de la historia que vive el pueblo de Dios, un verdadero Éxodo, una peregrinación, con los ojos fijos en las esperanzas recibidas, tenemos para hoy un salmo gradual. Que señalan las fases de la subida a Jerusalén. Con los salmos 124-134. Este salmo retoma una idea de San Pablo anidada en la perícopa que hemos leído hoy: “Los sufrimientos de hoy no se pueden comparar con la Gloria que un día se manifestará” (Rm 8.18).

 

Este gradual hace píe y toma como referencia el regreso de la deportación en Babilonia, en el año 538, cumplido un exilio de 47 años.  Para Israel era una especie de resurrección, esta resurrección se parece a la resequedad del Neguev, que de la noche a la mañana es reverdecida por las inundaciones primaverales.

 

Pero no se limita a esta referencia, sino que hace girar otras tres subidas: La de Egipto cuando Dios los libertó con brazo poderoso; las subidas en las fechas festivas según lo exigía el culto judío. Y la subida escatológica, la que nos llevará a la conglorificación. Esta galaxia de las subidas, de los retornos de cada exilio, se plasma hoy en cuatro estrofas.

1)    La clave musical de esta partitura es el “asombro”. Es increíble que estén volviendo, traen los labios llenos de cánticos, las bocas sonrientes.

2)    Inclusive los gentiles se alegran con ellos y con ellos: descubren que en verdad Dios les ha regalado con sus dones de liberación.

3)    Todo aquel destierro fue un tiempo de lágrimas y congoja, ahora -cuando el Señor los trae a la reconstrucción de su dignidad, de su honra como pueblo, viene el tiempo de recoger la feliz cosecha de tanta lágrima derramada, esta cosecha es de “cantares”.

4)    La expatriación fue orquestada con llanto, la vuelta es de cantos por las gavillas abundantes que traen abrazadas para ofrendar, son las primicias de esta nueva cosecha.

En suma: “El Señor ha estado Grande con nosotros, y estamos alegres.

 

Lc 13, 18-21



Tenemos dos brevísimas parábolas sobre el Reino. Muchas veces tenemos los elementos de nuestra esperanza en un rinconcito que podríamos analogar con el “cuarto de San Alejo” que es un espacio de la casa donde se guardan cosas que no se usan, de las que ya no se habla y que, al ir a revisar, no se puede dar razón de por qué las habremos guardado. Hay elementos “molestos”, inclusive podríamos decir “fastidiosos” en la fe que los depositamos cuidadosamente allí, en un rincón celestial (nótese que no lo hemos puesto en mayúscula, porque no es ese lugar añorado, sino un lugar “relegado”).

 

Mejor digamos que “el reino es una realidad celestial”, y lo dejamos allá quietito, que no nos moleste. Para nosotros, la centralidad de Jesucristo es incuestionable, ¡bendito sea Dios, en eso hemos avanzado muy sólidamente! Pero Jesús, no se predicaba a sí mismo, Él lo que predicaba era el Reino. El reino no es un país -muy abstracto- donde Él reinará, son -por el contrario- ¡los elementos que nos permiten vivir como pueblo de Dios la sinodalidad, inclusive con los que nos son del pueblo de Dios! El reino son las relaciones de fraternidad y projimidad que entretejemos en diálogos y acciones verdaderamente fraternales. El Reino no es para un futuro impreciso y remoto, para un punto, por allá, escatológico. Pero si podemos llamarlo “escatológico” si comprendemos que eso significa “ya, pero todavía no”.


 

Es lo que nos está proclamando Jesús el día de hoy, nos aterriza en medio de un “proceso” que está en marcha, por ahora es una minúscula semillita, pero germina y llegará a ser un árbol, capaz de anidar a las aves del cielo.

 

Lo compara también con la acción de la “levadura”, esta mezclada con la masa de harina, con la doble medida que va en la hogaza, pero, uno no la ve, queda “escondida” pero su acción hace que el Reino fermente y la masa “levante”.

 

Y ¿de la hermenéutica qué?   A nosotros nos corresponde sembrar pequeñas, más aún, diminutas semillas; y, además, siempre que amasemos, recordemos mezclar la pizca de levadura que hará fermentar el Reino entre nosotros. Nunca, óigase bien, nunca olvidemos que somos panaderos del Reino y todos los días y con cada persona, debemos -y esa es la misión- hacer sabroso pan de fraternidad, de amor-ágape.

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