Rm 7, 18-25a
…querer está a mi
alcance, pero hacer lo bueno, no.
Rm 7, 18b
¿Dónde
medra el pecado? En nuestra fragilidad, en esa fisura que se crea entre la
voluntad de caminar por el bien, y -muy paradojalmente- en el resultado de
optar, ya en la práctica por el mal. Se trata de una fractura que abre
resquicio en mi voluntad, es -casi diríamos- una pincelada de esquizofrenia que
nos lleva por un sendero que no deseamos -o que aparentemente no deseamos, pero
quizás -en el fondo- queremos: ¿de qué otra manera se podría explicar? San
Pablo ve -ocupando nuestra persona, a un copiloto, que en el momento de la
verdad- se da trazas de robarnos el control, y, de un cabrillazo, se da maña de
hacernos coger por le bifurcación no prevista. A este copiloto traicionero, se
le designa aquí ἁμαρτία [amartia] “pecado” (Rm 7, 20), lo hace -evidentemente, “sin
mi participación” que es lo que significa esta palabra griega; podríamos decir
que se aprovecha de mi descuido.
Parecería
que muchos cristianos desconocemos esta página paulina, o por lo menos- que se
nos ha pasado desapercibida y tal vez, al leerla, no le hemos asignado toda
nuestra atención. Porque, bien visto, que si necesita reconsideración.
Notemos
lo que subraya San Pablo, “según el hombre interior, me complazco en la Ley de
Dios: pero percibo en mis miembros otra ley que lucha, oponiéndosele contra la
ley que tiene mi mente, y me aprisiona en el pecado, que controla mis miembros”.
La fisura se encontraría, en la distancia que separa mi mente -que discierne
con claridad la Ley de Dios, y mis miembros -los ejecutores- que terminan
manipulados por órdenes dimanadas del pecado.
Pregunta,
entonces el Apóstol de los Gentiles: ¿Quién me librará de este cuerpo de
muerte? Porque -como se ha visto- es en una disfunción del cuerpo en su
armonización mente-miembros, donde radica la disfunción.
Obsérvese
que lo que requerimos es un Libertador, y el autor del documento, contesta:
Jesucristo, nuestro Señor, Él es nuestra Luz Liberadora. Un fuego que derrite y
funde las cadenas.
Pero
¿de quien nos ha de liberar este Libertador? San Pablo quiere ser liberado de
su cuerpo, pero su cuerpo es regalo de Dios. En otra, él mismo afirma que, parte
de él dice que le gustaría morir para llegar junto a Jesús-Celestial, pero se
da cuenta que, mientras continuaba entre nosotros, podía aportarnos mucho bien
a los hermanos, aquí en vida. Si nosotros revisamos el planteamiento,
fácilmente desenmascararíamos al copiloto como responsable de los desvíos, de
las salidas de cauce. Entonces, no es
del cuerpo que hemos de sacudirnos, sino del copiloto a quien necesitamos que
nuestro Libertador, exorcice. (Cfr. Rm 7, 23-25)
El
copiloto -nos parece- no es como un fantasma-travieso que nos habita, sino que
vemos el origen de su malicia, en la escuela de pilotaje donde se formó, y
donde lo entrenaron con una multiplicidad de prejuicios: el egoísmo, el rencor,
la mentira, el consumismo, la envidia, la avaricia, por solo mencionar algunos.
Nuestra hipótesis parte de la reeducación del copiloto para que este neutralice
todas esas obcecaciones, y permita la aeronavegación correcta de la nave. Esta
escuela -que debe iniciarse a la más temprana edad posible- se denomina escuela
de los valores cristianos. La parte B de nuestra hipótesis dice: a esto tenemos
que apostarle todos.
Sal
119(118), 66. 68. 76. 77. 93. 94
Este
salmo es una súplica. Y es el salmo más extenso de todo el Evangelio. Tiene 176
versículos, de ellos se han entresacado 6 para organizar la perícopa. En cada
verso se hace presente algún sinónimo de la palabra Ley. Se lo que se desprende
que, el gran tema de este salmo es la Ley. El salmista es un enamorado de Dios,
se ha enamorado de Dios en su Ley. Podríamos decir que, para el salmista, la
Ley es el sacramento de Dios.
Podríamos
interpretar que para el salmista la Ley es una especie de exoesqueleto que
preservaría al hombre de ser engañado por el copiloto. Pero la ley lo que hace
-en realidad- es exacerbar la seducción del pecado, como un lente de aumento
que mayúsculiza sus atractivos, de alguna manera- la ley es una campaña
publicitaria de la seducción del pecado.
Muchos
han fallado exorcizando al copiloto, y sus víctimas son traídas a la Presencia
del Libertador: la gente le pregunta: ¿por qué tus discípulos no han podido
echarlo? (Cfr. Mt 17, 16) El Libertador es un humano, pero no un humano
cualquiera, sino Uno que participa de la fragilidad humana, pero a la vez, contiene
en su Plenitud el Poder Divino. Ese es Jesús de Nazaret.
El
salmo propone la reeducación del copiloto empezando por tres directrices axiológicas:
bondad, prudencia y conocimiento.
De
ahí en adelante, se va a tender un juego de sólidos cordeles de acero que son
fuertes tensores que sustentan el mandamiento del Amor:
1. Fiarse de los
Mandatos de Dios
2. Reconocerlo como Bueno, porque hace el Bien; y, entonces hacerse instruir por Él
3. Recibir,
directamente de Dios la consolación.
4. Dejarse y hacerse
envolver en Compasión. Su Compasión es la Fuente de Vida.
5. Afianzarse en el
Conocimiento de los Mandatos Divinos
6. Declarar a Dios por
Dueño nuestro
7. El responsorio, da
un ritmo: “Instrúyeme Señor en tus Decretos”.
Lc 12, 54-59
Exactamente
en el punto donde lo dejamos ayer (Lc 12, 58), lo retomamos hoy, los de adentro
son los infiltrados que vienen a poner cargas de hundimiento en los puntos
neurales de la estructura. Llamamos la atención que eso no nos debe volver paranoicos
y empecemos a mirar a nuestros hermanos en la fe, con recelo.
Nos
pregunta el Señor ¿cómo es que podemos hacer acertadas predicciones
meteorológicas y no podemos interpretar el tiempo que nos tocó vivir? Como
siempre, el Divino Maestro tiene razón, y tiene doble razón:
a) A aquel pueblo de
agricultores les era muy urgente entender y tener claras previsiones sobre el
estado del tiempo
b) Y, junto a su
interés por los cultivos, tenían que interesarse por su propia persona y
propender por su Salvación, para lo que era muy urgente poderse ubicar en su
realidad temporal y en sus relaciones interpersonales -no las del pasado, ni
las del futuro- sino las del momento que les tocó vivir.
Son
hipócritas porque sólo saben la mitad o menos de lo que tendrían que saber para
ser miembros del amado pueblo de Dios. Esto resuena en nuestro tiempo cuando
preferimos llegar a los tribunales y no aprendemos a llevar adelante
negociaciones interpersonales para resolver nuestras dificultades y
diferencias. Este aspecto tiene una poderosa corriente subterránea, es el
cultivo y desarrollo de la habilidad hermenéutica para leer nuestra vida,
nuestra historia personal, nuestros contextos existenciales. Esta escuela de “juicio”
nos educa para cuestionarnos y para posicionarnos y para no repetir prejuicios,
es una formación de la conciencia -el Sagrario de la Persona- para medir las
distancias entre nuestros prójimos y nuestros lejanos, la cercanía o lejanía a
Dios y los distintos mecanismos y herramientas para hacer más hermanables y
solidarias las relaciones. Estamos llamados a construirnos en una escuela de resolución
de conflictos interpersonales.
Indudablemente
la superación de esta hipocresía, apunta en el sentido de “amarnos los unos a
los otros como se ama uno mismo”. Y la justicia, tribunales y prisiones que se
nombran tienen una función y es referirnos a la gran Autoridad -que como se
señalaba recientemente es la Única Verdadera Autoridad- y la “última monedilla”
nos habla de la responsabilidad que tenemos y que no podremos -al resumir las
cuentas- desconocer, sino que -en Justicia- tendremos que responder, y no de
cualquier manera, sino con el cobro que hace un fuego purificador que Jesús
viene a traer y que está ansioso que empiece a regir.
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