Sábado de la Vigésimo Novena Semana del Tiempo Ordinario
Ef 2, 19-22
Hay un proyecto, con planos, y todo tipo
de análisis y detalles para iniciar una construcción. No faltará quienes
contraten las camionadas de piedra, y pidan a las volquetas que descarguen las
rocas y -tengan en mente- dejarlas como caigan. Pueden esperar que este reguero
de piedras y materiales de construcción, configuren una edificación. Nosotros
como pueblo de Dios, respondemos a una construcción que tiene en su basamento a
los profetas y los apóstoles, y, la Piedra Angular, es Cristo Jesús.
La perícopa de hoy tiene por objeto
llamarnos la atención sobre esta disposición, no es un desorden espontaneo, ni
un reguero de piedras abandonadas a “puntos suspensivos” a ver si el viento, la
lluvia o alguna otra fuerza llega a esculpir -de pura casualidad- una hermosa
Catedral.
Al contrario, cada vez que, en algún lugar
del mundo se eleva un Templo, podemos descubrir -en el trasfondo- el Proyecto
de Dios, su Voluntad que nos armoniza, nos convoca, nos explica las Escrituras y
parte para nosotros el Pan. Cada predicación, cada Encíclica, cada documento de
las Conferencias Episcopales, cada Padre Nuestro de todo fiel, todo tiene como
aval, la Impronta del Espíritu Santo, que es el Arquitecto de la colosal obra
mundial.
No es que la piedra -en bruto- se haga
caber a la fuerza en los sitiales vacíos; hay una labor de paciente labrado y
ajuste para que cada uno sea una agradable y conmovedora nota de la Sinfonía.
En el capítulo 4 de esta misma Carta, nos hallamos ante una muestra de este
Proyecto y de su articulación en el tiempo y en sus respectivas funciones:
«¿dónde están sus dones? Unos son
apóstoles, otros profetas, otros evangelistas, otros pastores y maestros. Así
prepara a los suyos para las obras del ministerio en vista a la construcción
del Cuerpo de Cristo; hasta que todos alcancemos la unidad en la fe y el
conocimiento del Hijo de Dios y lleguemos a ser el Hombre perfecto,
con esa madurez que no es menos que la plenitud de Cristo.
Entonces no seremos ya niños a los que
mueve cualquier oleaje o viento de doctrina o cualquier invento de personas
astutas, expertas en el arte de engañar. Estaremos en la verdad y el amor, e
iremos creciendo cada vez más para alcanzar a Aquel que es la cabeza, Cristo. El
hace que el cuerpo crezca, con una red de articulaciones que le dan armonía y
firmeza, tomando en cuenta y valorizando las capacidades de cada uno. Y así el
cuerpo se va construyendo en el amor. (Ef 4, 11-16)
El lote donde se eleva esta Catedral
maravillosa, es el amor; no en otra tierra sino en la tienda fecunda del Amor
Fraternal y la Sinodalidad, van trabajando los Apóstoles, para que se levanten
las voces y anuncien la Salvación que nos trae el Señor.
Sal 19(18), 2-3. 4-5
Este salmo tiene dos partes: Una primera
parte -de donde tomamos los versos para la perícopa de hoy- se maravilla con la
hermosura y la admirable naturaleza; la segunda parte, es mucho más reciente, y
en ella, este segundo hagiógrafo, experimenta el mismo asombro ante la
perfección de la legislación con la que Dios instituye a su pueblo.
Este salmo es un himno. Hace mucho que el
hombre empezó con la ideología anárquica, comenzó su sueño con la hipótesis
que, quizás, una sociedad sin leyes fuera más llevadera y de ella brotara
espontáneamente una armonía. Este espontaneísmo es uno de los caldos
experimentales del Maligno, con que logra seducir con la teoría de que todo -no
ha sido creado- sino que ha surgido por feliz coincidencia. Como poner un tarro
en el patio y confiar que, -después de la lluvia-, quede en él, un sabroso
ajiaco. ¡Todo por una afortunada coincidencia! Porque la tendencia cósmica
natural tiende a producir ajiacos.
Entonces, es lícito esperar, por ahí en
tres o cuatro años, que el ordenamiento concomitante conducirá a un afinamiento
de las “leyes”, y estas se irán acomodando, hasta que todo concierte. ¡Sólo les
rogamos una módica dosis de paciencia!
Eso sí, dicen ellos, cuentan con nuestro
aporte para que, cada vez que surja una ley, nos manifestemos en contra, la
desobedezcamos sistemáticamente y de ser posible la quememos, antes de que se
dé a público conocimiento. (Todo parece indicar que la teoría de marras, no
contiene la tendencia espontanea a la autodestrucción de las leyes. Por el
contrario, parece que el cosmos se empecina en ir en contravía, y
preservarlas).
Pensamos que, esa tendencia a despreciar
y desprestigiar la ley dimana de dos fuerzas presentes en la pecaminosidad
humana -esa cadena de pecados que viene sucediéndose, cual reacción en cadena-,
y ellos son: el orgullo y la arrogancia.
¿Cuál es la posición de nosotros los
creyentes? Nosotros estamos por el Reinado de Dios, no creemos y no podemos
convenir con esos “azarosos gajes”, creemos que Una Inteligencia Superior rige
el curso de esos eventos, y es Ella, quien los coordina. Somos los que
descubrimos esa Voluntad canalizadora, que va modelando y trazando el glorioso
Curso.
Tampoco las voces de los fieles que
alaban es casual; la glorificación va avanzando por un derrotero que forma un
retículo de voces -en un proceso no-lineal, sino con avances y retrocesos-
pero, que va cobijando hasta cubrir todas las distancias, hasta abrigar todas
las superficies, y así, toda la tierra.
Lc 6, 12-19
El primer paso, antes de tomar cualquier
decisión: Presentarle todo el Padre y ponerlo todo en sus Preciosísimas Manos.
Escuchar su Voluntad, recibir de Él las directrices.
La montaña tiene, en sí, un tinte
Místico, parece hablarnos de Dios, muestra en su
naturaleza, un ambiente pleno y propicio a la oración. Uno podría hablar de un
Altar natural. Jesús -con su Divina Lógica- va a la Montaña a orar. No es una
oración afanada, presurosa, por cumplir. Es una estadía prolongada, una charla
que no la apresura nada, que no la interrumpe nada: Su propia duración habla de
“agradable”, de “enamorada ternura”, de “remanso de amistad”. Son de esos
diálogos filiales que uno querría prolongar indefinidamente, hasta la misma
eternidad. A San Lucas le gusta mostrarnos esta circunstancia del “tiempo
orante de Jesús”, sus rasgos son el referente para entender qué significa
eternidad. Estar orando es un tiempo de Gracia, un kairós, es un paso a otra
dimensión. Entendemos aquella propuesta de San Pedro que muchas veces nos suena
disparatada: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Sí quieres, haré tres tiendas: una
para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» ¡Tal vez el Señor habría
aceptado, de no estar la humanidad -abajo- esperando la Redención!
Esto es definitivo, iniciar una tradición
que garantizara la continuidad de una obra, perdurable por todo el tiempo,
cuanto fuese necesario. Una tarea a escala mundial, que no obra a requerir de un
personal tan excesivamente entrenado y capacitado, porque su Solidez y Potencia
no dimana de sus miembros, sino de su Fundamento. Inclusive, se nos muestra que
había entre ellos “levadura de la mala”, porque aquel organismo -ahora lo
estamos empezando a entender, aun cuando el Señor ya nos había prevenido- no
estaba pensado para integrarse con los sanos, sino para restañar a los más enfermos,
a los más accidentados, a los más “defectuosos”. Era un organismo -no una
organización- constituida por ex-esclavos y esclavos, para la liberación de
todos, porque -a todos en algún momento los habían mordido los grilletes, o
todavía los arrastraban- eso significaba la “levadura de Judas Iscariote" mezclada en la masa.
Esa protoestructura- con todos sus peros
tenían a su cargo “ir”, “salir”, dar paso a esa dinámica que Papa Francisco nos
pone de presente con ahínco: ¡Una Iglesia en salida! Por una necesidad en el
proceso de su “construcción” se recalcó en la Iglesia su rasgo geográfico y
arquitectónico, y fuimos diluyendo en nuestro ser eclesial el “Envío”. Ahora reflexionemos, cuando pensamos en el
Envió, pensamos en los plegables, las vistosas chaquetas distintivas, el camión
publicitario, las “muestras gratis”, los stickers y el Jingle
promocional. ¡Por ahí no es! Tenemos que
cambiarnos el “chip”. No es que no podemos valernos de estos recursos y otros,
muchos, todos los posibles, los más llamativos, incluso de las tecnologías más
nuevas, inclúyanse las novísimas. Pero esas son solamente mediaciones formales
-que saludamos con optimismo- pero, cualquier publicista nos dirá que debe
existir una coherencia interna entre la forma y el contenido de lo que se
pretende llevar. ¡Aquí está el quid del asunto!
La solución más ramplona consiste en
“seguir haciendo lo mismo”, porque esta es la solución que no requiere ningún
esfuerzo, la que me permite no desacomodarme de mis propias tradiciones. Todo
enviado, todo discípulo misionero, tiene que enfrentarse muy seriamente al
reto: ¿Cómo lo vamos a hacer en este segundo cuarto del Tercer Milenio que ya
llega? ¿Vamos a seguir machaconamente repitiendo lo que se hizo en sus albores,
que era lo mismo que se venía haciendo en el Segundo Milenio? (Lo decimos
quitándonos el sobrero frente a tantos que se han desvelado y han procurado
asumir la labor con aires de frescura y con renovada creatividad; pero, aquí el llamado se hace a los
que lamentablemente hemos hecho poco caso).
Notemos qué pasa en la perícopa: designó
apóstoles y ¿se fue de retiro? ¡Nada de eso! Continua su obra, y así sigue hoy:
Predicando, sanando, liberando de “espíritus inmundos”, acompañándonos,
impulsándonos con su Sinodalidad que nos va enseñando todos los días el tesón para
caminar juntos sin desmayar.
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