Rm 5, 12. 15b.
17-19. 20b-21
La
justificación consiste, pues, en una total restauración de la comunión
espiritual con el Señor. Entramos en ese estado de plenitud por la aceptación
de Jesús como Salvador y Redentor nuestro. Pero tal restauración -hay que
decirlo- no es de golpe y porrazo y ya nos volvimos invulnerables. ¡No! ¡Así no
funciona! La fe “detona” un proceso, del cual somos coparticipes, pero nuestra
vulnerabilidad, por ser herederos de Adán, es constante, sin embargo, aparece
nuestra “fortaleza” en el amor, siempre activo y eficiente de Nuestro Señor
Jesucristo, que nos ama sin cesar. Ese Amor, Protector, Redentor se nos da de
manera gratuita no se paga, no se compre, por eso se llama Gracia. Estamos
hablando de cómo se genera -por Gracia- una Vida Nueva para
nosotros, de eso trata la perícopa de hoy.
Una
“vida nueva” bien merece una atmosfera libre de “pecado”, si se respira
“pecado” tratemos de imaginar ¿cómo quedaran los pulmones del alma? Y aquí san
Pablo nos señala un aspecto clave del pecado: el pecado es instrumento de la
“injusticia”. ¡Ojo a lo que nos está diciendo el Apóstol de los Gentiles, no
vayamos luego a decir ¿de dónde brotará tanta injusticia? Y, -haciéndonos los
que no tenemos nada que ver; propongamos redoblar el número de policías, nos
proponen; supongo que ustedes habrán oído que eso es lo que construye una
sociedad corrupta, la idea de mientras haya quien lo vigile, no habrá
pecado; para estos la clave es “vigilar y castigar”. Esa cultura “carcelaria”,
manejada por un nutrido grupo de “vigilantes” sepulta -de salida- nuestra
amistad con Dios. Lo reduce todo a un concepto policivo. Lo que sucede entonces
-en breve plazo- es que a Dios también le asignamos su parte de trabajo en el
conjunto de ese sistema carcelario, mostrándolo como “Guardián” que nos vigila,
y ahí sí, toda la fe y toda la espiritualidad llega al traste.
Nosotros,
y ahí San Pablo lo dice con todas las letras, no estamos bajo el dominio del
pecado, nosotros estamos bajo el amparo de la Gracia, que no es vigilancia, es
acompañamiento Amoroso, que no fuerza, que nos indica amablemente, que nos va
guiando (si nos dejamos guiar), no somos “presos”, San Pablo lo dice
-hermosamente- no somos “esclavos”, pero una cosa es que uno sea atrapado y
obligado a estar bajo la esclavitud, y otra bien distinta es que nosotros
aceptemos una dulce y amorosa propuesta y -voluntariamente- digamos “acepto
seguir este camino, y lo acepto con total decisión, y para no irme a desviar,
lo elijo y me declaro esclavo suyo”.
Y
luego habrá que ser coherentes con esa decisión, porque Dios no nos va a
“robar” nuestra libertad, no nos esclavizará, pero aceptará “Complacido” la
buena voluntad mostrada, y nos asistirá con su Gracia. Esta que aquí llamamos
“Buena Voluntad”, esa decisión de ser de Dios y a Él solo servirle, es el
contra-vector del “pecado original”, que no hay que hundir en tiempos remotos
hasta llegar a “los primeros padres”, sino actualizar y remontarlo al presente,
a nuestros propios padres, a la “atmosfera” que damos a respirar a nuestra propia
generación, al ambiente libre y respirable que fragüemos en nuestra familia, en
nuestro propio hogar, en nuestro barrio, en nuestro trabajo, en nuestra
Parroquia.
Lo
que hace la Biblia con los relatos del Génesis, es darnos a comprender, que
Dios no puso un contexto de pecado para la humanidad, sino que nosotros, de
manera autónoma, labramos la fisura de acceso para que este se colara en
nuestra realidad, con alguna semejanza con el “mito de la caja de Pandora” que,
al abrirla, liberó para toda la posteridad “los males”. No intentemos lavarnos
las manos en Adán-Eva, sino que procuremos -asistidos por la Gracia-:
a) No ser nosotros
mismos los desparramadores de pecado en nuestra realidad.
b) Procurar regresar
los Genios malvados a sus respectivas botellas.
c) No limitemos la fe
a los “pecados” señalados por los Mandamientos, vivamos según la consciencia
que Dios nos regala para discernir lo que es Bueno y lo que es malo.
d) Y en cambio,
desparramemos Bondad de manera generosa y sobre abundante.
e) Pero no nos vayamos
a pretender dioses y empecemos a llamar a lo malo bueno y virtud, no nos
engañemos, no nos hagamos trampa, no tratemos de manipular el Árbol del Bien y
del mal. (Muchos andan por ahí, proponiendo una moral de pacotilla, porque
dizque ellos tienen la autoridad (supongo que será basada sobre muchos “likes”
en las redes sociales) para venir a difundir sus “mentiras.
¿De
dónde podríamos sacar nosotros fuerzas y poder para exorcizar esta maldad? Aquí
viene lo genial, de Jesucristo, Si por Adán se dañó el asunto, por Jesús viene
la opción de recuperación, nosotros -la humanidad- estamos en mora de aceptar
la opción. Ese Único acto de Justicia hizo surgir Justificación y Vida para
todos.
Y
no es que haya una limitada cantidad de frascos de esta sustancia regeneradora,
que tengamos que desesperar hacernos a uno, hay existencias inagotables, Jesús
ha “empacado” una exagerada “producción” de esta Gracia. Algunos “pesimistas”
redomados -cuyo oficio es decretar de antemano la derrota- procuran desalentarnos
con su famosísima consigna: ¡esto no lo compone nadie!; pero este producto no
se agotará hasta que Reine la Gracia. ¡Y este es el Evangelio! ¡La Buena
Noticia! ¡Que hay Esperanza, en Jesucristo!
Sal 40(39),
7-8a. 8b-9. 10. 17.
Salmo
de Acción de Gracias. Después de oír a San Pablo anunciarnos el Don de la
Gracia en Jesucristo, ¡qué bien acomoda una acción de Gracias!
Venimos
hablando de la disponibilidad para “hacerse esclavo”, donde la palabra esclavo
adquiere una connotación muy especial, esa esclavitud no se da por
avasallamiento, y -en realidad de verdad- Dios no nos quiere esclavos- todavía
más ¡nos quiere libres! No somos sus hijos en una especie de esclavitud, sino
en la entera libertad. Cómo será que cuando queremos hablar de una libertad
rotunda y absoluta decimos: “en la Libertad de los hijos de Dios”. (Si son tan
amables y me permiten una digresión, me gustaría recordar esa famosa sentencia
agustiniana: “Ama y haz lo que quieras” (atención, paréntesis dentro del
paréntesis, hay quienes pretenden leer en ella: como usted dice amar, tiene
derecho a pararse en la cabeza; y, evidentemente, eso no es lo que dice,
significa que si la vida está presidida por el amor no cabe el pecado, porque
todo pecado, es en sí mismo- carencia de amor: pecar es carecer de amor), la
frase de San Agustín, encierra la idea de libertad plena del cristiano: si el
cristiano tiene por Mandamiento Principal el que le dio Jesús, del Amor,
entonces, cumplirá tan cabalmente su cristianismo, que le será permitido
íntegramente todo, excepto, salirse del Amor en Cristo Jesús.
Cuando
entras en la coherencia rotunda con el amor, puedes ponerte de cara a Dios y
decir: “Aquí estoy”.
También
en este salmo -en la perícopa que leemos hoy día- está el recordatorio que
llevamos en nosotros la iluminación del criterio para discernir, dice con
férrea claridad: “Llevo tu Ley en mis entrañas”.
Se
habla del compromiso “difusor” que nos compete, somos Discípulos-misioneros, no
cerremos los labios, ni siquiera en la Gran Asamblea, loemos, cantemos,
aclamemos, proclamemos su Justicia.
La
fe tiene un aliño intrínseco, no es algo para añadir, no es un topping, no son
las chispitas que coronan el pastel, son parte de la médula de la fe, y son la
alegría y el goce, que se apoderan del corazón, y que no están para ponerse en
vitrina, ese goce, se puede contagiar, pero no es la hora de los
cuenta-chistes, ni exige derroche de carcajadas.
El
versículo del responsorio, alude con otras palabras a cómo acoger la Voluntad
de Dios no como carga, sino como deleite. Obedecerlo es lograr nuestra plenitud
en su complacencia.
Lc 12, 35-38
Venimos
considerando el tema de la “disponibilidad”. Dispuestos a responder, a maniobrar,
a “abrirle la puerta al Señor, que ha estado fuera, en preparativos para su
Boda, va a casarse con su Pueblo Elegido, y nosotros, sin interrupción, sin
dilaciones, sin distracciones, sin descuidarnos, estamos pendientes para cada
vez que Él quiera entrar o salir, abrirle o cerrarle la puerta. Nuestra
consigna -en cuestión de disponibilidad- ha de ser “Siempre listos”.
Uno
cree que un buen día, uno toma la decisión de “hacerse disponible” y, basta con
decidirlo. Tenemos el deber de informales que así no es: Uno requiere un
entrenamiento asiduo, para alcanzar esa condición, especialmente para no
distraerse, nuestra mente tan voluble suele divagar, extraviarse, volotear. Nos
atreveríamos a conjeturar que se requieren años para alcanzar el adiestramiento
indispensable. Pues -solicitamos permiso para repetir- todos los años de vida
que nos concede en la tierra, es tiempo para pasarlo en estos campos de
entrenamiento para alcanzar nuestro escalafón de “ciudadanos de la Patria
Celestial”, están acondicionados para modelar y moldear nuestra personalidad
con el fin de ser prontos y constantes en la disponibilidad.
Es
por esto que Jesús hoy nos enseña -enseñando a los Discípulos- que una de
nuestras responsabilidades consiste en estar con la cintura constantemente
ceñida y con las lámparas siempre encendidas. Que no tengamos que estar
mendigando aceite en préstamo para alimentar nuestras propias lámparas, que ya
en aquella parábola se narraba sobre las vírgenes -que a primera vista
podríamos acusar de envidiosas- pero se negaron, para corregir el descuido de
quienes no previeron que la espera puede tardarse un poco más de lo supuesto.
Así
como recibió al hijo -que estaba muerto y lo recobró- con un banquete, Él nos
llama “bienaventurados” si cumplimos con esta disponibilidad, porque cuando
llegue, Personalmente servirá el Banquete y nos agasajará, sirviéndonos el Plato
Rebosante de su Amor.
Muchos
lo esperaban, recién al caer la tarde, se tardó un poco más y desertaron: otros
lo esperaban tipo nuevo o diez de la noche, pero pasó esa hora, tampoco llegó y
ellos, pensaron que quizás había resuelto no venir; otros le fijaron último
plazo a media noche, y como no ha llegado, empezaron a burlarse de nosotros,
decir que Él jamás había ofrecido casarse, con nadie y menos con una esposa
indócil que lo había defraudado una y otra vez, nos tiraron un portazo en la
cara y se fueron resueltos a vivir una vida disipada y licenciosa, porque el
Señor había cancelado la boda (según ellos).
Están
los que lo esperamos -quizás alboreando- resueltos a aguardarlo hasta cuando Él
buenamente quiera, que para eso es nuestro Señor, y si a bien tiene tardarse,
tiene todo el derecho de prolongar su noviazgo, aun cuando solo sea para que su
Favorita, la Prometida, recapacite y mejore un tanto su conducta, nosotros seguiremos
aguardando. Solo imploramos el Espíritu del Novio que nos asista con su Gracia,
para no desfallecer jamás.
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