martes, 24 de octubre de 2023

Martes de la Vigésimo Novena Semana del Tiempo Ordinario


 

Rm 5, 12. 15b. 17-19. 20b-21

La justificación consiste, pues, en una total restauración de la comunión espiritual con el Señor. Entramos en ese estado de plenitud por la aceptación de Jesús como Salvador y Redentor nuestro. Pero tal restauración -hay que decirlo- no es de golpe y porrazo y ya nos volvimos invulnerables. ¡No! ¡Así no funciona! La fe “detona” un proceso, del cual somos coparticipes, pero nuestra vulnerabilidad, por ser herederos de Adán, es constante, sin embargo, aparece nuestra “fortaleza” en el amor, siempre activo y eficiente de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ama sin cesar. Ese Amor, Protector, Redentor se nos da de manera gratuita no se paga, no se compre, por eso se llama Gracia. Estamos hablando de cómo se genera -por Gracia- una Vida Nueva para nosotros, de eso trata la perícopa de hoy.

 

Una “vida nueva” bien merece una atmosfera libre de “pecado”, si se respira “pecado” tratemos de imaginar ¿cómo quedaran los pulmones del alma? Y aquí san Pablo nos señala un aspecto clave del pecado: el pecado es instrumento de la “injusticia”. ¡Ojo a lo que nos está diciendo el Apóstol de los Gentiles, no vayamos luego a decir ¿de dónde brotará tanta injusticia? Y, -haciéndonos los que no tenemos nada que ver; propongamos redoblar el número de policías, nos proponen; supongo que ustedes habrán oído que eso es lo que construye una sociedad corrupta, la idea de mientras haya quien lo vigile, no habrá pecado; para estos la clave es “vigilar y castigar”. Esa cultura “carcelaria”, manejada por un nutrido grupo de “vigilantes” sepulta -de salida- nuestra amistad con Dios. Lo reduce todo a un concepto policivo. Lo que sucede entonces -en breve plazo- es que a Dios también le asignamos su parte de trabajo en el conjunto de ese sistema carcelario, mostrándolo como “Guardián” que nos vigila, y ahí sí, toda la fe y toda la espiritualidad llega al traste.

 

Nosotros, y ahí San Pablo lo dice con todas las letras, no estamos bajo el dominio del pecado, nosotros estamos bajo el amparo de la Gracia, que no es vigilancia, es acompañamiento Amoroso, que no fuerza, que nos indica amablemente, que nos va guiando (si nos dejamos guiar), no somos “presos”, San Pablo lo dice -hermosamente- no somos “esclavos”, pero una cosa es que uno sea atrapado y obligado a estar bajo la esclavitud, y otra bien distinta es que nosotros aceptemos una dulce y amorosa propuesta y -voluntariamente- digamos “acepto seguir este camino, y lo acepto con total decisión, y para no irme a desviar, lo elijo y me declaro esclavo suyo”.

 

Y luego habrá que ser coherentes con esa decisión, porque Dios no nos va a “robar” nuestra libertad, no nos esclavizará, pero aceptará “Complacido” la buena voluntad mostrada, y nos asistirá con su Gracia. Esta que aquí llamamos “Buena Voluntad”, esa decisión de ser de Dios y a Él solo servirle, es el contra-vector del “pecado original”, que no hay que hundir en tiempos remotos hasta llegar a “los primeros padres”, sino actualizar y remontarlo al presente, a nuestros propios padres, a la “atmosfera” que damos a respirar a nuestra propia generación, al ambiente libre y respirable que fragüemos en nuestra familia, en nuestro propio hogar, en nuestro barrio, en nuestro trabajo, en nuestra Parroquia.

 

Lo que hace la Biblia con los relatos del Génesis, es darnos a comprender, que Dios no puso un contexto de pecado para la humanidad, sino que nosotros, de manera autónoma, labramos la fisura de acceso para que este se colara en nuestra realidad, con alguna semejanza con el “mito de la caja de Pandora” que, al abrirla, liberó para toda la posteridad “los males”. No intentemos lavarnos las manos en Adán-Eva, sino que procuremos -asistidos por la Gracia-:

a)    No ser nosotros mismos los desparramadores de pecado en nuestra realidad.

b)    Procurar regresar los Genios malvados a sus respectivas botellas.

c)    No limitemos la fe a los “pecados” señalados por los Mandamientos, vivamos según la consciencia que Dios nos regala para discernir lo que es Bueno y lo que es malo.

d)    Y en cambio, desparramemos Bondad de manera generosa y sobre abundante.

e)    Pero no nos vayamos a pretender dioses y empecemos a llamar a lo malo bueno y virtud, no nos engañemos, no nos hagamos trampa, no tratemos de manipular el Árbol del Bien y del mal. (Muchos andan por ahí, proponiendo una moral de pacotilla, porque dizque ellos tienen la autoridad (supongo que será basada sobre muchos “likes” en las redes sociales) para venir a difundir sus “mentiras.

 

¿De dónde podríamos sacar nosotros fuerzas y poder para exorcizar esta maldad? Aquí viene lo genial, de Jesucristo, Si por Adán se dañó el asunto, por Jesús viene la opción de recuperación, nosotros -la humanidad- estamos en mora de aceptar la opción. Ese Único acto de Justicia hizo surgir Justificación y Vida para todos.

 

Y no es que haya una limitada cantidad de frascos de esta sustancia regeneradora, que tengamos que desesperar hacernos a uno, hay existencias inagotables, Jesús ha “empacado” una exagerada “producción” de esta Gracia. Algunos “pesimistas” redomados -cuyo oficio es decretar de antemano la derrota- procuran desalentarnos con su famosísima consigna: ¡esto no lo compone nadie!; pero este producto no se agotará hasta que Reine la Gracia. ¡Y este es el Evangelio! ¡La Buena Noticia! ¡Que hay Esperanza, en Jesucristo!

 

Sal 40(39), 7-8a. 8b-9. 10. 17.

Salmo de Acción de Gracias. Después de oír a San Pablo anunciarnos el Don de la Gracia en Jesucristo, ¡qué bien acomoda una acción de Gracias!

 

Venimos hablando de la disponibilidad para “hacerse esclavo”, donde la palabra esclavo adquiere una connotación muy especial, esa esclavitud no se da por avasallamiento, y -en realidad de verdad- Dios no nos quiere esclavos- todavía más ¡nos quiere libres! No somos sus hijos en una especie de esclavitud, sino en la entera libertad. Cómo será que cuando queremos hablar de una libertad rotunda y absoluta decimos: “en la Libertad de los hijos de Dios”. (Si son tan amables y me permiten una digresión, me gustaría recordar esa famosa sentencia agustiniana: “Ama y haz lo que quieras” (atención, paréntesis dentro del paréntesis, hay quienes pretenden leer en ella: como usted dice amar, tiene derecho a pararse en la cabeza; y, evidentemente, eso no es lo que dice, significa que si la vida está presidida por el amor no cabe el pecado, porque todo pecado, es en sí mismo- carencia de amor: pecar es carecer de amor), la frase de San Agustín, encierra la idea de libertad plena del cristiano: si el cristiano tiene por Mandamiento Principal el que le dio Jesús, del Amor, entonces, cumplirá tan cabalmente su cristianismo, que le será permitido íntegramente todo, excepto, salirse del Amor en Cristo Jesús.

 

Cuando entras en la coherencia rotunda con el amor, puedes ponerte de cara a Dios y decir: “Aquí estoy”.

 

También en este salmo -en la perícopa que leemos hoy día- está el recordatorio que llevamos en nosotros la iluminación del criterio para discernir, dice con férrea claridad: “Llevo tu Ley en mis entrañas”.

 

Se habla del compromiso “difusor” que nos compete, somos Discípulos-misioneros, no cerremos los labios, ni siquiera en la Gran Asamblea, loemos, cantemos, aclamemos, proclamemos su Justicia.

La fe tiene un aliño intrínseco, no es algo para añadir, no es un topping, no son las chispitas que coronan el pastel, son parte de la médula de la fe, y son la alegría y el goce, que se apoderan del corazón, y que no están para ponerse en vitrina, ese goce, se puede contagiar, pero no es la hora de los cuenta-chistes, ni exige derroche de carcajadas.

 

El versículo del responsorio, alude con otras palabras a cómo acoger la Voluntad de Dios no como carga, sino como deleite. Obedecerlo es lograr nuestra plenitud en su complacencia.

 

Lc 12, 35-38



Venimos considerando el tema de la “disponibilidad”. Dispuestos a responder, a maniobrar, a “abrirle la puerta al Señor, que ha estado fuera, en preparativos para su Boda, va a casarse con su Pueblo Elegido, y nosotros, sin interrupción, sin dilaciones, sin distracciones, sin descuidarnos, estamos pendientes para cada vez que Él quiera entrar o salir, abrirle o cerrarle la puerta. Nuestra consigna -en cuestión de disponibilidad- ha de ser “Siempre listos”.

 

Uno cree que un buen día, uno toma la decisión de “hacerse disponible” y, basta con decidirlo. Tenemos el deber de informales que así no es: Uno requiere un entrenamiento asiduo, para alcanzar esa condición, especialmente para no distraerse, nuestra mente tan voluble suele divagar, extraviarse, volotear. Nos atreveríamos a conjeturar que se requieren años para alcanzar el adiestramiento indispensable. Pues -solicitamos permiso para repetir- todos los años de vida que nos concede en la tierra, es tiempo para pasarlo en estos campos de entrenamiento para alcanzar nuestro escalafón de “ciudadanos de la Patria Celestial”, están acondicionados para modelar y moldear nuestra personalidad con el fin de ser prontos y constantes en la disponibilidad.

 

Es por esto que Jesús hoy nos enseña -enseñando a los Discípulos- que una de nuestras responsabilidades consiste en estar con la cintura constantemente ceñida y con las lámparas siempre encendidas. Que no tengamos que estar mendigando aceite en préstamo para alimentar nuestras propias lámparas, que ya en aquella parábola se narraba sobre las vírgenes -que a primera vista podríamos acusar de envidiosas- pero se negaron, para corregir el descuido de quienes no previeron que la espera puede tardarse un poco más de lo supuesto.

 

Así como recibió al hijo -que estaba muerto y lo recobró- con un banquete, Él nos llama “bienaventurados” si cumplimos con esta disponibilidad, porque cuando llegue, Personalmente servirá el Banquete y nos agasajará, sirviéndonos el Plato Rebosante de su Amor.

 

Muchos lo esperaban, recién al caer la tarde, se tardó un poco más y desertaron: otros lo esperaban tipo nuevo o diez de la noche, pero pasó esa hora, tampoco llegó y ellos, pensaron que quizás había resuelto no venir; otros le fijaron último plazo a media noche, y como no ha llegado, empezaron a burlarse de nosotros, decir que Él jamás había ofrecido casarse, con nadie y menos con una esposa indócil que lo había defraudado una y otra vez, nos tiraron un portazo en la cara y se fueron resueltos a vivir una vida disipada y licenciosa, porque el Señor había cancelado la boda (según ellos).

 

Están los que lo esperamos -quizás alboreando- resueltos a aguardarlo hasta cuando Él buenamente quiera, que para eso es nuestro Señor, y si a bien tiene tardarse, tiene todo el derecho de prolongar su noviazgo, aun cuando solo sea para que su Favorita, la Prometida, recapacite y mejore un tanto su conducta, nosotros seguiremos aguardando. Solo imploramos el Espíritu del Novio que nos asista con su Gracia, para no desfallecer jamás.

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