Jon 3, 1-10
Los Ninivitas acataron a Dios, Jonás, el judío, reusó obedecerlo
por “chovinismo”.
Quisiéramos tocar aquí el tema de la tergiversación: ¿Qué
significa? darle la vuelta a una argumentación y ponerla patas arriba,
invertirla. Por ejemplo, decimos, el “pueblo elegido”, y tergiversamos, un
pueblo que tiene carta blanca para hacer lo que se le venga en gana. Así que,
está prohibida la idolatría, no importa, somos elegidos, tenemos el as en la
manga. Así que, qué nos van a importar a nosotros los Ninivitas, allá ellos,
algo muy malo debieron hacer si el Señor les manda decir que los va a borrar
del mapa.
Hasta ahí va el primer nivel de responsabilidad: ¿Se
acuerdan lo que preguntó Caín? “¿Soy yo, acaso el guardián de mi hermano? (Cfr.
Gn 4,9). Pues bueno, ahí está, Jonás recoge la quijada de burro, él no se
compromete a blandirla, se la devuelve al Señor, por un servicio de mensajería,
¿para qué va a ir por allá? ¡Bien merecido se lo tienen! A mi déjeme en paz que
tengo unas muy merecidas vacaciones programadas a Tarsis y ya tengo comprados
los boletos del Crucero. Algunos que no han leído “globalmente la parábola y su
co-texto, creen que Jonás tenía pereza de cumplir la tarea por muy difícil, por
ser muy grande la ciudad de Nínive; si leyeran todo co-textualizadamente, se
darían plena cuenta que, lo que no acepta el “renegado” es que Dios los
perdone, que hagan penitencia y se la pase. Este Jonás que se siente tan
sufrido, miembro de un pueblo sufrido, quien “ha servido toda la vida y no le han
dado ni un cabrito para organizar una pachanga con sus amigotes” (Cfr. Lc 15,
29s).
Aquí es donde se nota que Jonás no es un Ventrílocuo, él no
es instrumento de una noticia, es un instrumento de Misericordia, su Misión
consiste en ir hasta allá y decirles lo que se le encarga; lo demás, está en
manos de YHWH, hacerlo. Se pone en evidencia que el asunto en cuestión es que
el mal llamado “profeta” quiere hacer valer las credenciales de “pueblo
escogido” para los suyos, pero no le importa un bledo, lo que les pase a “las
ciento veinte mil personas, que no distinguen la derecha de la izquierda, y
muchísimos animales”.
A Jonás le habría regocijado ver correr ese poquito de
sangre, un pequeño riachuelo con unas cuantas gotas con el tinte de la oxihemoglobina;
eso sí, que no fuera sangre Israelita.
En alguna parte de su mente -y así lo confesará más
adelante- Jonás temía que Dios fuera Misericordioso, sería algo semejante a
pagar el boleto para la Corrida de Toros, y al sentarse en las graderías, descubrir
a los toreros declarados en huelga de brazos caídos: ¡Qué ira! ¿Dónde está la
sangre? ¡Que nos rembolsen el dinero!
¡Aquí está la Grandiosidad de Dios! ¡Con su penitencia, del
rey para abajo, los perdonó! Y desistió de la desgracia que había determinado.
Mañana veremos cómo arde de ira y decepción el “profeta”.
¡Así no quiero ser del pueblo elegido! ¡Renuncio al cargo! Dice él: ¡Prefiero
ser un cadáver, que tu “profeta”! Valiente carné el que me diste, dizque ¡pueblo
elegido!
Uno no sabe de qué sentimiento dejarse embargar… Viendo a Jonás,
en retrospectiva, nos inspira pesar, vivía en medio de la tergiversación, era
de los que pensaban que, por ser “elegidos”, tenían a Dios secuestrado en Jerusalén.
Y que era para ellos solos.
Sal 130(129), 1b-2. 3-4. 7cd-8
Este salmo gradual, con su ritmo de avance lento, rítmico,
pesado, con el cansancio de toda la travesía, llevando el pesado fardo de la
consciencia de haber defraudado la Alianza, de no haber cumplido la Misión
encomendada, con -un Último recurso a mano- confiar en que la Misericordia del Señor
es ilimitada.
Siempre me maravilla ver las filmaciones de esas
procesiones con “pasos” monumentales, que pesan toneladas (en Internet encontré
que la Santa Cena de la ciudad de león, pesa 7 toneladas) y que requieren
cincuenta o cien penitentes que los carguen, con ese vaivén que ya parece aplastarlos.
Ellos representan de manera gráfica, el peso del pecado, el peso de nuestras
culpas.
Esa percepción gráfica de nuestra pecaminosidad nos permite
entrever lo que significa “¿si llevas cuenta de los delitos, Señor, quien podrá
resistir?” (Sal 130(129); 3)
Hay implicaciones siempre, entre lo que pedimos nosotros a
Dios, y lo que nosotros podemos darle al prójimo. Por ejemplo, si le pido a Dios
“Escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica”. Entonces,
¿estoy dispuesto a darle a mi prójimo una escucha similar? ¡No soy Dios, pero
puedo intentar darle mi escucha, con la mayor calidad que me sea posible!
Lc 10, 38-42
La escucha para aprender a caminar
juntos
Como prólogo queremos destacar que la iglesia no fue puesta
por Jesús para que nos “restregara” los pecados -que sin duda los tenemos y son
múltiples- sino para que, escuchando nuestros balidos, saliera a
recatarnos, sí el lobo ya ha conseguido clavarnos su mordida, y si no,
rápidamente nos condujera al aprisco para resguardarnos. Marta, Marta, si no os
afanáis cuando nos oigas balar, tal vez no haya comensal que se siente a tu
suculenta mesa tan bien aliñada; ¡cuando vayáis a ver, ya el lobo nos habrá
trisado!
Es hermoso poner las cosas en co-texto. (Como se ha notado,
nos esforzamos siempre en distinguir contexto y co-texto: el primero, contexto,
es lo que sucede en ese mismo momento histórico; mientras que el co-texto es lo
que se cuenta en el mismo “texto”, antes, después o en otros planos del
relato). ¿Cuál es el co-texto de la parábola del Samaritano? La visita que
Jesús hace a sus amigas, Marta y María, en Betania (que en arameo es בית עניא. Que significa “Casa de Frutos”). Cuando
una cosa está al lado de otra, no es casual que vengan juntas. En algún nivel,
hay una conexión, más o menos fuerte, quizá débil, pero no por eso
absolutamente ignorable.
¿Quién actúa como prójimo de Jesús en este relato? O,
puesto de otra manera, ¿quién es la que más se “acerca” a Él? Es cierto que,
sin el aporte ministerial de Marta, no se le habría podido poner un plato de
sopa en la mesa, y un sabroso trozo de pan, a Jesús. Y, seguro que Él se lo
agradecía. Pero aquí se pone sobre la mesa de juego (no de la “comida”) otro
asunto distinto. ¿Qué diría la mamá nuestra, o nuestros abuelos? ¡Vaya mijito,
atienda la visita! ¡Si! aquí el punto es: ¿qué está primero? ¿Los muchos y
valiosos servicios, o la escucha?
Perdónesenos saltar a otra cosa: ¿recuerdan ustedes el
mandato básico del judaísmo? Empieza diciendo: שְׁמַע יִשְׂרָאֵל ¡Shema Yisrael! “Escucha Israel” (Dt 6,4).
Sólo para que establezcamos la analogía y tengamos una pista que conduzca
nuestro “Entendimiento”.
La projimidad está más en la escucha que en cualquier otro
ministerio. Todos los ministerios construyen la Iglesia, muy especialmente el
ministerio de la “escucha”. Tomemos por caso el ministerio magisterial de la
Iglesia, es fundamentalísimo, no obstante, no es mayor que la escucha. No se
puede enseñar nada si previamente no se ha ejercido la escucha. Que no se vaya
a “tergiversar” de nuevo, yo ya “escuche”, ahora paso a la nueva fase, la de
decir, la de enseñar; ¡no funciona así!; la fase de la escucha nunca se supera,
¡siempre continua! Con la escucha se construye la comunidad. Lo cual no quiere
decir que dejemos que se diga, cualquier cosa, y que se diga, y se diga, y se
diga, y se diga…
La escucha supone el dialogo, que implica -óigase bien- estar
dispuesto a modificar el propio punto de vista. No hay escucha cuando no estoy
dispuesto a cambiar, a aceptar, a reconocer que siempre cabe la posibilidad de
que el otro tenga un fragmento de la verdad, y que, entre juntos, nos
acercaremos más a ella. Yo sólo, no conseguiré sino alejarme cada vez más de
ella. Por eso somos Comunidad, no individualidad. Por eso estamos buscando
pautas para manejar mejor la sinodalidad.
Cuando no estoy dispuesto a cambiar, a oír sinceramente, no
habrá escucha, seguiré creyéndome dueño de la verdad. Escuchar es -en el fondo-
reconocer que no las tengo todas en mi propio morral. No hay escucha real
cuando creo que el otro/la otra, son “idiotas”.
¿Dónde hospitalizaremos el “atracado-mal-herido”? En el “hospital
de campaña” que es la Iglesia. ¿Cómo se organizará ese hospital? La doctrina
social de la Iglesia ya ha postulado muchas pautas de trabajo, la experiencia
misionera de tantas comunidades religiosas han recolectado en su historia, tantas
otras claves valiosísimas. Y, sin embargo, hay que seguir escuchando y
aprendiendo. ¿Qué nos enseña María, la de Betania? que la primera escucha es la
escucha del Maestro. No para repetir de memoria, sino para ir hasta el fondo de
su Palabra. ¡esa es la mejor parte!
Dirán ustedes, entonces ¿a fin de cuentas qué? ¿servir al prójimo?
O ¿sentarse a oírLo? ¿Hemos caído en cuanta que todo lo que hagamos sin
llenarnos de Él es vacío, absurdo, cualquier cosa, menos espiritual? Tenemos
que separar -siempre- tiempo para oírLo, y permitir que Él interprete en
nosotros las notas para que nosotros podemos luego, ejecutar la partitura.
Marta sólo se “afanaba”, María escuchaba las indicaciones
para aprender las pautas de la projimidad. Decimos que queremos seguirLo y
aprender de Él, ser sus discípulos; luego dijimos más, que queremos ser discípulos-misioneros.
Si leemos atentamente los Evangelios, rápidamente nos damos cuenta qué es lo
que Él hace: pasa tiempo de mucha calidad con su Abba, y luego, se dedica a
hacer el Bien y diseminar la Buena Nueva.
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