Mal 3,13-20a
Malaquías, cuyo nombre deriva de Malaja, “Mi Mensajero” es
el profeta Duodécimo en el Libro de los Doce Profetas menores, por lo que
diremos que es el último de los profetas clásicos. Porque el Segundo Templo -el
que completó Zorobabel en el 515 a.C. bajo soberanía persa-no daba la altura
monumental del Primero, ni alcanzó tampoco los esplendores del que construyó y
decoró, Herodes el Grande, como reconstrucción y ampliación del Segundo Templo.
Malaquías profetizó hacia el año 430 a.C. o sea, alrededor de 85 años después;
para ese entonces, ¿había recobrado Israel su preponderancia, se había
independizado, ya no era colonia de ningún imperio? A veces -con tintes
ingenuamente triunfalistas se desconoce que la reconstrucción post-exilica del
Templo y de Jerusalén no fue todo lo esperado, ni en brillo, ni en fidelidad
popular, ni en presteza- se tropezaron con infinidad de inconvenientes, los
campesinos empobrecidos que se habían quedado y que no estaban emocionados con el proyecto que
interfería las normales labores agrícolas, a muchos les afanaba el cultivo de
su propia huerta, otros estaban atascados en proyectos de esplendor
nacionalista por medio de una dignificación “recuperando” algo del brillo del
pasado; aún otro distractor poderoso era la venta de mercancías por parte de
los que se dedicaban a la producción artesanal.
Entre los puntos que trabaja Malaquías hay uno que nos
parece especialmente valioso: les enseña que el cumplimiento de la Ley
por la ley, desde la fría ley, es un sinsentido. La relación con YHWH
ha de estar basada sobre el respeto, la fidelidad y el amor tres pilares
espirituales y no sobre el rigorismo. Aboga por una liturgia llena de corazón,
el respeto a la justicia y los matrimonios indisolublemente guardados.
En cuanto a la metodología implementada por él, está el
dialogo-polémico (en mucho nos recuerda la metodología de Santo Tomás de
Aquino): se revela un principio Divino que cuestiona una conducta que está viviendo
el pueblo, da campo para que la comunidad responde la acusación, y, luego con
lo que han alegado, diseña una argumentación que los pone aún en mayor
evidencia; este ciclo concluye con la nueva intervención Divina que contiene
reproches que remachan hasta la saciedad la acusación presentada. Seis veces se
dan estos diálogos-debates:
1) Muy
a pesar de la Infidelidad de Israel Dios los sigue amando, muestra como
antecedente y garantía Su Preferencia por Jacob (1, 1-2).
2) Afronta
el asunto del segundo Templo, denuncia que, contraviniendo el precepto de
sacrificar animales sanos, sin defecto, de primera calidad, ellos con la
indiferencia y la complicidad sacerdotal, traen precisamente, como víctimas, a
los animales más achacosos. (1,6-2,9).
3) Se
casaron con mujeres no judías y ahora las despachan pretextando su gentilidad,
desfigurando la institución matrimonial, tan cara para Dios. (2, 10-16)
4) Este
pueblo infiel acusa a Dios de desampararlo, (2,17-3,5) le preguntan de manera
soez, ¿dónde está su Justicia Divina?, y Dios promete un “Mensajero” que será
un Justiciero y allanará los caminos y rellenara las hondonadas.
5) Dios
los convida al “regreso”, a que vuelvan a mostrar fidelidad, empezando por el
pago del “diezmo” (3, 6-12).
6) (3,
13-18) es decir, la perícopa de hoy, acusa a Dios de permitir que a los malos
les vaya bien y en cambio, a los que han permanecido fieles les va como “a los
perros en Misa” (este dicho nació de la costumbre de sacar a los perros del
Templo a puntapiés), o sea, que la fidelidad -según su perspectiva- era pagada con penurias y dolores. Entonces Dios les da “La Escritura”, un registro
memorial para que puedan constatar Su Misericordia Fiel.
En la perícopa que leemos se enuncian unas promesas
escatológicas: hay gente rumorando contra el Señor, diciendo que sus promesas
no se han cumplido y que de nada ha valido la ceniza y el sayal, las
penitencias y los ayunos. Pero el Señor ratifica que está preparando el Día en
que les mostrará su Misericordia, y volverá a nosotros lleno de la compasión
que se merece un hijo fiel que honra a su padre; en cambio, los que nadan en su
orgullo y dan la espalda a Dios con su arrogancia, para ellos se tiene previsto
el horno ardiente del que ellos serán la paja (con la que se avivará ese fuego).
Pero a los que guardan con celo el Santísimo Nombre los iluminará la Luminaria
de la Justicia y su Luz -en vez de atosigarlos- será sombra de resguardo (no un
ralo “ricino” como el que le dio sombra a Jonás), -una figura paradójica, una
“luz” que, en vez de insolar, refresca-; escenario para su jolgorio, como
animalillos librados por fin de su cautiverio, que salen a retozar. Se añade un
vaticinio del retorno del profeta Elías (sería el Mensajero del que hablamos
arriba), retorno que el pueblo de Israel todavía espera y que se conmemora con
la quinta copa -se sirve, pero no se bebe-, es la copa de Eliahu (Cfr. Mal 4, 5-6) que completa el rito Pascual. Para
nosotros, este retorno se referiría a Juan el Bautista.
Sal 1, 1-2. 3. 4 y 6
El
hombre se califica siempre por esa capacidad de salir del cierre del egoísmo y
acoger la Palabra que lo invita a la donación de sí.
Carlo
María Martini
Aquí se compendia la integridad de la Ley: desde el Aleph
hasta el Tab: Se postulan las dos vías, que encara el ser humano siempre
sometido a tomar cartas ante la disyuntiva: la nada o la bienaventuranza. Pero
el planteamiento no es maniqueo, no pone a la par las dos opciones, sino que
realza con su vitalidad, la fuerza positiva de la Vida, la verdad y la belleza;
simbolizadas en el árbol plantado al borde de la acequia.
Está triseccionado el salmo: 1) la descripción del justo, 2)
el retrato del impío y 3) el destino que Dios le tiene reservado a cada cual.
Tampoco cae en el individualismo, sino que mira el hombre
siempre como ser comunitario. Se pertenece a la Asamblea y es en medio de esa
pertenencia que se toman opciones y se deciden iniciativas.
La maldad está dolorosamente condenada a la esterilidad. Es
equiparable a la higuera que no carga frutos. No hay higos en ella. Es un
vecino que ante la necesidad de alguien que importuna a media noche por una
verdadera emergencia, y este, se hace el loco y se niega a responderle. Hasta
el colmo de llevar a quien vino a pedirle el favor -en plena mitad de la noche-
a decir ¡no hay manera, mi vecino duerme como una piedra!
A este grupo de los que se encierran y reaccionan como
piedra durmiente, pertenecen los impíos, los pecadores, los incrédulos, la paja
que se lleva el viento, para ellos, el camino acaba mal.
¡No son los únicos! También existen los que se gozan en la
Ley del Señor y la meditan día y noche (su voz va musitando en cantinela los
versos de la Torah); el justo se define respecto de lo que ama: La Ley del
Señor es su Amada. Los que no recurren por consejo a los impíos, los que no
dejan que su vida se encamine por rumbos de pecado, ni crean sinagogas para
conglomerar a los incrédulos. Estos se pueden comparar con un árbol a la orilla
de un arroyo -que parece estarnos dando alusiones al agua bautismal; viven
cargando frutos -a tiempo y a destiempo- son como árboles perennes, siempre
reverdecidos, todas sus empresas acaban bien porque es Dios mismo quien conduce
su obrar. El Señor nunca desampara el camino de los justos y cubre su derrotero
con Resplandores de Salvaguardia.
Te rogamos -inmerecidamente- por tu Generosidad, que hagas
correr el agua de la vitalidad espiritual por nuestra vida y demos -para cantar
tu alabanza- frutos abundantes de tu Amor.
Lc 11, 5-13
Dios
no nos escucha por la llamada inoportuna e insistente sino porque es amigo, vecino,
y se hace prójimo.
Podemos
imaginarnos que cuando el samaritano volvió a pagar lo que hubiera costado la
convalecencia del “asaltado-en-el-camino” lo encontró -ya recuperado- lo estaba
esperando para agradecerle; y se trabó entre ellos la hermosa amistad que se da
entre el Salvador y el salvado. La víctima del atraco le rogó que cuando pasara
por cierto pueblo -donde él residía- fuera a visitarlo. Pues resulta que el
Samaritano, llegó, una noche, a media noche, y su amigo, no tenía ni una
rebanada de pan para atenderlo. (Así, de esta manera, queremos trabar las dos
parábolas -la del samaritano y la del amigo inoportuno- en una unidad que
contenga, en sí, la visita de Jesús a sus amigos de Betania, y la enseñanza del
Padre nuestro, para que la oración, se haga unidad con la projimidad y con la
amistad que se da entre Dios y el hombre, intensificad por el Don Salvífico)
(Abrimos un segundo paréntesis para preguntarnos: ¿puede un amigo sincero ser
inoportuno?)
Este
hombre tenía un vecino-amigo (siempre nos damos de bruces con este tema de la
“projimidad”, el que está cerca, el que se acerca, el que vive allí cerca) -por
aquellas coincidencias de la vida, también samaritano, nadie sabía cómo había
llegado a vivir allí- pues, tuvo que ser molestado en la mitad de la noche para
que le hiciera una obra de caridad, vino su amigo-vecino a rogarle que le
prestara “tres panes”.
Desde
el punto de vista ontológico nadie ha podido explicar todavía cómo era posible
que el samaritano que llegaba a visitarlo fuera el mismo vecino radicado allí,
al lado, muy amigo de la víctima del robo-caminero (situación similar a la del
Resucitado que nadie reconocía, o que apenas lo identificaban a medias).
Nosotros no vamos a pretendernos filósofos para entrar a dilucidar estos vericuetos
“teológicos” con los que Dios entreteje sus enseñanzas. Pero, si nos lo
permitís, anotaremos que nos parece de una Ternura -ni más ni menos que-
Divina.
La
primera vez que el samaritano lo vio, estaba malherido, y por los tanto,
inconsciente, así que la donación del samaritano hacia el herido fue
espontanea, no medió pedido alguno, la situación misma era la que exigía, era
“un asunto de vida o muerte”.
Ahora,
en esta nueva situación, el hombre tendrá que pedirle, rogarle, insistirle, se
pondrán a prueba dos cosas:
a) La consciencia de
la urgente necesidad de lograr el préstamo
b) La férrea confianza
en el vecino que no lo dejará con las manos llenas del hambre de su visitante,
y el corazón humillado, lleno de vergüenza.
Dios
nos habla aquí de cómo es su generosidad y la pinta -muy gráficamente- apelando
a una comparación con el corazón de un padre-humano: a) si el hijo le pide un
pez, ¿le dará una serpiente? y b) si le pide un huevo ¡la dará un alacrán?
Jesús sabe que somos capaces de contestar esta pregunta (sabe que podemos
discernir cabalmente entre la nada o la
bienaventuranza, la bondad y la impiedad) y que nuestra respuesta será
negativa. Entonces, sentada esta base, pasa a deducir la conclusión: Sí a pesar
de nuestra naturaleza pecaminosa damos buenos frutos, figuraos cómo será Dios,
Padre Celestial, que ¡a Manos llenas nos dará toda su Gracia! La oración que
queda contenida en medio, es la súplica para que no nos cueste trabajo
desprendernos y ser generosos, para que tengamos un corazón tierno que se
compadece, y no se queda indolente, para que en nuestro corazón pueda florecer
la “projimidad” no la limosna que nos hace arrogantes, que nos obliga a voltear
los ojos a nuestro propio ombligo y decir “cuán bondadoso soy yo, me merecería
una estatua”. Todo es Uno, el Amor a Dios y al prójimo no son dos Mandamientos,
los que parecen dos, son UNO.
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