Jl
1, 13-15; 2, 1-2
Hoy
y mañana daremos una mirada al profeta Joel quien habría ejercido su profetismo
en algún momento entre el reinado de Joás, previo el año 850 a.C., y el regreso
de la tribu de Judá de su cautiverio en Babilonia 540 a.C. -es un periodo de
incertidumbre suficientemente amplio; muchos estudiosos lo precisan coetáneo de
Esdras y Nehemías. Joel era un estudioso de la Biblia, leer esta profecía es
encontrarnos con un extenso conocimiento de los Libros del Tanaj.
Atención,
miremos esta profecía y nos vamos a dar de bruces con una enorme sorpresa: Joel
no le achaca al pueblo de Israel ningún pecado. Vale la pena leer este Libro
concienzudamente y estar atentos a esta perspectiva. ¿Cómo puede desarrollarse
un Libro profético sin restregar en la cara del pueblo sus “fechorías”? ¿No es
un rol esencial del profeta la “denuncia” para provocar la “conversión”? Se
anuncia que algo va a pasar, y se llama al ayuno y a la penitencia, pero sin
especificar causal atribuible al propio pueblo. Hay un categórico llamado a la
penitencia, donde los primeros convocados son los sacerdotes; enfatizando la
urgencia de no “rasgarse las vestiduras” haciendo del acto penitencial una
exhibición, sino de ir a la penitencia “interna”, un arrepentimiento de
corazón, ceniza y sayal interior, no exterior.
Los
capítulos 1 y 2 -de los que proviene la perícopa de hoy-, tienen por pivote la
idea del “Día del Señor” que, como él dice, será día de oscuridad y negrura,
día de niebla y oscuridad. La penitencia que se pide es preparatoria,
precisamente porque el Día del Señor se acerca. El Día del Señor está
simbolizado por un ejercito de langostas, que marchan, aproximándose.
Pero,
el Día del Señor no es un día espantoso para los Israelitas, porque el עֶלְיוֹן [Elyoun] Altísimo traerá en
aquel Día, la Victoria decisiva de Israel.
La
razón para que esta perícopa sea parte de la liturgia del Miércoles de Ceniza
es, precisamente, porque no son sólo culpables los laicos, los fieles, los
indiferentes, los agnósticos y los que se pretenden ateos. Urge que todos por
igual nos adentremos en esta liturgia penitencial: ¡todos -de una manera u
otra- hemos fallado nuestros deberes con las Alianza! Los que vienen conforman
un gentío innumerable, luego, veremos que se trata del ejercito de langostas
que lo cubren todo, como un chorreón de tinta que se va expandiendo por las
montañas hasta adueñarse de todo el mapa.
Frente
a la concepción del pecado como mancha trans-generacional, se dio un paso
enorme al reconocer la responsabilidad personal como causal única para la
imputabilidad del pecado. Esto se llevó a tales extremos que paso a
desconocerse la gigantesca responsabilidad que cabe a la comunidad como
difusora del contagio endémico del pecado. Podemos pensar en la apología social
que se hace de la violencia, con la que sucedió análogamente con las bebidas
alcohólicas y con el tabaquismo, considerándolos -sencillamente- como unas
actividades de socialización; fue sólo cuando sus secuelas repercutieron en el
bolsillo de las empresas prestadoras de servicios de salud, que se revirtió el
proceso y se tuvo que presentar tales “divertimentos” como actividades menos
“sanas” hasta tener que declararlas, francamente nocivas.
Ha
sucedido, como en Norteamérica y otros países, donde el negocio armamentista
reporta tan jugosos márgenes de rentabilidad que el mito de las armas que
generan “seguridad” se ha volteado contra la propia sociedad, pero todavía los
fabricantes y distribuidores no se dan por vencidos. Inclusive en muy álgidos
momentos de guerra mundial, no pierden la oportunidad de difundir sus películas
de bombardeos e invasiones y mostrarnos sus ficciones guerreristas ¿será que en
temporadas así se venden más armas? Y ¿de dónde salen todos estos misiles,
aviones de guerra y armas de alta tecnología que se usan en estas guerras? ¿Qué
cuesta más -monetariamente hablando- los armamentos o los entierros? Y ¿los
tratamientos psiquiátricos de todos esos combatientes que vuelven con “stress
post-traumático” o físicamente disminuidos ¿quién los costea?
Sin
embargo, no hay que preocuparse mucho de eso (dicen ellos) … con tal que las ventas de armas suban, eso
¡genera empleos! No sabemos, suponemos que todas estas son “piezas” que
configuran la cultura de la muerte.
El
punto está en que, estas mitologías configuran una responsabilidad social y
comunitaria del pecado. La responsabilidad por un cierto y determinado pecado,
-que es personal- tiene ahora, gruesas raíces en la responsabilidad de la
comunidad que ha decidido “comulgar” y sostener en su seno, esa falsedad que
justifica cierta falta de hermandad, cierto perjuicio a la “projimidad”. Los
que han estado detrás de ese engaño, tiene que asumir las consecuencias del
daño que se está promoviendo. Esa añagaza, no pasará impune para el Señor, que
es un Dios Justo: “El Señor juzgará el Orbe con Justicia”.
Sal
9, 2-3. 6 y 16. 8-9
La
primera estrofa de esta perícopa: da gracias, proclama las maravillas que obra
el Señor, se alegra y se regocija con Dios; hace de su himno un cántico y lo
musicaliza.
Los
que tejen artimañas quedaran irremediablemente sepultados; Dios reprende a las
comunidades que donan su complicidad con el pecado, hará arder en el horno a
los que enseñan las rutas del pecado haciéndolas pasar por derroteros justos, y
su apellido jamás se volverá a pronunciar. En el mismo cepo que diseñaron,
quedará trabado su pie.
Dios
puso su Tribunal, no para dejarlo ahí abandonado -como elefante blanco- Él Rige
no desde un trono, sino desde la “Sede de la Justicia”, está allí para aplicarla
rectamente, a todos -hay quienes se engañan pensando que tienen “coronilla”
para pasar por delante del Tribunal, agachados, por debajo de la cuerda; ¡no es
así, todo el que cruce tendrá que poner su “Confesión” en el Altar de YHWH, que
es Misericordioso por sobre todo, pero no olvida el Mal que hayas causado a tu
hermano, y más aún, si ese hermano es un “débil”, uno de sus “pequeñines”, de
sus “favoritos”.
¡Nadie
piense que Dios se la va a pasar, encubriéndole el daño causado a un hermano!
Todo el Orbe, está sujeto a su Justicia, con mayúscula.
Lc
11, 15-26
Jesús,
por medio de esta liberación del poseído, da una de las más contundentes
evidencias de su Divinidad. ¿De qué otra manera podría -con toda eficacia-
mandar salir al demonio? De otra parte, es bien ilógico, pretender que con la
colaboración del propio jefe de los demonios lo iba a expulsar. ¿Cómo iba a
someterle sus esbirros el mismísimo demonio, o por cuál ventaja?
Jesús
establece un criterio de juicio muy clarificador y muy a propósito para hacer
el discernimiento: «El que no está conmigo, está contra mí; el que no recoge
conmigo, desparrama». Eso es la que hace el Malo, nos dispersa, nos disgrega,
en vez de acercarnos y sentar los fundamentos para alcanzar la unidad, se
esmera y se desvela, estableciendo separaciones, creando barreras, alimentando
la confusión. ¡Mirada atenta! Esto no significa que no haya ciertas
diferencias, que no haya -a veces ópticas contrapuestas- pero eso no significa
que seamos enemigos, sólo significa que estamos ubicados en ángulos diferentes,
que no nos dejan ver lo mismo, pero estas discrepancias, aparentes, dan como
resultado ópticas complementarias, no enemistad.
Tampoco
tiene que ser nuestro oficio -como algunos se empeñan en hacer creer- que
nuestro deber está en maximizar estas divergencias para llevarnos cuanto antes
a la conflagración. Hay brechas que, en vez de ahondarlas, deben ser
subsanadas, deben rellenarse para permitir el acercamiento de doble vía.
Por
amor de Dios, no hagamos de una fisura un abismo, como no se debe creer que una
gota es un océano completo.
Pero,
así como no es conducente inventar discrepancias o maximizarlas; tampoco es
sano, ignorar las incompatibilidades o suponerlas superadas: cuando las hay,
las hay, y lo necesario -en tal caso- es trabajar sobre ellas para llegar a
zanjarlas si fuera posible. No se trata, de ninguna manera, de engañarnos sobre
la situación real, ni tampoco llegar a confundir un ideal con la apreciación
madura y equilibrada de la fase por la que estamos atravesando.
Evidentemente
no podemos pactar con los demonios; pero, tampoco podemos demonizar a diestra y
siniestra, lo que nos convertiría en “desparramadores” profesionales.
La
contundencia del exorcismo debe ser tal que el liberado no se vaya a convertir
en “hotel” de muchos demonios, porque el que lo poseía, le haga propaganda de
haber sido “vivienda confortable” del que antes lo poseyó. Ese es el motivo de
que los exorcistas “verdaderos” sean elegidos por el Obispo del lugar y es el Obispo
quien le entrega la delegación eclesial. Esta claridad es oportuna tenerla,
para no caer en las manos de expulsadores-comerciantes, que no liberan, sólo
acondicionan el “hotel” para poder recibir otros siete “inquilinos”.
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