Viernes de la Vigésimo Quinta Semana del Tiempo Ordinario
Dan
7, 9-10. 13-14
Jesús
es “Puente”, es “Escala”, Él restableció la “comunicación” con lo Trascendente.
Pero, las consecuencias de tal restablecimiento no podrán darse a plenitud
hasta que sobrevenga la Victoria Final, serán “dones” que degustaremos en el “momento”
escatológico, y se preguntarán ¿cómo lo sabemos? Bien sencillo, el Señor nos lo
ha entregado en sus comunicados Apocalípticos.
Siempre
conviene mirar a Daniel (nombre que significa “Dios juzga”), con algunas
acotaciones al margen, empezando por que lo tenemos entre los “profetas mayores”,
pese a que su Libro está mejor visto desde la óptica del género Apocalíptico. Daniel,
hasta donde sabemos, vivió en la Babilonia palaciega, bajo cuatro dinastías:
Nabucodonosor, Ciro, Darío, y Antíoco IV Epifanes. En tercer lugar, la hipótesis
-bastante bien sustentada- de que este Libro se escribió en hebreo, arameo y
griego durante el alzamiento de los Macabeos, para consolarnos, animarlos y
esperanzarlos en la lucha.
Al
hablar del género apocalíptico, se debe anotar que para algunos está
emparentado con el género profético y para otros, se relaciona con los escritos
sapienciales, con muy abierta intención didáctica. Adviértase que en los
escritos apocalípticos se da especial realce y sirven de pivotes, las visiones,
llenas de simbolismos, no siempre claros, sino -por demás- misteriosos. Parece ser
que este rasgo mistérico apunta en el sentido de no poder hablar con toda claridad
-en el marco de las persecuciones- aun cuando las simbologías eran -muy
probablemente diáfanas- para los lectores de la época.
Nosotros,
con relativa sencillez, penetramos la simbología de la perícopa de hoy:
Pensamos que el Anciano, de nívea vestidura (blancura tan intensa como la Luz y
el Fuego- es el Padre Celestial-. Luego, viene la Presencia de “Uno como Hijo
de Hombre”, feliz expresión que nos ha legado Daniel, para referirse a la
Segunda Persona de la Trinidad, el Dios-Humanado, viene a la proximidad del Padre.
Uno
como Hijo de Hombre, porque no hay sino Uno, y que parece que hubiera sido
engendrado por un humano, pero no lo es, puesto que fue Engendrado por el Espíritu
Santo (nosotros ahora lo entendemos bien), recibe todo Honor, Toda Gloria, Todo
Poder-Real y Gobierno sobre todos los pueblos, naciones y lenguas; no es de
ninguna manera Divinidad Nacional, sino Dios-de-Todo-lo-Creado. No se trata de
un Gobierno provisional, como todos los otros gobiernos, sino de un Reinado “Eterno,
que no pasa, que no tendrá fin”. ¿Cómo es que lo entendemos tan claramente? Pues
porque Dios nos lo ha revelado, por eso es apocalíptico, porque apocalipsis
significa eso: Revelación.
Sal
138(137), 1-2a. 2b-3. 4-5. 7c-8
Este
es un salmo que ilumina la “distancia”. ¿Cuánta es la separación entre el Cielo
y la Tierra? Tenemos que pararnos a pensar. Esta distancia no se puede
cuantificar en kilómetros, ni en millas, ni en miriámetros, ni siquiera en años
luz. Está hablando de otro tipo de “distancia”. No es una magnitud espacial, se
trata de la separación entre “dignidades”, digámoslo así, a falta de otra
palabra que no se nos ocurre, a veces, por no encontrar en el vocabulario un
concepto, decimos “dimensión”, para referirnos de alguna manera a la
“separación entre lo “material” y lo “espiritual. Por escases muchas veces
hablamos de “distancia”.
De
todas maneras, sí tenemos una intuición que esto no es un tema de tomar un
vehículo y recorrer una “distancia” recorrible con cohete; como cuentan que el
cosmonauta -que visitó el espacio sideral- se quejó, lamentando no haber visto
a Dios en el espacio exterior. ¡Ah tontuelo! No sabía que los astrónomos ya
habían explorado ese espacio con sus potentes telescopios y nada habían
hallado. ¿Se engañaba él en su ingenuidad? O, ¿Pretendía hacer algún aporte
publicitario al ateísmo? ¡Pobre, se pasó la vida levantando piedras a ver si
debajo de alguna de ellas descubría un tratado de teología que iluminara su
necedad!
Por
ejemplo, cuando oramos, le hablamos con consciencia de que Él está a nuestro
lado, pero en la “dimensión propia de lo espiritual”. Por tanto, permanece
ausente a nuestros sentidos “terrenales”, pero no quiere decir que no nos pueda
oír, “intuimos” que está, pero de “otra manera”.
Cuando
el pecado estropeo la “línea de comunicación” reventando el “cable” -atención,
es una analogía, no se trata de algún cable “físico”- caímos en una suerte de
incomunicación, se hizo imposible para nosotros la percepción del “Interlocutor
Divino”, fuimos nosotros los que perdimos la “gracia”, pero Él no nos abandonó.
Cuando
Dios se humanó en su Hijo -Jesucristo- esa Encarnación restañó el cable
averiado. Esto bíblicamente hablando se muestra en la Sagrada Escritura en el
episodio de la Escala de Jacob (Gen 28, 11-19), que fue revelado al -nada
virtuoso- Jacob, que “soñó” en una conexión, con la Otra Dimensión- y que para
su lógica (que de todas maneras era una lógica demasiado avanzada en el marco
de una cultura donde no había edificaciones de más de un piso, sino que siempre
se habitaba a ras del suelo) se trataba de una סֻלָּם [sul-lāum] “escala”, de doble
vía, que hacía posible el ascenso, tanto como el descenso, para seres “espirituales”:
eran ángeles, los que subían y bajaban.
¿Todo
por qué? La Misericordia del señor es Eterna; hoy por hoy, le seguimos implorando
que no abandone la obra de sus manos. Este salmo es un himno que augura un “momento”
en que los reinados de la prepotencia y la ambición desaparecen y todos,
sujetos el Reinado Imperecedero, se sujetaran al rey de Reyes.
Jn
1, 47-51
Natanael
es un nombre que significa “regalo de Dios” (un israelita de verdad en quien no
hay engaño). Empecemos por ahí: Cada uno de nosotros tiene que adquirir consciencia
de ser “un regalo de Dios para los demás. ¿Cómo era Natanael “regalo de Dios”?
Que
clave tan poderosamente hermenéutica es esta para adentrarnos en esta “perícopa
arcangélica”. Si pudiéramos descifrar cómo puede hacerse uno “regalo de Dios
para los otros”, nos habríamos nutrido muy bien de esta visita al Evangelio. Otra
pregunta: ¿Cuál es la clave que le permitió a Natanael -que venía incrédulo a
verse con Jesús, pensando que nadie así, muy importante o especial, podía tener
como cuna a Nazaret- pero al oír eso, dio un giro de 180 grados (conversión)? Es cuando Jesús le dice: “Antes de que te llamara
Felipe, te vi bajo la higuera”.
Ahora
bien, ¿cuál era la importancia y qué representaba que lo hubiera visto bajo la
higuera? La higuera para el pueblo de Israel, es simbólica del Reino que
traería el Mesías. Un Reino de plenitud, de bienestar, de salud, de abundancia,
de realización plena, de concordia y fraternidad. El que se cobijaba debajo de
la higuera, estaba clamando por la venida del Reino.
El
Reino es una “Dimensión” de Paz. No requiere soldados, ni jueces, ni tribunales
que la implanten y la mantengan. ¿Quién iba a querer romper ese estado de
beatitud en el que todos se sumergen en Infinita Alegría y Bienestar? En una
realidad donde nadie se adueña, ni se puede adueñar de nada, quien iba a
disputar o a pleitear por algo. Ni siquiera en al aspecto teórico, porque allí,
en el Reino, ya no hay teorías, ya no hay hipótesis, ya no hay que hacer
suposiciones: La Verdad se tiene cara-a-Cara. ¡Palpable! ¡Contundente! Nótese el cambio de
significado de estos dos términos en la “dimensión espiritual”, ¡es gigantesco!
“palpable” es rotundo para el sentido del tacto, ¿cómo será la tactilidad en el
plano espiritual? Y “contundente”, -que tiene que ver con un golpe, que puede causar
mucho daño-, que sería como ¡dar de garrotazos a un fantasma!
Jesús
sabía de la honesta espera de Natanael por la llegada del Reino, y Natanael, a
su vez, comprendió que estaba hablando con el anhelado Mesías y lo identificó
plenamente como Hijo de Dios y Rey de Israel.
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