1Tim
1, 15-17
La
Carta va poniendo puntales firmes que orienten la labor pastoralista de
Timoteo. Lo primero, como punto de partida, es que Jesús vino como Salvador. Esa
Misión salvadora tenía un “para quien”, para los pecadores.
Ahora
viene un segundo punto: La escogencia de “delegatarios” que ejercieran como
Apóstoles llevando el mensaje. ¿Sería que para ese encargo buscó algunos
santos? ¡Pues no! Y, él mismo se pone como ejemplo, mejor dicho, prácticamente
como contra ejemplo, al decir que Dios mismo ha hecho gala de Maravillosa
Paciencia eligiendo como Apóstol de los Gentiles, a quien es -eso lo reconoce San
Pablo- uno de los grandes pecadores, como sabemos, un perseguidor redomado de
la Fe.
Es
una especie de ironía, que hubiera dirigido su Mirada hacia aquel que se había
dado como tarea farisaica, perseguir a los del “Camino” y conducirlos al
martirio, por infieles al judaísmo.
Pero,
ahí está el “Milagro”, ahí se manifiesta la grandeza de Dios, ahí muestra Dios
que Él no está tan afanado por los “sanos”, sino por los “enfermos” que son los
que de verdad tienen urgencia de Médico. De un “Perseguidor” sacó un “Predicador
incansable”, regalándole a Saulo, su maravillosa trasformación.
Mira
su corazón, y asombrado de los que era, y del salto descomunal que dio para
llegar a ser ὑποτύπωσιν [hipotuposin] “modelo” de los que habrían de creer en Él y
llegar a tener Vida Eterna” (Cfr. 1Tim 1, 16).
Sal
113(112), 1b-2. 3-4. 5a y 6-7
Este
salmo es un Himno. Es el primero del Hallel egipcio -conformado por los salmos
113(112) – 118(117)-. Tiene 9 versos, de ellos se tomaron 5 y medio para
organizar la perícopa que se proclama. El salmo tiene tres estrofas: En la
primera, los levitas hacen la convocatoria para acudir con Alabanzas. En la
Segunda estrofa se señala que Dios se acrece en su Gloria y Majestad, y Sube,
Sube, y su Trono está en las Alturas de su Soberanía, pero, a pesar de eso, se “abaja”
para atendernos, oírnos y cuidarnos. En la estrofa conclusiva, muestra que Dios
ha bajado para “levantar”, y nos recoge para llevarnos al Principado -que Su
Hijo ha querido compartirnos- y, a la que llamaban “la infecunda”, le ha dado
hijos de todas las naciones de la tierra. Ella se felicita por su maternidad
universal.
Concibió
a Jacob, que llegó a ser padre de las doce tribus, recogiendo el cumplimiento
de la Promesa que le había entregado a Abrahán.
ARRAIGADOS
EN LA MISERICORDIA ALCANZAREMOS LA BIENAVENTURANZA
Lc
6,43-49
Escuchar
es muy diferente de oír. Oír simplemente significa que unas ondas sonoras impacten
el tímpano, con la suficiente energía para hacerlo vibrar. En cambio, “escuchar”,
significa alcanzar la “consciencia”, valga decir, pasar del oído a la mente,
para a) entender, b) acoger y c) asimilar en el propio ser, el “mensaje”. Escuchar
requiere quitarle la gabardina al cerebro -ruta directa al corazón, puente de paso
a la aplicación en la vida-, y dejar que nos “mojen” y que, nos empapen las
palabras con toda su significación (lo que no quiere decir, una asimilación
acrítica).
Esa
es -otra pata que le nace al cojo- pretender que asimilemos como autómatas los
mensajes que, en vez de procurar acercarnos a Dios, produzcan sólo, destellos
pasajeros, por ejemplo, de admiración, pero sean sólo edificios endebles que no
dan otra cosa que la ilusión de la solidez. Cuando venga el lobo y sople,
tirará la casita de inmediato, porque está cimentada en la arena. La estructura
sólida de la “casa” de nuestra fe, tiene que apoyarse en bases de cables y
barras de acero -no nos deje suponer la pereza- que podemos superar su endeblez,
pegándola con babitas (Cfr. 1Pe 3, 15).
¿Podría
alguien dar algo que no tiene? ¿Puede el palo de cerezas cargar naranjas? El
hombre que tiene perversión y maldad en su pecho, ¿puede esparcir una cosecha pía?
¿Podrá el sordo -que ni siquiera sabe leer los labios, mucho menos, los libros-
recibir las predicaciones de los Doctores de la Iglesia? ¿Puede -y esta
condición es mucho más grave- recibir en su pecho la “Buena Nueva”, el hombre
que, en vez de corazón, tiene una piedra?
Vamos
saltando así a condiciones cada vez más desesperadas: ¿Podrá una persona a la
cual se le han destilado galones y galones de rencor, acíbar y veneno en el
alma, comprender y darse a la tarea de ser un fervoroso cristiano? Y, sin
embargo, ¡para Dios nada hay imposible! (Cfr. Lc 1, 37)
Vivimos
en un “medio ambiente” que le gusta enseñorearse para dominar y humillar,
entonces nos enseña y nos inocula la palabra “Señor”; pero a estos tales, como
les fascina la prepotencia y la dictadura, les resulta imposible reconocer el
Señorío de Jesús que no quiere dominar, ni someter, sino amar.
¿Queremos
construir una casa que resista el embate del peor tornado? ¿Quisiéramos que
nuestra casa tuviera la estructura del acero más firme? Tenemos que
consagrarnos a la tarea de eliminar toda ambición de sumisión y sometimiento
requerido a nuestro prójimo. Y estar en la comunidad, en la sinodalidad, atentos
a la mutua escucha, prontos a prestar nuestros brazos y manos y todas nuestras
fuerzas a la construcción del Reino. (Y no a la elevación de Altares
personales).
O,
¿quizás te ilusiona más que tu casa se derrumbe ante el suspiro de una
mariposa?
No hay comentarios:
Publicar un comentario