1Tim
3, 14-16
Puede
ser -y podemos asumirlo como dato cierto- que San Pablo se encontraba
encarcelado en Roma; él anhelaba irlos a conocer personalmente, y muy
probablemente, lo tendría en su agenda; pese a todo, una cosa es un proyecto y
otra, poderlo llevar a cabo, máxime cuando todo depende de diversos factores y
variables que estaban fuera de su control. Mientras llegaba el momento
propicio, y, ante la urgencia de tomar decisiones certeras, Pablo instruye a
Timoteo, para que pueda maniobrar con prontitud sin dejar crecer los problemas,
que en aquel momento parecían bajo control. Pero que, si se dejaban avanzar, se
convertirían en plaga destructiva.
Palpita
poderosamente el corazón de esta perícopa: τὸ τῆς εὐσεβείας μυστήριον [to tes
eysebeoas mysterion] el
“Misterio de la Piedad”. Cabe al contemplar este misterio detenernos en dos
precisiones: la primera el significado de la “piedad”. Esta palabra tiene su
origen en una palabra latina, pietas,
sentir dolor, pena por alguien. Ahora bien, con frecuencia pedimos a Dios que
se apiade, es decir que se compadezca, que Él se conduela de nuestra
fragilidad, de nuestra debilidad, de nuestra enorme capacidad de incurrir en el
pecado, le pedimos que se duela de nuestro dolor, porque aún sin querer lo
hemos ofendido, lo hemos vuelto a crucificar.
Hay
otro significado, una segunda acepción, cuando piedad significa religiosidad,
devoción, sentido religioso, como cuando decimos, “aquel niño es asombrosamente
piadoso” para indicarlo como una persona muy dada a la oración, muy devoto. En
este caso San Pablo se refiere al “prodigioso intercambio que establece
relación entre Dios y los hombres”, la Bondad y la Clemencia Divinas han
querido regalarnos con su Amistad.
Y,
una segunda precisión, en torno a esta palabra: μυστήριον [Mysterion]
que pese a su enorme parecido con nuestra palabra misterio, no alude a
lo mismo, el nuestro es algo que no podemos llegar a conocer, algo que nos
sobrepasa, algo “incognoscible”; en cambio, en griego, habla de lo que Dios nos
ha revelado; lo que Él ha tenido a bien mostrarnos, y que, de otra manera no
habríamos podido alcanzar.
Para
referirse a este desvelamiento, que por pura Gracia Dios nos concede, y que sin
su Bondad nos estaría vedado, San Pablo apela aquí a un himno litúrgico.
Vayamos observando que esto lo han sabido muchos, pero no lo han logrado
captar:
a) Fue manifestado en
la carne; ¿cuántos no lo vieron, y no lo pudieron aceptar?
b) Justificado en el
Espíritu, aún el Mismo Tomás (Dídimo), negaba su resurrección y requería meter
el dedo en Su Costado.
c) Mostrado a los
ángeles, que fueron corriendo para alertar a los pastores
d) Proclamado en las
naciones, tarea a la que se dieron los apóstoles, el apóstol de los gentiles y
ahora trasmitido el encargo a Timoteo para instaurar el linaje de los
“proclamadores”,
e) Creído en el mundo, y lo puede decir San
Pablo, que vio cuantos gentiles le abrieron su corazón y con toda su alma se
abrieron a Él
f) Recibido en el
Trono Celestial, donde Ascendió y se Sentó, en el Trono del Reino Celestial.
Es
así que Pablo confiesa a Jesucristo como Dios Vivo, y hace de la Iglesia de
Jesucristo el hogar de todos los que lo acepten como Pilar y Fundamento para
esta familia de la fe, donde Timoteo está heredando la conducción de las
Iglesias que peregrinan en aquella región de Asia Menor.
Sal
111(110), 1b-2. 3-4. 5-6
Este
es un Salmo de la Alianza. Dios ha ratificado la Alianza con su pueblo
cubriéndolo de amparo, defensa y auxilio. El Salmista, agradece que Dios nunca
defrauda lo “pactado”; señala múltiples razones y situaciones en las que Él -a
pesar de nuestras fallas y renuencia para seguir su Ley- confirma y re-confirma
que su Alianza es irrevocable.
Este
Salmo tiene 11 versos, de ellos tomamos 5 y ½ para edificar la perícopa que se
proclama hoy. Con ellos se han articulado tres estrofas, miremos ligeramente el
núcleo de cada una:
Primera
estrofa: Se propone aplicarse al estudio de las obras del Señor, no lo hace en
soledad, se alía con los más prudentes y doctos, los que han sabido dirigir el
corazón enamorado hacia el Señor, junto con ellos llevará su estudio.
Segunda
estrofa: Tres rasgos identifica como característicos en la Obra de Dios, a
saber, esplendor, belleza y perennidad; sí así son las obras, se debe a cómo es
Dios, y eso lo define con dos rasgos causales: Él es Piadoso y Clemente. Por
eso, estudia, para atesorar en su memoria esos rasgos que nos hablan de Dios.
Los
que ponen su Amor y guardan la Alianza con Él, no tendrán que temer el abandono
ni el hambre, porque Dios Mismo los nutre y esto lo ha garantizado con un
antecedente, le entregó la Tierra de Promisión a Su Pueblo Elegido,
quitándosela a los gentiles.
Quien
se detenga a contemplar estos signos que nos muestran la Grandeza de las obras
Divinas, tendrá que reconocer que ha obrado con Suprema Gloria y Esplendor. Nos
lo dice el verso del responsorio.
Lc
7, 31-35
NECESIDAD
DE UNA MENTE ABIERTA
Cuando
uno se propone no aceptar, así ese proceso se esté dando muy en la intimidad de
la persona, la obcecación nos boquea y nos incapacita. ¿De qué nos vale leer la
Palabra de Dios si nuestro entender no está dispuesto a aceptar? Parece que
nuestra mente mantiene un “pulso” (competencia entre dos personas que luchan
por dominar el brazo del otro para probar su mayor fuerza) constante con las
ideas del “mundo”, pretendiendo hacer prevalecer los saberes “humanos” sobre la
Enseñanza Divina; pero, en el corazón y la consciencia, ya la suerte está
echada. Se hacen pasar por debajo de la puerta, disfrazadas de “dudas”, cuando
son aseveraciones que se dan a la tarea de sembrar, haciéndolas pasar por
semilla de calidad, cuando son sólo simientes de yerbajo, gametos del Malo.
No
se niega el derecho a dudar, ni mucho menos se clama por una actitud acrítica,
cosas estas muy necesarias para permanecer libres en el pensamiento y no caer
fácilmente en las redes de la alienación. Pero de ahí, a aproximarse a la
Palabra, condenándola previamente al rechazo; o, lo que es aún más delicado,
pregonar esas "dudas" -porque sí- revistiéndolas con un manto de “punto de vista científico”,
inculcándoselas a otros, hay una gran diferencia.
Estas
personas se parecen enormemente a esos niños “malcriados” que uno los invita a
jugar fútbol y se niegan porque dicen preferir el basquetbol; y cuando uno trae
el balón de básquet, entonces -como cosa rara- también se niegan. No se trata
de cual deporte o cual balón se tenga a disposición. Se trata de “llevar la
contraria” por el gusto de cerrarle el corazón a Dios. No es el mucho estudio
el que da la sabiduría verdadera, sino la aceptación de la Buena Nueva de Vida.
Para eso, hay que lavarse la mente de tanto engaño y sacudirse todos los
prejuicios.
Pongamos
en contexto la perícopa del evangelio lucano que se lee hoy. Juan el Bautista
había mandado su delegación a preguntar si ¿era Jesús el que estaban esperando,
o… si había que esperar a otro? Él les contesta y los envía con un recado, no
les dice que digan tal o tal cosa, sino que informen lo que han visto. Estos
niños de nuestra anécdota, parodiando el ejemplo de Jesús, no les importa el
balón, cualquiera que uno saque, tendrán pretexto para decir, que ellos sólo
jugarían otra cosa.
Cuando
los comisionados de Juan se han ido, Jesús hace el elogio de Juan, y es
entonces cuando saca el cuanto de los niños que ni lloran cuando hay luto ni
bailan cuando se toca la flauta. Juan los invitaba a la congoja y el
arrepentimiento, pero ellos lo rechazaban por loco, viene ahora Jesús, que los
invita a “otro juego”, no convoca a ayunos y cabeza cubierta de ceniza, ni les
pide que se revistan con saco; pero como acepta las invitaciones a cenar y la
amistad de publicanos y pescadores, lo tachan de borracho-glotón. En otra
parábola -la de Lázaro y el rico-glotón nos dice, ni aun cuando un muerto
resucitara y viniera a decirnos como nos va a ir en el otro toldo, no seríamos
capaces de aceptar y reconocer la Verdad de Dios (Cfr. Lc 16, 31).
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