1Tes
9-11
Ayer
apareció con toda su luminosidad el llamado a la santidad. Hoy, San Pablo hace
pie en este llamado para poner el pavimento de este camino: el Amor. Y nos da
una clave de revelación, el Amor ha sido depositado por el Mismísimo Dios en
nosotros. Y, muchos creen que como Dios ya lo dio, no hay nada más que hacer.
Vamos
a decirlo -que pena- de una manera muy prosaica: Dios nos ha regalado una
herramienta maravillosa, pero hay que destapar el regalo, leer el Manual de
Instrucciones, ponerlo a cargar -conectándolo a la fuente correcta-, atención
al voltaje y, si no se tiene una clara idea de su manejo, convendría tomar un
curso sobre su manejo.
Esto
lo dice san Pablo con ternura: “los exhortamos hermanos a seguir progresando: φιλοτιμέομαι [filotimeomai]
esfuércense, que sea una cuestión de honor:
a) ἡσυχάζω [esuchazo] Vivir con tranquilidad, con
modestia, sin ostentación ni escándalo.
b) πράσσειν τὰ ἴδια
[prassein ta idia] “Ocuparse cada uno de sí, haciéndolo siempre así, cogiendo
esa costumbre”
c) ἐργάζεσθαι ταῖς χερσὶν
[ergazestai tais chersin]Trabajando con las propias manos, no ganándose su
lucro con el sudor de las espaldas ajenas
De
conformidad con las instrucciones que él les dio desde el principio. Por
ejemplo, cuando les dijo que no debíamos resultarle cargosos a nadie.
Sal
98(97), 1bcde. 7-8. 9
Salmo
del Reino. Dios edifica el Reino, es Él quien os da la Victoria. Pero siempre
nos está convocando para que vayamos con Él, para que avancemos con Él.
Su
manera de construir el Reino, su paciente espera para nuestra Salvación, su
paciente manera para con nosotros, nos conduce a la gratitud y queremos trovar
para Él estrenando siempre contos nuevos, pero no sólo la humanidad, sino la
Creación toda, todo cuanto existe está lleno de gratitud, los ríos los montes y
todo cuanto los llena.
El
salmo es -además- portador de una profecía: nos dice, desde ya, cómo será el
gobierno Divino: con Justicia y con Rectitud.
¿Qué
más podríamos aguardar? ¿Qué otra cosa
anhelaría nuestro corazón que vivir en un Reino que dura por siempre, cimentado
en la Justicia Perfecta y en el que su Gobernante se atiene a una Rectitud
intachable?
Mt
25, 14-30
Con
esta perícopa de hoy, damos por terminado nuestro estudio del Evangelio Según
San Mateo. El lunes empezaremos a dirigir nuestra atención al Evangelio Lucano.
Nos
permitimos subrayar que estamos viendo el discurso escatológico. Y Jesús en
esta enseñanza va a recurrir a una parábola, la que hemos denominado “de los
talentos”. Empecemos recordando de donde salió esta palabra y como ha sido su
evolución. Al comienzo de su aparición era τάλαντον [talandón],
el nombre del “plato de la balanza”, habida cuenta de su propio peso. Cuando pasó al latín, como “talentum”, ya era una unidad monetaria,
equivalente a cerca de 34 kg de plata (en el A.T.) y a 6000 dracmas (en el N.
T).
Con
el correr del tiempo, y sobre todo por referencia a la parábola que nos ocupa,
vino a significar inteligencia, capacidad artística, o a la aptitud de una
persona para ejercer un oficio. Leídos como dones que Dios entregaba.
En
la parábola, evidentemente se trata de un dineral entregado para invertirlo en
transacciones que probaran el buen tino del comisionado-inversionista. Un
aspecto que no puede pasar desapercibido, es que Aquel Hombre que entrego esos
“capitales” no los repartió a la topa-tolondra; no, los dio dependiendo de sus
respectivas capacidades. Allí se dice con toda claridad que se esperaba que
ellos negociaran con los dineros confiados.
Así
como en la parábola anterior uno se sorprendía ante la necedad de aquellas
jovencitas invitadas al Banquete de Bodas que no llevaron aceite para sus
lámparas; aquí también, uno se desconcierta ante aquel que cogió el talento y
“lo sepultó”.
Vamos
de inmediato sobre un aspecto de la parábola que resulta clave: ¿Qué estaba
midiendo aquel Hombre que “dejó a cargo sus bienes”? Y, se nos dice (v. Mt 25,
21) que lo que estaba comprobando era su πιστός [pistos]
que hemos traducido “fiel”, y, bueno, si, está bien; nos gustaría traducir
“creyente” porque en realidad eso era lo que se estaba verificando; sólo quien
Cree se compromete hasta el fondo; la persona que cree, se da inmediata cuenta
que Dios da la vida entera para aprovecharla de la mejor manera, y que nos pone
en las manos y en la inteligencia diversidad de Dones, para que nosotros los
usemos bien y no los sepultemos. El que no cree, puede malversar todos sus
talentos, y su vida entera, porque no ve el milagro y la abundancia de regalos
recibidos, y la enorme confianza que Dios nos ha tenido al dejar sus riquezas
en nuestras manos.
La confianza que Dios tiene al hacernos
donación de bienes, muestra que -además de esperar nuestra actitud positiva-
somos capaces de reconocer que hemos fallado muchas veces, pero Él ha pasado
-haciendo ojos ciegos- por encima de nuestro pecado y nos ha perdonado.
La más grave falta del “enterrador de
tesoros”, es definir tan equivocadamente a Dios, verlo como una Persona
cicatera, dura, que no ha sembrado nada y en cambio, sí espera recoger. Sus
torpes ojos no caen en la cuenta que, haberle entregado el “talento”, ya era
una siembra y que el llamado a frutecer, era para él. Ahí radica su maldad. El
pecado mancha nuestra visión y no nos permite ver cosa distinta a nuestra
propia miseria. Sólo la mirada clara del que es puro- descubrirá la
Misericordia, allí donde todo lo demás es nuestra propia indigencia.
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